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“Si le atraviesa con un cuchillo el alma, es que ese poema funciona”

Marco Antonio Campos es autor de más de una treintena de libros propios entre ensayo, poesía y narrativa, más otro número similar de libros traducidos por él al español de otros poetas. Celebramos su septuagésimo aniversario con esta charla.


Era un viernes cualquiera, en la Ciudad de México, cuando Marco Antonio Campos nos recibió para conversar.

Mi primera pregunta no pudo ser más directa: ¿es una buena edad 70 años, maestro?

Cuando la escuchó, Marco Antonio Campos no pudo evitar esbozar una sonrisa coqueta.

Unos días atrás le habíamos llamado para explicarle el motivo por el cual queríamos, y deseábamos, platicar con él: sé que en este febrero de 2019 cumple siete décadas de vida, le dije desde este lado del teléfono; nos parece una fecha importante para echar una mirada a su vida y a su obra en general…

Así que ahí estaba, en la confortable sala de su departamento, sentado, un viernes cualquiera, preguntándole aquello de si era una buena edad la de los 70 años.

Al cabo de unos segundos, Marco Antonio me respondió:

—Pues yo creo que no.

Dijo esto, todavía con la sonrisa en el rostro; luego, se apresuró a añadir:

—Yo siempre he creído, sobre todo a últimas fechas, que la juventud no lo es todo, pero casi… Aunque la juventud traiga sufrimientos, humillaciones y malos momentos, también trae toda la fuerza; también trae toda la capacidad mental y física. Digo esto pensando en la gente que, como en mi caso, hizo mucho deporte. Y esto se nota principalmente en los viajes (yo he sido un gran viajero), pues uno ya no tiene esa capacidad de aguantar caminando once o doce horas diarias. Así que, sí, de pronto hay como un sentimiento de melancolía…

El maestro guardó silencio unos instantes. Iba a comentarle algo, pero me interrumpió:

—No se crea, a veces uno se pregunta dónde ha quedado todo lo que se ha hecho, y, también, todo lo que uno ha viajado…

Aquí le interrumpí: bueno, si me lo permite —me vi diciéndole—, usted tiene ahora mismo una de las obras más sólidas de nuestra literatura.

Marco Antonio Campos sonrió.

—Es cierto: mal o bien, se ha hecho una obra —me dijo—. En mi caso, ha sido tanto de creación como de traducción, y tanto en la docencia como en la difusión… A mí me enorgullecen todas mis facetas, aunque la de creador la dejo al margen, porque siempre he pensado que el autor no es el adecuado para hacer su propio juicio.

“Dicho esto, lo único que le puedo señalar es que traté de practicar todos los géneros literarios; sin embargo, en el fondo siempre me he sentido más poeta y ensayista. Como traductor, por otra parte, procuré ante todo traducir libros de poesía; ya tengo más de 30 traducciones… Además, como la poesía no es cosa de todos los días, uno busca otros géneros también.

“Ahora bien —prosiguió Marco Antonio Campos—, lo que siempre he buscado es emocionar al lector. A excepción del ensayo, que es más racional (aunque también tiene sus momentos), yo he buscado, en todo lo que he escrito, conmover al lector. Me pueden atacar de muchas cosas, y mire que lo han hecho, pero nadie me ha dicho que sea aburrido; porque busqué, en lo que escribía, que hubiera siempre una amenidad.

“Y esto se debe a que lo que escribo nace de una emoción directa; o sea, sólo escribo poemas que me parecen auténticos. ¿A qué me refiero? Verá: yo podría escribir unos 50 poemas en un día, porque tengo el oficio; pero hasta que llega la emoción auténtica, hasta que, como dice Paul Valéry: los dioses te dan el primer verso y después te las arreglas como puedas, es cuando entonces escribo el poema, al menos la primera versión. Después corrijo mucho, pero siempre tratando de conservar la emoción esencial, la emoción primera”.

§§§

Marco Antonio, entonces, hizo una pausa. Pensé en añadir algo, pero dejé que continuara con su reflexión. Después de todo, como buen conversador que es, y como buen entrevistador (que también es), iba desmenuzando su quehacer escritural con precisión.

—Uno debe esperar, en cierto momento, volverse lector de su propia poesía —me dijo más adelante—; o sea, dejar descansar lo suficiente el poema para que, ya no como escritor sino como lector, hacer la lectura del texto, y si le dice algo, si le atraviesa con un cuchillo el alma, es que ese poema funciona. Y si no, hay que desecharlo. Hay poemas que uno ha trabajado muchísimo y que simplemente no terminan de convencerte, y se van al cesto de la basura.

“En ese sentido, yo creo que debe haber, y en eso coincidía con José Emilio Pacheco, un tamiz… Es decir, un tamiz que te van dando los años y donde hay un desarrollo del lenguaje y también un desarrollo del alma. Para mí, debe haber siempre una autocrítica verbal y una autocrítica del alma. E insisto: eso sólo te lo da el tiempo y te lo dan los años.

“Me decía mi amigo y maestro Alí Chumacero, justamente hablando de eso, que la mejor poesía se escribe de joven. Eso es muy relativo, le decía yo. Es cierto: están los que mueren jóvenes y dejan una obra mayúscula, como John Keats, Arthur Rimbaud, Georg Trakl, que además son poetas que a mí me encantan y me han influido a su manera y en su momento. Sin embargo, yo siento que la mejor poesía que escribí, o la poesía que más me satisface, la empecé a realizar cerca de los 40 años, y de ahí para adelante…”

Casi como no queriendo interrumpir, balbucí tímidamente: pero, entonces, ¿se siente con la misma intensidad cuando se es joven que cuando ya se es adulto?

—No-no. En lo absoluto —me respondió el poeta—. Las emociones se modifican mucho. Cuando somos adultos vemos las cosas del mundo de manera muy diferente que cuando jóvenes. Mire, la cuestión es que de joven uno es mucho más directo…

Dicho esto, Marco Antonio permaneció unos instantes en silencio como si meditase. Luego se expresó de la manera siguiente:

—Lo que sí creo es que cuando uno escribe un poema lo hace, la mayoría de las veces, en situaciones y tiempos difíciles. ¿Qué quiero decir? Que es más fácil escribir cuando uno está triste, angustiado, dolido, en oscuros estados del corazón y del alma que cuando se está alegre o muy satisfecho. Simplemente, uno dice: de qué voy a hablar si tengo en este momento todo. Lo digo además porque mi poesía no es precisamente un llamado a la felicidad; es todo lo contrario… Como señalo en un verso: hubiera querido dejar menos sombras en lo que escribo, menos sombras de las que fui dejando. O, como me dijo una vez el poeta Eduardo Lizalde: nunca he sido tan desdichado como en mis versos.

§§§

Marco Antonio Campos nació en la Ciudad de México —entonces Distrito Federal— el 23 de febrero de 1949. No sólo diversos campos ha ejercido, también diversos Campos habitan en él: es narrador, ensayista, profesor, difusor, traductor y, sobre todo, poeta. Es, de hecho, uno de los nombres fundamentales para comprender la poesía mexicana reciente.

Aunque estudió derecho, la vida le ha llevado a traducir a grandes poetas —como él mismo ha dicho aquí—, tales como Baudelaire, Rimbaud, Trakl, Artaud o Pavese, y no ha abandonado los versos desde su primer poemario: Muertos y disfraces, publicado en 1974.

En un momento dado de nuestra charla, Marco Antonio habló justamente de los otros Campos que habitan en él; de entrada, se visualizó con una vida distinta:

—No lo sé, no lo sé —me dijo aquel día—, si yo no hubiera sido escritor y poeta, hubiera tal vez terminado en derecho y habría vivido una vida a lo mejor opaca, gris. Insisto: no lo sé… Lo que sí sé es que la vida no ha sido fácil. Aunque sí ha tenido, tiene, muchas compensaciones. Por ejemplo, la parte de difusor. (Hoy le llaman gestor, pero para nosotros era difusión cultural.) Uno de los trabajos que me gustaron más fue cuando estuve en la UNAM como director de Literatura y cuando estuve a cargo de sus publicaciones, el Periódico de Poesía y Punto de Partida… Como director de Literatura tuve la posibilidad de darle la primera salida a muchos jóvenes, tanto de la Ciudad de México como de los estados; si ellos no continuaron, de todas maneras se les dio la posibilidad de publicar. Recuerdo con mucha satisfacción esas épocas.

Que dijera esto, me dio la oportunidad de plantearle una duda. Usted ha entrado y ha salido de varias instituciones culturales, comencé a decirle a Marco Antonio Campos, cuando me interrumpió:

—Es que tampoco soy un hombre políticamente correcto, ni un funcionario políticamente correcto; entiendo que a veces no me quisieran dar el puesto…

En el rostro del poeta se dibujó una sonrisa, digamos, orgullosa. Y añadió:

—Nunca me quedé callado. Si había cosas que no me parecían, las decía… Pero, además, no tener puesto alguno tampoco ha impedido que continúe trabajando. A través del Seminario de Cultura Mexicana hemos podido seguir con el Encuentro de Poetas del Mundo Latino, y también organizar el Encuentro Iberoamericano de Minificción en la Feria del Libro del Zócalo. Entonces, como puede usted ver, hacer algo por los otros, hacer difusión, a mí me gusta mucho…

Marco Antonio Campos. / Foto de Josué D. Romero.

Si me lo permite, me vi diciéndole a Marco Antonio Campos, a mí me gusta más la palabra agitador para usted. Es decir, ni difusor ni gestor, agitador cultural…

—Pues ojalá lo fuera, ojalá lo fuera —repitió el poeta—. No lo sé… Creo que cuando las cosas que se hacen bien no hay forma de rebatirlas. Ahora bien, asimismo me ha satisfecho mucho, aunque en este momento ya no lo haría, el trabajo de docencia. Di clases en la Ibero, pero además en Salzburgo, en Viena, en Estados Unidos, en Argentina, en Jerusalén… Aunque, claro, para mí era un pretexto para viajar. Y, también, un pretexto para el eros pedagógico. Me explico: si usted tiene, digamos, el 70 u 80 por ciento de alumnas, entonces siempre es muy agradable. Si uno es joven y está viendo caras bonitas, se dan con más gusto las clases…

Marco Antonio Campos, entonces, se echó a reír.

§§§

Sin embargo, que hablara de todo esto, que hablara de las vicisitudes del ejercicio administrativo, inevitablemente nos desvió al momento político actual.

Tomé como punto de partida sus 70 años: es evidente que usted ha sido testigo de muchas cosas, empecé diciéndole; en su caso, vio el 68 o el 71. También, le tocó ver la caída del PRI, su regreso, y de nuevo su caída estrepitosa…

Marco Antonio afirmó con la cabeza. Sonrió:

—Claro. Para mí era importante la llegada de la izquierda. No quería morirme sin verla llegar a la cabeza de este país. Por supuesto, sólo espero que parezca y que camine como izquierda. Pero tiene razón. Todo el país, o casi todo, quería sacar al PRI. Para mí, sus gobiernos fueron años de desesperación, como también los gobiernos del PAN… Ahora hay gente que dice que el 68 cambió todo, pero pienso que no fue así. Es más, tuvieron que pasar otros 32 años para que se fuera el PRI del poder. Algunos han dicho: “Es que el 68 abrió la puerta a la democracia”. No fue así. Por desgracia, sólo fue un punto más dentro de la historia del país. Si el PRI hubiera entendido que había llegado la necesidad de un cambio, nos hubiera ahorrado muchísimo. Pero sólo empezaron a ceder hasta que vieron que la situación, en este caso la globalización, exigía muchas cosas; entre otras, que hubiera una democracia.

Aquí le interrumpí: y ante esta nueva realidad mexicana, le dije, ¿qué podemos esperar? ¿Cómo ve 2019 con este cambio de gobierno, con el poder en manos de la izquierda? Y remarqué: claro, si es que podemos llamarla así…

Marco Antonio ni lo pensó:

—Es cierto: es muy difícil hablar ahora de izquierda. Para empezar, los partidos comunistas ya ni existen, y eso se lo ganaron a pulso. Hoy, toda la izquierda en Occidente está quebrada. Cuando me preguntan si soy de izquierda, les digo que sí, pero la pregunta es a cuál de las, digamos, 25 que existen… Es claro que uno no puede estar a favor de Nicolás Maduro. Uno no puede creer que eso es izquierda. Ni lo de Cuba, ni lo de Nicaragua. Un buen amigo y gran escritor, Sergio Ramírez, escribió hace poco un artículo en el que decía (y coincido con él) que ya no se puede hablar de estas cosas con la misma añoranza del pasado. Creo que se debe hablar de países demócratas y países no demócratas.

“En cuanto a México, estamos viviendo momento de adaptación. Por ejemplo, la lucha contra el huachicol me parece indispensable, con los sacrificios que se tengan que hacer. Y aquí la cuestión es una: la credibilidad de Andrés Manuel López Obrador. Es decir, a diferencia de los otros presidentes, que la gente no les creía, a él sí le creen. Porque saben que es un tipo que no se robará el dinero, ni va a favorecer a sus amigos para que se lo lleven. Claro, favorecerá a sus amigos en los puestos, como ya lo ha hecho.

“La parte que nos toca, que es la cultural, es un desastre; por lo menos en estas primeras semanas. Vea las designaciones: ¡son un desastre! Hablo de la parte federal. Espero equivocarme. Yo no veo en la nueva gente una formación ni una carrera, salvo en muy pocos… Y hay otra cosa: han despedido a muchos de muy mala manera; a gente que es, digamos, muy superior intelectualmente que a los que van a poner. Un ejemplo es Eduardo Lizalde. Tú no tienes derecho a correr como si fuera un albañil al mejor poeta de México, sea ideológicamente adverso o tenga la edad que tenga. No es posible.

“Por supuesto, también es importante el rumbo que tome la cultura; vamos a ver qué camino toma. Con Rafael Tovar y de Teresa, que en paz descanse, la cultura estaba en manos de neoporfiristas… con sus excepciones, desde luego. Y muy valiosas. Entonces, en lo cultural yo no tengo muchas esperanzas. En lo demás, está mejor el panorama. Vamos a ver qué sucede. Si logra reducir la corrupción en un 30 o 40 por ciento; la inseguridad en un 20 o 30 por ciento; la desigualdad en un 20 o 30 por ciento, habrá sido un buen presidente. Digo esto, pues uno no va a esperar un 80 o 90 por ciento, porque hay demasiados intereses creados y han dejado crecer desaforadamente la corrupción y la delincuencia (incluida la delincuencia de cuello blanco)”.

Marco Antonio se quedó unos segundo pensativo, escarbando en su memoria. Yo iba a añadir algo, pero continuó:

—Una de las cosas que conversaba mucho con Hugo Gutiérrez Vega, y con José Emilio Pacheco, era lo siguiente: hablábamos del 68, y hablábamos de los dos Méxicos que se comentaba en esos años. (Hoy son muchos Méxicos los que confluyen.) Decíamos en esas charlas: nosotros que creíamos que podíamos cambiar el país, que aspirábamos a un México mejor (aunque suena un poco ilusorio o utópico), vamos a dejar un México mucho peor. Y mire lo que son las cosas: Hugo y José Emilio se fueron viendo un México mucho peor. Sólo espero que los empresarios y políticos sean más conscientes hoy; su actuar a la hora de robarse miles de millones de pesos ha dejado a la gente muriéndose de hambre.

Al final quise saber si a él, si a Marco Antonio Campos, una palabra como utopía aún le significaba algo.

El poeta se tomó unos segundo:

—Me significa por lo que me significó. Decía el querido Juan Gelmán que cuando se acaba una utopia debía crearse otra. Y yo le decía: sí, Juan, pero eso requiere de un marco teórico completo. Para mí, no es utilizar la palabra sólo por utilizarla… Dicho esto, lo que le puedo decir es que, por primera vez, hay una ilusión en la política. Yo, por lo menos, sí tengo esperanza (espero esta vez no ser defraudado) de que puede haber un cambio. En ese sentido, los escépticos como yo tenemos la ventaja, porque siempre partimos de que las cosas pueden salir mal o no pueden salir bien. Entonces si sucede para mal, pues ya estaba previsto; y si sucede para bien, pues nos alegra. Así, no es tan grave la cosa. Porque además los optimistas, sobre todo los optimistas bucólicos o profesionales, son muy aburridos. ¿No lo cree?

Publicado originalmente en la revista impresa La Digna Metáfora, febrero de 2019

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