El caso Nexos / 3
Víctor Roura continúa su vivisección sobre el caso de la millonaria publicidad gubernamental a revistas como Nexos y Letras Libres. En efecto, escribe en esta tercera parte, “la prensa siempre había vivido (la favorita, la consentida, la rendida, la cooptada) del Estado: no en balde existe una revista como Nexos, sostenida no por sus lectores sino por el gasto público gracias al acomodamiento político de su director. Y que no duela decirlo, porque el hecho parte de una veracidad anecdótica. Si no fuera así, Nexos habría dejado de existir desde hace varios años”. ¿Y ahora distinguidos intelectuales se dicen sorprendidos por la ventilación de los millones de pesos entregados a Nexos y, más aún, se muestran ofendidos por la revelación de estos consentidos cochupos?, se pregunta Roura, y se responde resignado: “Hay cosas que nunca voy a entender de los que se dicen pensadores y vigilantes del sistema político, sin duda”.
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Después de mi salida del periódico El Financiero, en agosto de 2013 si bien las conversaciones sobre mi liquidación extendieron los meses de mi retirada ya que la nueva empresa —de Manuel Arroyo, amigo del presidente Enrique Peña Nieto quien lo nombrara “empresario del año” ya aposentado el acaudalado negociante al frente del rotativo justo en el año en que me despedía de esas páginas— aducía que yo era el que renunciaba a mi cargo mientras yo insistía en que, dadas sus instrucciones diferentes en el quehacer periodístico (fusionar cultura con espectáculos, escribir menos, entrevistas de 1,500 caracteres, no en vano, digo, la primera Navidad que celebró Arroyo con sus nuevos periodistas la amenizaron Mijares y Polo Polo, personajes que nunca hubieran sido siquiera considerado para una velada en las administraciones anteriores, con lo cual se demostraba, a leguas, la cultura del renovado Financiero): era la nueva directiva la que ya no me quería en sus instalaciones, razonamiento que alargó, digo, el desconsuelo de la indemnización convertida prontamente en finiquito.
Al final de cuenta me dieron lo que ellos consideraron pertinente, no lo que se contemplaba en la ley: por un cuarto de siglo, de agosto de 1988 a agosto de 2013, recibí menos de 400,000 pesos, en el entendido de que en el cheque que se me dio se adherían los pagos de todos esos días cansinos de la consumación económica…
Después de mi salida de El Financiero vino, entonces, el agobio de la soledad periodística.
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Porque cuando uno no ha formado grupos o planeado cotos o buscado aliados en el medio se halla aún caminando en la cuerda floja.
(En mis comienzos periodísticos, incluso antes de cursar la carrera de comunicación gráfica en la UNAM, rondando las mesas de redacción de algunas revistas roqueras —ya había dirigido México Canta, la de mayor tiraje en su momento, cuando estudiaba en el Plantel Vallejo del CCH, hacia 1974—, el director de la publicación Conecte, Arturo Castelazo, me había advertido de la fortaleza que podría significar armar un cerrado grupo de periodistas de rock. Y me invitaba a conformarlo, junto con él. Yo era muy joven entonces —no contaba todavía con 20 años en el cuerpo—, pero no concordaba con la idea porque fundar una especie de cofradía era, de algún modo, o de muchos modos, organizar algo así como un club privado donde tuviera que imperar una selecta discriminación —¿no de antemano la discriminación es selectiva?—, de manera que le dije, a Castelazo, mi desacuerdo con el tema. Y nunca volvimos a hablar de ello… ¡inmersos en una profesión de bandos y mafias completamente ceñidos a normas, disciplinas y ordenamientos estrictamente definidos!)
Porque, digo, cuando uno no ha formado grupos o planeado cotos o buscado aliados en el medio se halla aún caminando en la cuerda floja.
Ningún periódico quería saber nada de mí, ni le interesaba mi colaboración. Cuando René Delgado, director editorial de Reforma todavía en 2014, me preguntó qué podía yo redituarle a cambio a ese diario ignoraba que se tenía que ser partícipe de la economía de la empresa, que no bastaba con la aportación escritural.
—De varios modos todos los articulistas le están proporcionando ahorros financieros a la empresa, Roura, ¿no lo percibes? —me señaló un amigo que había laborado en Reforma—. Los colaboradores conducen programas en radio y televisión mencionando en distintas ocasiones el nombre de Reforma, ahorrando a la empresa el gasto en publicidad mediática. No te voy a decir cuántos millones de pesos aportó el Cervantino a Reforma en el primer año en que Jorge Volpi dirigió ese festival guanajuatense en el mismo año, curiosamente, en que el funcionario cultural empezara a escribir en ese periódico.
No, yo no me había percatado en efecto de esas dulces alegorías económicas.
Los meses transcurrieron apaciblemente.
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Ante la imposibilidad de continuar publicando en los grandes periódicos, comencé a pensar en la creación de un medio propio para lo cual necesitaba, evidentemente, un patrocinador. Mi dinero se acababa con prontitud, así que no faltaron los que me animaban a retornar, por ejemplo, a La Jornada, del cual soy uno de sus fundadores, pero hay gente que no sabe que esta prensa progresista me tiene aún vetado por las cosas que he revelado de su primer director Carlos Payán Velver.
Hay demasiadas cosas de la prensa y de los periodistas que la gente no sabe, porque los propios periodistas, aun los situados en la izquierda, deciden mejor guardar silencio sobre estas calamidades so pena de verse expulsados (ninguneados, negados, desterrados, rechazados, ignorados) de la prensa: he ahí el caso, por ejemplo, del novelista que escribe un libro sobre un admirado periodista corrupto del pasado, volumen por el que es premiado con el máximo galardón que se otorga en México a los literatos, pero en la práctica respalda al admirado periodista corrupto del presente sin que nadie se refiera a esta benévola o benigna contradicción. O paradoja. Por eso no me sorprende que distintos medios exalten en estos momentos a David Jiménez, ex director del periódico español El Mundo, quien acaba de publicar el libro El Director (2019) donde, con buena pluma, habla de los variados compromisos que van adquiriendo los periodistas con los poderes económico y político para poder sobrevivir en el medio informativo.
—Por lo tanto se premia a los periodistas ruidosos, no a los más honestos —ha dicho David Jiménez subrayando una monumental verdad… ¡pero el periodista vive en Europa, tan ajeno a la interioridad mexicana!
Su libro sobre periodismo habla de las corruptelas periodísticas en un medio donde es común hallar estas proliferaciones aviesas… ¡sin que nadie sugiera que lo hace porque es un resentido social! Todo lo contrario: su valentía al describir tales acontecimientos es meritoria e insigne en un hábitat sumergido en complicidades complacientes.
De haber sido mexicano, David Jiménez jamás saldría entrevistado en los medios, ni su libro hubiera sido ventilado en las zonas periodísticas. Si David Jiménez se diera una vuelta por estos días en México tuviera material indecible para continuar apuntando las perversiones y los cinismos a los que recurre, con audaz empatía, la clase periodística para guarecerse en sus privilegios económicos, pero la pandemia, inesperada y malnacida pandemia, impide naturalmente múltiples retroalimentaciones.
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Porque la mirada a veces oculta lo que está precisamente mirando.
Por ejemplo, cuando escribo de estas cosas una persona, valiéndose del anonimato de las redes sociales, ha saltado raudamente para decir que no me haga la víctima, pues todo lo que yo he hecho en mi vida periodística ha sido una basura y a nadie le ha importado, que deje de estarme lamentando, que el mártir Víctor Roura se calle de una vez por todas.
Y, sí, para eso están hechas las redes también: para asaltar anónimamente las razones de la gente caviladora. Las redes sociales representan, ciertamente, un eco infatigable en las sociedades, pero así como se descubren revelaciones impresionantes y cautivadoras lo mismo hallamos infundios ingobernables e irrazonados, aludes de supuestos inverificables que pasan por veracidades inciertas.
Cuando escribo de la prensa lo menos que pretendo en mis escritos es parecer una víctima, pero no puedo mentirme al respecto. Me respeto demasiado a mí mismo como para faltar a la verdad en los anecdotarios. Me gusta alumbrar en los rincones oscurecidos de la vida. De mi vida.
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Ante la imposibilidad de continuar publicando en los grandes periódicos, digo, comencé a pensar en la creación de un medio propio para lo cual necesitaba, evidentemente, un patrocinador. El primero de ellos, con el que realizamos el periódico De Largo Aliento, en menos de un año, al percatarse de que no se haría millonario como era su sueño (“quizás tú no —me decía el inversionista a quien un día, llevado por mi ilusión de haber hallado a un inversionista que compartía conmigo el anhelo de cosechar buen periodismo cultural, yo califiqué, erradamente, de “editor ilustrado”—, pero yo sí me veo en mi yate el fin de año”), me fue endeudando de a poco al grado de querer hacerme a un lado en el momento en que, por mi cuenta, había conseguido otro inversionista para que, pagándole el dinero que había gastado hasta ese día, continuara económicamente con el proyecto.
—Tú pones el dinero, Roura ya no dirige el periódico y avanzamos por fin con el negocio —le dijo al nuevo inversionista a mis espaldas, pero el nuevo empresario no quería saber nada de aquel primer inversionista, de modo que inicié la aventura de La Digna Metáfora en 2015, un periódico cultural que me ha traído inmensas satisfacciones, no sin antes haberme dejado, el primer inversionista, con una deuda que ascendía al medio millón de pesos que, como ya he dicho, cubrí con la venta de una parte de mi entrañable biblioteca: 4,000 libros por los que me dieron 400,000 pesos, a 100 por libro sin calibrar contenidos ni tamaño, porque la compra era por paquete, no por especialidad ni por mediciones de calidad.
Tuve que aceptar esa condición, porque lo contrario era suspender mi deuda abrupta e indebidamente: el medio millón se debía a los pagos de nómina, a la imprenta y a otros numerosos gastos que conlleva la realización de un periódico, dinero que yo había conseguido con préstamos bancarios y un dinero en efectivo por 200,000 pesos del nuevo empresario con el que haría posteriormente La Digna…
No es necesario acotar, creo, que durante el proceso, en 2014, del periódico De Largo Aliento no obtuve el respaldo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes aduciéndome su funcionariato no contar con dinero suficiente en su departamento publicitario, ¡si bien yo estaba claro que la mayoría de su presupuesto iba a parar en las manos de las amistades de Rafael Tovar y de Teresa, siempre tan proclive a continuar enriqueciendo a la mafia cultural ignorando, o tratando de no mirar, a la prensa independiente dedicada, ¡bah!, a criticar “inmerecidamente” su reinado cultural que comenzara a erigirlo, lenta pero sólidamente, desde su afortunada juventud en los tiempos del lopezportillato y que no viera interrumpido ni en los sexenios panistas obteniendo invariablemente un acomodo en la agenda presidencial: ¡seis administraciones gubernamentales completas a su disposición en los territorios de la cultura! Y una premisa suya, como la de todos los gobiernos en turno, era, fue, la inequidad en la repartición del gasto de la publicidad oficial, entregada puntualmente a sus favorecidos: el gasto público en el renglón de la publicidad oficial, que debía (y aún hoy un asunto pendiente en esta aparentemente sencilla democratización de este rubro) obedecer a, o regirse con base en, una balanza igualitaria, ha sido siempre una manera de control, o de mansedumbre, por parte del poder político.
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¿La afirmación anterior me convierte anticipadamente en una víctima del medio periodístico, como desean suponer los deturpadores en el anonimato de las redes sociales?
No, en lo absoluto.
Pero no puedo negar la realidad: una cosa es hablar de la prensa y muy otra es construirla desde adentro, pequeña diferencia que trastoca las realidades.
Por eso mismo ni Fernando Benítez (1912-2000) ni Carlos Monsiváis (1938-2010), por nombrar a dos abanderados del periodismo cultural mexicano, hicieron nunca una publicación propia: ¿para qué arriesgarse a perder un peso si en el circuito periodístico siempre tuvieron espacios muy bien remunerados? Hay que recordar que Benítez, por ejemplo, siempre tuvo apoyos presidenciales en su economía: sólo basta precisar que cuando sufriera la expulsión en el periódico Novedades con su suplemento “La Cultura en México” no fue otro sino el presidente de la República en ese momento, Adolfo López Mateos, el que le extendiera, en efectivo, decenas de miles de pesos para que buscara otro sitio donde continuar su trabajo cultural, encontrándolo, Fernando Benítez, en el semanario Siempre!, de José Pagés Llergo (1910-1989), con quien compartiera aquella generosa suma proporcionada por el Primer Ejecutivo, porque, en efecto, la prensa siempre había vivido (la favorita, la consentida, la rendida, la cooptada) del Estado: no en balde existe una revista como Nexos, sostenida no por sus lectores sino por el gasto público gracias al acomodamiento político de su director. Y que no duela decirlo, porque el hecho parte de una veracidad anecdótica. Si no fuera así, Nexos habría dejado de existir desde hace varios años. El recorte de publicidad oficial que hoy está sufriendo, y por el cual su directiva dice que la libertad de expresión está siendo asediada, lo han padecido numerosos editores sin que haya conmovido, este acto coercitivo (¿o de sujeción o reprimenda expresiva?), a los hacedores de Nexos, que no tenían tiempo de mirar en su entorno periodístico tan concentrado, nada más, sus hacedores en sí mismos, lo que nos lleva a entender la vieja sentencia sabia que dice que sólo cuando me toca a mí el maltrato es cuando empiezo a sentir el dolor.
Y eso es lo que está comenzando a suceder después, digamos, de 14 sexenios si contamos a partir de Lázaro Cárdenas en que se inicia a controlar el papel para las empresas periodísticas: 84 años de una clamorosa seducción del gobierno a la prensa, que desde entonces había vivido bajo su tibio y afectuoso y dispendioso cobijo.
De ahí que la prensa no haya aprendido a vivir con independencia de los poderes político y económico. Por eso se ha pedido equidad en la repartición de la publicidad oficial, no favoritismos ni mimos excesivos, como los que viviera Nexos desde los tiempos del salinato hasta los de peñanietismo, una equidad que incluyera hasta a la misma Nexos con aportes, sobre todo, periodísticos, donde se aplicara realmente la pluralidad, no simulaciones pluralistas como las de, precisamente, Nexos. Este equilibrio en la repartición del gasto público en lo concerniente a la propaganda oficial aún no ha podido ser concretado hasta el día de hoy.
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¿Si digo que mi salario por dirigir tanto De Largo Aliento como La Digna Metáfora ascendía a los 7,000 pesos mensuales me hace una víctima del medio periodístico o se trata de una revelación del oficio?
Si digo que durante casi todo el año 2018 —en un paréntesis reposado de La Digna Metáfora que no hallaba publicidad en sus páginas ante las constantes postergaciones tanto de la iniciativa privada como de las instituciones públicas importándoles un comino que ya habíamos rebasado el millón de visitas en la Internet, lo que me reafirmaba que en esto de la publicidad nada tiene que ver el público para obtenerla o merecerla sino las relaciones públicas, los contactos, las influencias, el poder económico o la simpatía generada—… Si comento, digo, que durante casi todo el año 2018, por haber dirigido la revista literaria Transgresiones (que fundara el narrador Gustavo Sainz a principios del siglo XXI sobre todo como una gaceta para los amigos), no recibí un solo peso, ¿me hace una víctima del medio periodístico o sencillamente develo una realidad editorial?
Son cosas que acontecen, acaso no naturales, pero de no haberlas hecho de esa forma jamás hubieran existido. Y yo me enorgullezco de estas publicaciones: no me hacen sentir una víctima del oficio, ni me sentiré, nunca, victimizado por haberlas creado de ese modo.
Por eso siempre he pensado que los gobiernos han faltado a su equidad en la repartición de la publicidad oficial, que debiera otorgarse a los medios honorables, no a los medios acostumbrados a la venalidad: por ejemplo, y esto ya lo he contado en algunas ocasiones, mientras en 2014 a uno de mis periódicos culturales el Conaculta (ahora Secretaría de Cultura) nos entregaba, mediante la publicidad oficial —que es de donde principalmente se alimentan los medios de comunicación en México, como se sabe debido a una convención impuesta por el mismo gobierno posrevolucionario—, alrededor de 100,000 pesos en todo ese año a Nexos le garantizaba algo así como 14 millones de pesos no sólo por contratos publicitarios sino a ellos se sumaban, por cortesía de Rafael Tovar y de Teresa, la compra de suscripciones y de ejemplares. Yo no hubiera aceptado tal soborno, pero sin duda sí había más publicidad de la que aquella dependencia decía tener.
—No hay dinero, Roura —me decían una y otra vez en las instituciones.
Mas yo sabía que no estaban diciendo la verdad. Sí había, y bastante, pero era nada más para su selecto grupo de amistades.
¿Y ahora distinguidos intelectuales se dicen sorprendidos por la ventilación de los millones de pesos entregados a Nexos y, más aún, se muestran ofendidos por la revelación de estos consentidos cochupos?
Hay cosas que nunca voy a entender de los que se dicen pensadores y vigilantes del sistema político, sin duda.
¿Y, pues, no haber recibido millonadas de la maquinaria publicitaria de los gobiernos priista y panista me convierte en una víctima del medio periodístico?
¿No haber recibido un solo peso del actual gobierno mientras estuve al frente de La Digna Metáfora, hasta julio de 2019, me hace una víctima inmolada del sistema político?
En lo absoluto.
Sólo cuento las cosas ciertas que suceden en el entorno periodístico.
Eso es todo.
8
¿Qué significa ser independiente en el medio periodístico mexicano?
¿Actuar y desplazarte como Héctor Aguilar Camín para luego, en el momento en que la publicidad oficial ya no te favorezca, lanzar el grito iracundo en el cielo reclamando por el secuestro de la libertad expresiva del que has sido objeto al cancelarte la publicidad millonaria de la que anteriormente gozabas por tu cercanía con los connotados de la política nacional?
¿La libertad de expresión es también un recurso político: existe cuando a mí me conviene pero desaparece cuando mis privilegios son volátiles (o volatilizados)?
¿Sólo hay libertad de expresión cuando los vientos económicos están a mi favor?