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Centenario natal de Rubem Fonseca

El lanzamiento de enanos

Mayo, 2025

Practicó el cuento, la novela, el guionismo, el ensayo y el periodismo. En este 2025 dos efemérides convergen en la figura de don Rubem Fonseca: en abril se conmemoró un lustro de su partida; y, sobre todo, se celebra su centenario natal el 11 de mayo. Sumamente admirado, enormemente imitado, Rubem Fonseca no sólo revolucionó las letras brasileñas con su prosa, también renovó la novela negra en el continente americano. Como lo ha dicho uno de sus grandes amigos, el escritor Thomas Pynchon: “Lo mejor de la obra de Rubem Fonseca es no saber adónde nos va a llevar. Siempre que comienzo un libro suyo es como si sonara el teléfono a medianoche: ‘Hola, soy yo. No vas a creer lo que está sucediendo’. Su escritura hace milagros, es misteriosa. Cada libro suyo es un viaje que vale la pena: es un viaje, de algún modo, necesario”. En las siguientes líneas, Víctor Roura recuerda al escritor brasileño.

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Cuando avisaron en la finca que la representante de una ONG iría a certificar el lugar, un precavido don Guilherme giró precisas instrucciones a su personal de confianza: “Llamé a mi capataz Zé do Carmo y le dije que iba a Corumbá a recoger en avión a aquella doctora chiflada protectora de los animales, y que a lo mejor ella haría muchas preguntas sobre cómo tratábamos a los animales en la hacienda, que él y los peones podían hablar lo que se les diera la gana, menos mencionar el LE, el que abriera el pico sobre el LE estaba fregado conmigo”.

Incluso modificó la habitación de los huéspedes: “Había ordenado que me consiguieran un montonal de libros —dice don Guilherme—, que pondría en lugar de los libros sobre bueyes y caballos, en los libreros de la recámara donde la doctora se iba a quedar, y CD y videos para el equipo electrónico que podía encenderse desde la mesita de noche. La música y los videos no me causaron problemas, le pedí a Bulhoes que comprara óperas y sinfonías, conozco lo que les gusta a estas engreídas, y también clásicos del cine”.

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Realmente, don Guilherme se cuidó por los cuatro costados.

Antes de tomar el avión habló por radio con su vecino y amigo Janjao de Oliveira para informarle que iba a recoger a la mentada doctora Suzana, “la vieja ésa de la ONG que defiende los derechos de los animales. Esa idiota que hizo aquella cruzada para acabar con los rodeos en Brasil, carajo, ni en Estados Unidos lograron acabar con el rodeo y esta grandísima estúpida quiere acabar con el rodeo en Barretos. No sé cuántos días se va a quedar en la hacienda, el ministro me pidió que la recibiera, no sé lo que quiere aquí, pero mi preocupación es con el LE”.

Mas don Guilherme se llevó una sorpresa cuando miró, por fin, a la mentada Suzana: en lugar de hallar a una mujer fea, a “una de esas viejas frustradas que no encuentran hombre y se involucran en una cruzada”, se topó con una “treintona atractiva, con la boca un poco grande, los dientes bonitos, la sonrisa simpática y la voz un poco ronca”, pero don Guilherme ya había visto “mujeres así que no valen nada”, de modo que no se rindió, según nos cuenta, ante los encantos de esta visitadora social.

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Para hacerla prontamente desistir de sus aviesas intenciones, don Guilherme había preparado, con reflexiva anticipación, ciertas trampas consistentes en la peligrosa naturalidad de los propios animales: “Dejé a la doctora en la recámara y fui a la terraza a revisar el programa que le había hecho —dice don Guilherme—. Paseos a caballo para que los micuins [una especie de ácaros diminutos de color rojizo que atacan a hombres y animales principalmente entre agosto y octubre, ocasionando fuertes comezones] acabaran con ella. Ir de pesca en la parte más infestada del río para que los moscos le dieran el tiro de gracia”.

Pero don Guilherme, a fuerza de la cotidianeidad, fue vencido por el embeleso de la doctora, al grado de que hizo a un lado las perversas estrategias pensadas ex profeso, en un principio, para persuadirla de una larga estancia en la hacienda: “La presencia de Suzana me producía una sensación extraña que nunca había sentido —confiesa don Guilherme—, las mujeres entraban y salían rápidamente de mi vida, [pero] aquello era algo nuevo, aquel sentimiento agradable de tener a la misma mujer cerca de mí todo el tiempo”.

Por eso, poco a poco, el hombre fue entrando en confianza, contándole detalles de su vida, de sus viajes por el mundo, cosa que ella correspondió con la misma moneda. Y ya entrados en el terreno de las confesiones íntimas, la doctora (una mujer no acostumbrada a mentir, tal como había observado don Guilherme) reveló la verdadera razón que la había acercado a Corumbá: “Mi campo de acción son los derechos humanos. Vine porque me informaron que en esta región se practica una forma odiosa, sádica, de abuso en contra de personas indefensas. Pero siento en mi corazón que si ese crimen se comete en esta región, tú no participas en él”.

También la doctora ya se empezaba a encariñar con el joven don Guilherme. El episodio aquel de los rodeos, que dirige una asociación protectora de animales, fue sólo un paso accidentado de la doctora, una intervención ocasional, porque ella vigilaba los derechos humanos, no los zoológicos.

A don Guilherme le dio un vuelco el corazón porque se le vino a la cabeza el LE.

¿Sabría ya Suzana lo del mentado LE?

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Para colmo, unos días atrás, el vecino Janjao había ido a visitarlos (seguramente picado por la curiosidad de saber cómo era físicamente la doctora) pero cometió la imprudencia de llevarse consigo a Rafael, a quien pudo ver con claridad la insigne visitadora. Por más que hizo don Guilherme de ocultarlo, el enano fue observado por Suzana: “¡Anda, dime qué hacía ese enano por aquí! —gritó la doctora—. ¡Sé que participa en esa competencia repugnante que ustedes realizan todos los años, un juego asqueroso al que llaman Lanzamiento de Enano!”.

Suzana ya estaba enterada de todo.

Era inútil guardarse para sí el supuesto secreto.

Precisamente a eso iba, a averiguar lo del LE.

Rubem Fonseca. / Foto: especial.

Sin embargo, don Guilherme, activo participante del juego, incluso campeón representativo de su Brasil, tenía que defenderse: “Les pagamos, les pagamos bien, Rafael [el hombrecito que llegó con Janjao] era hombre bala en el circo, lo metían en la boca de un cañón y disparaban, podía morir ganando una miseria, ahora su vida es mucho mejor…”

Pero Suzana no lo dejó acabar, “se levantó abruptamente y salió corriendo de la terraza, no tuve tiempo de decirle que a Rafael ni siquiera lo lanzaban, ahora él era el agente que contrataba a los otros enanos para que los lanzaran, y no tuve tiempo de preguntarle qué había de sádico en eso, los enanos se empeñaban en participar en la competencia, usaban protecciones en las rodillas y en los codos y cascos en la cabeza, ganaban más que un enano trabajando en un circo o vestido de ratón Mickey en Disneyworld, y cuando uno de ellos se lastimaba nosotros lo cuidábamos y le pagábamos un bono tan alto que muchos deseaban lastimarse durante la competencia para ganárselo”.

¡Un derecho humano del enano es usar su cuerpo para que algunos deportistas lo lanzaran a distancia!, proclamaba don Guilherme ante la desconsoladora decepción de la doctora Suzana.

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Este es uno de los ocho cuentos incluidos en el libro del siempre deslumbrante brasileño Rubem Fonseca —cuyo centenario natal conmemoramos este 11 de mayo, fallecido en su natal Brasil hace un lustro, el 15 de abril de 2020, a la longeva edad de los 95 años— intitulado La Cofradía de los Espadas (Ediciones Cal y Arena, traducción de Rodolfo Mata y Regina Crespo, 2000), volumen excepcional donde la literatura brilla como diamante en bruto.

Y siempre que en mis manos cae un libro de un autor brasileño, me surge una pregunta a la cual nadie, por el momento, puede responder: ¿por qué diablos ningún brasileño ha recibido el Nobel de Literatura?

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