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Óscar Chávez, un lustro después

Una encerrona cuádruple

Abril, 2025

Ha trascurrido un lustro, y sí: se siente y se percibe su ausencia. Y cómo no: pocos como él, pocos como Óscar Chávez, siempre al pie del cañón: ya fuera criticando el mal actuar de los gobiernos en turno —daba lo mismo si era de derecha o de izquierda—; o, por otro lado, en esa búsqueda incesante por la canción excelsa en el gran baúl que es la rica tradición de la música latinoamericana y mexicana. Nadie lo detenía en su búsqueda de las raíces ancestrales. Primero actor y director de teatro, después cantante, compositor y arqueólogo de la música popular, Óscar Chávez nació el 20 de marzo de 1935 en la Ciudad de México, y se fue de este mundo el 30 de abril de 2020. Su amigo, el periodista y escritor Víctor Roura, recupera esta conversación con él para conmemorar el lustro de su partida.

La idea inicial

Esta fue la primera, y única, encerrona de Óscar Chávez con toros y toreros.

Reunió, en un paquete discográfico —de seis elepés o cuatro compactos— 52 canciones que giran alrededor de la entonces considerada fiesta taurina.

Fue un trabajo de tres años.

—¿Pero quién fue el que introdujo al cantor en este asunto “deportivo” nominado artístico?

—Nadie en particular —me respondió Óscar Chávez—. Fue muy curioso porque tras haber sido una experiencia interesante, por desgracia no duró mucho. En 1973 hice tres o cuatro recitales en Bellas Artes que funcionaron muy bien. Los grabé incluso en vivo. Después, como un año después, me jugué la aventura de actuar en el Teatro Blanquita. Hablé con la entonces empresaria Margo Sú quien, con mucho temor, compartido por mí también, no sabía qué podía pasar.

—¿Por qué temor?

—Porque en el Blanquita nunca se había presentado este tipo de material: la canción tradicional mexicana, la latinoamericana, la protesta y la política; canciones con las cuales yo hacía recitales en espacios estudiantiles. No sabíamos si iban a gustar a un público tan heterogéneo y diverso…

—No universitario.

—De muchas maneras no universitario. Incluso el Blanquita todavía no se había vuelto moda, ni iban los intelectuales, ni los esnobs —como siempre, a la relación intelectual del Blanquita tuvo que ver con Carlos Monsiváis cuando éste afiazaba su amistad con Iván Restrepo y Margo Sú en la fundación de la secta el Ateneo de Angangueo donde participara también, obviamentre, Fernando Benítez, de ahí la relevancia de su unión aunque no cimentaran nada nuevo ni trascendental—. Eso fue años después, por cierto. No. Al Blanquita iba la raza. Tenía muchísimo público de provincia. Ahora, no sé; en mi opinión ese foro está ya en decadencia —me dijo Óscar Chávez en febrero de 2001, diecinueve años antes de su partida de este mundo, a sus ocho décadas y media, en el auge de la pandemia, el 30 de abril de 2020—. Ahí fue donde grabé el primer disco de Parodias políticas en el cual incluí “La casita” y cuya portada fue ilustrada por Rius. Lo grabé en vivo con un cuate corriendo con grabadoras.

—Fue en vano el temor, pues.

—El público se prestaba, en efecto, a esas canciones. Me recibió bien: eran dos funciones diarias y tres los domingos. Eran unas matadas espantosas. Sobre todo por la espera y los nervios de enfrentarte a un público conformado por dos mil gentes. Además, ese público no era cualquier público. El plan era aparecer tres o cuatro semanas y estuve como tres meses.

—El contexto político ya estaba en el Blanquita con Palillo, por ejemplo; sólo le llegaste a poner música a ese contexto.

—Bueno, ésa era la aventura. En ese tiempo estaba el que me estimuló mucho, la verdad sea dicha: Juan Ibáñez; él fue el que me dijo que yo intentara la canción política con ese público. Dejé de hacerlo hasta que se vino la bronca del Sindicato de Actores Independientes y troné en todos lados.

“Entre función y función, tras las cortinas, empecé a recopilar crónicas taurinas”

—¿Cómo se relaciona el Blanquita con tu trabajo sobre los toros?

—Ahí voy. En ese entonces me acompañaba un guitarrista mexicano de flamenco: Luis Chavarría (que vive ahora en Acapulco), que en los tiempos muertos me empezó a llevar libros. Yo me aburría mucho. Tenías que andar por ahí en los alrededores o de plano encerrarte en tu camerino y no hacer nada hasta que te tocaba la otra tanda. Con los libros, entre los que figuraban los de Vicente T. Mendoza [1894-1964, esta plática con Óscar Chávez data de febrero de 2001], me fui haciendo de cierta información musical. Ya me gustaban mucho los corridos y empecé a buscar material, a transcribir las músicas y a grabarlos en un casette. Entre función y función, tras las cortinas, empecé a recopilar crónicas taurinas. Me llamó la atención esa temática porque, que yo supiera, no se había tomado en cuenta el sentir popular de esa fiesta en los corridos, sino nada más en el paso doble y la castañuela y la pandereta o el cuplé o los chotís. Me di cuenta de esas crónicas impecables y de la enorme variedad de canción popular que habla del toro, de los animales, de los vaqueros, de los matadores, del caporal. Todas esas piezas las fui grabando en un casette.

—¿Con la idea de hacerlo luego en disco?

—Al principio fue de manera personal. Por gusto. Pero como trabajaba en la disquera Polygram, intenté grabarlo inútilmente porque en ese periodo cambió la compañía de política y de direcciones y de directores. Yo también salí. No hice nada. Ese material se quedó dormido. Y lo despertamos relativamente hace poco [recuérdese que estamos a principios del año 2001]. Unos tres años, cuando me encontré con Modesto López y le platiqué sobre ese proyecto oculto. Nosotros no podíamos económicamente llevarlo a cabo, porque la disquera Pentagrama es pequeña. Fue cuando recibimos los apoyos de Ramiro Osorio del Festival de la Ciudad y del definitivo de Carlos Vélez de Cuatro Estaciones.

Los medios contra la música tradicional

En México es el primer, y acaso único, álbum de esas características, si bien hay algunas grabaciones en paso doble interpretadas por Ortiz Tirado (Sonora, 1893-1960) o por Genaro Salinas (Tamaulipas, 1918-1957). Asimismo, Alejandro Algara (Ciudad de México, 1928-2020), Hugo Avendaño (Veracruz, 1927-1998) y Nicolás Urcelay (Yucatán, 1919-1959) también tienen entre su repertorio discográfico pasos dobles referidos, de manera tangencial, a la fiesta taurina.

—Antes de este trabajo se ignoraba tu afición por los toros.

—No soy un aficionado de hueso colorado. Nunca lo he sido. Ni soy un conocedor. Sin embargo, sí me gusta esa fiesta y la disfruto y creo que debe subsistir. No estoy en contra de ella. Sé que ahora hay un grupo ecologista que desea su fin [y lo ha logrado, por lo menos en México, no sé si don Óscar se fue de esta vida con la certeza del fin taurino]. Me parece exagerado. Porque acabo de leer en el periódico que van a entrar, qué barbaridad, creo que diez o cien mil cazadores (no preciso, ahora) para ir a cazar a la paloma blanca en no sé qué zona del norte de la República y que van a dejar una derrama importantísima de dinero apoyados por la Sedue. Que me perdonen, pero entonces ya no entiendo nada. A mí me parece mucho más criminal la cacería que la fiesta taurina.

Óscar Chávez. / Foto: Josué D. Romero.

De joven, Óscar Chávez no se interesó por el futbol soccer ni por ser novillero. Jugaba, sí, el futbol americano, practicaba un poco el atletismo y la lucha olímpica. Tampoco iba a las corridas con asiduidad. Mas recuerda la divertida que se dio cuando, al lado de Manolo Martínez (Nuevo León, 1946-1996) y de Renato Leduc (Ciudad de México, 1897-1986), el periodista le narró una tarde la fiesta taurina.

—Me puse una divertida bárbara —dijo.

—Sobre todo si sabemos que los cronistas taurinos son reiterativos, sosos y poco imaginativos.

—Totalmente. Leduc narraba muy especialmente y me hacía entender las corridas. A mí, que soy incapaz de ponerme a discutir de toros y toreros, que de la fiesta sólo sé en ráfagas.

—Ahora la lucha que practicas no es olímpica.

—¡De ningún modo! Es con mis grabaciones.

—Vas de un extremo a otro en los géneros de la música. ¿Cuántas piezas llevas grabadas?

—Debo tener unas setecientas, pero en realidad en el mercado son bastante menos, porque más de cuarenta discos están descatalogados por la Polygram. Seguramente el día que me ponga un avionazo editan todo de nuevo, como suele suceder. Pero sí he grabado muchísimo. Porque cualquier tema que uno aborde en este país puede ser motivo de hacer una serie de discos.

—Si te detuvieras en uno de esos extremos musicales, ¿cuál sería?

—Definitivamente, en la música tradicional de México. Esa es la base. En primer lugar, porque es inagotable. Pasarán muchísimas generaciones para que agotemos la tradición musical de nuestro país. Es impresionante su veta. Pero es igualmente desconocida porque nunca es una moda para los medios. Y al no ser una moda no se graba. Porque a las disqueras les vale un rábano. Igual a la televisión. La velocidad y el dinero es lo que importa.

—Nunca has grabado rock.

Óscar Chávez no se esperaba la pregunta.

Probablemente la siente fuera del tono de la conversación.

Hace la primera pausa.

—No sé —respondió, luego—. No tengo idea. Dudo que lo haga ya, porque estoy muy anciano para andar en esos trotes. Sería, también, como andar fuera de madre. Esa música no me toca. A mí lo que suceda en mi idioma me interesa. Es asunto de una parte fundamental de la pequeña o mediana cultura que yo pueda tener.

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