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Marcel Schwob, 120 aniversario mortuorio

La crónica como crítica cultural

Febrero, 2025

Lo dejó escrito Jorge Luis Borges: “En todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas. No buscó la fama; escribió deliberadamente para los happy few, para los menos”. Narrador, poeta, crítico literario y traductor cercano a los simbolistas—, Marcel Schwob nació el 23 de agosto de 1867 en Chaville, Francia, y falleció prematuramente a los 37 años en París, el 26 de febrero de 1905. Calificado como un escritor excepcional y único, su obra —aunque breve y escrita en muy corto tiempo lo convirtió en un autor enormemente influyente en la literatura contemporánea. Como varios de los integrantes de esta redacción cultural somos parte de la congregación secreta de la que hablaba Borges, quisimos recordar al escritor francés en el 120 aniversario de su partida. Víctor Roura ha redactado estas líneas.

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En La cruzada de los niños (Verdehalago / Instituto Cultural de Aguascalientes, colección “Las Cascadas Prodigiosas”, traducción de Rafael Cabrera, 1999), Marcel Schwob —fallecido prematuramente a los 37 años de edad el 26 de febrero de 1905— presenta ocho breves crónicas sobre la imposibilidad de la fe: “Nosotros tres, Nicolás que no sabe hablar, Alain y Dionisio, salimos a los caminos para llegar a Jerusalén. Hace largo tiempo que vagamos. Voces ignotas nos llamaron en la noche. Llamaban a todos los pequeñuelos. Eran como las voces de los pájaros muertos durante el invierno. Y al principio vimos muchos pobres pájaros extendidos en la tierra helada, muchos pajaritos con el pecho rojo. Después vimos las primeras flores y las primeras hojas y tejimos cruces. Cantamos ante las aldeas, como acostumbrábamos hacerlo en el año nuevo. Y todos los niños corrían hacia nosotros. Y avanzamos como un rebaño”.

El volumen, de 62 páginas, es un canto a la esperanza, a la esperanza finalmente desvanecida.

Aunque este libro está calificado dentro del género narrativo, en realidad en su momento fue considerado como ensayo. En el Diccionario Bompiani de Autores Literarios se apunta que el francés Schwob “parecía destinado a ser, en cierta manera, el simbolista típico, real, inclinado hacia lo extraordinario, lo fantástico, burlesco o trágico, y a expresarlo en una forma irreprochable y fría. Cuentos como los de Coeur double (1891) o del Roi au masque dor (1892), poemas en prosa como Mimes (1894) nos muestran que la cultura de Schwob le permitía identificarse con todas las sensibilidades históricas y resucitarlas con precisión y pintoresquismo, lo cual hizo de él un ensayista de los más originales en La croisade des enfants (1895) y en Vidas imaginarias”.

Portada de La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, en edición del Fondo de Cultura. La ilustración es de Eko.

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Partiendo de un acontecimiento verdadero, Schwob trazó, con puntillosa alegoría, la crónica otorgándole no sólo verosimilitud al relato sino, y acaso aquí esté lo más sólido, traspasándolo hacia la frontera de la ficción. Convertida la hazaña en cuento, La cruzada de los niños, a estas alturas (a 130 años de su publicación), no es sino una cruel metáfora de la azarosa vida: “Hubo hombres que nos maldijeron, no conociendo al Señor. Hubo mujeres que nos retuvieron por los brazos y nos interrogaban cubriendo de besos nuestros rostros. Y también hubo almas buenas, que nos trajeron leche y frutas en escudillas de madera. Y todo el mundo tuvo piedad de nosotros. Porque no saben adónde vamos, y no han escuchado las voces”.

La gente se encamina rumbo a Jerusalén, y con ella los niños (que descendían de Vendome cruzando la selva del Loira), pero nadie sabe su destino. A uno de estos infantes un leproso lo detuvo en el camino: “Le tomé la boca con mis manos espantosas. Sólo estaba vestido con una camisa ruda; tenía desnudos los pies y sus ojos permanecieron plácidos. Me contempló sin asombro. Entonces, sabiendo que no gritaría, tuve el deseo de escuchar todavía una voz humana y quité mis manos de su boca, y él no se la enjugó. Y sus ojos estaban en otra parte”.

El niño era Johannes el Teutón, que no temía al leproso, lo que causó una honda impresión en el hombre, acostumbrado a los desprecios de los que lo rodeaban. “¡No tuvo miedo de mí! Mi monstruosa blancura es semejante para él a la del Señor. Y tomé un puñado de hierba y enjugué su boca a sus manos. Y le dije:

“—Ve en paz hacia tu Señor blanco, y dile que me ha olvidado.

“Y el niño me miró sin decir nada. Le acompañé fuera de lo negro de esta selva. Caminaba sin temblar. Vi desaparecer a lo lejos sus cabellos rojos en el sol”.

Publicado originalmente en 2015, y con una segunda edición en 2022, el sello Página de Espuma puso en circulación los Cuento completos de Marcel Schwob.

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Pero los niños nunca llegarían a su destino.

Relata el papa Gregorio IX: “He aquí el mar devorador que parece inocente y azul. Sus pliegues son suaves y está orlado de blanco, como un ropaje divino. Es un cielo líquido y están vivos sus astros. Medito sobre él, desde este trono de rocas al que me hice traer en mi litera. Está realmente en medio de las tierras de la cristiandad. Recibe el agua sagrada donde el Anunciador lavó el pecado. En sus orillas se inclinaron todos los rostros santos, y balanceó sus imágenes transparentes. Grande ungido misterioso, que no tiene ni flujo ni reflujo, canción arrulladora de azul, engastada en el anillo terrestre como una joya fluida, te interrogo con mis ojos. ¡Oh, mar Mediterráneo, devuélveme a mis niños! ¿Por qué los apresaste? No los conocí. No fue acariciada mi vejez por sus frescos alientos. No vinieron a suplicarme con sus tiernas bocas entreabiertas. Solos, como pequeños vagabundos, llenos de una fe ciega y furiosa, se aventuraron hacia la tierra prometida y fueron aniquilados. De Alemania y de Flandes, y de Francia y de Saboya y de Lombardía, vinieron hacia tus olas pérfidas, mar santo, murmurando palabras confusas de adoración”.

Schwob recogió también, adivinándolas, las vocecillas de los niños que se enfrentaron al misterio de lo desconocido. Un navío desapareció con varios chiquillos, y jamás se supo luego de él.

“¿Qué les pasaría? —se pregunta la pequeña Allys—. Los encontraremos cuando lleguemos cerca de Nuestro Señor. Está muy lejos todavía. Se habla de un gran rey que nos hace venir, y que tiene en su poder la ciudad de Jerusalén. En esta comarca todo es blanco, las casas y los vestidos, y el rostro de las mujeres está cubierto con un velo. El pobre Eustaquio no puede ver esta blancura, pero le hablo de ella y se regocija. Porque dice que es la señal del fin. El señor Jesús es blanco. La pequeña Allys está muy cansada, pero tiene a Eustaquio de la mano para que no caiga, y no le queda tiempo de pensar en su fatiga”.

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Desde el principio de los tiempos, los desheredados han estado solos en el camino.

Schwob utilizaba la crónica como crítica cultural.

Hoy, un género periodístico postergado.

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