Diciembre, 2025
Desde el 29 de noviembre pasado y durante todo 2025, el Museo de Ciencias Ximhai de la Faculta de Ciencias Naturales de la Universidad Autónoma de Querétaro ofrece a sus visitantes Dinosaurios entre nosotros / Dinosaurs Among Us, una muestra que explica la conexión ininterrumpida que existe entre las aves modernas y los dinosaurios que dominaron el planeta, y en cuyo montaje se involucraron biólogos, paleontólogos, arqueólogos, diseñadores y artistas. Juan José Flores Nava conversó con algunos de ellos.
Todos hemos comido dinosaurio alguna vez: rostizado, en caldito, en tamales, en hamburguesas, empanizado y hasta en esa extraña y deliciosa versión llamada boneless. Porque los dinosaurios, esas admiradas criaturas a las que consideramos prehistóricas, en realidad nunca han dejado de convivir con nuestra especie.
“En la actualidad, en la Tierra viven más tipos de dinosaurios de los que han descrito los paleontólogos. Los llaman aves, y hay quizás 18 mil especies. Estos extraordinarios dinosaurios vivos constituyen un auténtico vínculo con el pasado”, dice uno de los paneles de Dinosaurios entre nosotros / Dinosaurs Among Us, una exposición que anda recorriendo distintos lugares de México y el mundo.
Hoy sabemos que, en efecto, es muy probable que los dinosaurios se parecieran más al guajolote que terminará en nuestro plato durante la cena de Navidad, que a la lagartija que cada mañana toma su baño de sol en la barda de enfrente. Incluso resulta complicadísimo distinguir, en una imagen fotográfica de las mismas dimensiones, entre las huellas dejadas por un pavo moderno y las de un dinosaurio extinto.
Así que la llamada “nueva era de los dinosaurios” está sucediendo ahora mismo, como dicen los organizadores de Dinosaurios entre nosotros, cuyo ciclo, si bien está por concluir en el Universum (Museo de las Ciencias de la UNAM) el próximo 5 de enero de 2025, recién arrancó en la ciudad de Querétaro.
Desde el 29 de noviembre pasado y durante todo 2025 el Museo de Ciencias Ximhai de la Faculta de Ciencias Naturales (FCN) de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) ofrece a sus visitantes Dinosaurios entre nosotros / Dinosaurs Among Us, una muestra que “explica la conexión ininterrumpida que existe entre las aves modernas y los dinosaurios que dominaron el planeta durante 170 millones de años”, y en cuyo montaje se involucraron biólogos, paleontólogos, arqueólogos, diseñadores, artistas, becarios, etcétera. Hemos platicado con algunos de ellos.
La estrella del recorrido
Cuando en 1854, en un suburbio londinense, fue inaugurado el primer parque de dinosaurios causó, entre los paseantes de la época, una gran fascinación. Y aunque las 33 esculturas construidas por el artista Benjamin Waterhouse Hawkins siguen ahí, al interior del Crystal Palace Park, las que fueran sus figuras más emblemática, los iguanodontes, nos resultarían, hoy, apenas las réplicas de unas enormes y regordetas iguanas acapulqueñas.
Es que la representación contemporánea de aquellas bestias que poblaron la Tierra entre 250 millones y 65 millones de años atrás sólo puede lograrse, hoy día, en la convergencia de distintas disciplinas. Ejemplo de ello es, precisamente, Dinosaurios entre nosotros / Dinosaurs Among Us, exposición organizada por el American Museum of Natural History (Nueva York) con el apoyo del Museo de Ciencias de la Universidad de Navarra (España), el North Museum of Nature and Science (Estados Unidos), el Philip J. Currie Dinosaur Museum (Canadá) y el Museo de las Ciencias de la UNAM.
Sólo que, a diferencia del Universum, el Ximhai de la FCN-UAQ sí tiene réplicas de “los dinosaurios, huevos y fósiles de los que se habla en los paneles”, dice Pamela Bermúdez, responsable de este museo de ciencias localizado en la delegación de Santa Rosa Jáuregui, en Juriquilla, Querétaro. Justo la réplica del Yutyrannus huali ―un gigante emplumado pariente del famoso tiranosaurio rex que todos conocemos, aunque más pequeño― es la estrella del recorrido.
Se calcula que, en sus días de gloria, esta lindura pesaba alrededor de 1.5 toneladas y poseía una enorme cabeza que sólo era capaz de contrarrestar, al desplazarse, con una extensa cola. Construido con metal, varilla, alambrón, malla hexagonal para gallinero, espuma de poliuretano y rafia, el Yutyrannus huali del Ximhai mide alrededor de 9 metros de longitud —lo mismo que uno de esos camiones de transporte de personal— y su construcción estuvo a cargo de la escultora Socorro López.
“Es la obra más grande que he realizado hasta hoy”, me dice la maestra Socorro, “ha sido un trabajo muy enriquecedor y divertido, en el que trabajé a marchas forzadas, pero cuyo proceso disfruté muchísimo”.
Según me cuenta, una pieza de esta magnitud le toma, en condiciones normales, más o menos seis meses de trabajo. Pero no disponía de tanto tiempo. Por lo que debió construirla en apenas dos meses. Y aunque contó con las destrezas de Miguel Osornio Ramírez y Angélica Desireé Mar Suárez, dos jóvenes artistas, al final, a la hora de los detalles, no había manos que alcanzaran.
Cáscaras de huevo de colores
Aunque el Yutyrannus huali —ese hermoso pariente del T.rex— con sus protoplumas cubriéndole la mayor parte del cuerpo, su enorme tamaño y su amenazante dentadura puede ser, a la vez, alucinante e intimidante, Dinosaurios entre nosotros no se trata sólo de él. El título de la exposición pretende hacer énfasis en que, en efecto, en la actualidad convivimos (acaso sin saberlo) cotidianamente con dinosaurios.
Tal como se lo dice el paleontólogo Adolfo Pacheco Castro, investigador de la FCN-UAQ, al grupo de niños que lo rodea, mientras comanda el recorrido inaugural: “Si ustedes a las aves, a un pollito o a una gallina les siguen diciendo dinosaurios, quiero felicitarlos porque están en lo correcto. De hecho, si tienen suerte y prestan atención, un día podrán ver a unos pajaritos anidando y cuidando de sus huevos como lo hacían sus ancestros los dinosaurios”.
Exactamente como lo hace también un cocodrilo o un caimán, el pariente vivo más cercano, por cierto, de las aves modernas y de los dinosaurios extintos. Sólo que, como se explica en uno de los paneles de la exposición, a diferencia del caimán (o del cocodrilo) “las aves de la actualidad son los únicos animales que tienen cáscaras de huevo de colores”. Las gallinas, por ejemplo, pueden poner huevos, además de blancos, marrones, azules, verdes y hasta rosas.
Luis Miguel Osornio, quien está a punto de graduarse de la licenciatura en Artes Visuales de la UAQ, me cuenta que él, además de apoyar a la maestra Socorro, realizó algunos de los huevos de reptiles y aves con los que se abre la exposición: “Primero hice un molde de plastilina del que surgieron los huevos de yeso, cemento blanco y gasa, para darles una textura lo más similar posible a las de los huevo en la naturaleza y, al mismo tiempo, hacerlos resistentes”, dice.
Pero eso de poner huevos y cuidarlos no es el único parecido entre aves y dinosaurios. ¡Qué va! Conforme se avanza en el recorrido (y se tiene la paciencia de leer con atención la escritura de los paneles) uno se va enterando de cosas como que las patas, las garras y la espoleta de la aves modernas son similares a las que había en los dinosaurios o qué estos también tenían huesos huecos (los de las aves son, además, livianos).
Pero lo que sin duda resulta más fascinante es que en algunos fósiles, como los del Anchiornis huxleyi, se encontraron melanosomas, compartimentos celulares encargados de producir la melanina que da color a las plumas. Lo que quiere decir que quizás hubo dinosaurios con protoplumas (similares a las de los pollitos recién nacidos) de muchos colores. Es decir, que en absoluto los dinosaurios eran como aquellos que hemos imaginado siempre con piel de cocodrilo. Es muy posible, por ejemplo, que, según descubrimientos recientes, el Tyrannosaurus rex tuviera todo su cuerpo (excepto, acaso, la cabeza) cubierto de una capa de protoplumas.
Dinosaurios de todas las formas y todos los tamaños tenían plumas, no sólo para volar, explican los organizadores: “El Microraptor es el primer dinosaurio encontrado con plumas asimétricas en sus patas traseras, que están adaptadas específicamente para moverse por el aire”.
Pero podríamos seguir: el Caudipteryx es el primer dinosaurio no aviar descubierto que tenía plumas modernas. La Archaeopteryx marca la transición entre las aves modernas y los dinosaurios, pues aunque poseía alas y plumas, contaba con dientes y una cola huesuda.
Porque, como se expone en los paneles, las plumas son útiles también para atrapar el aire y mantener el calor, para atraer pareja (pavorreal), para reducir la resistencia bajo el agua (pingüino) o para crear sombra y ver las presas debajo de la superficie del agua (garzas).
Entender quiénes somos
“Para el equipo del Ximhai y sus visitantes”, dice ahora Rodolfo Pacheco Castro, “la experiencia de Dinosaurios entre nosotros va más allá de la exposición, pues junto con la maestra Pamela, directora del museo, hemos preparado una serie de cursos, talleres y actividades para niños y niñas que impartiremos todo 2025”.
Biólogo egresado de la UAQ y especialista en paleontología de mamíferos, con posdoctorado por el Museo de Historia Natural de Los Ángeles y la Universidad de California en Berkeley, Pacheco Castro es asesor científico de esta exposición para el Museo Ximhai. Así que, muy relajado, afirma que con Dinosaurios entre nosotros la UAQ es pionera al desarrollar un diseño museográfico especialmente adaptado para el público mexicano y de la región.
“Una exposición como ésta, sobre dinosaurios, no se había hecho antes en Querétaro; no con esta calidad; no con este número de piezas donde incluso antes de entrar al museo ya podemos ver un Sabinosaurio [una réplica a escala del Kritosaurus sp. que habitó en lo que hoy es Sabinas, Coahuila, hace unos 70 millones de años y que mide unos 11 metros de largo de hocico a cola], pero donde también tenemos, entre otras cosas, una colección paleontológica de 16 fósiles reales que por primera vez se muestra al público”.
Adolfo Pacheco está seguro de que Dinosaurios entre nosotros en el Ximhai permitirá corroborar “que los museos no son sólo recintos de exposición, sino que también son esos ojos curiosos que recorren las salas, que se emocionan, que ríen y que se llevan a su casa un pedacito de historia que sin duda puede ayudarles a entender quiénes son y a ir formando su identidad”.
Cosa que queda clara cuando a punto de terminar el recorrido inaugural, Adolfo recibe, sin que lo note, una sencilla lección de cómo comunicar la ciencia.
—¿Saben por qué los flamencos son de ese color? —pregunta Adolfo a los niños que lo rodean.
—Porque comen muchos peces —responde, apresurado, un pequeño.
—Lo que pasa es que se alimentan de un invertebrado que les da esa pigmentación —dice Adolfo—. Y entre más lo comen, más van tomando esa coloración rosa.
—Sí —nos aclara una niña de no más de diez años a todos los demás—; o sea, que comen muchos camarones.
Igual que algunos de nosotros, en los próximos días, estaremos cenando dinosaurio en Navidad.