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Silvia Pinal (1931-2024)

Remembranzas en torno a su «Viridiana»

Diciembre, 2024

La muerte de Silvia Pinal, a los 93 años, acaecida el pasado 28 de noviembre, clausuró quizá de forma simbólica toda una época dorada para el cine nacional. Figura cinematográfica, del teatro musical y de la televisión, Pinal fue también una productora incansable y de gran éxito. Empero, el hito más importante de su carrera, indudablemente, es el haber encarnado a la Viridiana de don Luis Buñuel, una novicia que provoca deseos carnales y que, como el padre Nazario —ambos extraídos de novelas de Pérez Galdós—, causan involuntarios males y estragos por su pío deseo de hacer el bien. Aquí presentamos una entrevista realizada en 2011 por el investigador, realizador y curador Javier Espada con la diva mexicana a propósito de esta película ganadora de la Palma de Oro y prohibida largos años en la España franquista.

Cuando el empresario Gustavo Alatriste quiso obsequiar a su entonces pareja, la actriz Silvia Pinal, un regalo de cumpleaños, al preguntarle, la respuesta fue inesperada: la estrella mexicana le pidió protagonizar una película dirigida por Luis Buñuel. Alatriste era mueblero por entonces, pero decidió acercarse al mundo del cine y fundar la compañía Producciones Gustavo Alatriste con el objetivo de hacer realidad su regalo, lograr convencer al cineasta español y, de paso, convertirse en productor cinematográfico.

En 1959, durante el rodaje de Sonatas (México-España, 1959), dirigida por Juan Antonio Bardem —rodaje realizado en México con producción de Manuel Barbachano Ponce—, el actor Paco Rabal puso en contacto al director de la cinta con Luis Buñuel. Bardem era miembro de la productora española Unión Industrial Cinematográfica (Uninci), por lo que le planteó a Buñuel el regreso a su patria natal para filmar una película.

Según cuenta el propio Rabal en su libro de memorias (Si yo te contara, Editorial El País-Aguilar, Madrid, 1994), él fue quien logró presentar a Silvia Pinal y Gustavo Alatriste en el hotel Fénix de Madrid, en 1960, con Buñuel, que era un director con una bien ganada fama de hosco, a quien le sorprendió la propuesta de producirle una película para que la protagonizase Silvia Pinal. El trato era lo suficientemente fuera de lo común para que la aceptase, sobre todo cuando Alatriste le ofreció libertad absoluta.

En su libro de memorias (Mi último suspiro, Random House Mondadori, Barcelona, 1982), Buñuel confirma este encuentro, precisando que era “un extraordinario personaje que se convertiría en mi productor y amigo, el mexicano Gustavo Alatriste. Unos años antes, había estado brevemente con él en el plató de [la película] Archibaldo de la Cruz (Ensayo de un crimen, México, 1955)”.

Finalmente, acordaron que fuera una coproducción entre España y México, y que la película se rodara en la Península Ibérica. Buñuel acababa de regresar a su país natal por primera vez en 1960 —aprovechando su estancia en el Festival de Cannes para presentar su película La joven (The Young One, México-Estados Unidos, 1960)—, después de un largo exilio y estaba encantado con la gente, con poder visitar a su familia, a sus amigos y regresar a los lugares que él llamaba “entrañables”, pues tenía una colección de fotografías de Madrid, Toledo, Zaragoza y Calanda a las que había puesto ese calificativo.

Cuando Juan Luis Buñuel me comentó que, junto a su hermano Rafael, habían decidido vender la casa familiar de México, que su padre construyó en 1954 con ayuda del arquitecto Arturo Sáenz de la Calzada —compañero suyo en la época de la Residencia de Estudiantes de Madrid—, quien utilizó para el diseño del edificio el ladrillo como un elemento nostálgico, siendo además una muestra sumamente representativa de la arquitectura española en el exilio, hablé con Ángeles González-Sinde, por entonces ministra de Cultura de España, para pedirle que el Estado español la adquiriese, petición que aceptó con la condición de que yo me encargase de la compra. Para su inauguración realicé una exposición dedicada a la película Viridiana (España-México, 1961), pues estaban por cumplirse los cincuenta años de su estreno en la décimo cuarta edición del Festival Internacional de Cine de Cannes.

La realización de esta exposición me permitió recopilar una gran cantidad de documentación, entre las que se cuentan entrevistas con Silvia Pinal, Jean-Claude Carrière, Juan Luis Buñuel y Carlos Saura, entre otros; además de volver a ver la película para la necesaria investigación de cara a la creación de la exposición.

Aquí, la entrevista con la estrella del cine mexicano, a propósito de la producción, rodaje y estreno en Cannes de Viridiana.

—¿Cómo recuerdas el rodaje de Viridiana?

—Bueno, era un rodaje muy místico, ¿sabes? Acudían  muchos directores jóvenes, también muchos otros ya consagrados, lo mismo periodistas de todo el mundo, o sea, había un ambiente de trascendencia mundial, pues todos iban a rendirle homenaje a don Luis, ¿no?

“Y pues además resulta que la historia no la conocía nadie. Todo el mundo se encontraba totalmente equivocado pensando que bajo el régimen de Franco qué cosa iba a hacer Buñuel con la historia de una monja, de una novicia. Pensaban que no iba a hacer nada, que no podría hacer nada. ¡Y mira lo que hizo, fue una cosa increíble!”

—Pero tú conocías el guión.

—Sí, pero el guión no era tan fuerte como la película. Por ejemplo, decía: aquí sale una foto de La última cena. Y a la censura, en España no le afectó para nada ver que saliera una reproducción de la foto de La última cena, pero luego cuando él realizó la reproducción en el set, ¡dios en mi vida!, era una cosa colocar a los mendigos ahí y el más malo era el que estaba en medio, con el canto del gallo. Como le hacían falta un par de personas, ni tardo ni perezoso agarró al portero del set y a la sastre, los vistió de mendigos, los puso, tomó la foto, los quitó y nadie se dio cuenta. Estas eran el tipo de cosas que se atrevía y lo impresionante es que no pasaba nada.

“La película fue muy muy dura, muy difícil. Fuimos a lugares muy lindos como Toledo, donde se rodaron las primeras escenas en las que estoy de novicios, en un convento precioso. Más tarde, cuando estoy recogiendo a los mendigos, también es en Toledo, en la fuente que está ahí por el parquecito. Y luego está la finca de La Moraleja —actualmente Villa Matilde—, donde hicimos la película. Seguía siendo una finca que alquilaban para estudios cinematográficos, pero después la destruyeron y se perdió”.

—Pero también cuando estabas rodando sentías que estabas haciendo algo que se salía de lo normal.

—Pues sí, porque los personajes eran fantásticos. El lacerado era un mendigo de verdad que Buñuel encontró en la calle y le encantó, como era medio idiota resultaba un personaje increíble, pero hacía unas cosas horribles.

En la imagen, Luis Buñuel y Silvia Pinal durante el rodaje de Viridiana.

—¿Tuvieron muchos problemas con él?

—Sí, alguien tenía que acompañarlo cuando iba al baño porque, de lo contrario, olvídate de que él se bajara los pantalones y luego subírselos. Alguien tenía que hacerlo. Pero un día no le subieron los tirantes, entonces él llegó a hacer una escena en la que el cojo y él me correteaban y tenía los tirantes que le colgaban llenos de popó y a la hora de correr nos llenó de su porquería a todos en el foro, pero nadie cortó, eh, nadie. Terminamos la escena todos bañados, pero estábamos ahí, firmes como un soldado. Es que Buñuel era una gente muy muy especial, un gran talento. Tú sabías que estabas haciendo algo muy especial y eso te daba la fuerza para aguantar muchas cosas. A lo mejor aguantar horas de más o de aguantar su severidad, no malos tratos porque él era incapaz de hacerlo, pero sí era severo con la gente.

“Yo creo que Viridiana fue también algo muy especial en España porque, claro, era un exiliado republicano y que regresara fue muy criticado desde México por los propios exiliados españoles que estaban aquí, pero luego, claro, esta ya fue un escándalo. Lo que no entendían es que en el régimen de Franco, Buñuel no había regresado nunca a trabajar, había ido a tocar el tambor en Calanda (en Semana Santa), pero no había regresado a filmar. Y regresó a hacer la historia de una monja, por lo que no daban crédito. Un hombre de izquierda totalmente rodeado de gente de izquierda porque, eso sí, nos obligó a que fuera gente de izquierda y estaba (Luis Miguel) Dominguín, estaba (Juan Antonio) Bardem, estaba (Luis García) Berlanga, estaba (Ricardo) Muñoz Suay, nos dijo que quería trabajar con los cuates. Entonces, para darle gusto Gustavo (Alatriste) aceptó junto conmigo esa sociedad y afortunadamente pudimos hacer la película, pero fue gracias a eso que trabajó con gente de izquierda, lo que a él le gustaba dado que eran sus compañeros y lo hacía sentir a gusto, hizo lo que le dio la gana, que eso también estuvo bien. Y, bueno, burló totalmente a la censura.

“Digo, en el libro dice, por ejemplo, aquí vemos la reproducción de La última cena, de Leonardo Da Vinci o aquí la reproducción del Ángelus de Jean Millet, pero cuando pone las reproducciones en escena son terribles, son fuertísimas, pero la censura no se dio por enterada”.

—Y el final sí que lo cambió la censura, porque tú te quedabas a solas con Paco Rabal en la habitación.

—Claro y le dijeron que la novicia no se puede quedar sola en un cuarto junto a un hombre, que se quede también la criada y que se queden los tres. Entonces Buñuel dijo, bueno, entonces los pondré a jugar a las cartas. Y le contestaron: eso, eso, que se quede a jugar a las cartas. Y como era de una gracia y de un ingenio los puso a jugar al tute que creo que en España es algo así como una travesura, ¿no?

Francisco Rabal y Silvia Pinal en Cannes.

—Sí, un poquito de doble sentido, como aquí en México que muchas palabras tienen doble sentido.

—Sí, lo heredamos. La película es sensacional. Nosotros la vimos en un primer corte, Paco Rabal, Fernando Rey, don Luis y yo, porque íbamos a doblar nuestros diálogos. Y cuando nos preguntó qué nos parecía la película, Paco y yo dijimos que la cinta tenía un ritmo al principio y otro después. Que la primera parte se nos hacía lenta. Entonces Fernando, como era el afectado, no dijo nada, se quedó callado. Y don Luis le dijo a Fernando: bueno, sí, pero es que el personaje es lento y cansado, es un hombre grande. Pero se fue, le cortó tres o cuatro minutos y la película quedó estupenda, con un ritmo sensacional desde el principio hasta el final.

—Y al final se alzaron con el premio principal en Cannes.

—Nosotros no creíamos que nos iban a dar la Palma de Oro. Nos dieron la proyección el último día, a las tres de la tarde, era la última, y todos los premios ya estaban dados por debajo del agua. Nosotros dijimos: ya nos llevó la trampa. Y que va pasando la película y los periodistas salieron enloquecidos diciendo que era una bomba lo que había mandado Buñuel. Entonces, claro, la bomba se llevó la Palma de Oro, con la otra película italiano-francesa —Una larga ausencia (Une aussi longue absence), de Henri Colpi— a la que ya se la habían dado, pero nosotros salimos con nuestra Palma de Oro, con ésta [y la muestra]. Que luego me la tuve que traer escondida. Qué hermosa es. Creo que ahora las hacen más grandes, pero esta es la única del cine español (y del mexicano), del cine en habla hispana. Es hermosa.

—Te trae muchos recuerdos.

—Cómo no me va a dar recuerdos, imagínate. No pudimos recoger el trofeo porque cuando Juan Luis Buñuel y yo íbamos a entrar al cine, bueno, al Palacio, como no llevábamos invitación la guardia no nos dejó entrar y nos quedamos viendo desde la puerta a ver quién lo recogía y era un señor que era el Director General de Cinematografía y Teatro de España [Juan Antonio Muñoz Fontan], fue el que la recogió muy orondo pero no supo lo que le iba a costar [lo cesaron a su regreso]. Estábamos ofendidísimos de no haberla recogido nosotros, pero al día siguiente en el Observatorio Romano apareció la reseña “Viridiana, película impía” (con la consiguiente condena del Vaticano por “blasfema”) y Franco se quiso morir, porque se trataba de una película autorizada por su censura.

Fotograma de Viridiana, película de Luis Buñuel.

—De hecho le quitó el permiso de rodaje con lo cual no existía legalmente.

—Mandó quemar absolutamente todo lo que existiera de Viridiana en los estudios CEA, que estaban muy cerca de la finca La Moraleja. Afortunadamente los Dominguín sacaron una copia que se llevaron a su finca y yo tenía otra con la que hicimos el doblaje en Francia y cada uno la salvamos. ¿Cómo crees que íbamos a permitir que se perdiera? Para nada.

—Y allí en las fiestas hablando con la prensa también estaba Paco Rabal contigo.

—Hombre, claro, Paco estaba ahí. Estaba el día de la Palma de Oro, íbamos bajando las escaleras confiados en que ahí íbamos a recoger el premio. Después Juan Luis y yo ya no pudimos entrar al Palacio pero Paco sí estaba dentro.

“En ese momento fue una gran película, un gran reto que hicimos con Luis Buñuel, que era de izquierda total, llegando al gobierno de Franco para hacer una película y reírse de él. Un periodista aquí en México hizo una caricatura, Alberto Isaac, que era simpatiquísimo, en la que puso a Buñuel llegando de México y le entrega una bomba a Franco que se llama Viridiana. Se la entrega y le explota. Entonces era sensacional porque eso fue lo que le pasó. No fue la maldad de nadie, lo que pasa es que la película tuvo una fuerza y una importancia a nivel de interpretación de lo que era Buñuel.

—Pero también creo que los curas veían más de lo que había.

—Puede ser, pero sí estaba fuerte. Ve La última cena con esos mendigos y el más malo de todos era el que estaba al medio. Hacía unas cosas tremendas. Si estaba fuerte pero, bueno, fue gran película.

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