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Adiós a Dioniso: la tiranía de la medicalización

Octubre, 2024

No, las sociedades de ahora no son mejores que las de antes, nos dice Juan Soto en esta entrega de su ‘Modus Vivendi’. Sin embargo, sí que es cierto que son antidionisíacas: ya no se regodean en la transgresión, la estridencia, el exceso o la disidencia. Hoy tenemos, más bien, sociedades políticamente correctas y conservadoras, en las que dos temas rigen la vida cotidiana: la seguridad y la salud. Y recuerde: a la infame industria médica lo que le interesa no es su salud, sino su dinero.

Sí, a diferencia de como eran las sociedades a finales de los años sesenta del siglo pasado en Occidente, las sociedades de hoy son antidionisíacas. Ya no se regodean en la transgresión, la estridencia, el exceso, el éxtasis, la disidencia, el vértigo, la fiesta desbordada, la exaltación, la música enloquecedora, el radicalismo utópico ni político, etc. Y, no, las sociedades de hoy no son mejores que las de antes.

Hoy tenemos, eso sí, sociedades más conservadoras. Políticamente correctas y muy inclinadas hacia la derecha, aunque sus consignas, panfletos y clichés parezcan de izquierda. Dioniso —cojo, cornudo y con la cabeza coronada de serpientes, quien era considerado por los griegos el dios de la fertilidad y el vino—, parece ya no tener cabida ni posibilidad de ser adulado en las sociedades actuales. Ya no se le rinde pleitesía como hace poco más de medio siglo. Y, sí, Gilles Lipovetsky, el sociólogo y filósofo francés quien no se cansó de decirlo en muchos de sus libros, siempre tuvo razón al sostener que el espíritu de la transgresión pasó de moda, que la revolución sexual no es más que un viejo recuerdo y que existen dos temas que inundan la vida cotidiana: la seguridad y la salud.

El individualismo se ha fortalecido de manera recalcitrante haciendo del carpe diem la predilecta locución de los incultos para procurarse indulgencia, defender su despreocupación y, de paso, reivindicar la superficialidad en la que viven. Superficialidad que se traduce en orgías de consumo, realidades ludificadas, privatización de costumbres, culto al trabajo, ligereza cool igualitaria, mercantilización de las experiencias, entretenimiento vacuo, conversaciones livianas y despolitización de la vida y la convivencia colectivas.

Una sociedad antidionisíaca es una sociedad donde la medicalización de la vida se celebra y se recibe bastante bien. Jörg Blech, el biólogo y bioquímico alemán, crítico de la industria farmacéutica, ha demostrado cómo las empresas y los grupos de intereses médicos han hecho de la enfermedad un producto industrial. Analizando diversas fuentes, sobre todo las anglosajonas, pudo demostrar que la confección y comercialización de enfermedades fue y sigue siendo una tendencia global.

Y no, no se adelante. Que él sea crítico de la industria farmacéutica no quiere decir que esté en contra de ella, ni tampoco contra la medicina moderna. De hecho, en su bonito libro Los inventores de enfermedades ha dicho que se vacuna contra la gripe y cumple con las pautas de prevención contra el cáncer. El problema, dijo, es que la medicina ha ampliado su radio de acción de tal manera que cada vez se hace más difícil identificar la salud propia. ¿Cómo ocurre esto? Dirigiendo la medicalización de los problemas humanos con ayuda de los medios de comunicación de masas y, por supuesto, de los agentes médicos. De fácil identificación dice Blech, son cinco variantes a partir de la cuales se comercia con enfermedades.

⠀⠀ La venta de procesos normales de la vida como problemas médicos.

La caída del cabello es un magnífico ejemplo de este ‘procedimiento’. Cuando la empresa americana Merck & Co. aseguró haber descubierto el primer regenerador del cabello eficaz del mundo, la agencia de relaciones públicas Edelman inició una campaña. Mareó a los periodistas con los resultados de algunos ‘estudios’ y, poco después, muchos hombres asumieron que tenían que luchar contra la caída del cabello gracias a la difusión que se hizo en medios de este acontecimiento. Estas noticias, inquietantes para muchos, produjeron los efectos esperados, pánico y desconfianza. Hoy día sabemos que es común que las mismas compañías que venden tratamientos para hacer frente a supuestos problemas, son las mismas que patrocinan las investigaciones con la finalidad de avalar sus hallazgos y, por supuesto, vender bien los productos que hacen el contrapeso al pánico que difunden y la desconfianza que siembran entre sus potenciales clientes.

⠀⠀ La venta de problemas personales y sociales como problemas médicos.

Es frecuente escuchar en las aulas universitarias a los psicólogos decir que las personas ‘sanas’, mentalmente hablando, no existen. Que todas las personas, sin excepción alguna, deberían ir a terapia. Frente a estos discursos es difícil considerarse ‘normal’. O sano. Y así es difícil escapar de las garras de los psicólogos y la psicología de consultorio. Sembrar la desconfianza es un arma eficaz para que las personas terminen convencidas que necesitan de un ‘profesional’ que los escuche y, claro está, que les cobre caro por ello mientras les pasa los kleenex para que sequen sus lágrimas.

Todo parece indicar que la medicina y la psicología utilizan estrategias similares. Lo que antes se consideraba simple timidez, la empresa Roche lo bautizó como «fobia social» y pretendió tratarla con un antidepresivo. La agencia de publicidad encargada del tema designó como pacientes a millones de ciudadanos alemanes, recuerda Blech. Y, desde entonces, se patrocinan congresos y grupos de autoayuda para tratar dicho ‘trastorno’. ¿Le suenan terminajos como ludopatía y bipolaridad? ¿No le parece extraño que existan ya ‘especialistas’ en el tratamiento y prevención de dichos ‘trastornos’? Según el mismo Blech, en Estados Unidos el número de ‘enfermedades anímicas’ existentes aumentó de 26 a 395 desde la Segunda Guerra Mundial hasta inicios del siglo XXI. En el siglo XXI hay muchos ‘trastornos’ que están de moda.

⠀⠀ La venta de los riesgos como enfermedad.

Vivimos en una sociedad donde se insta a las personas-pacientes a realizarse exámenes médicos de forma periódica para prevenir enfermedades. La estrategia de esto consiste en reducir los valores de determinados parámetros considerados normales, como la presión sanguínea o el nivel de colesterol, para aumentar el número de enfermos. Así, aparecen nuevas formas para designar a los enfermos potenciales, aunque gocen de buena salud (el caso de los denominados pre-diabéticos es ilustrativo). La industria médica y los médicos pueden construir «futuros enfermos» en perfecto estado de salud realizando malabarismos con los factores de riesgo que se les antojen.

⠀⠀• La venta de síntomas poco frecuentes como epidemias de extraordinaria propagación.

El mejor ejemplo al que se puede recurrir es el del Viagra, ya que, desde la introducción de la pastilla contra la ‘disfunción eréctil’, esta se extendió en el mundo de una manera sorprendente. Tal y como lo relató Naief Yehya en su libro de El cuerpo transformado, con la aparición del Viagra en 1998, al dirigir la campaña directamente a los consumidores, Pfizer desató un bombardeo de euforia en los medios, además de tratar de eliminar el estigma asociado con la ‘impotencia’, llamándola disfunción eréctil. Medicalizar la sexualidad, según el escritor, implica estandarizarla y, al mismo tiempo, imponer un método para ignorar otras posibles causas del ‘problema’. La disfunción sexual femenina podría seguir el mismo camino.

⠀⠀• La venta de síntomas leves como indicios de enfermedades más graves.

Este ‘procedimiento’ consiste en hacer de un conjunto de síntomas de fácil identificación, un síndrome. La estrategia consiste en difundirlo como un estado patológico y que sea aceptado por los médicos para después persuadir a los pacientes y, por último, ofrecer una solución a eso que se ha inventado. El ejemplo emblemático de esto es el denominado síndrome de colon irritable. Este síndrome se hace acompañar de un montón de síntomas que muchas personas han experimentado alguna vez como dolores, diarrea y flatulencias. Hacer de estos síntomas de fácil identificación componentes esenciales de un síndrome permite que una buena parte de la población pueda sospechar que padece de la enfermedad que se esté anunciando como un nuevo padecimiento de nuestros tiempos y que, en consecuencia, decida hacer algo al respecto, como acudir al médico más cercano o comprar un tratamiento en la farmacia más cercana. No es casualidad que estos tratamientos se ofrezcan en cínicas y descaradas campañas publicitarias de las mismas farmacéuticas que han inventado esos síndromes.

Epílogo: la próxima vez que se sienta amenazado por algún conjunto de síntomas con los que usted vivía a gusto, piense como el gran filósofo alemán Hans-Georg Gadamer que sentenció que en la progresista civilización técnica de nuestros días haya debido inventarse una expresión como ‘calidad de vida’ que pretende describir lo que se ha sufrido entretanto. Y también recuerde y tenga presente que a la infame industria médica lo que le interesa no es su salud, sino su dinero.

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