Agosto, 2024
Norbert Bilbeny es catedrático de ética en la Universidad de Barcelona y escritor. Ha trabajado como investigador o profesor invitado en diferentes universidades de todo el mundo (Berkeley, Toronto, Chicago, México). Autor de varios libros, ya circula su nueva obra: El torbellino Kant. / Vida, ideas y entorno del mayor filósofo de la razón. En él, Bilbeny alterna la crónica biográfica con la traducción de ideas y conceptos kantianos en términos asequibles y demuestra la extrema actualidad del pensador alemán. Albert Lladó ha conversado con el filósofo catalán.
Norbert Bilbeny: ojos claros, camisa blanca y chaleco de dandi. La misma cabellera de siempre. Nos atiende rodeado de su biblioteca de clásicos. En el pasillo observamos algunas de las pinturas abstractas que realiza mientras no escribe. En su despacho convive un retrato de Proust con uno de Kant.
El catedrático de Ética en la Universidad de Barcelona, autor, entre muchos otros ensayos, de Papers contra la cinta magnética o La revolución en la ética / Hábitos y creencias en la sociedad digital, publica ahora El torbellino Kant (Ariel, 2024), un libro en el que nos adentra en la vida y las ideas del filósofo ilustrado ahora que se cumplen trescientos años de su nacimiento.
—Una de las cosas que más sorprende de la biografía de Immanuel Kant es que no tiene un empleo fijo hasta que cumple los 40 años. Cuando lo consiga, será como bibliotecario auxiliar. ¿Podemos imaginar al filósofo de la Modernidad como un intelectual inmerso en la precariedad laboral?
—Absolutamente. Kant fue lo que ahora llamamos un profesor asociado. Dependía del número de estudiantes. Cada año se anunciaban las asignaturas y, si no había suficientes estudiantes, el curso no salía adelante. El trabajo de bibliotecario auxiliar también era precario, pero estaba cerca de las casas donde se hospeda. Vive en unas condiciones muy modestas hasta que no es nombrado profesor ordinario de la Universidad.
—Otro dato significativo: su madre muere cuando él apenas tiene 13 años. Se queda sin padre a los 22. ¿Cómo forjó eso su carácter?
—Echó mucho de menos a sus padres. Era un ambiente de mucha calidez. Su padre era talabartero (el artesano que realiza arneses) y vivían prácticamente en el taller. Creció, pues, en una familia de artesanos de un nivel medio o bajo. Ese ambiente de una familia luterana pietista, donde el trabajo tenía un carácter ético, incluso humanista, le debió influir, sin duda.
—¿Por qué utiliza el término “torbellino” para describir a un filósofo “tranquilo”?
—El famoso lema de la ética kantiana, el “imperativo categórico”, que defiende que actuemos de forma incondicional, y no de forma interesada, tiene la rotundidad de un redoble de tambor. Su pensamiento es intempestivo. Y defiende la idea de libertad bajo un régimen despótico. Es irreverente e inquietante. Es alguien que incomoda a los defensores de la estructura establecida. Cada texto sacude conciencias morales, políticas y religiosas. Es un torbellino, sí.
—La caricatura del personaje nos recuerda que nunca salió de su ciudad natal, en Königsberg, en la Prusia Oriental. Pero usted explica que se trata de una ciudad profundamente cosmopolita. ¿En qué sentido?
—Había sido la antigua capital del reino de Prusia. Cuando vive Kant, aún hay muestras de su poder administrativo y cultural. Además, por su ubicación, en el mar Báltico, la convertía en una ciudad muy activa comercialmente. Le permitía, por ejemplo, leer la prensa internacional. Estaba prácticamente al día de lo que pasaba en el resto de ciudades importantes de su entorno.
—Usted ha trabajado anteriormente el cosmopolitismo como tema filosófico. ¿Cree que hoy ha perdido vigencia en el debate público? ¿Cómo ha afectado la globalización, donde hay desplazamientos constantes, e incluso se habla de “nómadas digitales”, en un mundo de mucho tráfico y poca interacción cultural?
—Para ser cosmopolita no hace falta ser un viajero. Ni un viajero de lujo. Kant mismo apenas salió de su ciudad, sólo en su juventud, cuando dio clases a familias acomodadas de los alrededores de Königsberg. Sin embargo, era profundamente cosmopolita, y muy crítico con la cultura imperial. Lo mismo hoy: no hace falta ser un deportista de élite, ni un artista famoso, para considerarse un ciudadano del mundo. Ser cosmopolita es tener una mentalidad abierta en la que en el horizonte se vislumbra la unidad de la humanidad. Ante problemas globales, soluciones globales.
“Es cierto que ahora apenas se discute, incluso académicamente, el tema del cosmopolitismo. Creo que es porque la globalización cada vez ha ido tomando un acento neoliberal. Y un significado de globalización de mercado. Pero una cosa es la globalización económica y tecnológica, y otra cosa es el mundialismo democrático. No todo lo global es mundial. El gran reto es hacer de nuestro planeta un horizonte mundial. Eso ya se vio después de la gran hecatombe de la Primera Guerra Mundial, con la fundación de la Sociedad de Naciones, y, después, con las Naciones Unidas y la Declaración de los Derechos Humanos”.
—¿El cosmopolitismo puede ser también identitario?
—Sí, el reto es que no se cierre a la diversidad. Si el cosmopolitismo quiere ser una alternativa al Estado nación tiene que acoger y respetar la diversidad. Y eso es lo que no nos queda tan claro en el cosmopolitismo de Habermas, por ejemplo, que es más uniformista.
—También Kant es un personaje de un mundo que, ya entonces, parece que no está de moda. La Ilustración está dejando paso al Idealismo filosófico y, en el arte y la literatura, al primer Romanticismo. Pero él apuesta por algo que hoy parece tan necesario como quimérico: “una federación universal” que trabaje para “la paz perpetua”.
—Incluso sus propios discípulos, como Fichte, critican esa mirada abierta de Kant. Fichte era un proteccionista del Estado prusiano. Pero creo que vamos hacia lo que Kant vaticinaba para el futuro de la Humanidad. Tardaremos treinta, cien o doscientos años a alcanzar ese horizonte de concierto mundial, pero se llegará sin duda. Seguramente la mejor fórmula no es un Estado mundial, que seguramente proporcionaría un régimen totalitario, pero sí una confederación de comunidades culturales. El Estado está cada vez más desbordado, y la necesidad de interconexión es cada vez mayor.
—¿Considera que la Unión Europea ha sido un primer gran experimento en ese sentido? ¿En qué ha fallado, desde el prisma de Kant?
—Kant diría que estamos todavía en los primeros pasos. Él siempre dijo que lo importante no era tanto considerarse ilustrado, como formarse como un ilustrado. La Ilustración, decía, no es algo que se haya conseguido, sino es algo que se está haciendo. La Unión Europea no es todavía una unión, sino un progreso. Queda mucho por avanzar porque no es una unión de comunidades, sino una vía política de interacción entre gobiernos. El progreso siempre va a depender de nuestra voluntad.
—Muchos situarán su pensamiento filosófico como el de un liberal. Pero en su ensayo defiende que es, sobre todo, un republicano.
—No es un pensador liberal, es un republicano. A nuestro modo de ver, hoy, es liberal en el sentido ético, en tanto que tolerante, y partidario de garantizar los derechos fundamentales de las personas. Pero no es un liberal en el sentido político y económico. Tampoco es un demócrata.
—Simpatizaba con la Revolución Francesa, aunque no con la pena de muerte. En su contexto, inmerso en una monarquía absolutista, esas ideas, ¿se recibían como un desafío o como la boutade de un filósofo?
—Perdió amigos. Y colegas que se distancian de él cuando conocen sus ideas, y su adhesión al régimen republicano que se estaba instaurando en Francia y Estados Unidos. Y también por su crítica a la religión establecida. Era un personaje heterodoxo.
—Sin embargo, asocia el derecho a votar a la propiedad. Sólo pueden ejercer ese derecho quienes tiene “personalidad civil”. ¿La independencia es una condición previa a la libertad? Parece un callejón sin salida.
—Por eso tampoco se le puede considerar como a un demócrata. Se consideraba que quien tenía derecho a voto tenía que demostrar que estaba anclado en la comunidad, que tenía un arraigo. Era, pues, un voto censitario. Pero una cosa era el voto, y otra la independencia en el sentido de la autonomía de la persona. Para Kant hay que diferenciar el aspecto civil del moral.
—De todos modos, la apuesta de Kant es trabajar por una paz que no se consiga por victoria, sino por acuerdo. No deja de estar a favor del contrato social. ¿En qué se diferencia, entonces, de Rousseau?
—El de Rousseau es un contrato social más universalista. El de Kant, es más republicano. De todos modos, Kant tenía únicamente un retrato colgado en su despacho, y era el de Rousseau. Ambos consideran que el gobierno depende de la voluntad de la ciudadanía, de cada uno de sus miembros, pero el planteamiento de Rousseau es una fórmula más abierta y democrática.
—En 1770, cuando tiene 46 años, consigue su plaza de profesor en la universidad, alternando clases de Lógica y Metafísica. En su estreno académico, en su Disertación, ya diferencia el conocimiento sensible del inteligible. Son diferentes, pero “se dan juntos y a la vez”.
—Hay una única mente humana. No hay una razón, a la manera de Descartes, separada de la naturaleza emocional. Existe una capilaridad entre lo inteligible y lo sensible. Hay una distinción, pero es filosófica. No hay una separación antropológica entre el mundo a priori y el mundo a posteriori. Los datos de la experiencia son interpretados por el entendimiento. Es la razón quien nos guía, finalmente. A veces se ha traducido la noción kantiana de “gemüt” como “espíritu”. Pero no, no. Quiere decir “mente”, y en la mente humana cabe todo, lo intelectual y lo emocional.
—No vuelve a publicar durante más de una década. Hasta que llega la Crítica de la razón pura, en 1781. Usted explica que “crítica” es una palabra desconocida hasta ese momento en filosofía.
—Sí, y Kant no se refiere a la censura, sino al discernimiento. Viene del término griego “krinein”, que es literalmente separar. El término “criterio” tiene la misma raíz. Se trata de juzgar distinguiendo las partes. Luego Marx utilizará muchísimo el término “crítica”.
—La de Kant es una filosofía de los límites. Hay que defender la razón del dogmatismo. ¿A qué se refiere, entonces, con el término “puro”? ¿Cómo cambia la idea de metafísica desde entonces?
—Se refiere a la razón especulativa, que atribuye a las meras ideas. A partir de entonces la metafísica tiene que reconocer sus enormes límites. No puede dar por conocimiento lo que es sólo pensamiento. No podemos decir que “conocemos” entidades como “Dios” o “alma”, aunque las podamos pensar. Las ideas no constituyen realidades.
—Escribe esas casi novecientas páginas en pocos meses.
—Es uno de sus defectos. La escribe rápido. Aunque es una obra de extrema madurez, literariamente no está muy conseguida.
—¿Podemos decir que Kant es unos de los filósofos más importantes, pero de los que escriben con menos estilo?
—No es uno de los mejores escritores, sin duda. No tiene el color, la chispa, el sentido de la provocación, o la ternura, de Voltaire, Goethe o Lichtenberg, por ejemplo.
—¿Cuál es el libro mejor escrito, a nivel estético, de Kant?
—Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime. Se trata de un ensayo, no de un tratado metafísico.
—En 1788, publica Crítica de la razón práctica. ¿Cuál ha sido el viaje filosófico de alguien que no se deja tentar ni por el racionalismo (aceptando la experiencia) ni por el empirismo (que lo somete todo ella)?
—Al final de la Crítica de la razón pura ya ha emprendido ese viaje, cuando Kant muestra las insuficiencias de las nociones abstractas. En la Crítica de la razón práctica se concentra, fundamentalmente, en la importancia de la voluntad. Y cómo una razón autocrítica es el mejor instrumento para regular esta capacidad natural del apetito, del deseo. Que la voluntad no sea el querer por el querer.
—Las tres cuestiones clave de su filosofía son: 1) ¿Qué puedo saber?, 2) ¿Qué debo hacer?, 3) ¿Qué puedo esperar? Parece que la respuesta esté, siempre, en el humanismo, la universalidad y la razón. ¿Dónde queda el pensamiento situado y la intuición para responder a esas preguntas?
—La intuición, para Kant, quedaría dentro de la sensibilidad. El entendimiento y la razón tienen la misión de nutrirse de la sensibilidad, pero poniéndole un coto. Y siempre partimos de juzgar lo concreto para, luego, razonar lo abstracto. Si tienes criterio, si tienes buen juicio, puedes relacionar algo particular con algo universal. Hay un engarce entre sensibilidad, entendimiento y razón. Kant rompe con el esquematismo anterior de Descartes.
—La política actual parece inmersa en una hipérbole de la sentimentalidad y en una emocionalidad intencionalmente exaltada. Usted ha escrito recientemente, también, sobre Moral barroca (Anagrama, 2022). ¿Somos, hoy, más barrocos que kantianos?
—En un sentido académico, somos más ilustrados que barrocos. En el mundo anglosajón la impronta de la filosofía analítica es lo dominante. Pero la sombra que te empuja hacia la luz está en el Barroco. Y esos matices son muy interesantes. El elemento barroco prevalece en nuestras relaciones sociales.
—¿Cuál es el principal desafío contemporáneo que aún es vigente en el “Sapere aude” (“Atrévete a pensar”) de Kant?
—Es una invitación a pensar por uno mismo sin dejarse arrastrar por modas, lugares comunes u autoridades. Kant nos invita a confiar en nosotros mismos. Es un esfuerzo cognitivo, pero tiene un valor emocional, también. La Ilustración nos enseña a tener coraje.