Enero, 2024
Al negarse a elaborar una lista de lo mejor del cine en el ya transcurrido 2023, el periodista cultural y cinematográfico Sergio Raúl López decidió no calificar ni poner a competir las películas de arte y de autor de todos conocidas. A cambio, propone al lector-espectador un mapeo de sus muy particulares gustos y recomendaciones. Prácticamente un acto de nigromancia, de esotérica búsqueda de lo oculto ante la terrible crisis de distribución y exhibición de nuestra filmografía nacional.
Tan personal e inimitable como una huella digital o una firma manuscrita resultan los gustos cinematográficos de cada cual. Tan simple como eso. Así como las preferencias y los apasionamientos en torno a las creaciones artísticas o los estilos literarios son tan personales que, pese a los cánones clásicos —mayoritariamente impuestos desde las visiones occidentales y, digámoslo más agresivamente, colonializantes—, habrá siempre alguno que prefiera una obra maestra por encima de otras cien, y si somos lo suficientemente diversos, habrá mil y una listas diferenciadas de aquel centenar de piezas unánimemente aceptadas.
Habrá quien prefiera al Hollywood clásico de vaqueros, novela negra y comedias screwball por sobre los efectos especiales de la ciencia ficción, las críticas antibélicas o el cine de desastre de los años setenta u ochenta, y los que admiren sin reserva los seriales emanados de los cómic y sus historias paralelas y enredadísimas de superhéroes o las telenovelas del espacio exterior filmadas en foros virtuales con pantallas LED y ya sin la necesidad de construcciones costosísimas. O el que se sienta culto con el cine comercial francés tan afecto a la neurosis y los divorcios por causas tan ligeras que ni ameritarían al psicoanalista o a los dramas de la vida cotidiana en el Asia actual o los lentos y poco elaborados dramas observacionales latinoamericanos.
En fin, que cada cabeza es un mundo y que cada mirada albergará una estética —casi una ética se diría— que no le pertenecerá a nadie más. Parafraseando al primer Wittgenstein: tan amplios los gustos cinéfilos como la cantidad —y la variedad, añadamos— de filmes vistos, reflexionados, deglutidos y procesados. (Pero también de libros, de pinturas, de fotografías, de idiomas, de palabras y de vivencias culturales adquiridas y concitadas ya como experiencia madurada).
Es por ello que no creo en las listas de las películas del año —tanto como me opongo a calificarlas con estrellitas o numerales, es más, como esa forma de la censura disfrazada que es la clasificación por edades, pues no hay lindes que definan los cumpleaños necesarios para admirar a Pasolini, Tarkovski o a Buñuel sino el prejuicio moralino y asustadizo de las mentalidades cortas—, porque reflejan más una pose de espectador profesional de la que los periodistas especializados debiéramos huir porque simplemente no podemos pretender saberlo todo o casi mayoritariamente. En un arrebato de verdad más que de humildad, el crítico o periodista especializado —o al menos el que se dedica profesional o de manera aficionada a esta actividad— podría desmontar sus carteles favoritos en su estudio o habitación para sustituirlos con un simple letrero que podríamos equiparar a una postura socrática: “Sólo sé que no he visto nada”. Y no exagero, el portal en línea Internet Movie Data Base (IMDb) nos informa que tiene registro de 667 mil 381 largometrajes, bien sea de ficción o documentales, mientras que el reporte de tendencias Focus, que anualmente edita el Observatorio Audiovisual Europeo y que presenta en el Marché du Film del Festival de Cannes, nos advierte que simplemente entre las diez naciones con mayor producción de películas en el mundo —en el “sistema oficial”, se advierte, sin que quede muy claro el significado de esto—, alcanzaron los 9 mil 579 en el 2019, los 5 mil 886 en el 2020 y los 7 mil 865 en el 2021 —reducción ocurrida debido al confinamiento y a la crisis sanitaria global causada por el virus SARS-CoV-2—; es decir el hecho en India, Estados Unidos, China, Japón, Corea del Sur, Francia, Italia, España, Reino Unido y Rusia, en orden descendente, aún sin contar a nuestra República, que según cifras del Instituto Mexicano de Cinematografía, alcanzó las 269 producciones en 2021 y las 268 en 2022.
Ante la evidente imposibilidad de conocer al menos la mayoría de esas obras audiovisuales —nada más el cine mexicano exigiría ver cinco cintas a la semana, ya no digamos la liga de la decena con mayor producción que nos exigiría como espectadores mirar 26 y un cuarto largometrajes al día en 2019, por ejemplo—, resulta de una altanería soberana y de una contradictoria pobreza de miras supina definir lo mejor del año desde nuestro aislado asiento de una sala de exhibición o de una pantalla digital en casa. Quizás ahí radique la razón por la cual comienzan a abundar ya no sólo las listas individuales de supuestos expertos sino los conglomerados de opinadotes, lo mismo en revistas prestigiadas o en medios independientes.
Lo más triste es que los resultados no variarán demasiado pues aunque se reúnan a medio o a un centenar de colegas cuya actividad principal es mirar películas no se escapan a la inercia bien sea de las elefantiásicas campañas publicitarias de las grandes productoras como las Majors de Hollywood —Disney, Paramount, Universal, Sony Pictures, Warner Bros. o Netflix, agrupadas en la Motion Picture Association (MPA)—, ni a las cintas premiadas en los grandes festivales del mundo occidental —Cannes, Berlín, Venecia, Sundance o San Sebastián— y menos aún a las obras que dan prestigio, más que suscriptores, a las plataformas audiovisuales en la red —de nuevo Netflix, Disney y Paramount, pero también Amazon Prime, HBO Max, Star, Hulu o Mubi—, lo que vuelve estériles a la mayoría de estos ejercicios, además de superfluos y solipsistas.
Pero si tomamos en cuenta que a la gran cantidad de producciones audiovisuales mexicanas de los años recientes que superan ya con mucho a los mejores números de la gran industria local de los años cuarenta y cincuenta —que alcanzaron 135 en 1958 y que han sido infaltablemente superadas desde el 2015 y hasta ahora—, no alcanzan a su público natural ni en los cines ni tampoco en las plataformas y menos aún en ese desierto moribundo en que se ha convertido el mercado de las copias en video —tanto en DVD como en Blu-ray—, ya que de los 66 millones de boletos vendidos en el 2021 apenas 7 millones 495 mil fueron para las producciones locales (el 3.7 %) y de los 87 millones en el 2022 alanzaron apenas 12 millones 27 mil (apenas el 3.2 %), significa que las otras dos columnas en que se sostiene la industria cinematográfica que son la distribución y la exhibición, simplemente no funcionan ni representan competencia alguna a la gran maquinaria hollywoodense, mal que se extiende también al ámbito de las plataformas y a la televisión, entonces habrá que lanzar una bengala de rescate, una carta en una botella para aquel lector que consulte estas páginas.
Ésa es la razón por la cual he elaborado esta sucinta lista con las películas que, a mi juicio y experiencia, me conmovieron profundamente, que poseen valores de producción suficientemente buenos para ser recomendadas y que, además, difícilmente formaron parte de aquel corpus que se premia, se menciona y se magnifica entre los recomendadores tanto impresos como digitales, los festivales locales —es decir, los que aún se mantienen con actividad— y las instituciones de la oficialidad.
Comparto, pues, este cine mexicano que vale la pena cazar, localizar, recordar y, si las circunstancias resultan propicias, mirar en la cartelera, fuera de todo exotismo, chantajismo y moralinas varias, como la cómoda denuncia desde el privilegio, las ficciones exageradas e inverosímiles y ese género cada vez más abundante de las producciones históricas que más que intentar reconstruir personajes y hechos son simples proyecciones freudianas de los traumas, miedos y egolatrías de su realizador. No todas son estrenos rigurosos del año que terminó, otras fueron directo a plataformas y alguna otra apenas estrenó en algún festival pero no ha sido vista por el público, pero qué más da, con escasas pantallas, poca difusión y un público distante que no tiene acceso siquiera a la noticia de su existencia, vale la pena tenerlas en cuenta.
Mujeres del alba (México, 2023), de Jimena Montemayor Loyo.
Basada en un par de novelas de su padre, el inmenso intelectual Carlos Montemayor, Las mujeres del alba y Las armas del alba, se aleja de la convencional pornomiseria en torno al narcotráfico, el crimen organizado y la violencia seca para tejer un fino relato sobre las causas de la guerrilla durante la Guerra Sucia, la persecución y matanzas del Ejército Mexicano y las formas de vida de las mujeres en la sierra de Chihuahua, con delicadeza y serenidad. Estrenó en el Festival de Guadalajara y aguarda aún su estreno en cartelera.
Home is Somewhere Else (o Mi casa está en otra parte, México-Estados Unidos, 2022), de Carlos Hagerman y Jorge Villalobos.
Relato narrado en ritmo de prosa recitada-cantada-rapeada por un joven deportado arbitrariamente, nos introduce con tres estéticas tanto en la animación como en la música incidental del finado Javier Álvarez, en tres casos de personajes conflictuados por el cruce de fronteras, vidas y aspiraciones tanto en México como en los Estados Unidos, como muestra de la contradicción del ser fronterizo y migrante, una condición que enfrenta a dos hermanas, que politiza a una niña tras el arresto y deportación de su padre y que le cambia la vida al artista y activista que ahora carga orgullosamente el sobrenombre de El Deportee.
La Colonial (México, 2022), de David Buitrón.
Lo popular mexicano sin artificios, dramatizaciones o exageración confluye en una antigua casona venida a menos en la asaz populosa colonia Guerrero y sus habitantes que si bien comparten su cotidianidad en lo que pareciera una ciudad informe, enriqueciéndola con sus anécdotas, costumbres y habla tan peculiar como única, siempre en riguroso blanco y negro, como un retrato con una vieja cámara mecánica, tan antigua y melancólica como persistente e indestructible en sus formas de ser y de sobrevivencia.
La alberca de los nadies (México, 2022), de José Luis Solís.
El terrorífico hallazgo de los migrantes ejecutados en una finca en San Fernando, en aquel triángulo sin ley entre Nuevo León y Tamaulipas deviene en un ensayo de género, claustrofóbico y opresivo, en el que la fuerza de las armas y la veleidad del secuestro de humanos frágiles sirven para construir personajes, especialmente de una pareja que debe fingir no conocerse para sobrevivir —ella, nada menos que la gran guatemalteca siempre expresiva María Mercedes Coroy; y él, el impertérrito Danny Bautista—, que van dando forma dramática a esta pesadilla en una finca de millonarios en que la rutina es el miedo mismo. Desde su estreno en Mérida ha ido aumentando la importancia de sus festivales y probablemente arribe a cartelera en el segundo semestre del 2024.
Los minutos negros (México, 2021), de Mario Muñoz.
Otra cinta de género, esta vez un suspenso habilitado a fines de los oscuros años setenta, entre la corrupción del sindicato petrolero, de los políticos locales y de los policías coludidos con las mafias locales, nos presenta a un héroe impensado y atípico que decide enfrentar directamente a todas esas fuerzas manchadas y maculadas al investigar un crimen en una entretenida película que (lamentablemente) estrenó directamente en la plataforma Vix.
Observar las aves (México, 2019), de Andrea Martínez Crowther.
Un interesante falso documental sobre una académica de San Miguel de Allende, Lena, que decide enfrentar la lenta pero inexorable disolución de su ser a causa del tenebroso Alzheimer, pactando con una joven cineasta para que registre sus claroscuros y su angustia por la memoria que se apaga en su bella casona con jardín a pesar de ella misma, de su familia y de las infranqueables crisis que se le van presentando, en una producción de escasos recursos financieros pero grandes soluciones emocionales.
Perdidos en la noche (México-Alemania-Países Bajos-Dinamarca, 2023), de Amat Escalante Wool.
Sintético aunque frecuentemente irresuelto resumen pretendidamente abarcador —que, por ende, poco aprieta— de los cuatro largometrajes previos —e inclusive de los cortometrajes— del cineasta guanajuatense por excelencia, con un evidente mayor dominio técnico y narrativo en sus herramientas como realizador y un perfeccionamiento de las escenas shocking que casi parecen un abuso. Este thriller psicológico y también de acción critica de nuevo la comida chatarra, el crimen y la violencia, la sexualidad inexperta e ignorante, los abusos del poder pero ahora también las figuras del arte contemporáneo, la música pop televisiva y a los influencers de las redes sociales digitales en una pequeña localidad minera y en una imposible casa construida ex profeso para la filmación. Estrenó a mediados de diciembre en 170 salas con escasa respuesta de público, pero seguramente pronto llegará a la plataforma Mubi.
Los rayos de una tormenta (México, 2023), de Julio Hernández Cordón.
En este enloquecido y arriesgado cortometraje, el director persiste en la permanente exploración de temas, técnicas y soluciones cinematográficas para relatarnos la batalla de la Noche Triste —o Victoriosa como la renombró el actual gobierno capitalino—, entre danzantes concheros del Zócalo de la Ciudad de México y jóvenes en motoneta del barrio de Tepito, a múltiples voces, desde la entrevista con los actores hasta las reflexiones del director con voz tímida, la creación de un mundo etéreo al filmar el reflejo de espejos gigantes y una épica batalla final no exenta de humor y de toques de arte actual. Se presentó en Marsella, Nueva York, Black Canvas y Gijón y este 2024 irá directo a Mubi.
Pobo ‘Tzu’ (Noche blanca) (México, 2021), de Tania Ximena.
La tragedia del volcán Chichonal, en Chiapas, no fue tan conocida ni citada, pese a ser la más devastadora erupción ocurrida en México en décadas recientes, probablemente porque ocurrió en pleno mandato de José López Portillo y el presidencialismo absoluto podía manipular la información y a la sociedad. Pero cuatro décadas más tarde conocemos a los desplazados por la erupción que mantienen sus recuerdos y raíces en el pueblo sepultado, en el que se empeñan en una casi imposible misión arqueológica de recuperación, pues sus sueños y sus existencias están ligadas en definitiva a ese bello pero peligroso cráter y a los vestigios y reliquias de la vida que alguna vez llevaron ahí. Un gran viaje iniciático a la vulcanología y a la cosmogonía zoque, pero también al desplazamiento forzado no sólo por la lava sino por los intereses extractivistas y las bandas criminales. Estrenó a fines de 2022 pero sigue recorriendo pequeñas salas independientes con milagrosa persistencia.
Un lugar llamado música (México, 2022), de Enrique M. Rizo.
A lo largo de su longeva carrera, el afamado compositor minimalista Phillip Glass ha mantenido contactos con músicos de muy diversas tradiciones de todo el mundo, lo mismo hindús que tibetanos, japoneses y africanos, en una profunda y universal búsqueda por la esencia de lo humano; empero, acabó por hallarla en la música ceremonial wixárika —o huichola—, en la que un simple violín y una guitarra artesanal tañen ritmos repetitivos e hipnóticos para acompañar los cantos sagrados que relatan historias de la creación y de sus deidades. Este gran documento va de lo grandilocuente a lo mínimo, inicia con conciertos en el Palacio de Bellas Artes, pasea por Nueva York pero acaba profundizando en el fuego, el cerro del quemado, los concejos comunales y los misterios de este pueblo que mantiene sus raíces tan poderosas que conmovieron al famoso neoyorquino. Estrenó a mediados de noviembre, y aún debe estar girando por algunas salas.
No quiero ser polvo (México-Argentina, 2022), de Iván Löwenberg.
Cierto que la comedia televisiva y de evidente, directa y burda lucha de clases ha campeado la taquilla en poco más de una década desde los arrolladores 21 millones de boletos vendidos por dos cintas en 2013 —Nosotros los Nobles y No se aceptan devoluciones—, pero es muy escaso el relato fílmico que emplea la sátira y el humor negro como ocurre en esta cinta tan fantástica como delirantemente cotidiana sobre la práctica del yoga, las mancias, las profecías y el negocio de lo esotérico y el pensamiento mágico en general. La propia madre del autor protagoniza de manera deliciosa la estresante relación familiar que irá extendiéndose a vecinos y familiares cuando se aproximan los tres días que conmoverán al mundo de la pobre pero voluntariosa Bego. Justo es el primer estreno nacional del 2024 tras formar parte de la programación del sexto Black Canvas.
Donde duermen los pájaros (México, 2022), de Alejandro Alatorre.
Fresca, fresquísima película de descubrimiento y madurez en la que un joven zacatecano al que pareciera cerrársele el mundo cuando se descubre traicionado y utilizado, además de alejado de su hermana que migró a los Estados Unidos y dolido ante sus padres divorciados, sólo para hallarse entusiasmado con una amiga con la que no sólo encontrará el amor sino que le mostrará personajes y sitios bellos y poco conocidos de la ciudad virreinal, además del descubrimiento del deslumbrante ritual de las Morismas de Bracho con otro de sus compañeros-cómplices. Una película independiente, de creación larga y lenta, que tras competir en el FICUNAM del 2022 se estrenará en cartelera hasta diciembre de 2024.