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Cuando la literatura nacional se convierte en universal

A propósito del Día Internacional de la Traducción: los casos de Elena Ferrante y Annie Ernaux

Septiembre, 2023

El Día Internacional de la Traducción se celebra cada año el 30 de septiembre, fecha en que se conmemora el fallecimiento de Jerónimo de Estridón, traductor de la Biblia y santo patrono de los traductores. A propósito de esta celebración, Patricia Álvarez Sánchez reflexiona sobre el oficio. La literatura universal no sería universal sin la labor de los traductores, escribe. En la historia, contamos con ejemplos de autores que los odiaban y otros, como Elena Ferrante, conscientes de su importancia y de su papel creativo. Por otra parte, en un segundo texto, Lydia Vázquez nos cuenta sobre traducir la “lengua plana” de Annie Ernaux. Aunque puede parecer fácil —escribe Lydia, traducir a una escritora tan precisa como la Nobel de Literatura 2022 tiene su dificultad.


Elena Ferrante y su traductora: una historia de amor correspondido

Patricia Álvarez Sánchez


El que es hasta el momento el último libro de Elena Ferrante, La vida mentirosa de los adultos (2020), comienza con una declaración de principios. Su autora nos advierte de que no sabe si es ella quien lleva el hilo del relato o este es, simplemente, un dolor enredado. Es curioso que declare así distanciarse de su protagonismo como escritora y ocurra lo mismo en la vida real, dado que sigue siendo una incógnita quién se esconde tras la pluma de su pseudónimo, Elena Ferrante.

La traductora Celia Filipetto. / Acantilado Ed.

Traducidas a más de 40 idiomas, sus obras nos llegan a menudo de la mano de sus traductoras porque, tal y como argumenta Fruela Fernández, la traducción editorial es un sector feminizado. Aunque muy poco sabemos de la autora, se trata seguramente de una mujer. Además de su pseudónimo, los temas de sus obras suelen asociarse al universo de la ficción femenina: las relaciones madre-hija, las amistades femeninas, la maternidad, las relaciones de pareja y la denuncia de la violencia patriarcal; todos ellos aparecen sintonizados con gran armonía y dibujados con honestidad.

También en nuestra tierra nos llegan sus palabras de la mano de una gran traductora. Celia Filipetto es quien, desde su traducción de La amiga estupenda (2011) —bestseller convertido en serie por Saverio Constanzo y Alice Rohwacher—, vierte la obra de esta autora italiana al español.

Traductores invisibles

El reconocido traductor Javier Calvo sostiene que la invisibilidad del traductor puede ser una cosa muy cómoda; le permite compartir la parte más atractiva de la vida del escritor (el trabajo en pijama —con una taza de café al lado— y diseñar su propio horario) sin sufrir los estragos que conlleva salir de promoción, dar charlas ni entrevistas.

Pero en el caso de Elena Ferrante, ocurre justamente lo contrario: el anonimato de la autora ha causado que sean sus traductores quienes presenten las novelas, promocionen y finalmente adquieran cierta celebridad. Esto ha provocado que Celia Filipetto, quien ha declarado no conocer personalmente a la autora, haya ganado el protagonismo más propio de una escritora y haya tenido la posibilidad de interactuar con los lectores, un cambio de papeles que casi podría dar comienzo al argumento de una novela y ser el de una historia de amor correspondido.

Una relación de amor-odio

Esta relación promueve un relevante debate sobre la importancia y la visibilidad de la tarea del traductor literario. Hasta hace pocas décadas, el escritor era comprendido como genio creativo y su obra original como algo insuperable, mientras que el traductor quedaba relegado a un segundo plano y el resultado de su trabajo se entendía como una obra imperfecta.

Milan Kundera. / Foto: Wikimedia Commons

Sin duda, uno de los autores que adoptó una de las posturas más radicales en torno a este tema fue el recién fallecido Milan Kundera, quien demostró en numerosas ocasiones su antipatía por los traductores de sus obras y menospreció reiteradamente sus traducciones. En uno de sus ensayos más satíricos de El arte de la novela (1986), razona esta animadversión al referirse a la traducción de su novela La broma (1967):

Me encuentro con mi traductor: no sabe una sola palabra de checo. “¿Cómo la tradujo?” Me contesta: “Con el corazón”, y me enseña una foto mía que saca de su cartera. Era tan simpático que estuve a punto de creer que realmente se podía traducir gracias a una telepatía del corazón. Naturalmente la cosa era más simple: había hecho la traducción a partir del refrito francés, al igual que el traductor en Argentina.

Posteriormente Kundera se afanó en supervisar las traducciones de sus novelas y éstas mejoraron, pero ignoró en sus declaraciones que en el mundo de la traducción existe un gran intrusismo (uno de los grandes problemas es la desprofesionalización del sector) y que el éxito radica, como en muchas otras áreas del conocimiento, en encontrar a verdaderos profesionales.

Artífices de la literatura “universal”

Muy diferente es la relación de confianza y admiración de muchos otros autores, como los receptores del Nobel de Literatura Günter Grass y José Saramago, con sus traductores. Este último, que estaba casado con la traductora de sus obras al español, Pilar del Río, exaltó que gracias a la traducción, la literatura nacional se convierte en universal.

Grass, quien trabajaba estrechamente con sus traductores, llegó a declararlos sus mejores lectores y a criticar que no se valorara suficientemente su trabajo. No en vano Claudia Toda esclarece que Grass era conocido por organizar, junto con su editorial alemana, distendidas reuniones con sus traductores para discutir su obra durante varios días antes de que comenzaran a traducirla. Durante esos encuentros, les leía fragmentos enteros y explicaba el ritmo de la novela, todo un lujo para un traductor literario.

Otro ejemplo curioso de una gran admiración por el oficio del traductor y su trabajo es J.M. Coetzee, quien publicó la traducción al español de su última novela, La muerte de Jesús (2019), realizada por Elena Marego, un año antes que se pudiera adquirir el original en inglés.

Mejorar los originales

Desde hace algunos años, las traducciones son valoradas como lo son los originales desde los que parten en el gran viaje de la traducción, al menos desde una perspectiva traductológica.

Así, señala la experta África Vidal en Dile que le he escrito un blues que las ideas de Borges sobre la relación entre el original y sus traducciones han dado lugar a interesantes debates y coinciden, además, con los empeños contemporáneos en exaltar la obra traducida como una obra literaria en toda regla.

Peter Handke. / Foto: Fundación Nobel.

De hecho, Borges llegó a defender que algunas traducciones son incluso mejores que el original. Y no fue el único. El autor brasileño Joao Guimaraes Rosa sostenía que su traductor al italiano, Edoardo Bizzarri, ofrecía una versión mejorada de sus novelas (cabe señalar que entre ambos existió una extensa correspondencia en la que el autor ayudó al traductor a desgranar sus pensamientos).

Otro maravilloso ejemplo es Peter Handke, Premio Nobel de Literatura en 2019, a quien le importunaba que su traductor al francés, Georges-Arthur Goldschmidt, abandonara la traducción de sus obras durante meses por no sentirse inspirado y, sin embargo, comprendía después que la espera era necesaria al leer el resultado de su trabajo. El autor austríaco llegó incluso a congratularse de los “buenos errores” que enriquecían su texto original y declaró en Lento en la sombra (1990) que parte de los logros de sus textos en francés se debía al trabajo de la esposa de Goldschmidt, Lucienne, quien permaneció en el anonimato.

Traducción es creación

En el más tedioso de los mundos, traducir un texto literario se reduciría a encontrar una equivalencia léxica de un texto de uno a otro idioma. Sin embargo, la traducción es un ejercicio intelectual que trasciende el fenómeno lingüístico. Es un compendio de maravillosas imperfecciones, pero también una forma creativa de reproducir un universo y sus silencios sin aspirar a la univocidad. No debería entonces sorprendernos que los buenos traductores son también, en ocasiones, grandes autores o quizás, podríamos decir, los buenos autores son también grandes traductores.


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Traducir la “lengua plana” de Annie Ernaux

Lydia Vázquez


Comencé mi andadura como traductora literaria al mismo tiempo que me incorporé como docente e investigadora a la Universidad del País Vasco, en el año 1989. Se celebraba el Bicentenario de la Revolución francesa y Alianza Editorial pidió a Marta Lorente la edición crítica y a mí la traducción del Ensayo sobre los privilegios y Qué es el Tercer Estado del abate Sieyès, dos obras clave de aquel momento histórico. Así empezó una carrera paralela a la académica.

Hace diez años, en una conversación con los editores de Cabaret Voltaire, decidimos pedir los derechos de las obras aún no publicadas de Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura de 2022. La autora ya era muy popular en Francia pero, en aquel momento, en España y en la América hispanohablante seguía siendo una desconocida.

Annie Ernaux en el 30° Salón del Libro de Brive-la-Gaillarde. / Foto: Lucas_Destrem (Wikimedia Commons).

Una escritura compleja sin complicaciones

Al lanzarme a la primera de mis traducciones de las obras de Ernaux, La mujer helada, enseguida me surgieron dudas. Esa lengua plana en la que escribe la autora normanda supuso todo un desafío y, aunque perfectamente comprensible, carente de todo lirismo y de toda artificiosidad, me resultaba todo un reto trasladarla al castellano.

En eso influía su exactitud matemática o clínica. Cada palabra está escogida meticulosamente, cada coma está medida; los modismos, los regionalismos, los cambios de registro… todo está calculado concienzudamente y yo diría que ideológicamente. Por eso avanzaba despacio, muy despacio, con manos de plomo.

También tuve que recurrir a la autora, a quien envié correos electrónicos exponiéndole mis dudas. Enseguida me contestó, esclarecedora, amable, generosa, cercana.

En ese trabajo avancé rápidamente. Aunque ella misma comparaba su estilo literario con el que usaba para escribir una postal a sus padres, su escritura, tildada de “blanca”, neutra, o literaria, me parecía “transparente”, sin ambigüedades, sin esa confusión que a veces rodea un texto y que nos hace difícil su comprensión.

Aunque para leer un texto no hay por qué entenderlo todo, cada una de sus palabras, para traducirlo sí. Afortunadamente, en ese sentido yo entendía, salvo excepciones rarísimas, todo lo que Ernaux decía con cada una de sus palabras. De vez en cuando algún término normando me descolocaba, pero afortunadamente existen diccionarios de normando-francés que solucionaban el problema puntual.

Sin embargo, fui dándome cuenta, a medida que me adentraba más en los textos, de la dificultad de la escritura de Ernaux. Me percaté al releerme y ver que el español que estaba utilizando no se parecía en nada al que había usado hasta entonces, ni como escritora ni como traductora. Estaba inventando un español nuevo para un francés distinto. Encontraba a cada paso palabras conocidas que, puestas ahí, parecían no estar en su sitio.

Iba entonces a verificar al diccionario francés, y me daba cuenta de que esa palabra que creía conocer tenía otra acepción, en general más importante que la vulgarmente conocida, que era la que utilizaba la escritora. Así, poco a poco, fui enriqueciendo mi diccionario francés personal, no tanto con palabras nuevas o raras como con significados que daban a las palabras un espesor o una densidad desconocidos hasta entonces.

Por ejemplo, en Los armarios vacíos, Ernaux menciona “le quat’sous”. Quatsous o quatre sous, literalmente “cuatro céntimos”, en francés se utiliza para definir algo sin valor. Pero ella utiliza esa expresión para nombrar al sexo femenino (según el léxico infantil de su Normandía natal en su época). Yo conocía el primer significado pero no el segundo. Descubrirlo me sirvió para entender la polisemia de quatsous y poder traducirlo en español como hucha.

No sólo se traducen palabras, sino experiencias

También fueron apareciendo las dificultades de la traducción de la escritura autobiográfica, o socio-autobiográfica, como ella la denomina. Lejos de ser una escritura ombliguista, su preocupación reside, al contrario, en contar lo que tienen en común los dramas y aventuras de su vida con los nuestros.

Así pues, Annie Ernaux citaba constantemente, como parte del tejido autobiográfico, canciones, libros, películas, programas de radio, de televisión que, o yo desconocía, o si conocía, tenía que rememorar para poder incorporarlos como vivencias para poder traducir bien. Ni que decir tiene que la traducción se hizo más lenta, pues prácticamente en cada frase había una, dos o más puertas que tenía que abrir para ver lo que había dentro, antes de proseguir.

Además, está el problema de la adaptación. En muchos casos basta con añadir el intérprete o el autor, pero en otros casos hay que buscar el equivalente de aquí, y eso no siempre es fácil. Hasta puede convertirse en un juego, como cuando hay que encontrar un anuncio que tenga la misma sonoridad, el mismo ritmo o una rima similar. Tengo que reconocer que, aunque no siempre es fácil, suelo divertirme mucho buscando.

Por ejemplo, en la versión original de Los años, Ernaux escribe: “Le comble de la religieuse est de vivre en vierge et mourir en sainte”. El juego de palabras nace del hecho de que en sainte (en santa) suena en francés igual que enceinte (encinta). La traducción al español se modificó a “El colmo de una monja es ponerse enferma y no tener cura”.

En otro momento sucede el siguiente diálogo:

—Qu’est-ce que les fiançailles ? (¿Qué es el noviazgo?).

—Un con promis (compromis es “compromiso” pero con promis es un “coño prometido”).

En español se cambió a “Cariño, ¿tú y yo qué somos? / Dos pronombres”.

O el momento en el que se menciona una canción infantil, “On jouait au mouchoir, à la bague d’or, à la ronde en chantant Bonjour Guillaume as-tu bien déjeuné”, que acabó siendo “Jugábamos al pañuelo, al anillo, al corro de la patata cantando comeremos ensalada como comen los señores, naranjitas y limones”.

En esa novela, los jóvenes también hablan al revés, en verlan, es decir al verrés (revés), para no ser entendidos por los adultos. Aunque no es una práctica tan extendida aquí como en Francia, el fenómeno sí existió, al menos en mi niñez, y nos gustaba hablar al verrés, y nos contábamos el cuento de la Tacirupeca jarro (Caperucita Roja) y nos reíamos de nuestra amiga que se llamaba Sarro (Rosa).

Así que decidí adoptar el verrés, aunque el lector pueda verse un poco sorprendido al principio, porque estoy segura de que va a entender el mecanismo, lo que le permitirá comprender mejor el fenómeno en Francia. Así, “fiesta” se convierte en tafies o árabes (traducido de beurs, que es “árabe” en verlan) se convierte en besraas.

Cada vez me cuesta más traducir a Annie Ernaux. Porque he comprendido la gran dificultad de su escritura, una escritura donde cada palabra pesa un kilo, por lo menos, y está escogida a conciencia.

Pero cada vez me gusta más.

[Patricia Álvarez Sánchez: profesora de Traducción e Interpretación, Universidad de Málaga. // Lydia Vázquez: catedrática de Filología Francesa y traductora, Universidad del País Vasco – Euskal Herriko Unibertsitatea. // Fuente: The Conversation. Textos reproducidos bajo la licencia Creative Commons.]

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