«Oppenheimer»: los claroscuros de una mente adelantada a su tiempo
Agosto, 2023
La cuestión moral ha revoloteado aquí y allá a lo largo de la carrera fílmica de Christopher Nolan; lo vemos con diferente tratamiento en, por ejemplo, Batman: El caballero de la noche o Dunkerque; sin embargo, esta disposición moral —y ética— alcanza su momento cumbre en la recientemente estrenada Oppenheimer, escribe Alberto Lima en una nueva entrega de ‘La Mirada Invisible’. Inspirada en la biografía Prometeo Americano de Kai Bird y Martin J. Sherwin, el doceavo largometraje del cineasta inglés es una biopic demoledora, avasallante, elíptica —con una gran propuesta visual para el género—, donde el dilema moral es el núcleo narrativo.
Oppenheimer, película de Christopher Nolan,
coproducida por Estados Unidos y Reino Unido,
con Cillian Murphy, Emily Blunt, Robert Downey Jr.,
Matt Damon, Kenneth Branagh, Florence Pugh, Rami Malek,
Josh Hartnett, Dane DeHaan, Jason Clarke, Casey Affleck,
James Remar, Alden Ehrenreich, Gary Oldman. (2023, 180 min).
La cuestión moral ha revoloteado aquí y allá a lo largo de la carrera fílmica del inglés Christopher Nolan. Aunque de manera grandilocuente y forzada, en Batman: El caballero de la noche (2008) su héroe murciélago se confrontaba a sí mismo sobre la pertinencia y validez de un enmascarado millonario haciendo justicia; o bien todos aquellos personajes en Dunkerque (2017), quienes, bajo una situación de extrema urgencia bélica, obraban dentro de un orden moral siempre puesto a prueba. Sin embargo, esta disposición moral —y ética— alcanza su momento cumbre en la recientemente estrenada cinta Oppenheimer.
En 1954, durante el auge del macartismo y su cacería de brujas comunista, el físico y padre de la bomba atómica J. Robert Oppenheimer (Cillian Murphy) enfrenta en una amañada audiencia los feroces cuestionamientos de la Junta de Seguridad del Personal de la Comisión de Energía Atómica, encabezada por el deleznable abogado Robb (Jason Clarke) para determinar si el notable científico representa una amenaza de seguridad para los Estados Unidos. Las respuestas ofrecidas por Oppenheimer provocan que su memoria se dispare y abra distintos tiempos de su pasado, algunos cercanos como cuando —ya siendo una celebridad posterior a la guerra— visita el Instituto de Estudios Avanzados, en Princeton, a propósito del ofrecimiento de ser director del mismo mientras es atendido y adulado por el científico autodidacta, antiguo vendedor de zapatos, ahora filántropo Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), y a quien el propio Oppenheimer desaira mientras va en busca de Albert Einstein (Tom Conti), quien permanece en contemplación frente al lago del instituto. Este flash-back dará pie a otro tiempo —finales de los cincuenta— donde un inquieto Strauss sostiene una audiencia con miembros del Senado para ser aceptado dentro del gabinete presidencial, en tanto menciona su relación con Oppenheimer a un joven ayudante senatorial (Alden Ehrenreich), lo cual nos devolverá de nuevo al interrogatorio macartista y de ahí, a partir del propio relato de Oppenheimer, viajar hasta su pasado como estudiante en Cambridge, en donde intentará envenenar con una manzana con cianuro inyectado al castrante profesor Blackett (James D’Arcy), y a sugerencia del físico danés Niels Bohr (Kenneth Branagh) viajará a Holanda. Allá trabará amistad con el también físico estadounidense Isidor Rabi (David Krumholtz), fortalecerá su pensamiento, admirará a Picasso, escuchará a Stravinsky, leerá a T.S. Eliot y volverá a Estados Unidos para fundar en la Universidad de Berkeley la clase de Física Cuántica y darla en principio a nada más un estudiante inscrito en ella, además de simpatizar con el movimiento comunista y la guerra civil española, sostener una relación erótica-tóxica-intelectual con la psiquiatra Jean Tatlock (Florence Pugh), consolidar su amistad con el igualmente físico Ernest Lawrence (Josh Hartnett), casarse con la bióloga Kitty Puening (Emily Blunt) y tener dos hijos bien chillones con ella, hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el posterior bombardeo a Pearl Harbor, lo que le significará ser reclutado por el férreo teniente Groves (Matt Damon) para dirigir el ambicioso y ultra secreto Proyecto Manhattan, el cual consistirá en construir una bomba atómica antes que la Alemania nazi a partir de la mecánica cuántica y la investigación con el uranio-235, razón por la que un enorme grupo de científicos —con familias incluidas—, liderados por Oppenheimer y divididos en cuatro áreas laborales (Experimental, Teórica, Metalúrgica y Artillería), trabajarán incesantemente durante cuatro años en el complejo de calles de tierra denominado Los Alamos, en Nuevo México, y construido ex profeso para crear la bomba, lo cual determinará el destino histórico de Oppenheimer, con todas las consecuencias buenas, malas y pésimas de ello.
Inspirada en la biografía Prometeo Americano / El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer —escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, y ganadora del premio Pulitzer en 2006—, Oppenheimer es una biopic demoledora y avasallante de tres horas de duración, elíptica, total, con una excelsa propuesta visual para el género, muy cercana a las imaginerías posmodernas de Oliver Stone con The Doors (1991) y Nixon (1995), que va directo al grano al no elaborar una biografía de modelo clásico tipo Claroscuro (Hicks, 1996) que arrancaría, por ejemplo, desde la infancia del personaje, y prefiere centrarse por completo en la figura del científico dueño de una mente adelantada a su tiempo, brillante, erudita y tan abstracta que también resulta falible e ingenua ante lo mundano. Es justo esta disyuntiva entre la búsqueda del conocimiento a costa de lo que sea y el aspecto moral aparejado a su ética —ya planteado someramente en Parque Jurásico (Spielberg, 1993)— el núcleo narrativo del filme de Nolan.
Favorito del director en algunas cintas previas (El origen, 2010 / Batman inicia, 2005), el actor irlandés Cillian Murphy logra la credibilidad necesaria del científico ensimismado, contradictorio, muy semejante al matemático Alan Turing de Benedict Cumberbatch en El código enigma (Tyldum, 2014), ya que como bien lo describe el teniente Groves durante su primera reunión, Oppenheimer es un diletante, mujeriego, presunto comunista, inestable, teatral y romántico capaz de dirigir con convicción un proyecto científico-militar de gran envergadura y dificultad, pero al mismo tiempo es, en palabras de su esposa Kitty, incapaz de pelear ante la Junta de Seguridad y sus traidores colegas-testigos durante la audiencia macartista. Porque quizás el gran acierto del personaje creado por Murphy es encarnar esa gravedad del genio, dotándolo de una personalidad abrumadora y compleja donde cintas anteriores como la patriotera El principio o el fin (Taurog, 1947) y la desabrida El proyecto Manhattan (Joffé, 1989) fracasan debido a lo esquemático en la primera, y lo insustancial en la segunda, en cuanto al modo de representar a sus respectivos Oppenheimers. En oposición, aquí hay distintas situaciones a lo largo del filme que humanizan profusamente al científico, entre ellas: donde literalmente es desnudado frente a la Junta acusadora, acosadora, mientras un elegante dolly back lo muestra copulando con su amante June no sólo delante de ellos sino también frente a la esposa; donde por pretender inculpar a un supuesto comunista termina perjudicando a su amigo Chevalier (Jefferson Hall) frente al cazacomunistas coronel Pash (Casey Affleck); soportar las humillaciones del rastrero mayor Nichols (Dane DeHaan); o no ser capaz de mostrar desprecio al hipócrita colega traidor Teller (Benny Safdie) cuando éste le da la mano luego de ensuciar alevosamente su reputación frente a la Junta —cosa que la esposa Kitty sí lo hará años después—; o la poca incidencia para enfrentar al secretario de Estado Stimson (James Remar) que elige destruir Hiroshima y Nagasaki en vez de Kyoto porque la conoce, y por el enorme valor cultural que ésta ciudad representa; o el inútil mea culpa ante el presidente Truman (Gary Oldman) que lo termina despreciando por llorón.
Filmada en 65 milímetros, posteriormente procesada a 70, y de allí al formato IMAX para obtener la mejor calidad de imagen y sonido posibles, la monumentalidad de Oppenheimer estriba en distanciarse de la moda actual de las películas originales estrenadas y exhibidas en exclusiva mediante plataformas de streaming, porque la experiencia visual y sonora que ofrece el filme de Nolan en la sala oscura no es siquiera comparable a la limitante de ver una película en una pantalla plana casera, el monitor de una laptop o las pantallitas de una tableta electrónica o un teléfono celular. Con un montaje acronológico, de tiempos imbricados, posibles gracias a una edición acuciosa y dinámica de la espléndida Jennifer Lame, a la par de una audaz, exquisita, fotografía del formidable Hoyte van Hoytema que recurre al blanco y negro para remarcar el tono político, semidocumental, para las audiencias de Strauss, y también al color para desplegar el arrollador relato de la inventiva Oppenheimer, e incorporando además secuencias recurrentes ígneas y atómicas propias de la psique del científico. Y para completar la experiencia, a la par de una música sutil y etérea compuesta por el talentoso Ludwig Göransson, está el uso estructural del sonido para densificar y sensibilizar al máximo el estruendo, con retardo incluido, de la explosión de la bomba cuando es detonada durante la prueba Trinity en el desierto de Nuevo México, previo a las conferencias de Potsdam y las posteriores fechas de su maléfico uso en Hiroshima y Nagasaki.
Consagración y condena fue el destino histórico para Oppenheimer luego de crear la bomba atómica, según la visión de Christopher Nolan, cuyo martirio se asemeja más al de la patinadora Tonya Harding en Yo, Tonya (Gillespie, 2017), y sin un final feliz feliz como el guionista cinematográfico perseguido por el macartismo en Trumbo (Roach, 2015). Porque el terrible dilema moral, como se menciona en la cinta, resultó en tres siglos de física para terminar creando un arma de destrucción masiva. Por lo tanto, la cita del inicio de la película sobre el castigo mitológico de Prometeo resulta precisa: Oppenheimer enseñó a la humanidad el uso de la energía atómica y su castigo por ello aún persiste.