Enero, 2023
Nuccio Ordine es profesor de Literatura Italiana en la Universidad de Calabria y autor de diversos libros, como La utilidad de lo inútil, Clásicos para la vida o Tres coronas para un rey. Ahora se suma a ellos Los hombres no son islas. Partiendo de la célebre meditación de John Donne, en su nuevo libro Ordine amplía su «biblioteca ideal» invitándonos a leer —y a releer— más páginas escogidas de la literatura universal. El profesor continúa su defensa de los clásicos, demostrando que la literatura es fundamental para fomentar el entendimiento y la compasión entre las personas. La periodista Esther Peñas ha conversado con él.
Esther Peñas
Nacido en Calabria hace 64 años, Nuccio Ordine, el “ensayista italiano más conocido en el mundo”, como lo apoda la prensa de su país, causó un gran alboroto editorial con su pequeño ensayo La utilidad de lo inútil (2013), una defensa apasionada de la cultura. Las veintantas ediciones que han circulado hasta ahora dan cuenta de ello. Todavía entre nosotros en ese entonces, el maestro George Steiner calificó el libro de “obra maestra”. Ahora, Nuccio Ordine acaba de publicar Los hombres no son islas (Acantilado), en el que hace dialogar a los clásicos (Rilke, Séneca, Pascal, Shakespeare, Borges, Conrad, Brecht, Camus, Cicerón, Celan) con los problemas de hoy: intolerancia, feminicidios, depauperización democrática, deforestación…
En el entretanto, algunos otros títulos suculentos: Los retratos de Gabriel García Márquez, Clásicos para la vida / Una pequeña biblioteca ideal o Tres coronas para un rey / La empresa de Enrique III y sus misterios, y el Premio de Honor de la Fundación Fair Saturday, que reconoce a “personas y organizaciones que generan un impacto social positivo a través del arte y la cultura”, y sus más de diez millones de visualizaciones de algunas de sus intervenciones públicas. Así que lo buscamos para conversar…
—Antes de entrar en materia, ¿cómo se reconoce un clásico?
—Hay una definición más o menos universal: un clásico es siempre nuestro contemporáneo, podemos reconocerlo como próximo, como uno de los nuestros, un clásico nos habla de las cosas que nos importan, de nuestra vida, aunque esté escrito hace quinientos años. Leer a Homero, Shakespeare, Montaigne o Cervantes no significa sólo conocer las ideas de su tiempo, significa que hay cosas en esos textos que pueden responder a preguntas de un hombre de hoy, que hablan a nuestra contemporaneidad.
—¿En la postmodernidad se lee menos a los clásicos que en otras épocas?
—Este es un tema importante: la vida de un clásico depende mucho de las instituciones como la escuela y la universidad. Un clásico hoy en día no ocupa el lugar de honor que los clásicos tenían en otro tiempo; hace treinta años, por ejemplo, eran muy importantes en la formación de un ciudadano medio, no sólo entre los estudiantes de humanidades, sino entre científicos o técnicos. Cualquier persona tenía una cultura básica más rica y amplia que la de hoy en día, porque desafortunadamente los clásicos están muy marginados en la enseñanza, hay resúmenes de los clásicos, manuales que hablan de ellos y pequeños ensayos, pero los estudiantes no tienen una relación directa con la lectura íntegra de un clásico.
—¿Qué explicaría, a su juicio, ese arrumbamiento de los clásicos en la enseñanza?
—Es que los clásicos pueden salvarnos, pero si la escuela y la universidad no apuestan por ellos, es difícil imaginar su futuro. Para nuestra sociedad, lo más importante es el tiempo del que se dispone para hacer dinero, el tiempo para trabajar, para producir. Esto ha impregnado a la escuela y a la universidad, olvidando que “escuela”, etimológicamente viene del griego y del latín “scholé”, que significa “ocio, tiempo libre”, es decir, tiempo para ti mismo, tiempo libre de cualquier utilitarismo. La escuela es inútil. Ahora nos han hecho creer que hay que estudiar para aprender una profesión, y eso es muy peligroso: no hay que elegir los estudios en función de la profesión sino en función de aquello que te apasiona. Hay que retomar la idea de la vieja pedagogía, cuya función era formar ciudadanos cultos y solidarios, no egoístas, como los partidos de derechas intentan imponer.
—¿De qué nos salvan los clásicos? ¿Cómo nos ayudan a vivir?
—Los clásicos tienen mucho que decirnos sobre el arte de vivir, y en particular sobre la manera de resistir a la dictadura del utilitarismo y el lucro. Pensamos que la dignidad humana se puede medir con el dinero, no es así; la dignidad humana se mide con el saber, con el conocimiento, con la solidaridad. Le pondré tres ejemplos que aparecen en Los hombres no son islas. En la Metafísica de Aristóteles, le preguntan para qué sirve la filosofía. El maestro responde que no sirve, porque no es servil. La filosofía educa para ser un hombre libre. En un texto de Baltasar Castellón, un escritor del Renacimiento, sobre la condena a muerte, en la hoguera, de Miguel Servet, en 1553, explica que afirmar la propia fe no significa matar a un hombre; la fe puede significar sacrificar tu propia vida, pero nunca matar a otro. Calvino lo acusa de hereje, y lo hace matar. Este texto de Castellón es muy actual para que los fundamentalistas entiendan que lo que hacen no los convierte en hombres de fe, que no son religiosos. El último ejemplo, un texto de Gramsci, Odio a los indiferentes, nos hace comprender que cuando veo a una persona que vive en la calle y yo sigo mi camino, siendo indiferente a ella, me convierto en cómplice de la sociedad que permite que haya personas viviendo en la calle. La indiferencia es cómplice del mal. Gramsci nos ayuda a comprender la importancia de la solidaridad humana porque, como decía John Donne, “los hombres no son islas”. Una vida vivida para ti mismo es una vida miserable, mísera, una vida que no vale nada. Sólo las cosas que hacemos para y con los demás permiten encontrar un sentido verdadero a la vida. Esta visión insular, aislada del hombre, separado de los otros es una visión egoísta y falsa, porque los hombres estamos conectados, la humanidad es una. Es lo que escribió Virginia Woolf en Las olas, esa misma idea. Cada ser humano es como una ola en el océano, esa ola se levanta, y durante el tiempo que se levanta es única e irrepetible, y después regresa al océano. Sin fraternidad entre los hombres no se puede imaginar un futuro para la humanidad.
—Siempre, con mayor o menor intensidad, leemos a los clásicos, pero la humanidad no mejora, ¿es porque los leemos mal o porque no los leen las personas apropiadas?
—Existe el mismo problema con la historia, magistra vitae, es verdad, pero el hecho de que el hombre puede errar de nuevo y cometer el mismo error una vez que la historia te ha mostrado qué ocurría o un clásico te ha informado de las consecuencias no significa que no sirvan. Los clásicos y la historia no tienen la varita mágica para resolver los problemas, pero es legítimo preguntarse qué mundo habríamos tenido sin los clásicos, sin la cultura, sin la historia: un mundo mejor no creo. Leer a los clásicos y estudiar historia no evita las catástrofes, pero rebaja el nivel de barbarie que albergamos dentro. Este debate lo tuve muchas veces con George Steiner, porque él sabía que los nazis escuchaban música clásica, apreciaban el arte, leían, pero masacraban judíos inocentes. La cultura es como el amor: no puede obligar, es una invitación a hacer cosas. Muchos aceptan esa invitación, y se vuelven menos bárbaros. Otros muchos la rechazan.
—En su libro hay únicamente dos autores (Borges y Rulfo) en lengua castellana, pero no está incluido Cervantes o Quevedo, ¿a qué se debe?
—He escrito una trilogía, Utilidad de lo inútil, en el que se deja claro que el héroe de Cervantes, Don Quijote, es el héroe por excelencia de lo inútil. El Quijote es un compañero de vida magnífico, casi insuperable. En Clásicos para la vida no aparece Dante, lo cual para cualquier italiano pudiera parecer una provocación. Pero los autores que menciono en estos libros no los he elegido en función de un canon, sino que responden a la exigencia de hablar a mis alumnos de problemas de hoy. No me importa el canon. Por ejemplo, cada día mueren mujeres asesinadas por sus parejas, sus padres, sus hermanos, sus vecinos. En Los hombres no son islas hablo de El Principito. Antoine de Saint-Exupéry nos hace comprender que no es el amor el que hace sufrir, sino el deseo de poseer al otro, de considerar al otro un objeto de tu propiedad. Hace poco, en Italia tuvimos un caso de una mujer paquistaní asesinada por el padre cuando se enteró de que se iba a casar con un hombre que no era musulmán. El padre la mata en la locura de creer que su hija le pertenece. Con estas lecturas intento que mis alumnos, y por extensión mis lectores, entiendan que los clásicos no se leen para aprobar un examen sino para reflexionar sobre la vida y sus problemas.
—¿Cómo calificaría la salud, el vigor, la poesía de la literatura actual?
—Es una pregunta un tanto difícil de responder porque no es mi especialidad, aunque leo bastante. Mi impresión es que, hoy en día, en la literatura domina la idea de “bellezas fáciles”, una fórmula que explicó de manera brillante Tocqueville cuando visitó Estados Unidos y se dio cuenta de que la gente estaba volcada en hacer dinero, y no tenía tiempo para la literatura, el conocimiento, la filosofía, el arte, que consideraba inútiles para su propósito. Sin embargo, deseaban disfrutar de ellas, y para ello encontró esas “bellezas fáciles”, sucedáneos, libros que no requerían esfuerzo, que se leían de a cinco minutos, en el metro, caminando incluso, libros que se leían deprisa, de consumo inmediato, sin que dejaran huella alguna. Los libros más vendidos son recetas de cocina, cómo hablar en público, cómo conseguir el éxito o la felicidad… creo que ha bajado mucho el nivel medio de los libros que se publican, y ahí la gran responsabilidad está en las editoriales, que van comprando sellos independientes haciéndoles bajar su calidad, para unificar la marca. Hay pocas editoriales que apuesten por contribuir a formar a mejores ciudadanos y hacerlos más libres.
—“La naturaleza que desprecia su origen no es capaz de sujetarse”. ¿Esto puede aplicarse a esos escritores que no leen a sus mayores?
—Vivimos en un mundo con la paradoja de que hay más escritores que lectores; ¿se puede escribir sin leer? Para mí, es imposible. La historia de la literatura es la historia de decir y emplear imágenes y citas de otros; cada clásico que repite las imágenes, las ideas de sus mayores, siempre dice cosas nuevas. Este es el desafío apasionante de la literatura; Cervantes repite las cosas que estaban en la literatura caballeresca, pero lo que dice Cervantes es muy diferente a lo que dicen los otros, y proyecta contenidos muy diferentes.
—¿Qué nos dice una biblioteca de su dueño?
—Hay una reflexión interesante de Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano: “Mis primeras patrias fueron los libros”. Una casa habla mucho de la persona que la habita, y también su biblioteca. Yo me crié en una casa sin libros porque mis padres no habían tenido la oportunidad de estudiar. Claro que también hay algo “mágico” en tener libros en casa, y algo, en ocasiones, de engaño. Cuando estudiaba en la universidad, para ganar dinero, vendía libros a plazos de la editorial Einaudi, algo similar al Círculo de Lectores español. Me pasaba el día visitando casas para que la gente comprara enciclopedias, colecciones de arte, etc. Muchas veces, la pregunta que me hacían era: “¿De qué color es?”. Una pregunta bizarra que significaba que hay gente que compra libros, o una enciclopedia de veinte tomos, sólo porque hace juego con el resto de los muebles y le da un toque de cultura al hogar.
—¿En toda biblioteca hay algún intruso?
—¿Qué entiende usted por intruso?
—Un libro que pudiera, de alguna manera, avergonzarle, o que desafinase con el resto de títulos…
—No creo que haya libros que no deban estar en una biblioteca. En la Biblioteca Nacional de Francia hay una sección llamada “Infierno”, donde están los libros libertinos, eróticos. Estaban colocados lejos de la mirada pública. Es difícil pensar en un intruso al hablar de una biblioteca, al menos de la mía… creo que soy un hombre muy curioso y quizá por ello podrían encontrar en mi casa libros que no hubiera pensado que tuviera. Pero creo que es mejor ser curioso que especialista.
—¿Qué clásico recomendaría leer a la Primera Ministra italiana, Giorgia Meloni?
—… Montaigne, por ejemplo. Tiene un texto sobre la naturaleza que le haría comprender que el discurso que hizo en España, con sus amigos de Vox, es un discurso tonto, lleno de mentiras. Montaigne explica que a lo largo de los siglos ha habido personas que han utilizado a la naturaleza para respaldar su discurso, falseándola. Meloni, cuando habla de “la familia natural” dice una solemne tontería, porque tal cosa no existe. Para ella, la “familia natural” es el papá, la mamá y los hijos. Y, según ella, eso nos lo enseña la naturaleza. Pero si lo natural es nuestro baremo para establecer la verdad, tenemos que ser coherentes, porque, por ejemplo, el león no escoge una única leona para su “familia natural”, escoge a todas las de la manada. ¿Eso es la familia natural? Tal vez Montaigne le hiciera comprender a Meloni que el amor significa otras cosas que no tienen que ver con la reproducción, que el amor de un hombre a otro hombre, de una mujer a otra mujer es tan legítimo como cualquier otro tipo de amor. Creer que el amor tiene que ver sólo con la reproducción es muy pobre. El físico Richard Feynman, que recibió el Nobel en 1965, afirmó en su discurso que la física, como el conocimiento, no busca sólo finalidades prácticas, y comparó la investigación científica con el sexo: pueden tener resultados concretos, claro, pero no es sólo por eso por lo que lo practicamos, sino sobre todo por el placer de conocer.