Noviembre, 2022
El Festival Internacional Cervantino, en su edición 50, ha concluido. Si le hacemos caso a las autoridades de Guanajuato, los 19 días que duró la llamada Fiesta del Espíritu dejó una derrama económica de 339 millones de pesos. De acuerdo a Martha Delgado Zárate, secretaria del Ayuntamiento, el número de asistentes que se dieron cita del 12 al 30 de octubre fue de 285 mil visitantes. Calles, plazas y plazuelas mostraron una gran afluencia de personas... El periodista y crítico teatral Fernando de Ita nos ha enviado tres postales cervantinas sobre las artes escénicas presentes en la fiesta cultural.
Conjuro femenino
Olvida todo, el texto dramático que Ximena Escalante escribió sobre la trágica noche del 29 de septiembre de 1968, cuando Elena Garro y su hija se refugiaron en el edificio Prim de la calle de Lisboa número 17, huyendo de la represión policiaca y la venganza de los radicales del movimiento estudiantil, pero sobre todo de sí mismas, contradice el apotegma que se repite en las calles de la Ciudad de México desde entonces: “El 68 no se olvida”.
La producción que el Festival Internacional Cervantino le encargó a la Compañía Nacional de Teatro, ya dirigida por Aurora Cano, fue montada por una tercera mujer sobresaliente del teatro en México: Mariana Hartasánchez. Para abordar un tema tan escabroso que el tiempo sólo ha enredado en contradicciones, Ximena separó radicalmente la ficción de la realidad. Como su intención nunca fue hacer un documento ni un drama histórico ni un panfleto u obra didáctica sobre aquel oscuro episodio, condensó su retrato de Elena Garro no en la acción real de aquella noche sino en la invención de esa otra realidad del teatro en la que ella pudo estar presente para dirigir la conversación de cuatro mujeres en conjuro.
De ahí que pudo dejar a Elena Paz fuera del cuadro, aunque su presencia no deja de habitar el escenario. Con la maestría de una autora que da clases de composición dramática, la Escalante hace las elipses necesarias para no mencionar el nombre “del maldito” y para evitar alusiones directas a personas y situaciones que cambiarían el tono del relato. Al escoger el registro onírico sobre el trágico la escritora de Fedra y otras griegas logra una ensoñación femenina que modifica la histeria que predominó aquella noche en casa de la “nana”* de la Garro, en una tensión intelectual llena de ingenio verbal y humor franco-mexicano. No olvidar que por una década Ximena fue la dramaturga de una o varias compañías francesas. No pasar por alto que el abuelo materno de Escalante fue Álvaro Custodio**, de manera que el personaje de Congreso, expuesto con apabullante contundencia por Luisa Huertas, viene de su pasado castellano Republicano y anarquista. La ventaja de friccionar un hecho real es que le permite al alquimista acomodar su propia vida en la de sus personajes: Soñar que sueña el sueño ajeno como propio.
De otro modo la autora tendría que lidiar con la dialéctica de la víctima y el verdugo: ¿fue la Garro una delatora de los amigos de su esposo, una traicionera del movimiento estudiantil, una espía de la CIA, una infiltrada de Díaz Ordaz, o sólo una mente extraviada en la vorágine del 68? Sería otra obra y la intención de esta producción comandada por tres mujeres empoderadas en su propio oficio es clara: hacer de ese pasado el recuerdo del porvenir.
Si la autora del texto recurrió a la elipsis para contar su historia, Mariana Hartasánchez echa mano de la estilización del espacio-tiempo de la ficción para crear la atmósfera de irrealidad que enmarca su relato escénico. Así, la covacha inmunda que describe la propia Garro al hablar de la casa de huéspedes de la calle de Lisboa, se convierte en un departamento Art Déco como los del famoso Edificio Basurto, perfectamente simulado por la escenografía y la iluminación de Fernando Flores. En esa penumbra el rumor del 68 ronda los ventanales del precario refugio de Elena mediante el logrado videoarte de Ismael Gimate, mientras en su interior Elena, Lola y Cruz, la sirvienta, muestran la maestría para dialogar de la Escalante, breve y chispeante. El humor alivia la tensión que llevó la Garro a la casa de huéspedes en donde los inquilinos primero rechazan y luego solapan la presencia de la intrusa, ya alterada por su encuentro con Sócrates Sánchez Lemus, él sí uno de los villanos del 68.
Lo notable, tanto en el texto como en el montaje, es la contención del personaje central de la obra. Yo conocía a la Garro en sus últimos años, pero todos los testimonios hablan de una mujer en fuga constante, alterada por dentro y nerviosa por fuera. De ser un drama realista estaría al borde de un ataque de nervios a la Almodóvar. El tratamiento onírico pone ese ataque en suspenso porque aquí la Garro es el ideal de sí misma, una señora que lleva con elegancia sus 56 años, tanto en el vestir como el peinar como en el decir y el caminar. Yo conocí a otra Garro. La Garro de ficción es una actriz —Ligia García— disciplinada que en verdad se transforma en otra, atribulada, sí, pero en control de sí misma y de la situación. Hasta que a la mañana siguiente aparecen las Elenas en los diarios capitalinos y Lola le exige que se marche. Ante su negativa, los huéspedes, españoles pobres, huyen despavoridos pensando en el Artículo 33 de la Constitución que prohíbe la participación de los extranjeros en la política interna ***.
La entrada de Congreso a la escena le da otro vigor a la intimidad femenina en la que ha transcurrido el relato. Primero por lo tajante de esa mujer anarquista y enseguida por la capacidad histriónica de Luisa Huertas, capaz incluso de incorporar esos lapsus mentales que nos ocurren a los viejos a la actitud del personaje. Como las grandes actrices de nuestro tiempo, Luisa ha hecho del teatro su segunda naturaleza. En ese rubro se agradece que la autora, la directora y la actriz —Ana Karen Peraza— no hayan hecho de la criada un estereotipo a la mexicana. Las nanas de la Garro fueron mujeres que la marcaron como mujer y escritora, pero esta Lola —Octavia Poposku— es el personaje más débil del cuarteto de mujeres que nos entrega una versión puertas adentro de una tragedia histórica.
El feminismo ha tomado por asalto diversos espacios de la actividad artística. Sus justos reclamos han propiciado excesos propios del patriarcado que combaten. Olvida todo es un acercamiento amoroso a la vida de una mujer que tomó una decisión y padeció sus consecuencias. La obra no le da la razón ni se la quita. Aunque sucede que esa mujer es una de las grandes escritoras de nuestro tiempo y nuestra lengua. Yo tuve la fortuna de ser el instrumento para que Elena Garro regresara a México y la semana que pasé con ella en Aguascalientes me mostró las dos caras de Jano; la del error y el acierto.
Fue grato ver a Elena Garro desde la mirada de tres mujeres talentosas —Aurora Cano tuvo a su cargo la dirección artística—, con la experiencia de vida indispensable para no confundir la admiración de la persona y de la obra con la militancia feminista, y en una producción redonda que abre y cierra su ciclo cuidando cada detalle del montaje y logrando que el trazo escénico sea orgánico, no artificial. Aunque regresando al teatro, lo que se hace se paga. Al renunciar a la tragedia del personaje la pieza pierde la enjundia del conflicto, y ya sin hybris, la Garro que nos muestra Mariana al final del relato en un full shot tipo Lo que el viento se llevó, resulta anticlimática porque la mujer de esa imagen no marcha al exilio sino al cuadro de honor de la Historia.
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Larga vida a Seña y Verbo
Hay gente que sí es lo que parece y Alberto Lomnitz y Haydeé Boetto parecen y son buenas personas, y sobre eso, dos gentes talentosas y comprometidas con el teatro. De otro modo no habrían iniciado en los albores de este siglo Seña y Verbo: Teatro de sordos, con tan buenos resultados que hoy es una asociación artística y educativa en América Latina.
Como muestra de su consolidación, Seña y Verbo presentó en el FIC Yo despierta, una producción del Sistema de Teatros de la Ciudad de México que da cuenta de los alcances que tiene el teatro como expresión universal, y de la virtud que han adquirido varios de sus miembros para alcanzar la cima del lenguaje: la poesía.
Recuerdo que, desde los inicios de esta aventura singular, Alberto tenía muy claro que los sordos deberían hacerse cargo primero del oficio y enseguida de la administración del grupo, tanto en el sentido artístico como el orden del día. Yo despierta, la adaptación de El primer sueño de Sor Juana, firmada por Ingrid Solana y dirigida por Alberto Lomnitz y Eduardo Domínguez (Seña y Verbo), nos muestra que esa misión se ha cumplido con creces porque la traslación del poema al lenguaje de señas, realizada por la actriz sorda Socorro Casillas, es formidable.
Acompañada por la presencia y la voz de Haydeé, Socorro es como un junco cuyo balanceo deletrea en el viento un canto tan antiguo y actual como las imágenes que brotan de los signos del poema. Aunque no estuviera ahí la actriz parlante, veríamos figuras en el aire formando y deshaciendo las mil y una historia de las nubes que nos hablan, como los brazos y las manos de Socorro, sin decir palabra, mudas en su elocuencia de imágenes.
Qué ve un sordo, me pregunto sin malicia para suponer que al tener sellada la entrada del mundo por los oídos sus ojos se abren más que los comunes para compensar aquella perdida. Si así sucede deben disfrutar doblemente de las coreografías del Circo ContemporáNEO Danza Multidisciplinaria, trazadas por Mauricio Nava, con música original y diseño sonoro de Ricardo Lomnitz Soto, vestuario de Sara Salomón con diseño de iluminación de Patricia Gutiérrez Arriaga.
También para la vista están varios videos (técnica de rostocopía) que redondean el espectáculo. Uno de ellos, La llegada del sueño, de Alejandra Lomnitz Soto, que menciono porque es emocionante cuando los hijos acompañan al padre a una tarea tan noble como esta, primero por ser artística y luego por tratarse de una minoría relegada. Como amigo hasta la muerte de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (Legom), aprendí a evitar la conmiseración por los discapacitados porque es la peor forma de tratarlos como iguales. Con Seña y Verbo no existe esta falsa bondad porque, Yo despierta, nos enseña que no escuchar las pendejadas de los seres parlantes no disminuye sino aumenta la capacidad de conquistar su propio lenguaje. Larga vida a Seña y Verbo.
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Vuelta de tuerca
Sin el teatro de calle el Cervantino no sería Cervantino. Aunque una cosa es la Fura dels Baus y una muy otra la tradición saltimbanqui del Carro de Comedias, en este caso el de la UNAM, con un plus: Mariana Hartasánchez, actriz excelsa y cómica de cepa. Sin duda ella fue la primera en disfrutar la apropiación de un texto escrito en árabe en el siglo X y trasladado al hebreo del que llego al castellano en el siglo XIII gracias a los ocios intelectuales de Alfonso X el sabio.
El Sendebar original era un conjunto de cuentos que aleccionaba a los varones a evitar las triquiñuelas de las mujeres, entre ellas las del adulterio. Mariana presenta el espectáculo como El Sendebar: la cruzada de una fémina ilustrada, tan docta erudita y sabía que se pulió en el maridaje del español antiguo con el de uso actual para trastocar el fondo de los cuentos ejemplares, que de advertir sobre las mañas femeninas pasó a ser un manifiesto sobre su independencia.
La muestra de que no sólo en la edad media la mujer era objeto de segunda mano está en Hartasánchez: es la primera mujer que dirige el Carro de Comedia en sus más de veinte años de existencia, así que se despachó con la cuchara grande sin recurrir a la gracejada gratuita o la leperada de plazuela. Todo lo contrario. La producción del espectáculo es impecable y cuidada hasta en esos detalles que hacen la diferencia entre una escenografía, un vestuario y una utilería profesional a una de región cuatro.
El teatro trashumante ha sido entre nosotros la extensión de la academia para muchos jóvenes comediantes que adquieren en la calle la habilidad de involucrar al público en la trama y de improvisar sus parlamentos. Bajo la batuta de Mariana, el elenco de este Carro cumple con lo que se espera de su edad y condición de egresados de actuación; energía física y vocal, cambios relámpagos de vestuario, agilidad mental, carisma, empatía con el público, modificación instantánea del personaje, habilidad con la espada, desplazamientos en chinga, en fin, virtudes de bufón bululú y saltimbanqui.
En la función cervantina, con explanada rebosante de espectadores, los jóvenes farsantes se echaron al público a la buchaca y los involucraron en la farsa sin abusar del recurso, pendientes de que era el mensaje que estaban dando el objetivo del espectáculo. Porque no se trataba de un panfleto feminista o una parodia anti machista sino de una forma antigua de contar historias ejemplares que Mariana respeto en su forma narrativa para darle una vuelta de tuerca al contenido. Sólo una auténtica amante del lenguaje y una verdadera cómica de la legua se toma esos trabajos en el teatro de calle, una de las raíces del teatro.
Sólo queda decirle a Andrea Castañeda, Carol Muñiz, Thania Luna, Diego Montero, Mario Medina y/o Omar Betancur y Zabdi Blanco: ¡Chapeau bas! Me quito el sombrero.
Notas:
* María Collado, la “nana” de la Garro era en realidad su pariente pobre, así guardaba la escritora que luchó por los desposeídos su distancia de clase.
** Álvaro Custodio fue un destacado hombre de teatro y cine en España, de la que salió exilado a México en 1944. En tierra tolteca hizo una importante labor escénica hasta su muerte, en 1973.
*** Esta huida sucedió en los hechos no en la ficción dramática.