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“Nunca he escrito personajes totalmente ingenuos, conocen los mecanismo de la opresión y del poder”

Poético, pero a la vez corrosivo y reivindicativo, el escritor marroquí Abdelá Taia vuelve a la carga con una novela corta, «El bastión de las lágrimas»; con él es la siguiente conversación

Octubre, 2025

En sus 25 años de trayectoria, Abdelá Taia ha publicado más de diez novelas y dirigido dos película. Son historias que se nutren de su propia biografía y de su experiencia como outsider (tanto en Marruecos, por ser gay, como en Francia, por ser migrante). Ahora, el escritor marroquí vuelve a la carga con una novela corta —con ese estilo muy suyo entre la delicadeza y la violencia, entre lo poético, lo corrosivo y lo reivindicativo— que remueve a largo plazo: de regreso a su ciudad natal tras quedarse huérfano, el protagonista de El bastión de las lágrimas reflexiona sobre sus duros recuerdos, esos que ni el exilio ha conseguido borrar, y sobre en quién le han convertido. Sarah Babiker ha conversado con el escritor marroquí.


Sarah Babiker


En 25 años, el escritor marroquí Abdelá Taia (Salé, 1973) ha publicado más de diez novelas y dirigido dos película. Son historias que se nutren de su propia biografía. Desde Mi Marruecos (Cabaret Voltaire, 2010), publicado en francés en el año 2000, a su último libro, El bastión de las lágrimas (Cabaret Voltaire, 2025), la escritura de Taia viaja desde la infancia en un barrio pobre de la ciudad de Salé al desarraigo de la migración. La escasez en la que creció, la homosexualidad que le hizo objeto de la violencia de sus vecinos, la literatura en la que desde muy joven encontró su espacio, y la vida lejos de los orígenes, aparecen de distintas formas en su obra.

Alerta ante la homofobia como ante el colonialismo, en la mirada de Taia la identidad es compleja, cambiante, contradictoria. En 2006 se convirtió en uno de los primeros marroquíes en declararse abiertamente gay, tres años después publicó en Tel Quel, revista francófona de su país, una carta titulada “La homosexualidad explicada a mi madre”. Mientras saca cuentas con lo que supuso ser un niño y un adolescente gay en su familia y en su barrio, Taia aborda qué implica ser árabe y musulmán, descendiente de la colonización, en una Francia que mira con paternalismo o sospecha a las personas como él, un tema que abordó ampliamente en La vida lenta (Cabaret Voltaire, 2020).

En El bastión de las lágrimas, el autor vuelve a entregar un relato poblado de personajes conscientes de lo que el poder les hace a sus vidas, un libro donde convive el daño, el amor, el ansia de justicia y la capacidad de perdón a través de la historia de sus protagonistas: Yusef y Nayib. Con Abdelá Taia es la conversación.

“Incluso cuando se cuenta una historia trágica, no hay que olvidar aportar algo de belleza”

—En El bastión de las lágrimas hay una forma de abordar lo íntimo que, a través de historias muy concretas, interpela a sentimientos, digamos, universales.

—En realidad yo nunca aspiro a lo universal, porque para mí la idea de lo universal está definida sobre todo por una noción occidental. Lo que quiero es ser siempre muy preciso en lo que escribo, con el deseo de elevar. Es decir, cuento historias concretas, realistas, pero, muy a menudo los personajes, las voces, se desprenden de esta realidad dura o trágica para acceder a otro nivel de la vida. Mi estilo como escritor es seguirles en esta elevación.

“Es importante elevarse un poco; incluso cuando se cuenta una historia trágica no hay que olvidar aportar algo de belleza. Se puede contar una historia trágica de forma hermosa. Que no se haga demasiado pesada, aunque lo sea de partida, pues mis libros tratan temas que son bastante duros. Pero supongo que hay algo de común para todo el mundo: no podemos dormir por la noche, nos despertamos, abrimos las ventanas, y algo dentro de nosotros se comunica con la naturaleza, con el Sol, con el cielo. Eso es lo que hacía mi madre, abría la ventana y daba las gracias al cielo cada mañana”.

—“Universal” no es el mejor término. Me refería a trascender las situaciones concretas, específicas, esto que llama elevación. Y en ese viaje, tocar algo profundamente humano.

—Sí, yo no puedo pensar en lo universal, porque eso significa que sé a quién dirijo mis libros. A qué lector, francés, americano o español. Entraría en una visión comercial del libro y entonces me censuraría para complacer a tal o cual lector de tal o cual país. Es un poco como la utilización de la causa de las mujeres en Afganistán, por ejemplo. Todos están a favor de liberarlas, pero no se puede hablar de ellas siempre de la misma manera miserable. Hay que mostrar quiénes son, qué hacen en su contexto, no utilizarlas sólo para demostrar a las personas occidentales que tienen razón cuando defienden a estas mujeres.

“No puedes venir a hablar de alguien diciendo: ‘Conozco tu vida mejor que tú’. Pero eso es lo que hacen muchos occidentales, porque sienten que tienen superioridad económica y poscolonial y porque tienen las armas, así de simple. Se toman la libertad de ir a Madagascar y hablar de la pobreza del pueblo malgache. Explican: los pobres son así, la corrupción del gobierno malgache es así, sin relacionar todo eso con el estado del mundo, con el colonialismo. Es casi como si se negara de entrada la experiencia del pueblo malgache o de las mujeres afganas. Pero no se puede escribir sin una experiencia profunda de la vida.

“En mi caso, no hablo solo de mi experiencia, sino también de las experiencias de otras personas que han estado a mi lado durante años y años. Mi suerte es que nací en una familia muy numerosa, con nueve hijos, yo soy el hijo número ocho. Ahí estaba con gente que había pasado por experiencias vitales mucho antes que yo. Recibí sus experiencias y viví las mías propias junto a ellos. Creo que lo que escribo es para explicar lo que dices, este lado humano, que también viene de estar allí con ellos: once cuerpos en tres habitaciones. La ‘profundización’ ya estaba ahí, en la vida, antes de llegar a la escritura”.

“A los poderosos les interesa tener siempre esclavos a su alrededor

—Respecto a El bastión de las lágrimas, habla de la relación de dos jóvenes en Salé, y de ese anhelo común del “milagro de vivir sin miedo”, algo que interpela con fuerza.

—Nayib y Yusef son gays, ellos sienten que pertenecen a este mundo, a esta tierra, a este pueblo llamado Salé. Son los otros los que no sólo abusan sexualmente de ellos, los oprimen, sino que les dicen “no son como nosotros, no pertenecen a la tierra de la misma manera que nosotros”. Y eso es lo que conduce al miedo, e incluso a la locura. Se llama rechazo, se llama enviar a la gente a tierra de nadie, donde no sólo temen a quienes les dominan, sino que viven también en una soledad aterradora. Lo que caracteriza a Yusef y Nayib es que son capaces de expresar esto y rechazarlo: “Intentan asustarnos. Nos asustan, pero también comprendemos todos los mecanismos que hacen que esto pase”.

“Pero, por desgracia, tengo la impresión de que el sistema político, ya sea el capitalismo o la monarquía en Marruecos, siempre está inventando y reinventando un sistema para atemorizarnos de nuevo. Y el individuo siempre está atrapado de antemano. En el fondo, el sistema ya está pensando cómo atraparlo, cómo asustarlo, cómo bloquearlo. Es muy importante para mí, como escritor, analizar las situaciones políticamente, dar voz a todos estos personajes… Ni siquiera es darles voz, sino que el espacio de la literatura deviene el lugar donde su voz se expresa directamente, como si yo, el autor, no existiera. Es como si todo fuera vida. Es decir, que el lector se olvide del escritor que ha pensado en todo esto, que lo ha estructurado, y sólo lea voces que hablan. En esa forma de hablar de estos personajes, hay una expresión de libertad, diga lo que diga el mundo”.

—Los personajes también toman decisiones de supervivencia ante una situación que no pueden cambiar. Nayib llega a decir: “Para sobrevivir, tengo mil caras”. La supervivencia en determinados contextos, ¿obliga a la gente a asumir una cierta hipocresía?

—Esto lo analizo, una vez más, desde el punto de vista del poder. No quiero llevar esta noción de hipocresía a afirmar que los musulmanes son hipócritas, las sociedades árabes o africanas son hipócritas, como si no hubiera hipocresía en España, Francia, Nueva York o Londres. A menudo es como si nos castigaran en una esquina diciéndonos: “Son todos unos hipócritas, nunca se liberarán”. Yo veo cómo estos individuos son conscientes de los límites que el poder y los ricos que dirigen el mundo les ponen. Así que los pobres no tienen más remedio que inventar estrategias para sobrevivir. Puede sonar a hipocresía, pero no lo llamaría así. Yo lo llamo capacidad de sobrevivir actuando, haciendo comedia. Por supuesto, al cabo de un tiempo, toda esta gente, a fuerza de actuar los unos frente a los otros, llegan a un escenario extremadamente triste donde nadie dice la verdad. Pero siempre hay que buscar al responsable, al poder que primero coloca a las personas en un contexto político y económico de pobreza, y luego ellas, intentando sobrevivir, quizá mienten, quizá actúan, quizá tienen mil caras. No digo que no exista. Pero no podemos hacer esa observación y no intentar ver quién es el verdadero responsable de todo esto. Porque si queremos que la gente no sea sumisa, que sea verdaderamente libre, tenemos que darle los medios para expresar su libertad, tenemos que darle los medios financieros para que no se vea obligada a convertirse en esclava de los poderosos. Pero los poderosos nunca harán eso, obviamente. Les interesa tener esclavos a su alrededor.

—Claro, esa es la perversidad del poder.

—Y estos personajes que hablan —incluso Nayib cuando vuelve para vengarse en [su barrio] Hai Salam— son conscientes de esta perversidad. No hablan con ingenuidad de lo que el poder hace a la gente. Aunque no se expresen como sociólogos, tienen un conocimiento sociológico del mundo. Eso es muy importante para mí, creo que queda claro: estos personajes saben de lo que hablan. Conocen los mecanismos de la opresión, de la violación, saben cómo los individuos son conducidos a la muerte o a la felicidad, pero sin que todo esto sea algo definitivo. Nunca he escrito personajes totalmente ingenuos en su relación con el mundo. Ellos conocen el mundo y conocen el poder. Creo que incluso Yusef, en algún momento, quizá llega a perdonar a sus hermanas porque —expresa en un punto de la historia— las palabras que ellas usan no son sus palabras, son las palabras que el poder ha puesto en sus bocas.

Lo que me viene a la cabeza es todo el poder que sienten los hombres heterosexuales y que la sociedad les sigue garantizando

—Sobre la violencia que sufrieron Nayib y Yusef durante su niñez, resulta muy duro pensar que son vecinos “normales”, hombres del barrio, los que ejercen o permiten esas violaciones. Pienso en cómo la crueldad, el abuso, funciona como una forma de vinculación entre hombres.

—Cuando un hombre es heterosexual, siempre hay señales en la sociedad que le dicen “puedes hacer eso”. Ahora bien, sea quien sea este hombre heterosexual, que no vaya a participar en una violación en grupo en una esquina no significa que no vaya a hacer lo mismo en casa con su mujer o con sus hijos. Que sea un gran profesor universitario no significa que no vaya a hacer lo mismo en la cama con su mujer. Lo que me viene a la cabeza es todo el poder que sienten los hombres heterosexuales y que la sociedad les sigue garantizando. Mientras el patriarcado siga con nosotros, desgraciadamente seguirán existiendo las violaciones en grupo y la crueldad como estrategia para apoderarse del mundo. Estamos aquí para luchar contra eso y denunciarlo. En cualquier caso, en mi libro, estos personajes lo entienden, no lo aceptan, y siguen adelante con sus vidas a pesar de todo. Tienen aspiraciones, tienen esperanza.

—Mientras leía el libro pensaba además, que, dado el abuso de la vulnerabilidad de los personajes, al final queda la sensación de que no hay afecto honesto, que cualquier amor recibido es siempre a cambio de algo, y permanece el miedo a que incluso el perdón nunca sea sincero.

—Pero en cualquier caso, como decíamos antes, está la esperanza como fuerza motriz; aún más, está la búsqueda del amor como fuerza motriz. Quizá debido a las películas egipcias que veía de niño, para mí el amor no es una ilusión. Siempre me proyecto a través del amor. No sé, estoy en el metro, veo a una mujer senegalesa, y hay algo que emito hacia ella que puede llamarse amor. Pero no creo que yo sea el único, me parece que es la definición misma del ser humano, que no se basta consigo mismo, que siempre alberga el deseo de ofrecer su corazón a otra persona. Es algo natural, al menos para mí.

“Y al final, también es una forma de concebir el amor que va más allá de este amor romántico y exclusivo. Que va más allá también de una idea de amor homosexual, como si por ser homosexual Yusef no pudiese entender a las hermanas heterosexuales, como si no pudiera participar con ellas en la búsqueda del amor, en las calles de Salé y de Rabat. Mis libros no tratan de una visión guetizada del amor, o de la homosexualidad. En mis historias, el homosexual, vuelve a un lugar central donde también hay otros. En Vivir a tu luz (Cabaret Voltaire, 2022), hablo de mi madre, pero también de la homosexualidad, de cómo ella la experimentó y la percibió. Creo que es importante no escribir para confirmar categorías que ya han sido validadas por los medios de comunicación o por la sociedad intelectual. Hay que intentar ofrecer otro camino hacia el amor, inventar otro camino”.

“El capitalismo aísla a los ciudadanos y los convierte en consumidores lobotomizados”

—Hay mucha literatura que nos invita a soltar los vínculos que no aportan o cortar los lazos con quienes nos han hecho sufrir. Sin embargo, en su escritura siempre hay una necesidad de volver y preservar el amor a pesar de todo el dolor.

—Se podría llamar, de una manera muy realista, una renegociación entre nosotros de la idea del amor y del daño. Creo que el individuo, tal y como lo concibe Occidente, no es más que el capitalismo diciéndole a los ciudadanos que son individuos para aislarlos mejor y convertirlos en consumidores lobotomizados. Así que soy muy consciente de los límites de esta política de individualización extrema. Ni siquiera necesito pensar en cómo responder a esta estrategia, está en mí, de manera natural, intentar siempre reactivar los lazos de solidaridad. No estoy diciendo que si hay peligro en la familia, no debas alejarte del peligro. Tienes derecho a marcharte. Pero el superviviente también tiene que reflexionar sobre lo ocurrido. No todo el mundo es capaz de eso, pero yo sí, al menos como superviviente de violación, también porque no quiero ser el que definitivamente tiene razón.

“Además es importante, como he dicho antes, que en mis libros no está solo mi voz, no puedo escribir sólo con mi voz, eso no es suficiente, creo que algo así se volvería estéril muy rápidamente, sería dar pequeñas vueltas en círculo. Tengo que traer las voces de otras personas. Ni siquiera necesito volver, las voces de los otros están dentro de mí. No es una metáfora, todos tenemos las voces de los demás dentro de nosotros, los recuerdos de los demás. La escritura está ahí para traer las voces y los recuerdos de los demás, pero una vez más, me retrotrae a lo que veía cuando era pequeño. La familia, la gran familia en tres habitaciones, la pobreza y la obligación de ser solidarios unos con otros”.

—También es muy interesante esta solidaridad con las hermanas, cómo Yusef es testigo de su transformación de jóvenes libres a señoras de su casa, a personas que albergan resentimiento hacia los hombres, hacia sus propios hermanos que pueden hacer su vida, mientras ellas han de quedarse y preservar la memoria.

—Para mí era muy importante mostrar a las hermanas viviendo en esta libertad antes del matrimonio. En otras palabras, los hombres están ahí para detener a las mujeres, para convertirlas en amas de casa. Antes de este encarcelamiento, las mujeres vivían otra cosa. Mis hermanas y yo vivíamos otra cosa, éramos realmente libres, los hombres no podían detenernos. Quizá era una ilusión, pero ellas no lo vivieron así: sus deseos sexuales, sus deseos románticos, invadían el mundo. Eran muy conscientes de que estaban transgrediendo y de que algo malo podía ocurrirles al hacerlo, pero siguieron adelante. Había algo en ellas irresistiblemente libre. Eso es lo que molesta a los hombres, que las mujeres sean tan libres.

Lo que está sucediendo en Gaza nos demuestra que la colonización aún no ha desaparecido

—Han pasado 25 años desde que publicó su primer libro, ¿siente que ha habido algún tipo de evolución en su escritura?

—Sí, en mi estilo, pues al principio estaba obsesionado con crear una oración literaria que se ajustara a ciertas normas, en particular francesas. Ahora sólo estoy con las voces. Tengo la impresión de ser como un actor que, antes de salir al escenario para representar una obra de Chéjov, por ejemplo, ensaya, ensaya y así sube, y dice estas frases como si no existiera Chéjov, se olvida de él. Sólo hay un hombre o una mujer en el escenario diciendo palabras. Eso es lo que quiero que sean mis libros, que la gente se olvide de Abdelá Taia como escritor, que tenga la impresión de que lo que lee son sólo personas hablando de manera natural.

—¿Cree que la experiencia acumulada le lleva hacia eso?

—No tengo un sueño burgués, no me atrae la burguesía, ni los grandes salones… Así que mi escritura no tiene que corresponder a un estándar burgués, ha de permanecer siempre al nivel de la vida, es decir, humilde y modesta.

—Querría cerrar esta conversación volviendo al principio, cuando hablaba de colonialismo. Hace unos meses apareció como firmante de un manifiesto en el que se defiende que se llame genocidio al genocidio. ¿Qué significa para usted lo que está pasando en Gaza?

—En realidad ya he escrito en el pasado mucho sobre este tema. Creo que, más allá de cualquier otra cosa que pueda decir sobre Gaza, lo que está sucediendo nos demuestra sin lugar a dudas que la colonización aún no ha desaparecido. Así de simple. Lo que está sucediendo en Gaza nos está mostrando lo que Occidente hizo en Marruecos, Argelia, Congo, Argentina, América o Estados Unidos. Es decir, cómo era necesario matar y “genocidar” a la gente para instalar la supremacía del poder blanco y europeo. Lo estamos viviendo en este mismo momento. Si alguien tenía dudas sobre la colonización, pueden ver cómo continúa. No es sólo Israel y Gaza y los palestinos, es el poder occidental en general, cómo Occidente ha invadido el mundo. ¿Con qué medios? Mediante el asesinato y el genocidio. Quienes no habían leído libros sobre esto lo están leyendo ahora. No hay debate ni negación posible: está claro como el agua.

[Entrevista publicada originalmente en CTXT / Revista Contexto; es reproducida bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.]

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