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László Krasznahorkai, escritor visionario y apocalíptico, obtiene el Premio Nobel de Literatura 2025

El narrador y guionista húngaro releva a la escritora surcoreana Han Kang, galardonada el año pasado por “su intensa prosa poética”

Octubre, 2025

En los últimos años estaba entre los favoritos y solía aparecer en las apuestas para llevarse el premio. Esta vez, sin embargo, la Academia Sueca por fin ha sacado la bolita con su nombre: László Krasznahorkai, uno de los narradores más originales de las letras europeas, ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2025. La Academia Sueca lo ha elogiado “por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Así, el guionista y escritor húngaro releva a la escritora surcoreana Han Kang, galardonada el año pasado por “su intensa prosa poética”. Ganador ya de diversos premios literarios internacionales, algunas de las obras de Krasznahorkai también ha sido llevadas al cine por ese otro gigante de la cultura: el director húngaro Béla Tarr. En castellano, ha sido el sello Acantilado el que ha puesto a disposición de los lectores varias de sus novelas, como Melancolía de la resistencia (2001), Guerra y guerra (2009), Relaciones misericordiosas (2023), o la más reciente El barón Wenckheim vuelve a casa (2024).

En los últimos años, su nombre solía aparecer en las apuestas para llevarse el premio. Esta vez, sin embargo, la Academia Sueca por fin ha sacado la bolita con su nombre: el guionista y escritor László Krasznahorkai ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2025.

El novelista húngaro, conocido por sus temas oscuros y apocalípticos e intrincadas frases que pueden alargarse páginas enteras, ha recibido el premio “por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”, ha señalado el Comité del Nobel.

Y, sí. El autor húngaro ha creado a lo largo de los años un corpus literario singularísimo, y tal vez por ello se la ha comparado a menudo con la de otros autores únicos en su especie, como Kafka —su héroe literario—, Gógol, Beckett o Bernhard.

Como apuntó la propia Academia: “László Krasznahorkai es un gran escritor épico de la tradición centroeuropea, que se extiende desde Kafka hasta Thomas Bernhard, y se caracteriza por el absurdo y el exceso grotesco. Pero tiene más recursos, y pronto mira hacia Oriente, adoptando [en su obra] un tono más contemplativo y refinado”.

Krasznahorkai ha sido venerado durante mucho tiempo por sus colegas. La escritora Susan Sontag lo calificó en una ocasión como “maestro del apocalipsis”, mientras que el crítico literario James Wood escribió una vez que los libros de Krasznahorkai “se pasan de mano en mano como una moneda rara”. También, el director de cine húngaro Béla Tarr ha sucumbido a sus encantos y ha adaptado varias de sus novelas a la pantalla.

Y con justa razón. Krasznahorkai es uno de los escritores húngaros más singulares y complejos de su generación. Su obra —que incluye entre otros libros Melancolía de la resistencia; Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río; Guerra y guerra; Ha llegado Isaías; Y Seiobo descendió a la Tierra— se caracteriza por una prosa densa, hipnótica y desafiante, con frases extremadamente largas.

Y no sólo eso.

La desesperanza, la decadencia social, el colapso moral y la búsqueda de sentido en un universo desintegrado constituyen, en gran parte, el telón de fondo de su mundo narrativo. Este tono sombrío, no obstante, no le ha impedido la búsqueda de la belleza o una profunda espiritualidad en su obra, sin excluir, además, una sutil ironía y un humor corrosivo.

Steve Sem-Sandberg, miembro del comité que concedió el premio, elogió el “poderoso estilo épico de inspiración musical” de Krasznahorkai en la rueda de prensa en la que se anunció el Nobel.

“Es la mirada artística de Krasznahorkai, totalmente libre de ilusiones y que ve a través de la fragilidad del orden social, combinada con su inquebrantable creencia en el poder del arte, lo que ha motivado a la academia a concederle el premio”, añadió Sem-Sandberg.

Algo similar apuntó Marina Warner, en 2015, cuando fungió como presidenta del jurado del Man Booker International Prize otorgado, en dicho año, al escritor húngaro. En aquel momento, cuando se concedía el galardón a la obra completa de un autor y no a una novela concreta, Warner le dijo a la prensa que Krasznahorkai era “un escritor visionario de extraordinaria intensidad y rango vocal, que capta la textura de la existencia actual en escenas terroríficas, extrañas, terriblemente cómicas y, a menudo, de una belleza estremecedora”.

“La lectura nos da fuerza para sobrevivir a estos tiempos tan difíciles en la Tierra”

László Krasznahorkai es el segundo húngaro que recibe el Nobel de Literatura después de Imre Kertész (1929-2016), que lo obtuvo en 2002. Sustituye, además, a Han Kang, autora surcoreana más conocida por La vegetariana, que lo recibió en 2024.

La Academia Sueca ha intentado en los últimos años ampliar la diversidad de autores galardonados con el premio, tras enfrentarse a las críticas de que la gran mayoría de los premiados eran hombres de Norteamérica o Europa. Así, en el último lustro lo han obtenido el narrador y dramaturgo noruego Jon Fosse, la escritora francesa Annie Ernaux, el escritor tanzano Abdulrazak Gurnah, y la poeta estadounidense Louise Glück.

Tras recibir la noticia del galardón, Krasznahorkai le dijo a Radio Suecia: “Estoy tranquilo y muy nervioso”. Y añadió: “Este es el primer día de mi vida en que recibo un Premio Nobel. No sé qué vendrá en el futuro”.

Minutos antes, también había respondido algunas preguntas a la Academia Sueca. En una entrevista difundida por la institución, Krasznahorkai agradeció el premio y se mostró absorto: “Estoy absolutamente sorprendido, no puedo creerlo aún”.

Luego, dijo: “Agradezco, ante todo, a los lectores. Deseo para todos que recuperen la capacidad de usar su imaginación, porque sin fantasía la vida es absolutamente diferente. Que lean libros, disfruten y se enriquezcan con ellos, porque la lectura nos da más fuerza para sobrevivir a estos tiempos tan difíciles en la Tierra”.

Consultado sobre sus fuentes de inspiración, Krasznahorkai fue claro: “La amargura. Me entristece mucho pensar en la situación actual del mundo. Esa es mi inspiración más profunda: el ser humano ahora o hasta ahora. También podría ser una inspiración para las próximas generaciones en la literatura, para sobrevivir este tiempo, porque es muy, muy oscuro. Necesitamos mucha más fuerza en nosotros para sobrevivir”.

Unos inicios con un poco de alcohol

László Krasznahorkai nació el 5 de enero de 1954 en Gyula, una pequeña ciudad del sureste de Hungría, cerca de la frontera con Rumanía. Este entorno periférico, marcado por la historia y el aislamiento, influyó profundamente en su sensibilidad literaria.

Krasznahorkai creció en una utopía en ruinas, en un régimen comunista en el que los ideales teóricos quedaban muy por debajo de la gris realidad. Su padre era abogado y su madre trabajaba en el ministerio de bienestar social.

Empezó a estudiar derecho, pero pronto abandonó esos estudios. Conocido por su carácter inconformista, trabajó después en distintos empleos.

En una deliciosa (e imperdible) entrevista para The Paris Review, de 2018, Krasznahorkai le dio algunas pistas de sus inicios a Adam Thirlwell; no sólo de sus años de formación para la vida, también de sus años que terminarían por moldear su escritura.

László Krasznahorkai. / Foto: Miklós Déri (Wikimedia Commons).

Krasznahorkai explica ahí:

“Pensaba que la vida real, la verdadera vida, estaba en otra parte. En aquel momento, junto con El Castillo de Franz Kafka, mi biblia durante un tiempo fue Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Eran finales de los sesenta y principios de los setenta. No quería aceptar el papel de escritor. Quería escribir solo un libro, y después quería hacer cosas diferentes, sobre todo con la música. Quería vivir con la gente más pobre; pensaba que esa era la vida real. Vivía en pueblos muy pobres. Siempre tuve trabajos muy malos. Pero además, cambiaba de lugar muy a menudo, cada tres o cuatro meses, para escapar del servicio militar obligatorio.

“Trabajé como minero durante un tiempo. Era casi cómico, pues los verdaderos mineros tenían que cubrirme. Luego me convertí en director de varias casas de cultura en pueblos alejados de Budapest. Cada pueblo tenía una casa de cultura donde la gente podía leer clásicos. Estas bibliotecas eran todo lo que tenían en su vida diaria. Y los viernes o sábados, el director de la casa de cultura organizaba una fiesta musical, o algo parecido, que era muy bueno para los jóvenes. Fui director en al meno seis pueblos muy pequeños, lo que significaba que siempre me mudaba de uno a otro. Era un trabajo estupendo. Me encantaba porque estaba muy lejos de mi familia burguesa”.

En algún momento de aquellos años, Krasznahorkai también trabajó de vigilante nocturno:

“Ese fue uno de mis trabajos favoritos: un establo en tierra de nadie cuidando unas 300 vacas. Fui vigilante durante unos meses, quizá. Una vida miserable con Bajo el volcán en un bolsillo y Dostoyevski en el otro.

“Y, por supuesto, en estos Wanderjahre [en estos años de vagancia, de aprendizaje itinerante, de peregrinaje], empecé a beber. Había una tradición en la literatura húngara según la cual los verdaderos genios eran unos borrachos empedernidos. Y yo también era un borracho desquiciado. Llegó un momento, incluso, en el que estuve sentado con un grupo de escritores húngaros que, para nuestra tristeza, todos coincidíamos en que esto era inevitable, en que cualquier genio húngaro tenía que ser un borracho desquiciado. Fue entonces que cambié, y me negué a aceptarlo”.

Razones no le faltaban a Krasznahorkai para dejar la bebida, o moderar su consumo:

“En aquella época, entre los prosistas contemporáneos había un escritor y bebedor en particular: Péter Hajnóczy. Era una leyenda viviente y un alcohólico total y profundo, como Malcolm Lowry. Su muerte fue el acontecimiento más importante de la literatura húngara. Era muy joven, quizá de unos cuarenta años, cuando murió. Y esa fue mi vida. No me preocupaba nada; era una vida muy aventurera, siempre en tránsito entre ciudades, en estaciones de tren y bares por la noche, observando a la gente, conversando con ellos. Poco a poco, empecé a escribir un libro en mi cabeza.

“Era bueno trabajar así, porque tenía la fuerte sensación de que la literatura era un campo espiritual; que en otros lugares, en la misma época, Hajnóczy, János Pilinszky, Sándor Weöres y muchos otros poetas maravillosos, vivieron y escribieron así. Pensábamos que la literatura en prosa tenía menos fuerza. Amábamos más la poesía porque nos parecía más interesante, más secreta. La prosa se acercaba demasiado a la realidad. La idea de un genio en prosa era alguien que se mantenía muy cerca de la vida real. Por eso, tradicionalmente, los prosistas húngaros, como Zsigmond Moricz, escribían con frases cortas. Pero no Krúdy, mi único escritor querido de la historia de la literatura en prosa húngara. Gyula Krúdy. Un escritor maravilloso. Seguramente intraducible. En Hungría, era un Don Giovanni: dos metros de altura, un hombre enorme, un hombre fenomenal. Era tan seductor que nadie podía resistirse”.

“¿Y Dostoyevski?”, le pregunta un momento dado Adam Thirlwell.

“Dostoyevski jugó un papel muy importante para mí, por sus héroes, no por su estilo ni por sus historias —le responde Krasznahorkai—. ¿Recuerdas al narrador de Noches Blancas? El personaje principal se parece un poco a Myshkin de El Idiota. Fui un fanático de este narrador y más tarde de Myshkin, de su indefensión. Una figura indefensa y angelical. En todas mis novelas se pueden encontrar personajes así, como Estike en Sátántangó o Valuska en Melancolía…, que están heridos por el mundo. No merecen esas heridas, y los amo porque creen en un universo donde todo es maravilloso, incluida la existencia humana, y admiro mucho su creencia. Pero su forma de pensar sobre el universo, sobre el mundo, esa creencia en la inocencia, me resulta a mí inalcanzable”.

Más adelante, Thirlwell le pregunta cómo llegó a su estilo, a esas frases grandiosas y extensas.

Habla Krasznahorkai: “Encontrar un estilo nunca fue difícil para mí, porque nunca lo busqué. Viví una vida aislada. Siempre tuve amigos, pero sólo uno a la vez. Y con cada amigo, teníamos una relación en la que nos hablábamos sólo mediante monólogos. Un día, una noche, yo hablaba. Al otro día, o la noche siguiente, él hablaba. Pero el diálogo era diferente cada vez porque queríamos decir algo muy importante al otro, y si quieres decir algo muy importante, y si quieres convencer a tu pareja de que eso es muy importante, no necesitas puntos y más puntos, sino respiración y ritmo: ritmo, tempo y melodía. No es una elección consciente. Este tipo de ritmo, melodía y estructura de frases surgió más bien del deseo de convencer a la otra persona.

“¿Nunca se relacionó con otros estilos, como el de Proust o Beckett?”, le pregunta entonces Thirlwell.

Krasznahorkai contesta: “Quizá cuando era adolescente, pero era más una imitación de sus vidas, no de su lenguaje, no de sus estilos. Tengo una relación especial con Kafka porque empecé a leerlo muy pronto; tan pronto que no entendía de qué trataba, por ejemplo, El Castillo. Era demasiado joven. Tenía un hermano mayor y quería ser como él, así que robaba sus libros y los leía. Por eso Kafka fue mi primer escritor: un escritor al que no podía entender, pero también sobre el que reflexionaba como persona. Uno de mis libros favoritos cuando tenía doce o trece años era Conversaciones con Kafka, de Gustav Janouch. Con ese libro, encontré un canal especial hacia Kafka”.

Hacia el final de la conversación, Thirlwell le pregunta sobre su proceso de escritura.

“Cuando escribo un libro —le dice Krasznahorkai—, el libro ya está listo en mi cabeza. Desde joven, he trabajado así. De niño, mi memoria era bastante anormal. Tenía memoria fotográfica. Así que encontraba la forma exacta, una frase, varias frases, en mi cabeza, y cuando estaba listo, lo escribía”.

“¿No revisas?”, le pregunta Thirlwell.

Krasznahorkai: “Trabajo casi a cada minuto, como un molino que gira sin parar. Si estoy enfermo, no puedo. Y si estuviera borracho, tampoco. Pero salvo estas excepciones, trabajo y trabajo, porque empiezo una frase y junto a ella cien mil frases más, como hilos finísimos de una araña. Y una de ellas es, de alguna manera, un poco más importante que las demás, y la extraigo lo suficiente como para poder trabajar con ella y corregirla. Y por eso, aunque hay traducciones maravillosas de mis libros, me gustaría que pudieran leerlos en su versión original, porque cuando trabajo lo primero que hago con una frase en mi cabeza es perfeccionar el elemento rítmico. Cuando trabajo, utilizo el mismo mecanismo común a la composición musical y literaria. La música, la literatura y las artes visuales tienen una raíz común: las estructuras de ritmo y tempo, y trabajo a partir de esa raíz. El contenido es completamente diferente en el caso de la música y en el de las novelas. Pero la esencia, para mí, es muy similar”.

De ahí que los detalles sean para Krasznahorkai lo más importante:

“Para mí, los detalles más pequeños son cuestión de vida o muerte. Un error en una frase me mata. Por eso no soporto leer mis libros, porque es casi imposible escribir un libro de trescientas páginas sin un solo error de ritmo. Y quizá no se trate de una cuestión de perfección, sino de un deseo de cuidar los detalles más pequeños, porque no hay diferencia de importancia entre los detalles más pequeños y el conjunto. ¿Cuál es la diferencia entre una gota del océano y el océano en su conjunto? Nada. Nada”.

¿Aún hay sitio para la literatura sin prisa en el mundo de hoy?

Algunos críticos han señalado que la visión apocalíptica del escritor húngaro está relacionada, en parte, con la pérdida de valores del régimen comunista, cuando escribió Tango satánico, y más tarde con la visión de la civilización occidental en declive.

En español, Acantilado ha publicado varias de sus obras, como Melancolía de la resistencia (2001), Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (2005), Guerra y guerra (2009), Ha llegado Isaías (2009), además de Y Seiobo descendió a la Tierra (2015).

László Krasznahorkai. / Ilustración: Niklas Elmehed | Nobel Prize.

Leer en el siglo XXI la literatura de László Krasznahorkai es, sin duda, encontrarse con un autor casi fuera de este mundo. Y es que, en una era como la actual que busca la inmediatez, él reivindica la complejidad; frente a la superficialidad, él ofrece profundidad.

Con sus personajes densos y sus frases largas, que pueden extenderse a lo largo de páginas enteras, Krasznahorkai invita al lector a sumergirse en su particular cosmos narrativo.

Cuando el año pasado (2024) fue reconocido con el Premio Formentor de las Letras, László Krasznahorkai se dejó querer por la prensa ibérica, y concedió algunas entrevistas…

¿Aún hay sitio para la literatura sin prisa en el mundo de hoy?, fue una de las pregunta que le planteó el diario El País hace un año en Marraquech, donde se celebraron en septiembre de 2024 las Conversaciones de Formentor. “No, en absoluto”, respondió el autor húngaro. “La vida está muy acelerada, recibimos tanta información y con tanta rapidez que se nos olvida todo. Se han hecho estudios con niños que han concluido que, después de media página, se cansan y no se pueden concentrar. Esta literatura lenta, aunque luego coge ritmo, es para una islita muy aislada de lectores”.

Por su parte Ariana Basciani Fernández, del medio The Objective, quiso abordar con él el tema estilístico: “No es un hombre de frases sencillas. ¿Por qué siempre las ha evitado?”, le preguntó.

Krasznahorkai respondió: “Al principio era el verbo. Sin cesar oigo en mi cerebro y en mi alma a todos los seres humanos, a los más de ocho mil millones de personas, los oigo decir algo en ese preciso momento, es todo un terrible guirigay, y luego de pronto uno de los discursos prende en mí en una circunstancia y le presto atención, oigo que alguien quiere contar algo importante, de modo que al cabo de un rato sólo me concentro en él y me conmuevo por lo que escucho. En última instancia, mi tarea sólo consiste en escribir eso. La persona a la que escucho, a la que presto atención en medio de los ocho mil millones de seres humanos, por alguna razón única, y exclusivamente a ella, no utiliza frases cortas y regularmente estructuradas, sino que, porque quiere decir algo muy importante, apenas cobra aliento, habla y habla y habla, y yo escribo y escribo. La frase sencilla es la contraria a la naturaleza, la frase que fluye continuamente es la natural. La declaración de amor, que uno ha tenido que retener durante mucho tiempo, o el odio, que también ha tenido que retener largamente, o el descubrimiento que marcará una época, simplemente estallan, como un volcán. Y el funcionamiento de un volcán no se puede reflejar con frases bonitas, breves o, como usted dice, sencillas. Una fuerza demasiado potente, un mensaje demasiado importante, un descubrimiento demasiado grandioso, un destino demasiado cercano. ¿Qué puedo hacer sino seguirle el rastro? No soy un científico ni un profesor de literatura en un instituto de bachillerato, por desgracia”.

Marta Rebón, de Politica & Prosa, también le preguntó sobre sus señas de identidad: “Su prosa es conocida por sus largas frases casi infinitas. ¿Qué papel tiene esta estructura en la narrativa y qué pretende provocar en el lector?”

Krasznahorkai: “Las frases largas no son una cuestión de estilo, sino una herramienta necesaria para capturar la complejidad del mundo que intento describir. La realidad no se nos presenta en fragmentos simples y ordenados; es un flujo incesante de pensamientos, emociones y contradicciones. Mis frases quieren plasmar esta complejidad, la imposibilidad de simplificar aquello que es vasto y caótico. Cada frase es un viaje, una exploración que empuja tanto al personaje como al lector a los límites de su comprensión. No aspiro a agotar al lector, sino invitarlo a sumergirse en este caos para que pueda experimentar lo que mis personajes viven en este mundo desolado”.

Un último detalle: en la citada entrevista con la radio sueca, László Krasznahorkai ha querido restarle solemnidad al reconocimiento y con humor ha descrito lo que ha sido su vida y su obra: “Quería al principio escribir solo un libro. Y no quería ser escritor”, contó, pero al releer su primera novela descubrió que no era perfecta. “Empecé a escribir otra porque quería corregir Sátántangó’, y luego traté de escribir un nuevo libro para corregir los dos primeros… Mi vida es y ha sido una corrección permanente”.

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