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El siglo de Emilio Carballido

El mejor comediógrafo del teatro mexicano

Mayo, 2025

El periodista y crítico teatral Fernando de Ita lo dice bien en las siguientes líneas: el siglo XX fue la centuria de Emilio Carballido: además de ser alumno del gran Rodolfo Usigli, formó parte de la generación del medio siglo, que sería la primera en hacer del teatro el centro de su vida. Considerado principalmente como dramaturgo, Carballido también se dedicó con éxito al ejercicio de la narrativa así como a la producción de argumentos para ballets, libretos de ópera y guiones cinematográficos; se caracterizó por el manejo de un lenguaje claro, directo y una trama que combinaba el humor, la ironía y el dramatismo. Nacido en mayo de 1925, se cumple ahora su centenario. Fernando de Ita recuerda al escritor mexicano.

Emilio Carballido es en el teatro de México un Dios:
adorado y reverenciado, pero también negado y odiado
por algunos gratuitos herejes.
Tomás Espinoza

El siglo XX fue la centuria de Emilio Carballido porque nació en Córdoba, Veracruz, el 22 de mayo de 1925, justo a tiempo para ingresar en los años cuarenta a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ser alumno de Rodolfo Usigli y formar parte de la generación del medio siglo, que sería la primera en hacer del teatro el centro de su vida personal y laboral, ya que, hasta entonces, los autores dramáticos eran abogados, funcionarios, periodistas, diplomáticos o de familia pudiente, como Luisa Josefina Hernández, la única discípula de Usigli que pudo escribir sus obras en la tranquilidad de su estudio, no como Emilio, su hermano del alma, que abrió telón por primera vez con El triángulo sutil en el cuarto de azotea de Sergio Magaña en la Ciudad de México, dos años antes de que Salvador Novo lo pusiera en el camino de la fama con el estreno de Rosalba y los llaveros, realizado el 11 de marzo de 1950 en el Palacio de Bellas Artes.

Con más de 100 obras en su haber, Carballido es el gran polígrafo del teatro mexicano porque a sus comedias, dramas, sainetes, autos sacramentales, piezas históricas, obras didácticas, mitológicas, fársicas, infantiles, experimentales, clásicas, y lo que se ofrezca; hay que añadir sus novelas, cuentos, crónicas, óperas, guiones de cine, radionovelas y todo lo que un ser sensible y pensante pueda escribir sobre el lugar y el tiempo que le tocó vivir. Si a esta tarea hercúlea le añadimos su magisterio, todos, incluso los herejes a los que se refiere Tomás Espinoza en el epígrafe de arriba, debemos lanzar el sombrero al viento en su memoria.

El mejor de todos

Por lo menos en tres ocasiones, teniéndolo siempre en el centro de la plática, Vicente Leñero hizo la misma pregunta a comensales distintos que tenían el común denominador de ser gente de teatro. El autor de La mudanza preguntó entre los años 90 y 91 del ya referido siglo de Carballido:

—¿Quién es el mejor autor dramático de México?

Las tres veces se suspendió el copeo para poner cara de circunstancia y reflexionar la respuesta. En las tres ocasiones, el veredicto siempre fue unánime:

—Emilio Carballido.

Con una aclaración: la mía.

“Para mí, Carballido es el mejor comediógrafo de nuestro teatro, pero el mejor autor dramático de su generación es Sergio Magaña”.

Juro por la virgencita de Guadalupe que las tres ocasiones todos me voltearon a ver, sintetizando con su mirada lo que se sabía en los cotilleos de salón sobre mi enemistad con Carballido.

Es hora de dar la versión de mi herejía.

Emilio Carballido. / Foto: Instituto Veracruzano de Cultura.

El desencuentro

Los años setenta fueron la década del arribo de Carballido al cuadro de honor de la cultura oficial; lo digo así pues el premio a la excelencia artística de aquel priato era tener un puesto público como recompensa, y él, Carballido, fue nombrado primero subdirector, y luego dirigente, de la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBAL. En esos años yo viví primero en Nueva York, y luego en diversas partes del mundo, hasta 1974 que regresé a México y conocí a Margie Bermejo y comencé a vivir con ella en los inolvidables Edificios Condesa. Ahí, la vecina del primer piso, puerta derecha, fue Socorro Avelar, actriz de alto copete contemporánea de Carballido, porque nació el mismo mes y el mismo año que el dramaturgo cordobés, y seguro no sólo por ello sino por su capacidad histriónica fue la sucesora de don Emilio en la dirección de la ENAT.

Como vecinos y gente de teatro compartimos en cierta ocasión la copa con la actriz, que ya era la directora de la ENAT, y ahí habló de un tema que llamó la atención del imberbe reportero en el que (la amistad de Margie con Carlos Payán) me había convertido sin pretenderlo, pues yo no quería ser periodista sino escritor. Comentó la actriz que la Escuela era el coto de caza de los maestros de ambos sexos para atrapar alumnos. Le pedí de inmediato una entrevista formal como directora, y lo extraordinario fue que ya sin el estímulo del alcohol refrendó lo dicho sin reparar que su amigo, mentor, y jefe máximo estaría involucrado en el tema, simplemente porque fue su antecesor y quien le heredó el cargo. Ella fue honesta porque le disgustaba la situación, pero tan ingenua que jamás sospechó que aquel secreto a voces salpicaría a su benefactor. Ella simplemente me dejó de hablar; sin embargo, no me culpó de nada porque sus voz estaba grabada, pero el máximo dramaturgo de la estupenda ciudad de Córdoba lo tomó como una afrenta personal y ahí comenzó la batalla.

A partir de aquel reportaje en el unomásuno, el Dios del teatro en México empezó a denostarme, primero como periodista y luego como crítico, cuando jamás nos habíamos visto los rostros. Yo respondí con la misma moneda.

Portazo en la cara

Como reportero me llamaba la atención que la mayoría de los autores dramáticos de los años cincuenta a los ochenta fueran homosexuales, así que se me ocurrió la peregrina idea de preguntarle a los autores, que podrían ser catalogados en esa esfera, cuál era el motivo. Hugo Argüelles me contó la fábula de su nacimiento en la que, a punto de morir por un accidente, su madre le dio a beber sangre de toro y eso lo convirtió en “el animal que se entrega al deseo de la bestia”. El soldado del teatro que fue Luis G. Basurto se apenó tanto por la pregunta, que, en lugar de contestar como Juanga que lo que se ve no se juzga, comenzó a sollozar y me dejó en ascuas. Sergio Magaña me mandó al carajo, aunque años después perdería su valiosa amistad por confesarme abiertamente su deseo por los hombres en una entrevista para el diario Excélsior. Cuando llegué a la casa de Carballido, en San Pedro de los Pinos, toqué la puerta, abrió apenas y al verme se llenó de ira para preguntarme cuál era el motivo de mi visita.

Cuando le dije el motivo, me dio un portazo fulminante.

El escritor y dramaturgo mexicano. / Foto: INBAL.

Los ‘sobrinos

Supongo que las nuevas generaciones de cómicos lo ignoran, pero a partir del inicio del siglo de Carballido los gay tenían ‘sobrinos’ que compartían la cama de los famosos con tal frecuencia que se volvió un detalle cómico. Los alumnos de Novo no sólo heredaron la maledicencia de su paradigma sino el mote de ‘sobrinos’ para sus amantes ocasionales. Fanny Mikey y Ramiro Osorio convirtieron el Festival Internacional de Teatro de Bogotá en uno de los acontecimientos culturales del continente llamado América; en uno de esos festejos, llegué al mismo tiempo con el Maestro al hotel asignado. Cuando el responsable del mostrador de entradas del hotel le dijo a don Carballido que no había reservación para su joven acompañante, el autor de Orinoco montó en colera. Y yo dije, con la solemnidad del momento:

—¡Por Esquilo, cómo es posible tal descuido! No importa, denle mi cuarto al sobrino del maestro Carballido.

Me disculpo con los adoradores del Maestro, pero jamás olvidaré su cara, su gesto, su enojo. Se puso literalmente verde, y gritó a viva voz que su joven acompañante no era su sobrino sino un notable autor dramático que merecía un cuarto propio por una obra que nadie conocía. Entonces me sentí satisfecho. Hoy sólo irreverente ante un genio del teatro en uso por su capacidad de contemplación de escritura y de resolución dramática de lo real en la fantasía que es el teatro. Nadie como él, en gran parte de su siglo, para registrar la voz humana y las cuitas de sus criaturas tan reales que parecen inventadas.

Sería una falta de respeto a su memoria que en el aniversario de sus 100 años ocultara mi desencuentro con el extraordinario autor dramático que fue Emilio Carballido sólo porque tuvimos divergencias extradramáticas. En su honor concluyo que en esa obra monumental no hay una tragedia memorable como Moctezuma II ni una pieza que sostenga el paso del tiempo como Los motivos del lobo, ambas de Magaña, su camarada de azotea. La quinta vez que vi en Xalapa Rosaura y los llaveros no pude soportar el segundo acto, porque ese costumbrismo decimonónico no es el de la obra, es el de su público. Aunque Fotografía en la playa, un texto que le costó al dramaturgo años de gestación muestra la capacidad del autor para dejar no sólo la huella impresionante del polígrafo sino aquel gesto íntimo de los grandes escritores, en los que por fin se muestran no sólo en la forma sino en el contenido de los que fue y lo que será en la ingrata memoria de sus semejantes.

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