«Vampira humanista busca suicida»: una fábula ‘tenebrosa’ sobre el crecimiento
Abril, 2025
Sasha, una adolescente vampiro con 68 años de edad, se resiste a cazar humanos para alimentarse. Cuando sus padres cortan su suministro de sangre conoce a Paul, un adolescente solitario con tendencias suicidas que le ofrece su vida para que ella pueda alimentarse sin culpa. En esta nueva entrega de ‘La Mirada invisible’, Alberto Lima se detiene en el debut de la cinerrealizadora quebequense Ariane Louis-Seize: Vampira humanista busca suicida, “una fresca y satisfactoria historia de amor juvenil vampírico”.
Vampira humanista busca suicida
(Vampire humaniste cherche suicidaire consentant)
película canadiense de Ariane Louis-Seize;
con Sara Montpetit, Félix-Antoine Bénard, Steve Laplante,
Sophie Cadieux, Noémie O’Farrell. (2023, 90 min).
Pareciera que el cine de vampiros se mantiene fiel a la naturaleza propia del personaje respecto a la capacidad de vivir una larga vida. Sin ir más lejos, el estreno reciente de una nueva versión de Nosferatu (Eggers, 2024) da fe que en dicho género no se vislumbra una pronta extinción. Y menos aún cuando, desde la vecina Canadá, llega a las salas de México una fresca y satisfactoria historia de amor juvenil vampírico como lo es Vampira humanista busca suicida, de la cinerrealizadora quebequense Ariane Louis-Seize (Gatineau, 1986).
En un mundo atípico, en la provincia de Quebec, la niña Sasha (Lilas-Rose Cantin) manifiesta un raro padecimiento en su cerebro vampírico, el cual le impide sentir el impulso de la cacería y el hambre, y en cambio le promueve compasión y repulsión a la muerte, hecho que causará enorme preocupación en sus padres Aurélien (Steve Laplante) y Georgette (Sophie Cadeaux), su tía Victorine (Marie Brassard) y su prima Denise (Noémie O’Farrell) debido a que la niña será incapaz de alimentarse por sí misma como cualquier vampiro común y corriente. Así, ya siendo una adolescente de apenas 68 años, la joven Sasha (Sara Montpetit) pasará sus noches ejecutando en la calle, afuera de los dépanneurs, piezas de Vivaldi en su teclado portátil mientras, en casa, se alimentará bebiendo sangre en bolsitas suministrada por sus papás, hasta que éstos se harten de su incapacidad para cazar y sea enviada con la severa prima Denise donde, además de inculcarle los valores de autonomía y autosuficiencia, la adiestrará en los pormenores de las cacerías nocturnas. Sin embargo, lejos de despertar el instinto de matar en Sasha, éste se reprimirá aún más, al punto que la chica irá una noche al grupo de autoayuda Depresivos y Suicidas Anónimos, y allí conocerá al jovencito nerd introvertido Paul (Félix-Antoine Benard), quien además de estudiar, trabajar en un salón de boliche y ser maltratado y humillado a toda hora por el grandulón Henry (Arnaud Vachon) y los amigos de éste, confesará ante el grupo y ante la propia Sasha, luego de escuchar en voz de ella que vive una situación delicada al no querer hacer daño y esto le implicaría morir, que él estará feliz de dar su vida si es para una buena causa, en caso de presentarse la oportunidad. Ante ello, el vínculo se establecerá, dado que Sasha entenderá que en Paul hallará la manera adecuada para solucionar su disyuntiva de sobrevivencia, pero asimismo sobrevendrán en ambos jóvenes diversos obstáculos y circunstancias que deberán sortear para que los propósitos de los dos se cumplan, de acuerdo a lo planeado inicialmente.

Con guión propio de la directora, escrito en colaboración con Christine Doyon, la ópera prima de Ariane Louis-Seize es una certera y vivificante comedia juvenil vampírica y tenebrosa gracias a la fotografía predominantemente lóbrega y efectiva de Shawn Pavlin —con abundantes planos exteriores nocturnos y mínimas secuencias diurnas, además de elegantes y rigurosos two-shots de la pareja juvenil—, cuyos límites narrativos nunca se desbordan porque la sencillez de su anécdota —claramente expuesta y resumida desde el mismo título— avanza a buen ritmo gracias a una edición resuelta de Stéphane Lafleur y una discreta, sensorial, música oportuna compuesta por Pierre-Philippe Côté.

Aun cuando es inevitable asentar una ligadura entre la película de Louis-Seize con el excelente filme sueco Déjame entrar (Alfredson, 2008) y su insípido, inane e instantáneo remake estadounidense (Reeves, 2010) respecto a adolescentes masculinos que se relacionan emocionalmente con féminas vampiras, el acierto de la cinta quebequense es elegir un derrotero genérico distinto que oscila de la comedia ligera —con esa hilarante secuencia de arranque donde literalmente la familia de Sasha se carga al ingenuo payasito Rico-Berlingot (Marc Beaupré) durante la fiesta de cumpleaños—, al tono riguroso y sensato durante la noche donde Sasha y Paul se conocen y entran en conexión en la sesión del grupo de autoayuda, o bien cuando Sasha intenta desafiar su naturaleza inherente al comprar y no poder degustar como cualquier ser humano —acaso porque quizás ella sea más humana que vampira— una poutine que para ella resultaría mortal, de acuerdo a las previas advertencias paternas. Aunque por otro lado, también existen concomitancias con otras películas contemporáneas del género: si aquí se bebe sangre en bolsitas, también hay otros vampiros que congelan la sangre para disfrutarla como paletas en Sólo los amantes sobreviven (Jarmusch, 2013); o ese mismo malestar que presenta Sasha hacia su identidad vampírica al resistirse a matar, que es semejante al de la joven Eleanor de Byzantium (Jordan, 2012).

Más allá de renunciar a las convenciones de los efectos especiales con vampiros voladores y superpoderosos, la cinta debut de Ariane Louis-Seize es una fábula mesurada sobre el crecimiento y la posterior ascensión hacia un yo templado —en la que se deslizan además críticas inteligentes desde una perspectiva de género, como cuando la madre se queja ante el padre de estar harta de seguir cazando para toda la familia durante doscientos años más—, porque es en la conversión deliberada de Paul donde ocurre la transición hacia la etapa adulta, e incluso la madre buena onda de éste (Madeleine Péloquin) terminará colaborando con la joven pareja gracias a su trabajo en un hospital, para garantizar así la subsistencia de los jóvenes sin necesidad de recurrir al asesinato vulgar, e integrarlo entonces como una de las bellas artes, según proclamaba Thomas De Quincey en su célebre ensayo de 1827.