Las desilusiones
Marzo, 2025
Es curioso, pero las ilusiones, que en realidad son unas entidades imaginarias y simbólicas, son necesarias —a veces más que la comida— para que funcione la sociedad. El problema, escribe Pablo Fernández Christlieb en esta nueva entrega de ‘El Espíritu Inútil’, es que el capitalismo, que es capaz de vender cualquier cosa, finalmente captó que se podían vender las ilusiones que traen las cosas, sin que las cosas hicieran falta. Y entonces también se apoderó de ellas. Por eso, para salvar y sacar a esta sociedad del capitalismo, de lo que se trata es de descansar de tener ilusiones y dejar la vida pasar.
Es curioso, pero las ilusiones, que en realidad son unas entidades imaginarias, simbólicas, inmateriales, inagarrables, como alucinaciones, son necesarias, a veces más que la comida, para que funcione la sociedad: sin ellas se descompone, porque la sociedad es mental y las ilusiones son su esencia. Una sociedad sólida es aquélla capaz de generar ilusiones, por ejemplo, la ilusión del orgullo del trabajo bien hecho, de sentir que le cunda el respeto por dentro del cuerpo, de tener un lugar adonde pertenecer, de servir para algo y contar con los instrumentos útiles como herramientas y emocionantes como películas, y en fin, las ilusiones de la confianza, el cariño, la simpatía, el amor o la seguridad. No hace falta que se cumplan.
El capitalismo, ese sistema que se había dedicado a producir bienes de consumo, que era capaz de vender cualquier cosa, seguros de vida, títulos de licenciado, lápidas, perfumes, finalmente captó que se podían vender las ilusiones que traen las cosas, sin que las cosas hicieran falta, aunque se había tardado, porque ya lo había dicho Jeremy Bentham, que la demanda y el precio de las mercancías depende de la cantidad de ilusiones que comportan, de su promesa de felicidad. En efecto, la publicidad mostró que las fake news no son nuevas y que se podían vender las puras ilusiones y tirar a la basura las cosas. De esta manera el capitalismo aseguró su propio éxito ya que iba a producir, controlar, vender y subir los precios a lo que era la esencia de la sociedad, como si el capitalismo se volviera ya la sociedad misma, porque se había convertido en su ilusión.
Las ilusiones vienen dentro de las cosas, de los muebles, de los coches, de los espejos, de los prójimos, de las medicinas, de los liftings, pero forma parte de su naturaleza el hecho de que se desvanezcan, es decir, se desilusionen, porque son imaginarias y no tienen de dónde agarrarse, y mientras más se alcanzan, más se esfuman, porque es cuando se ve que no eran para tanto, porque lo que traían era la promesa, no la felicidad, como los que regresan de compras un triste sábado en la tarde, cargados de bolsas de muchos colores efervescentes de El Palacio de Hierro, de Liverpool, de Zara, de Bershka, de Scappino, de Nike, de lo que sea, tan rutilantes que se diría que el mero empaque es ya la ilusión, y cuando las abren en sus casas, se encuentran que ahí no hay nada excepto ropa, que ya no se ve tan promisoria como antes de comprarla: nada de ilusión entre tanta etiqueta, las cuales se ponen a leer para consolarse. Las bolsas de la ilusión lo que traen dentro son desilusiones, con lo cual se abarcan las dos definiciones de ilusión: algo que se anhela y algo que es mentira.
Lo cual, ciertamente, permite producir más ilusiones, pero cuando hay tantas y tantas el efecto perverso es que se desvanezcan y se desilusionen más rápido —la ilusión del vestido ya no alcanza ni para la primera puesta—, y el círculo vicioso es que puesto que se deshacen más rápido entonces hay que producir más, que por lo mismo se acaban más y más rápido. El resultado es que lo que hace el capitalismo es dos cosas: la primera es que en realidad lo que produce son desilusiones; y la segunda es que en realidad lo que destruye es la esencia de la sociedad, la sustancia mental o simbólica de la que está hecha, ésa con la que a la gente le dan ganas de vivir y de esforzarse, porque si ya no tiene caso ir a comprar decepciones, tampoco tiene caso ir a trabajar para tener con qué comprarlas, o sea que le falta aliciente para hacer las cosas como le ordenan, bien y rápido, bien y sin parar, bien y de buen modo, aunque de todas maneras hay que trabajar para comer y vivir aunque sea sin ganas.

En efecto, bajo este régimen, el trabajo se vuelve forzado, y el trabajo a fuerzas hay que hacerlo, por cuestión de honor, mal y de mal modo; y aunque se tenga el oficio, el talento y el salario, la producción no avanza. Como dice Byung-Chul Han, las empresas y las fábricas ya no hallan cómo motivar a sus empleados y obreros, porque no entienden que los han contratado para fabricar justamente las desilusiones con las que tienen que ir a trabajar. El capitalismo destruyó las ilusiones con las que se podían hacer las cosas.
O sea, en suma, a fin de cuentas, parece que hoy en día tener ilusiones es ser un tarado que le hace el juego al capitalismo que exige que la gente tenga ilusiones para trabajar mientras eso es exactamente lo que destruye. Es seguir viviendo en el pueblo de Barbie mientras el mundo se parece a Gaza.
Efectivamente, la gente que todavía tiene ilusiones se va carcomiendo por dentro de sus decepciones en la forma de gastritis, estresses, cánceres, depresiones, infartos y otros jugos que corroen por dentro, mientras que, por el contrario, según dicen los informes de los antropólogos y los trabajadores sociales, las personas y grupos que viven más y llegan como a los cien años tienen casualmente un temperamento que tira a escépticos, decepcionados, nihilistas, apáticos y todas esas cosas buenas para la salud.
Y entonces, parece que, paradójicamente, para salvar y sacar a esta sociedad del capitalismo que la destroza desde dentro de su esencia, de lo que trata es de descansar de tener ilusiones y dejar la vida pasar. Esto es con lo único que se cae el capitalismo. Y hay muchas cosas que hacer el sábado en la tarde, jugar dominó, sentarse a ver el partido sin que importe quién gane, ver una de esas películas que no tienen final feliz, leer un libro que no está de moda, platicar del clima, arreglar la gotera del baño y tomarse una cerveza mientras el sol se va, así, tranquilos, sin esperanzas, sin expectativas y sin ilusiones.
Buen día Dr. Pablo Fernández Christlieb
¿dónde se puede conseguir su libro más reciente?
Yo planeaba ir a la facultad pues vi que lo presentó en uno de los auditorios de la misma , finalmente , por problemas de movilidad ya no pude asistir.
Saludos muy cordiales.
yo te lo paso
Yo tengo algunas desilusiones porque en el 2020 me diagnosticaron un cáncer llamado Oligodendroglioma. Me operó el Doctor Arturo Ayala Arcipreste pero no pudo sacar todo el tumor porque dijo que podría lesionar otra parte del cerebro y podría dejarme sin otras funciones importantes para la vida diaria.