ArtículosSociedad y Política

Ecos del trumpismo

“El mundo ya se parece más a lo que soñábamos”, proclaman los acólitos del presidente estadounidense

Febrero, 2025

El embate de las primeras semanas de la presidencia de Trump ha sido intenso. Incluso hacer una lista de los puntos de ataque es agotador. Como apunta Rafael Poch en su artículo que reproducimos aquí: vuelven a pasar demasiadas cosas en pocos días y no parece adecuado extraer grandes y claras conclusiones. Hemos preparado un breve dossier para tratar de darle sentido al sinsentido. Así, el periodista y escritor Rafael Poch nos habla sobre la situación de Ucrania al cumplirse tres años del inicio de la invasión rusa. Por otra parte, Eric Kurlander nos recuerda por qué suena tan familiar el plan de Donald Trump para Gaza: porque los nazis lo intentaron primero. Y, en un tercer texto, Antònia Crespí Ferrer y Andrés Gil cronican la Conferencia de Acción Política Conservadora que se realiza en estos días, en donde los ultras del mundo han coronado al presidente estadounidense como su líder supremo. Bienvenidos a la Segunda Era Trump.


Prudencia ante la incertidumbre

Rafael Poch


Vuelven a pasar demasiadas cosas en pocos días y no parece prudente extraer grandes y claras conclusiones. La última vez que pasó algo así, en febrero de 2022, califiqué de “impensable” la invasión rusa de Ucrania, y cuando esta se produjo, ahora justo hace tres años, anuncié la “quiebra de Rusia”. A largo plazo todo es posible y, como quien dice, el que esté libre de error que tire la primera piedra, pero hoy lo que se vislumbra más bien es la quiebra de la OTAN y por tanto, en buena medida, de la Unión Europea, de la que la OTAN era guía, tutor y mentor en política exterior y de seguridad. Así que, seamos más humildes esta vez y reconozcamos la dificultad de extraer conclusiones y pronósticos de lo imprevisible. Limitémonos, por tanto, a un prudente catálogo de preguntas e hipótesis, conscientes de que la semana que viene acaso haya que enmendarlas significativamente.

Ucrania. ¿Quién es su peor enemigo?

“Solíamos tener miedo de los drones y misiles rusos por la noche, pero ahora cada noche nos llegan nuevas declaraciones de Estados Unidos y eso también es preocupante”, cuenta la periodista ucraniana Kristina Berdinskij. El suministro de armas de Estados Unidos a Ucrania ha cesado, dijo el jueves el presidente del Comité de Defensa de la Rada, el coronel Roman Kostenko: “Todo está congelado, incluso las armas que se compraban”. Las empresas están esperando a que se decida el restablecimiento del suministro de armas, “incluso las que pagamos”, recalca. Cinco días antes, el presidente Zelenski declaró a la cadena de televisión CBC que, sin armas americanas, “las posibilidades de sobrevivir de Ucrania son muy reducidas”.

A Zelenski se le tacha de dictador y responsable de la guerra por su poco entusiasmo ante la oferta de Trump de transformar oficialmente Ucrania en una colonia de Estados Unidos. Víctima propiciatoria de la política mantenida hacia Rusia por Estados Unidos en las últimas tres décadas, Kiev debe pagar ahora hipotecando sus ingentes recursos naturales al matón global al que tan fielmente sirvió. El giro de Estados Unidos le retira cualquier perspectiva de futuras “garantías de seguridad”, le niega voz en la negociación con Rusia y le coloca en una situación en la que el desmoronamiento del frente puede ser una cuestión de pocos meses. La derrota acelera la división y los ajustes de cuentas internos entre los políticos ucranianos. En estas condiciones, ¿hacia dónde se dirigirá el resentimiento de los ucranianos?

El desencanto hacia el amigo que propició la pérdida de la quinta parte del territorio, la desbandada de la tercera parte de la población y el sacrificio de centenares de miles de soldados muertos, mutilados, viudas y huérfanos, va a hacerse enorme. Esta no es la primera guerra civil internacionalizada de la historia de Ucrania. En los últimos 150 años conocimos varias: en la guerra civil rusa, en la primera y segunda guerras mundiales y en la actual, que arrancó tras la revuelta / cambio de régimen de 2014 en Kiev. En todas ellas la violencia fue exacerbada por el intervencionismo exterior. Todas ellas conocieron vaivenes, vuelcos y giros en las preferencias de los ucranianos que al final acabaron por orientarse hacia Rusia. ¿Quién será visto ahora como el principal responsable de la miseria y la desgracia que ha traído la guerra? Seguramente en un país culturalmente diverso no habrá una respuesta uniforme a esta pregunta, pero es improbable que la parte rusófila de Ucrania reniegue de Rusia, mientras que, en la otra, la narrativa prooccidental podría complicarse sobremanera, con un resentimiento etnonacionalista armado y peligroso para todos los vecinos de Ucrania, tanto del este como del oeste. Recordemos que tras su definitiva incorporación a la URSS en 1945, los ucranianos occidentales mantuvieron una resistencia armada hasta bien entrados los años cincuenta.

El presidente Trump en la Casa Blanca. / Foto: captura de pantalla/The White House

Europa. ¿Por dónde pasa la brecha?

Quienes defienden que Trump tiene una estrategia geopolítica en su deseo de “hacer de nuevo grande” a su país, dicen que ésta consiste en separar a Rusia de China. Mi impresión es que llegan tarde a ese propósito. Muy tarde. En la reciente cumbre del G-20 de Johannesburgo, el ministro chino de Exteriores, Wang Yi, dijo que China apoya todos los esfuerzos hacia la paz en Ucrania, “incluido el nuevo consenso entre Estados Unidos y Rusia”. Putin y Xi Jinping mantendrán encuentros y visitas de Estado próximamente. De momento, la división que tenemos servida no es entre Rusia y China, sino entre Estados Unidos y la Unión Europea. División incluso en el interior de esta última. La UE no tiene ningún plan de paz. Sólo de guerra. Recuerden el escándalo que montaron cuando el húngaro Viktor Orbán, el verano pasado, intentó reactivar la diplomacia con Moscú. Que el restablecimiento del diálogo entre Washington y Moscú tenga lugar en Arabia Saudí, y no en Suiza, Austria o Finlandia, nos recuerda que ya no hay países neutrales en Europa. Los europeos hablan de enviar soldados a Ucrania y de sustituir el suministro americano por el suyo propio, pero los líderes se contradicen entre ellos al respecto. La opinión general es que la UE no tiene capacidad militar ni industrial para sostener una guerra de la que se retire Estados Unidos, que es quien pone sus ojos y oídos, los satélites militares y la electrónica que guía misiles y proyectiles. En veinte años, los europeos han sido incapaces de realizar nada en materia de cooperación para la defensa, más allá de la cooperación franco-inglesa en materia de misiles. Del avión franco-germano llevan décadas hablando. Elevando al 5 % del PIB su gasto militar, los países europeos reunirían, ciertamente, mucho dinero, pero ¿serán capaces ahora? Se necesitan cinco años para que la UE sea potencia militar a costa de comerse el Estado social, pero ¿es eso viable? La Unión Europea no entendió cómo ni por qué fue arrastrada por Estados Unidos a una guerra subsidiaria contra Rusia y no entiende ahora por qué les han dejado fuera. “Las relaciones transatlánticas en las que la mayoría de nosotros siempre creímos firmemente han sido destruidas”, dice el presidente del comité de Exteriores del Bundestag, Michael Roth. Europa se ha quedado “sola en casa”, asegura. La única posibilidad que se vislumbra es que los europeos intenten aliarse con las resistencias internas contra Trump que puedan generarse en Estados Unidos, pero desconocemos la fuerza de esas resistencias internas. Habrá que ver si tal alianza es posible.

Rusia. ¿Será la UE su nuevo enemigo principal?

En Moscú hay, obviamente, un gran interés en el restablecimiento del cauce diplomático con Estados Unidos, pero “con prudencia y sin hacerse ilusiones”, según Konstantin Zatulin, vicepresidente de la comisión de la Duma para la integración euroasiática. El entusiasmo hacia Trump, por la difusa sintonía reaccionaria con el neoconservadurismo eslavo, es patrimonio de intelectuales nacionalistas marginales con acceso a la televisión como Aleksandr Dugin. Se constata que el giro de Trump ha acabado, por lo menos de momento, con lo que llamaban el “Occidente colectivo”, lo que obviamente es una buena noticia para Moscú. Pero más allá de eso, la línea oficial es fría y pragmática. Rusia no se va a meter en negociaciones ambiguas. A Moscú no le van a vender collares de cuentas en materia de “garantías de seguridad para Ucrania”. Aunque no estén los americanos, admitir “fuerzas pacificadoras” europeas en suelo ucraniano con tropas de las naciones que le han estado haciendo la guerra por interposición estos últimos años, algunas como el Reino Unido de forma muy directa participando en atentados en territorio ruso, es “completamente inaceptable”, dice el general Evgeni Buzhinski, uno de los principales comentaristas militares. “Sería como admitir una fuerza de ocupación”, afirma. Está la experiencia de los acuerdos de Minsk, que los europeos (la canciller Merkel y el presidente Hollande) utilizaron, según sus propias declaraciones, para que el ejército ucraniano se fortaleciera, de común acuerdo con los amigos de Kiev. También la experiencia de Estambul, cuando en abril de 2022 un acuerdo de paz prácticamente ultimado entre Rusia y Ucrania fue impugnado en el último momento por presiones occidentales a Kiev, acompañadas de promesas de apoyo militar occidental hasta la victoria.

La credibilidad de los europeos en materia de acuerdos es igual a cero en Moscú. A menos que la conviertan en realidad con una provocación directa en toda regla, la cacareada “amenaza militar de Rusia a Europa” es una descomunal fantasía. Moscú no ha podido con Ucrania. Le ha costado un enorme esfuerzo y desgaste llegar a la actual situación en el frente. Lo último que desea es más guerra. Pero la narrativa rusa también está girando en órbita con el giro de Trump y respondiendo a las proclamas de los europeos (ingleses, franceses y alemanes) sobre gigantescos rearmes de 700.000 millones contra Rusia para los próximos años. El principal enemigo ya no es Estados Unidos, sino Europa, se dice. “La clase media europea viene reduciéndose desde hace veinte años, la élite europea necesita un enemigo para consolidarse y capear su propia crisis, necesita mantener como sea la tensión con Rusia y provocar confrontación”, dice Sergei Karaganov, veterano analista, este sí con cierta influencia en el Kremlin. “Si se llega a algún acuerdo con los americanos será temporal. El objetivo es derrotar a Europa”, afirma, a la espera de que aparezcan allá dirigentes de mayor talla que los actuales energúmenos que están al mando en Francia, Inglaterra y Alemania. Su idea es responder con contundencia a cualquier provocación del tipo de las que se han insinuado estas últimas semanas en el Mar Báltico, en torno a la idea de bloquear la navegación de barcos rusos, lo que equivale a una declaración de guerra. Lo mismo, dice, hay que esperar de parte de los europeos en el Mar Negro, en Moldavia, en Kaliningrado o Bielorrusia.

El presidente Trump rodeado por su equipo en una imagen difundida el 7 de febrero por la Casa Blanca. / Foto: The White House

Estados Unidos. ¿Tiene Trump un plan general?

Es la incertidumbre más decisiva. Al proponer aranceles y barreras comerciales contra todos, socios y adversarios, Trump parece no ser consciente de la interconexión de las economías forjada en las últimas décadas. Maltratando a países como Canadá, México, China y los de la Unión Europea, proclama el fin de aquella “globalización buena para todos” y su sustitución por el “todo para mí”. Teniendo en cuenta la deslocalización y desindustrialización, así como la concentración en el beneficio a corto plazo del casino financiero característica de las últimas décadas, Trump romperá la cadena de suministros y desestabilizará la industria nacional que quiere revitalizar. Lo que pase a producirse exclusivamente en Estados Unidos incrementará su precio. Trump parece no entender el sistema económico en el que opera. En eso recuerda a Boris Yeltsin y a sus economistas. ¿Se acuerdan de aquellos Gaidar y Yavlinski? Prometían la “reforma de mercado” en 500 días y sumieron al país en el colapso con un hundimiento productivo y una inflación descomunal. Por otra parte, en sólo tres semanas ya se habla en Estados Unidos de “crisis constitucional” por la purga en los aparatos del Estado y la eliminación de los contrapesos. El vicepresidente Vance ha dicho literalmente que “los jueces no están para controlar el legítimo poder del ejecutivo”. Yeltsin decía lo mismo de su Congreso de los Diputados en 1993 (“El parlamento y los diputados no están para desafiar al presidente ni para hacer política”), poco antes de que sus tanques dispararan contra la sede parlamentaria. Lo de Rusia se sostuvo porque, en medio de todo aquel caos, la elite administrativa se recicló en clase propietaria mediante el asalto a los recursos del país propiciado por la privatización. En Estados Unidos la mezcla de los dos vectores, este interior combinado con el de su diplomacia enfocada a desestabilizar a todos los demás, podría producir un estrepitoso hundimiento. Los aliados despechados de Estados Unidos en Europa, como aquellos de Europa del Este a los que la perestroika de Gorbachov dejó huérfanos y confusos, podrían aliarse con la posible “crisis constitucional” interna en Estados Unidos, resultando en un buen quilombo. El desconcierto de finales de los ochenta acabó con el Pacto de Varsovia, ¿sobrevivirá la OTAN al actual cortocircuito?

“Trump tiene una agenda tan ambiciosa como difícil de aplicar. Y más en un solo mandato. Los jueces le replican, la inflación se resiste, los socios se enfadan ¿Le ofrecerá la historia una excusa para dar un salto adelante?”, se preguntaba Manel Perez en La Vanguardia en uno de los raros artículos bien enfocados de la prensa, titulado ‘¿Necesitará Trump su incendio del Reichstag?’. No creo que Trump tenga una “agenda”, una verdadera estrategia. Lo que tiene es lo mismo que Yeltsin: una buena intuición. A Yeltsin le funcionó para hacerse con el poder, aunque fuera cargándose el país. Lo que vino luego está en los libros de historia: el incendio de la Casa Blanca de Moscú (sede del Gobierno y el Parlamento rusos) de octubre de 1993 y el establecimiento del sistema presidencialista / autocrático que dura hasta hoy en Rusia. Queriendo hacer América grande de nuevo, lo más probable es que Trump acelere el declive de Estados Unidos, como hizo Yeltsin, primero con la URSS y luego con Rusia. (Fuente: Revista Contexto)


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¿Por qué suena tan familiar el plan de Trump para Gaza? Porque los nazis lo intentaron primero

Eric Kurlander


Imagínemos al líder de una superpotencia mundial que anuncia un plan para expulsar a todo un grupo étnico de un territorio que ha habitado durante mucho tiempo. Los Estados vecinos tendrían que poner tierras a disposición de esa superpotencia para reasentar a los desplazados. Los refugiados «tendrían su propia administración en este territorio», pero «no adquirirían… la ciudadanía», ya que cualquier «sentido de la responsabilidad hacia el mundo» prohibiría hacerle «el regalo de un Estado soberano» a un pueblo «que no ha tenido un Estado independiente durante miles de años».

No, el plan que aquí se describe brevemente no es el plan Gaza del presidente Donald Trump, que propone la toma de Gaza por parte de los Estados Unidos y la reubicación masiva de su población palestina. Es el llamado «Plan Madagascar», ideado por la Alemania nazi en 1940 para «reasentar» a los judíos europeos.

El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, junto a Donald Trump, en su reciente visita a EE.UU. / Foto: captura de pantalla/The White House.

Ese plan constituyó la última gran propuesta del Tercer Reich para eliminar a los judíos del Gran Reich Germánico que Adolf Hitler imaginó en su Mein Kampf antes de la «Solución Final»: los fusilamientos indiscriminados de hombres, mujeres y niños judíos en el Frente Oriental, que desembocaron en matanzas masivas en campos de exterminio y cámaras de gas a finales de 1941. En esa historia hay una advertencia: los planes de reubicación masiva de una población considerada problemática o peligrosa pueden derivar rápidamente en la pérdida de soberanía, de derechos humanos y civiles y, finalmente, en una limpieza étnica.

La idea de crear una «colonia para judíos» en Madagascar, propuesta por primera vez por el antisemita Paul de Lagarde en la década de 1880, ocupó durante mucho tiempo un lugar destacado en los planes para una solución territorial a la «cuestión judía», es decir, la cuestión de si los judíos podían asimilarse a la sociedad en general y, en caso contrario, qué debía hacerse con ellos.

Pero a pesar de los orígenes intolerantes de la idea, la perspectiva de un reasentamiento masivo de judíos en Madagascar, o en otro territorio colonial africano, atraía a personas de ideologías muy diversas, incluidos, además de los antisemitas de derechas y los imperialistas liberales, algunos “territorialistas” judíos que creían que el sionismo era impracticable y que cualquier Estado judío debía establecerse fuera de la tierra de Israel.

Entonces llegó el Tercer Reich.

En 1939, Adolf Eichmann, «experto judío» presente en las SS de Heinrich Himmler, desarrolló el más modesto «Plan Nisko» para crear una «reserva judía» en la Polonia ocupada por Alemania, cerca de Lublin, donde los judíos polacos, checos y austriacos pudieran vivir en una especie de precariedad permanente y apátrida, no muy diferente de las reservas creadas para los nativos norteamericanos a finales del siglo XIX en Estados Unidos, un punto de referencia frecuente para Hitler, o la actual situación en Gaza.

Cuando resultó inviable el Plan Nisko, Eichmann y Franz Rademacher, jefe de la llamada «Oficina Judía» del Ministerio de Asuntos Exteriores, se embarcaron en la idea, largamente acariciada, de reasentar a los judíos europeos en la colonia francesa de Madagascar. Su plan fue meticulosamente concebido, con estudios climáticos y demográficos detallados, un cálculo preciso del número de barcos y los recursos necesarios, y una revisión exhaustiva de las diversas necesidades financieras y la logística administrativa.

Muchos historiadores sostienen que el Plan Madagascar era, en el mejor de los casos, totalmente fantasioso y, en el peor, un intento apenas velado de asesinar a todos los judíos europeos deportándolos a un clima riguroso donde sin duda morirían de agotamiento. La evidencia que tenemos es más complicada, indica que el Plan Madagascar fue el último esfuerzo serio, si bien enormemente problemático, de resolver la «cuestión judía» de manera no genocida.

Del mismo modo, los utópicos designios de Trump de convertir la Gaza devastada por la guerra en una «riviera» mientras deporta a los palestinos a otros lugares puede que no constituyan invariablemente un velado esfuerzo por cometer genocidio. Pero el potencial de violencia masiva y limpieza étnica es endémico en cualquier esfuerzo de este tipo. Los planes paralelos de «reasentamiento» llevados a cabo por las potencias coloniales entre 1850 y 1950 dieron lugar al asesinato masivo de pueblos indígenas en la Europa ocupada por los nazis, la frontera estadounidense, África y Asia.

En un principio, Trump apenas dio detalles sobre su propuesta de una toma de control de Gaza por parte norteamericana. “Nos haremos cargo”, declaró. “Tenemos la oportunidad de hacer algo que podría ser fenomenal”. Unos días después, llevó las cosas más lejos, afirmando que, de acuerdo con su plan, los casi 2 millones de palestinos reubicados de Gaza “a otros países de interés” no tendrían derecho a regresar a la Franja.

Lo que Trump ignora es que, como respuesta en buena medida a las deportaciones masivas llevadas a cabo por los nazis, la Convención de Ginebra de 1949 define como crimen de guerra «el desplazamiento forzoso o bajo coacción de una población sometida a ocupación militar». Las Naciones Unidas han señalado asimismo que «cualquier desplazamiento forzoso de personas equivaldría a una limpieza étnica».

En una conferencia de prensa celebrada en Copenhague la semana pasada, Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los territorios palestinos ocupados, calificó la propuesta de Trump de “ilegal, inmoral y completamente irresponsable”.

“Es una incitación a llevar a cabo desplazamientos forzosos, lo cual es un crimen internacional”, afirmó.

Lo que hace que el plan de Trump sea más preocupante es que se hace eco de los llamamientos realizados durante mucho tiempo por muchos políticos israelíes de extrema derecha y parece contar con un amplio apoyo de la opinión pública israelí. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha celebrado públicamente los planes de reasentamiento de Trump, y su ministro de Defensa, Israel Katz, no tardó en ordenar a las Fuerzas de Defensa de Israel que iniciaran los preparativos para aplicar el plan.

En la medida en que el esfuerzo por privar a los gazatíes de su tierra y soberanía «reasentándolos» en otro lugar se concibió como una especie de solución del siglo XXI a la «cuestión palestina», surge de la misma raigambre histórica que el Plan Madagascar. Reconocer esta raigambre histórica podría animar a todas las partes, incluida la administración Trump, a abandonar tales cavilaciones y volver a comprometerse con la creación de un Estado palestino soberano, que incluya Gaza y Cisjordania. (Fuente: Forward)


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Los ultras del mundo coronan a Trump como líder supremo

Antònia Crespí Ferrer / Andrés Gil


Es el nuevo mesías. El protagonista del “mayor regreso político de la historia”. El “pacificador” que merece “un premio Nobel de la Paz”. Donald Trump, instigador del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 por no saber perder unas elecciones y nuevo inquilino de la Casa Blanca, donde lleva apenas un mes, ha sido coronado este fin de semana como el líder supremo de la extrema derecha mundial en la cumbre de la CPAC. Ya lo dijo él después de sobrevivir a un intento de asesinato: “Me salvó Dios para hacer América grande otra vez”. Es decir, Trump está convencido de que tiene una misión divina que pasa por endurecer la política migratoria, restringir los derechos de las personas LGBT y eliminar programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI).

El empresario Elon Musk y el presidente argentino Javier Milei, en la CPAC. / Captura de pantalla.

No obstante, los estadounidenses están mostrando su preocupación tras el primer mes del segundo mandato de Trump. Se acaban de publicar distintas encuestas sobre el índice de aprobación del presidente en sus primeros 30 días en el cargo, las cuales ya apuntan a la impopularidad de muchas de las órdenes ejecutivas firmadas, así como a la preocupación por sus aspiraciones de expandir su poder. El sondeo realizado por The Washington Post e Ipsos muestra que el 57 % de los encuestados creen que Trump ha excedido su autoridad desde que asumió el cargo, mientras que el de Reuters-Ipsos apunta que el 71 % de los estadounidenses cree que los ricos tienen demasiada influencia sobre la Casa Blanca.

Trump no sólo preside la principal potencia mundial, también marca la agenda política reaccionaria que siguen sus acólitos en América Latina y Europa. Ellos mismos se retroalimentan, como se vio en esa aparición estelar el jueves 20 de febrero por la noche con una motosierra en mano de Elon Musk y Javier Milei —presidente de Argentina—, como si los recortes, y más aún los salvajes, no llevaran consigo pobreza, pérdida de derechos y sacrificios inhumanos para las personas más vulnerables. Bromear con una motosierra que deja a personas sin pensión, sin servicios sociales, sin rentas de subsistencia o sin asistencia sanitaria es algo que se puede permitir la persona más rica del mundo mientras desprecia el reguero de damnificados por sus políticas.

Todo mesías necesita un profeta. Musk hace tiempo que ha puesto su plataforma X al servicio de la cruzada Trump y ahora pretende seguir dando alas al mensaje ultraderechista apoyando el partido neonazi Alternativa por Alemania. Aunque el saludo nazi que coló Musk durante la investidura del presidente estadounidense podría parecer una banalización del mal, no lo es. El multimillonario sabía lo que estaba haciendo: cinco días después, un pastor anglicano de Michigan repetía el saludo nazi y este jueves, el exasesor de Trump, Steve Bannon, clausuraba su intervención en la CPAC con un saludo nazi al grito de “Fight, fight, fight”. El lema de guerra que creó Trump en la campaña no sólo hablaba de ganar las elecciones.

Con su saludo nazi en prime time, Musk dio el último embate simbólico para romper otro consenso social más: el del rechazo total al simbolismo de un régimen totalitario que culminó con el Holocausto. Rota la barrera, la extrema derecha ya no necesita andarse con eufemismos, como hizo AfD con su polémico cartel de campaña. En su intervención el jueves, el líder de Vox español, Santiago Abascal, celebraba así el nuevo giro de los tiempos: “El mundo ya se parece más a lo que soñábamos hace un año”.

Steve Bannon imitando el saludo nazi durante la CPAC. / Captura de pantalla.

A Trump lo arropan su mano derecha, Elon Musk; su principal fan del sur, Javier Milei, en su noveno viaje a EE.UU. desde que es presidente; y algunos clásicos como Nigel Farage, primero en las encuestas en Reino Unido, y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, a quien el modo moderado le dura lo que tardan Trump y Musk en llamarla a filas. También asisten el líder ultra español, Santiago Abascal, y una buena colección de miembros del Gobierno de EE.UU., además de otra clásica del trumpismo, Liz Truss, la primera ministra británica que duró en el cargo menos tiempo que lo que tarda una lechuga en pudrirse ante una webcam de un tabloide británico. Y todo por defender una rebaja de impuestos que resultaba excesiva hasta para los mercados financieros, conocidos por su apetito neoliberal.

El único que parece dispuesto a romper la armonía de la internacional reaccionaria que se celebra en Washington es el líder de extrema derecha francesa, Jordan Bardella. Ante el saludo nazi de Bannon, Bardella canceló su intervención, que estaba programada para el viernes, según informó AFP.

Como explicaba The Guardian, la historia de CPAC refleja la historia reciente del Partido Republicano. Comenzó en 1974, en plena crisis del Watergate y el nacimiento de un nuevo movimiento conservador. La primera CPAC fue inaugurada por Ronald Reagan, entonces gobernador de California y futuro presidente. Aún hoy, la conferencia celebra una cena anual en su honor.

En los pasillos de la CPAC se puede ver un cartel negro, con una imagen de Trump al estilo emperador romano, que dice: “Third Term Project. For Trump 2028… And Beyond!”. En español: “Proyecto del tercer mandato. ¡Para Trump en 2028 y más allá!”. El reinado de dios es eterno y parece que el republicano no quiere ser menos. En reiteradas ocasiones ya ha insinuado un tercer mandado. “Y me dicen que no se me permite postularme [a la reelección]. No estoy seguro. ¿Es eso cierto? No estoy seguro”, volvía a decir Trump en la cena del jueves con los gobernadores republicanos.

En la Convención Nacional Republicana de este año, un gran cartel de la Fundación Heritage daba la bienvenida a los asistentes en el aeropuerto de Milwaukee. El think tank ultraconservador es el que está detrás del Project 2025, un programa que durante la campaña Trump negó conocer. Ahora se ha rodeado de sus autores y está aplicando muchos de los capítulos del manual.

Setmayer, líder del Seneca Project, un comité de acción política liderado por mujeres, afirma: “La deificación de Trump en CPAC este año será completa hasta la náusea. Ya hemos visto una estatua dorada suya. No estoy segura de qué vendrá después, pero lo descubrirán”. Y Steve Schmidt, estratega político y exoperador de campaña para George W. Bush y John McCain, explica: “Esto es un espectáculo de extremistas que ha mantenido su naturaleza excéntrica, pero ha tomado el poder en EE.UU.. Por cualquier definición razonable, lo que estamos viendo es una reunión de fascistas y extremistas políticos. Este evento presagia lo que está por venir. Estas personas tienen un poder inmenso. Debemos tomarlas en serio. Millones de estadounidenses que votaron por Trump deberían comprender que esto es lo que compraron. Y ahora está más envalentonado que nunca. Habrá un nacionalismo muy intenso, con extremismo acechando bajo la superficie”.

Un afiche de la CPAC. / Reddit: Electronic_Map5978 / reddit.com

Inquietud en la UE

Y todo esto en un momento en el que Trump se convierte en una cuña dentro de la frágil cohesión de los 27 Estados miembros de la Unión Europea. La unidad de los aliados transatlánticos había sido la gran arma con la que Ucrania ha combatido a Vladímir Putin. Sin embargo, la unidad de acción —que hasta ahora había sufrido pequeños altibajos, muchas veces protagonizados por países pequeños, como Hungría— se ha resquebrajado. Apenas un mes después de la toma de posesión de Trump, las relaciones transatlánticas pasan por su peor momento en décadas.

La inquietud se ha multiplicado en la Unión Europea a raíz del giro de 180 grados que Trump le ha dado a la posición sobre Ucrania. Ha llegado a acusar a ese país de ser el culpable del inicio de la guerra y, en concreto, a Volodímir Zelenski de no haber querido negociar en estos 36 meses. El presidente estadounidense llamó “dictador” al ucraniano: “Se niega a convocar elecciones, está muy bajo en las encuestas”.

Al tiempo que redobla la presión sobre Ucrania, EE.UU. multiplica los miramientos con Rusia. Y Trump no está dispuesto a hacerse cargo de la seguridad de Ucrania ni de la de Europa en su conjunto, como dejó claro el secretario de Defensa, Pete Hegseth, en una reunión del grupo de contacto para Ucrania en la sede de la OTAN en la que, además de rebajar las exigencias de Ucrania respecto a una negociación con Rusia que Trump inició de forma bilateral ese mismo día, apuntó a que Europa debería hacerse cargo de su propia seguridad bajo la premisa de que EE.UU. debía centrarse en la amenaza de China en el Indopacífico.  (Fuente: elDiario.es)

[El texto “Prudencia ante la incertidumbre”, de Rafael Poch, fue publicado originalmente en CTXT / Revista Contexto; es reproducido bajo la licencia Creative Commons. // El artículo “¿Por qué suena tan familiar el plan de Trump para Gaza? Porque los nazis lo intentaron primero”, de Eric Kurlander, apareció en Forward y fue retomado por Sin Permiso con la traducción de Lucas Antón. // “Los ultras del mundo coronan a Trump como líder supremo”, crónica de Antònia Crespí Ferrer y Andrés Gil, fue publicada originalmente en elDiario.es. Es reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons — CC BY-NC 4.0.]

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