«La bestia»: el multiverso de un amor imposible
Diciembre, 2024
No hay duda de que Bertrand Bonello es uno de los cineastas más interesantes y sobresalientes del panorama actual, con obras como la provocadora El pornografo o la delicada e intensa Casa de tolerancia. Con su más reciente película, La bestia —desafiante y extraña, un experimento fascinante—, el director francés no ha querido quedarse rezagado. ‘La Mirada Invisible’ de Alberto Lima se detiene en esta cinta de amor imposible inspirada en un relato de Henry James, en donde conviven pasado, presente y futuro.
La bestia (La bête), película de Bertrand Bonello,
coproducción Francia-Canadá; con Léa Seydoux,
George MacKay, Guslagie Malanda, Dasha Nekrasova,
Elina Löwensohn, Marta Hoskins, Martin Scali. (2023, 186 min).
En enero de 1910, las calles de la ciudad de París fueron inundadas a causa del desbordamiento del río Sena. Si a este acontecimiento se le añade una pizca de la literatura de Henry James, una paloma, un gran trozo de inteligencia artificial, otro de una historia de amor distópico y todo ello se sazona a fuego lento en jugos y especias de ciencia ficción, horror, thriller, algo de poesía y voilà: la receta está lista para servir el exquisito filme La bestia, preparado por el chef francés Bertrand Bonello (Niza, 1968).
Año 2044. En un París ya deshumanizado, desapasionado y dominado por la inteligencia artificial, la joven Gabrielle Monnier (Léa Seydoux) nada a contracorriente de este mundo feliz y, en la búsqueda de un empleo que le exija mayores responsabilidades —pese a los intentos de la inteligencia artificial en persuadirla para conformarse con un empleo sin implicaciones emocionales—, acepta someterse a un tratamiento para limpiar su ADN, el cual consiste en permanecer en una habitación, tenderse en una tina y cubrir su cuerpo de una sustancia acuosa y oscura, mientras un brazo mecánico le inyecta en un oído un líquido que hace posible una regresión a sus vidas pasadas, con el propósito de purificar traumas y eliminar afectos, a riesgo de perder la sensibilidad emocional. De este modo, anclará primeramente en 1910, donde ella es una reputada pianista y está casada con el fabricante de muñecas George (Martin Scali), pero también comenzará a redescubrir una atracción por el joven Louis Lewanski (George MacKay), con quien previamente tuvo un encuentro en la ciudad de Nápoles, y en donde ella le confiaría acerca de un presentimiento terrible, un miedo profundo, que le ocurriría en un momento dado. Mientras Gabrielle continúa sumergiéndose en esa vida pasada a través de otros encuentros y una reunión con una clarividente (Elina Löwensohn) —quien por cierto le describirá con precisión un evento futuro lejanísimo y funesto para ella—, el amor hacia el joven Louis se irá imponiendo más y más sobre su inocuo marido y un matrimonio aburrido, hasta que, durante una visita del joven a la fábrica de muñecas, su vínculo amoroso enfrentará su destino mientras París se inunda. Las sesiones avanzan en tanto Gabrielle interactúa con otras inteligencias artificiales, como la muñeca Kelly (Guslagie Malanda), visita bares retro donde traba amistad con el Louis del 2044, y en una nueva sesión estará en 2014 siendo aspirante a actriz en la ciudad de Los Ángeles, al tiempo que cuida una casa lujosa como empleo de verano y hace amistad con la también aspirante a actriz Dakota (Dasha Nekrasova). En tanto el Louis de este tiempo es un joven treintañero solitario y virgen, rencoroso hacia el género femenino porque siempre lo ha rechazado, que mediante videos confesionales donde se filma a sí mismo, le sirven para volcar todo su resentimiento y traumas en el terreno amoroso. Así, mientras Gabrielle busca respuestas con la tarotista de internet Gina (Marta Hoskins) y frecuenta el bar Fractal, será acechada y cazada por Louis como acto vengativo, para finalmente concluir las sesiones de limpieza de Gabrielle en 2044 con resultados inesperados, o quizá esperados.
Adaptado de manera libre en el relato publicado en 1903 “La bestia en la jungla”, del novelista estadounidense Henry James, el guión escrito por el propio director, y con tratamiento previo de Benjamin Charbit y Guillaume Bréaud, el décimo largometraje del cineasta francés Bertrand Bonello es un hipercerebral análisis de la psique humana, una elegante y elogiosa cinta de mixtura genérica que oscila entre el drama romántico de cine clásico, un thriller Sci-Fi estilizado y un drama futurista destemplado y solipsista, en donde la joven Gabrielle del 2044 se aferra a su lado más humano ante un complejo social vacuo —como esas desiertas calles parisinas apenas transitadas por algún peatón o un venado—, altamente tecnificado y el cual, paradójicamente, debido a ese perfeccionamiento científico, es ahora menos humano pero al mismo tiempo —según la justificación de la inteligencia artificial— salvador de la humanidad.
Estructurado en tres excelentes historias que se imbrican a capricho, gracias a una edición prolija de Anita Roth, el viaje al interior del subconsciente de Gabrielle es en la historia de principios del siglo XX donde el estilo de Bonello es más reposado, para dar mayor carácter al estrechamiento de la relación de la joven con el Louis de ese tiempo, y culminarla con esas extraordinarias secuencias de la fabricación de las muñecas de la época. En cuanto a la historia contemporánea, la de 2014, ese tono apacible ahora se torna lóbrego y áspero para acentuar y densificar la atmósfera psicológica de la historia, con ese joven Louis acomplejado que se vuelve más amenazador y perturbado en cada video que filma, mientras acecha desde su camioneta a Gabrielle.
De ahí entonces que el director recurra a un arsenal visual que va desde imágenes en stop motion como en Horas de terror (Haneke, 1997), imágenes disueltas, pantallas divididas en dos o bien en cuatro tipo Timecode (Figgis, 2000), imágenes tiempo como en 1280 almas (Tavernier, 1981) —pero que aquí no sólo es un recurso plástico sino un proceso sináptico del cerebro de la Gabrielle 2044—, hasta sombras que sugieren monstruos haciendo referencia a Vampyr (Dreyer, 1932), además de recurrir al formato panorámico para ambas historias, a diferencia de la historia distópica que mantiene un formato cuadrado, cerrado, para darle esa propiedad restrictiva y rígida. Y todas en concordancia con la fotografía hecha por la esposa del cinerrealizador Josée Deshaies, rutilante y colorida para el episodio de 1910; sobria y gélida para el episodio 2044; refinada para el episodio situado en 2014. Y en adición la música esquizofrénica, turbada, de la compositora e hija del director Anna Bonello para esa casa lujosa pero inquietante que semeja los ambientes pesadillescos de David Lynch en Por el lado oscuro del camino (1997) o El imperio (2006).
Indudablemente el enorme acierto de la película de Bonello es la indagación en el inconsciente, porque vale la pena resaltar que los episodios de 1910 y 2014 ocurren en las profundidades de la psique de Gabrielle, a la manera de aquel exmilitar en Regresiones de un hombre muerto (Maybury, 2005), que de manera experimental retornaba una y otra vez a su propio pasado; o esa aproximación hacia esa obra maestra mínima que es El muelle (Marker, 1962), donde un sobreviviente de un futuro posapocalíptico es enviado al pasado y al futuro —a través de experimentos en su cerebro— con el propósito de abrir un canal de abastecimiento para ese presente miserable, y lo único que termina encontrando es su propia muerte. De ahí las situaciones que la mente de Gabrielle ansía pero a la vez desmiente o confunde, como ese abrazo apasionado por parte de Louis, que en realidad queda en mero deseo; o los equívocos de ella misma en 2014 cuando parece que está a punto de hacer el amor con Louis, pero en realidad es un fulano feo salido de quién sabe dónde. Sumando también ese cúmulo de simbolismos siempre presentes a lo largo de las tres historias, como la paloma que anuncia la proximidad de una muerte o la evolución desde la muñeca como fina pieza artesanal, a la que emite frases y realiza movimientos, hasta la corpórea que es capaz de interactuar física e intelectualmente en donde ya no es sólo una voz como en Ella (Jonze, 2013), y esas imágenes portentosas como el rostro de muñeca mostrado por Gabrielle a su querido Louis en 1910, o el llanto incontenible en close-up de ella misma en 2040, luego de observar una imagen terrible de su pasado.
Porque al final todo el tratamiento resultará un vil truco, un mero artificio, una purificación fallida, donde la bestia resultará ser la imposibilidad del amor, aunque la promisoria melodía leitmotiv “Evergreen”, del eterno Roy Orbison, diga lo contrario.