Noviembre, 2024
La Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, en su edición 42, ha comenzado en la Ciudad de México; son más de 70 casas editoriales las que participan en esta nueva cita (del 8 al 18 de noviembre, de las 09:00 a las 19:00 horas, en la avenida Heroico Colegio Militar, en la Primera Sección del Bosque de Chapultepec, en el espacio conocido como “La Milla”). A propósito de esta nueva edición, compartimos dos reflexiones: en la primera de ellas, Marta Larragueta nos habla de la desaparición de los adversarios en la literatura infantil, en su artículo “¿Dónde está el lobo feroz?”. (En los cuentos infantiles tradicionales siempre había un “malo”, pero los libros para niños que se publican hoy tienden a evitar este personaje antagonista. ¿Nos estamos perdiendo algo importante?) Por otra parte, Claudio Moyano y Sara Molpeceres reflexionan sobre los libros ‘molestos’ y por qué la lectura debe ser crítica desde la infancia. Entender la lectura como un acto que nos obliga a cuestionar nuestras creencias y argumentarlas es fundamental desde la infancia, señalan aquí.
¿Dónde está el lobo feroz? La desaparición de los adversarios en la literatura infantil
Marta Larragueta Arribas
¿Tiene que haber personajes malvados en la literatura infantil? ¿Es bueno que el público infantil lea o escuche obras donde hay adversarios que plantean dificultades al protagonista? Son preguntas que probablemente nos hemos planteado más de una vez y para las que parece que el mercado y los mecanismos de canonización (premios y recomendaciones) tienen una respuesta clara: no.
Las obras destinadas a la infancia están muy atadas a una serie de normas y creencias sobre lo que es adecuado para los niños, sobre lo que es correcto para su formación y para su desarrollo, así como sobre lo que les gusta. Todas estas presunciones suelen estar ligadas a la idea de un lector modelo, con gustos uniformes que se pueden extrapolar a toda la población infantil.
Por ejemplo, editoriales y mecanismos de recomendación parecen coincidir en que los libros infantiles deben estar llenos de color (¡alejen esa monocromía de las jóvenes criaturas, por dios!). O que los tonos, además, deben ser brillantes, muy saturados. Basta con revisar los estantes de las secciones infantiles para percibir cierta homogeneidad en las propuestas estéticas.
Pero cabe suponer que el público infantil es tan heterogéneo como el adulto y que, por lo tanto, afirmar: “A los niños les gusta…” o “a los niños no les gusta…”, parece una generalización poco realista.
Colores brillantes, historias felices
Diversos investigadores del área de la literatura infantil han percibido que se tiende a relacionar la infancia con inocencia e inexperiencia, lo que hace que tenga que ser guiada y tutelada. Bajo el paraguas de la protección, se busca a veces limitar, por ejemplo, historias o argumentos que pudieran provocar reacciones emocionales aparentemente no deseadas en la infancia, como podría ser el miedo o la tristeza. En la mediación lectora, ya sea la realizada por las familias o en las propias escuelas, no es raro que este tipo de obras queden algo relegadas por considerarse demasiado complejas o poco adecuadas.
Y sin embargo, históricamente, los personajes malvados tenían un rol central en el cuento folclórico maravilloso y predominaban en general en las historias destinadas a los niños. En las últimas décadas se ha seguido una tendencia opuesta y los adversarios han ido desapareciendo de la literatura infantil.
Cada vez menos “malvados”
Varios estudios han mostrado que la presencia de adversarios en las obras destinadas a la infancia o a la juventud quedaba reducida a poco más de un tercio de las obras; así sucedía, por ejemplo, en el análisis de 150 obras premiadas o recomendadas entre 1977 y 1990, o en la actualización del mismo estudio con obras publicadas entre 2003 y 2013, así como en una investigación centrada en 100 obras de literatura infantil y juvenil catalanas publicadas entre 2002 y 2006.
La misma tendencia se observa en los álbumes ilustrados particularmente premiados o reconocidos entre 2000 y 2019, donde sólo en un cuarto de los más de 100 títulos analizados aparecía un antagonista.
Los adversarios no son sólo amenazadores como los lobos o los ogros de las historias clásicas. En este último trabajo citado, por ejemplo, se identificaron cuatro tipos de adversarios en las obras:
⠀⠀1. Clásicos, villanos típicos del cuento folclórico, como el ogro que aparece en Issun Bôshi.
⠀⠀2. Paródicos, representaciones humorísticas o inversiones de roles estereotípicos, como el monstruo que resulta ser la mascota sumisa de la protagonista de ¡Ñam!.
⠀⠀3. Realistas, personajes humanos dentro de narrativas históricas o sociales, como los nazis en Humo, una historia sobre el Holocausto.
⠀⠀4. Y simbólicos, proyecciones de una lucha interna de los protagonistas, como los diferentes personajes de ficción que representan las pesadillas del niño protagonista de ¡¡¡Papááá…!!!.
¿Un mundo feliz?
Es necesario preguntarnos qué tipo de imaginario queremos que las generaciones más jóvenes habiten: uno edulcorado, libre de cualquier peligro o dificultad, o uno que plantee situaciones adversas a las que se debe hacer frente, quizá más cercano a la realidad que nos circunda.
Bruno Bettelheim, en su famosa obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas, planteaba la extrema utilidad de obras que mostrasen el lado negativo del mundo, para ofrecer a los pequeños un campo seguro en el que enfrentarse simbólicamente a sus propios miedos.
Esta obra se centra en los cuentos de hadas y valora particularmente el hecho de que planteen situaciones donde no todos los personajes son buenos por naturaleza, sino que existen comportamiento cuestionables, así como dificultades y situaciones doloras y complejas. Estas tramas ayudan a los niños a entender sus propios sentimientos (como cuando sienten ira o celos) y a no demonizarlos, así como a desarrollar herramientas y posibles estrategias para hacer frente a los diversos temores que puedan tener, en el entorno seguro de un regazo.
Es posible que no sea el público infantil quien más miedo tenga a desafiar a brujas malvadas o terribles fieras, sino los adultos que quizá desconfiamos de nuestra capacidad de guiarlos y acompañarlos en semejantes lances.
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Sí a los libros ‘molestos’: la lectura debe ser crítica desde la infancia
Claudio Moyano Arellano / Sara Molpeceres Arnáiz
En los últimos tiempos parece que está extendiéndose la idea de que la ficción debe ser placentera y agradable, y que los valores éticos y morales de los textos deben ir en consonancia con las convicciones actuales.
No obstante, la literatura tiene que molestar para hacer pensar al lector. Tiene que resultar incómoda, tanto en su forma como en su fondo, para que quien esté ante ella se vea, en ocasiones, obligado a parar, levantar los ojos del libro y reflexionar acerca de lo que está leyendo.
Las obras que reafirman los valores de la comunidad son, ciertamente, importantes, pero no son menos relevantes aquellas que importunan al ciudadano y lo enfrentan contra otros sistemas de creencias, que sin duda le harán dudar y cuestionarse sus propios principios.
Un debate en el mundo angloparlante
Aunque posteriormente, y debido al enorme revuelo mediático provocado, dieron marcha atrás, la decisión que tomaron el año pasado la Roald Dahl Story Company —cuyos derechos eran adquiridos por la plataforma de streaming Netflix en septiembre de 2021— y Puffin Books de reescribir algunos fragmentos de libros tan icónicos del escritor británico Roald Dahl (como Matilda o Charlie y la fábrica de chocolate) ha sido uno de los ejemplos más recientes de esta corriente que considera que los libros infantiles han de ser ejemplares o, como mínimo, correctos en los valores que transmiten.
Los responsables de la decisión explicaron que las obras de Dahl, escritas en su mayoría entre los años cuarenta y noventa del siglo XX, no reflejan los valores que hoy se consideran adecuados, de lo que se concluye que no deben aparecer en las lecturas destinadas al público infantil y juvenil.
De este modo, por ejemplo, la protagonista superdotada Matilda ya no aparecía leyendo a Kipling o a Conrad, sino a Jane Austen, y los icónicos Oompa Loompas (de Roald Dahl) serían descritos no como “hombres pequeños” sino como “personas pequeñas”.
Censura y bondad
Para confundir más aún la cuestión, algunos de los críticos con la decisión de Puffin Books no lo hicieron con el acierto esperado. Por ejemplo, Salman Rushdie afirmaba: “Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda”. Con esta afirmación, a pesar de querer pronunciarse a favor de Dahl, ahondaba en la misma impostura de querer vincular bondad con ficción literaria. Aludir a la propia biografía del escritor supone que autores polémicos en lo personal no pudieran haber escrito obras que hoy consideramos sublimes y pertenecen a nuestro canon literario.
Más allá de considerar la oportunidad de esta decisión, que en el panorama editorial español, según afirmó la editorial Santillana, no se va a replicar, lo interesante es la reflexión que podemos hacer desde la Filología y la Teoría de la Literatura sobre si la ficción ha de ser ejemplar, si deben leerse sólo novelas acordes a los valores que hoy se consideran válidos y apropiados.
Además de qué novelas leer, la reflexión nos obliga a considerar, sobre todo, cómo debe leerse una ficción.
¿Qué novelas merecen ser leídas?
Leer algo que defiende valores distintos a los nuestros nos obliga a articular una justificación que nos explique a nosotros mismos por qué nuestros valores son mejores. Autoras como Marta Sanz y Belén Gopegui, entre otros escritores, llevan trabajando en esta idea durante largo tiempo, tanto desde la literatura considerada para adultos como desde la literatura infantil.
Al defender la legitimidad e importancia de los textos incómodos, surge una cuestión fundamental: cómo leer dichos textos ficcionales. En este sentido, parece claro que ya desde la infancia y la adolescencia debe primar una lectura crítica de todos los libros, un proceso que permita que el lector reflexione, tanto desde su propia singularidad, como a través de la guía de sus padres y profesores.
Interpretar y ubicar
La lectura no es un acto independiente de la interpretación: no es otra cosa lo que conocemos como hermenéutica. Al confrontarnos con textos de otros momentos, que reflejan otros valores, la solución no es obviarlos, ni censurarlos, sino ser capaces de ubicarlos y entenderlos dentro de su contexto.
Solo este proceso de comprensión e interpretación adecuadas de los textos literarios permite extraer una lección fundamental, que debe aprender el lector cuanto antes si quiere desarrollarse plenamente dentro de su comunidad. Esta enseñanza consiste entender que los valores que hoy respetamos y consideramos válidos no lo han sido siempre y, por tanto, nada impide que en el futuro puedan sucumbir ante opciones políticas autoritarias.
La lectura de textos en los que se perciben diferentes sistemas de valores, e incluso con creencias que hoy no consideramos aptas, nos permite entender cómo los derechos y libertades que hoy disfrutamos no siempre han sido reconocidos como tales y cómo, por ello, es de enorme importancia formar ciudadanos críticos que reaccionen ante potenciales riesgos que pueda sufrir nuestra democracia.
Porque, hoy lo sabemos, el progreso no siempre implica necesariamente avance y, por ello, trabajar una lectura crítica cuanto antes, desde la infancia y la juventud, se convierte en una exigencia fundamental de nuestros tiempos.