ConvergenciasLa Mirada Invisible

«Tipos de gentileza»: la complejidad de las relaciones en tres fábulas oscuras

Septiembre, 2024

Regresar a los orígenes y a lo básico no siempre es malo, y menos aún si el que lo hace es un cineasta como Yorgos Lanthimos: uno de los directores más sobresalientes en la actualidad. Tras la aclamada Pobres criaturas estrenada en México a inicios de este 2024, lo nuevo del director griego, Tipos de gentileza, es la antítesis de un éxito de masas. Alberto Lima detiene ‘La Mirada Invisible’ en este “híbrido oscuro que navega entre la comedia negra y el drama”; una trilogía de historias retorcidas que le sirven a Lanthimos para “revelarnos los claroscuros del individuo contemporáneo”.

Tipos de gentileza (Kinds of Kindness), película de Yorgos Lanthimos,
coproducida por Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos, Grecia;
con Emma Stone, Jesse Plemons, Margaret Qualley, Willem Dafoe,
Hong Chau, Mamoudou Athie, Yorgos Stefanakos. (2024, 164 min).

Después de servir un copioso plato fuerte con su pantagruélica y ambiciosa cinta Pobres criaturas (2023) —estrenada recién en México a principios de este año y comentada ya en esta columna en marzo pasado—, ahora el director ateniense Yorgos Lanthimos da paso al digestivo para arremeter, fiel a su estilo, con un (por supuesto) inquietante y (cómo no) turbio tríptico sardónicamente intitulado Tipos de gentileza.

Fotogramas de Tipos de gentileza (Kinds of Kindness), película de Yorgos Lanthimos

Estados Unidos, época actual: en el episodio primero “La muerte de R.M.F.”, el afectado arquitecto bigotoncillo Robert (Jesse Plemons) goza de una aparente y apacible vida familiar con su esposa Sarah (Hong Chau), sin embargo una noche impactará de manera intencional su vehículo contra otro conducido por un tal R.M.F. (Yorgos Stefanakos), quien previamente fue aprobado y contratado por la joven y exuberante Vivian (Margaret Qualley). Ante el fallido accidente, Robert será citado en la oficina de Raymond (Willem Dafoe), hombre poderoso y esposo de Vivian —quien tiempo atrás ha obsequiado a Robert y esposa regalos peculiares como una raqueta rota del extenista enojón John McEnroe o el casco del fallecido piloto brasileño de Fórmula 1 Ayrton Senna—, en donde le pedirá que vuelva a intentar el homicidio, pero ante la negativa de Robert, su vida estable dará un vuelco y le revelará todos los hilos de poder que controla el omnipresente Raymond, incluida la irrupción de la sexy y guapa Rita (Emma Stone) como sustituta del propio Robert.

En el episodio segundo “R.M.F. está volando”, el policía Daniel (Jesse Plemons) se encuentra sumido en un proceso de perturbación mental a causa de la desaparición en el mar de su esposa, la oceanógrafa Liz (Emma Stone), lo cual mantiene preocupados a sus amigos swingers: el también policía y compañero de éste Neil (Mamoudou Athie) y su esposa Martha (Margaret Qualley); por lo que se consolará con ellos convidándoles a cenar en su casa carne casi cruda e intentar animarse viendo, acompañado de la pareja, un video sexual de los cuatro juntos filmado antes de la desaparición de Liz. Entonces una llamada telefónica le dará la buena noticia de que su esposa fue rescatada con vida por el piloto R.F.M. (Yorgos Stefanakos), pero al intentar recuperar el tiempo perdido del matrimonio, el endeble equilibrio mental de Daniel se colará más y más en una espiral descendente y mortal, en donde la principal afectada será la propia Liz.

Y, finalmente, en el episodio tercero “R.M.F. come un sándwich”, la pareja jipiosa y chancluda integrada por la férrea y tenaz Emily (Emma Stone) y el desabrido Andrew (Jesse Plemons), pertenecientes a una secta espiritual basada en la pureza del agua —encabezada por el viejón pelos parados Omi (Willem Dafoe) y su esposa Aka (Hong Chau)—, se desplazan velozmente en un Dodge Challenger en la búsqueda infructuosa de una sanadora especial que deberá tener una gemela muerta, hasta que coincidan en un restaurante con la extrovertida Rebecca (Margaret Qualley) y les informe que su hermana es la persona que buscan, así que Emily —quien frecuentemente visita a escondidas su antiguo hogar donde aún viven su esposo Joseph (Joe Alwyn) y su pequeña hija (Merah Benoit)— será expulsada de la secta tras ser abusada/contaminada luego de un escalofriante encuentro con el esposo, y deberá darse a la tarea de buscar y hacerse de la gemela de Rebecca, la veterinaria buena onda Ruth (Margaret Qualley), e intentar así resarcirse con sus colegas sectarios.

Escrito en colaboración con su guionista habitual, el también ateniense escritor y dramaturgo Efthimis Filippou, el noveno largometraje de Yorgos Lanthimos es un híbrido oscuro que navega entre la comedia negra y algo de drama, el cual recurre a la estructura de tres episodios autónomos, cerrados en sí mismos y atenidos a sus propias directrices dramáticas, para brindar mayor contundencia, y cuya mayor originalidad radica en que el núcleo de los tres actores principales (Stone, Plemons, Dafoe), y algunos de reparto, interpretan distintos personajes con distintos temperamentos y presencias según el episodio. Además, cada segmento está unitariamente filmado de manera similar: flashbacks y secuencias oníricas en blanco y negro, pocos movimientos de cámara con preponderancia de dollys, angulaciones bajas del encuadre, disolvencias calculadas para sostener el ambiente manipulador, juguetón, del poderoso Raymond, o también para resaltar la paranoia y eventual brote psicótico del policía Daniel, o bien favorecer el clima etéreo de la devoción fanática de Emily. Pero todos ellos amparados en una fotografía si bien vivaz, también sobria, del cinefotógrafo irlandés Robbie Ryan, para amortiguar el desfile de atrocidades que contiene el filme, y que se homologa con transparencia en la reseca, crispante y minimalista música del joven británico Jerskin Fendrix —con esas notas de piano proclives a erizar cabellos aunadas a coros sombríos para acentuar los instantes aciagos—, y con la edición del griego Yorgos Mavropsaridis, quien es el responsable de dar ese tempo sosegado tan característico en la filmografía de Lanthimos, que si se tradujera en música oscilaría siempre entre andante y adagio.

Everybody’s looking for something/todos buscan algo. A manera de epígrafe sonoro, la melodía y letra de “Sweet dreams”, del dúo escocés ochentero Eurythmics, determina la pauta de lo que vendrá. Porque todo el cúmulo de referencias, obsesiones que permean la bizarra obra fílmica de Lanthimos perduran: un hígado exangüe; el dedo mutilado, frito y servido acompañado de coliflor; prácticas sexuales para espantar a las mentes mojigatas; bestiario compuesto por perros, peces, aves, gatos; fetichismo de pies; el cuerpo degradado; el hospital como templo dionisíaco; el humor cruel con la canción mal tocada y mal cantada de los Bee Gees, “How deep is your love”, a manera de conclusión burlona del primer segmento; la muerte como entidad unificadora. En cada episodio, la jerarquía de los tres actores principales se alterna: en el de arranque, el personaje de Dafoe, Raymond, es el titiritero que somete a sus caprichos al endeble Robert, interpretado por Plemons, mientras que el personaje de Stone, la despampanante Rita, mantiene un papel pivote que sólo cobra relevancia cerca del final del episodio. Sin embargo, para el episodio central, el personaje de Dafoe, quien es el padre de la desaparecida/rescatada Liz, apenas figura en tres secuencias, en tanto el personaje de Stone es presa de la destrucción del cada vez más temible y trastornado marido Daniel, encarnado por Plemons, y quien es la bestia negra de la historia. Y, finalmente, el episodio de cierre —quizá el mejor de los tres—, el personaje de Plemons, Andrew, el hippy bisexual de poco pelo, es relegado a una mera presencia secundaria, por lo que el personaje de Dafoe, Omi el líder de la secta, recobra preponderancia pero no más que el doble personaje representado por Margaret Qualley con las dos gemelas —una apolínea (Ruth); la otra dionisíaca (Rebecca)— y, sobre todo, con el vibrante personaje de Emily que hace Emma Stone, cautiva en su fanatismo ciego y escindida a la vez por su instinto materno que se niega a fenecer mientras conduce a toda velocidad un Dodge Challenger púrpura. Y como aderezos, tres melodías para definir cada episodio, la ya mencionada “Sweet Dreams”, “Rainbow in the dark”, de la banda de metal ochentera Dio, y “Brand New Bitch”, de la cantante sueca de electrónico Cobrah para el segmento final.

La geometría trastocada del amor o los derroteros del amor loco es una constante en la filmografía de Lanthimos, y Tipos de gentileza no es la excepción: con Robert dejándose manipular y sometiéndose a lo que sea —incluso cometer asesinato— con tal de preservar el amor hacia Sarah; la demencia de Daniel causada por la desazón ante la ausencia de la amadísima esposa Liz, y acrecentada al negarse a aceptar que la Liz rescatada cambió luego de la experiencia traumática, al grado de socavarla poco a poco sin importar que esté embarazada; Y Emily, con ese amor de madre seccionado que sucumbe ante el otro amor fanatizado y poligámico hacia la secta y sus líderes, que la conducen a hacer lo que sea con tal de pertenecer y tener el amor que su marido no fue capaz de darle.

Más emparentada con filmes que previamente han recurrido a una estructura de tres episodios como El tren del misterio (Jarmusch, 1989), Antes de la lluvia (Manchevski, 1994) o El triángulo de la tristeza (Östlund, 2022), y muy lejos de la nauseabunda Amores perros (Iñárritu, 2000), el delgado hilo conductor que da unidad a la cinta de Lanthimos es ese personaje cuasi silente que sólo pronuncia “gracias” en toda la película, de nombre compuesto por las siglas R.F.M. —y que de acuerdo al cinerrealizador, éstas significan lo que quiera que el espectador desee, según una entrevista fechada en junio para la revista Variety—, que en dos niveles delimita su razón de ser: narrativamente enarbola el título de cada episodio —en el primero muere, en el segundo vuela porque es el piloto del helicóptero que rescata a Liz, y en el tercero, en la secuencia poscréditos, come apaciblemente un sándwich—; conceptualmente es una especie de Cristo que en el segmento de inicio muere, en el segundo salva, y en el tercero resucita, corroborando la insistencia de Lanthimos en revelarnos los claroscuros del individuo contemporáneo, porque aun cuando al final todo parezca que alguien se sale con la suya (Emily), algo ocurre de pronto y entonces todo se arruina para pasar en un santiamén  del ya chingué al ya me chingué —de acuerdo a la noción planteada por Octavio Paz—, aunque haya un baile festivo y jocoso de por medio.

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