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Centenario natal 110 de William Burroughs

El último sobreviviente beat

Agosto, 2024

Nació en febrero de 1914 y se fue de este mundo en agosto 1997. Novelista, ensayista y crítico social estadounidense, William S. Burroughs es ya una figura legendaria en las letras norteamericanas. Renovador del lenguaje narrativo, se le considera el gran «gurú» de la Generación Beat, uno de los movimientos artísticos más fascinantes del siglo pasado eso sí: pese a su negativa a ser incluido en ella. Homosexual, drogadicto durante muchos años, amigo e ídolo de los escritores Kerouac y Ginsberg, Burroughs se convertiría también —tanto por su vida como por su obraen una referencia fundamental del underground y la contracultura. Desde David Cronenberg hasta Patti Smith, desde Lou Reed hasta David Bowie, muchos fueron los que vieron en él una suerte de guía espiritual. Ahora que se cumple el 110 aniversario de su nacimiento, Víctor Roura lo recuerda.

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Si bien el movimiento literario beat fue el primero del siglo XX en rebelarse contra las costumbres tradicionalistas de una sociedad que acababa de poner punto final a la Segunda Guerra Mundial con dos bombas inesperadas, eso no quiere decir que inmediatamente después fuera difuminado por otra corriente: la hip, que se encargó con prontitud de hacer a un lado no sólo a los poetas sino también a los críticos políticos que todos los beats llevaban adentro. “Toda posguerra rompe generaciones —dicen Alberto Corazón y Pedro Sampere en su libro La década prodigiosa (Ediciones Felmar, Madrid, 1976)—, pero una posguerra atómica las desintegró. Los supervivientes tuvieron que plantearse nuevamente el sentido de la existencia. El recuerdo de la Gran Depresión, el trauma moral de la guerra generó un conformismo perezoso, una sumisión social. Estados Unidos se entregó al olvido, a la desideologización, a vislumbrar la prosperidad material a través de la insolidaridad, la autarquía, la claustrofobia y el triunfalismo de la victoria. Los celadores de la dimisión y el nuevo estatismo social fueron Joe McCarthy, el cazabrujas, y Ike Eisenhower, el paternal”.

Y ahí, en un país “donde no ocurría nada, absolutamente nada, el movimiento beat fue lo único que ocurrió: el recital poético de la Galería Six fue su acto germinal”. La vanguardia beat fue, sobre todo, literaria, básicamente poética, mas pronto se “constituyó en una mística, en una forma de vida, en una actitud social capaz de arrastrar prosélitos y provocar filosofías. La placidez de los cincuenta (sin delirio consumista, sin televisión ni coches masivos, sin la angustiosa velocidad) pudo provocar esa introspección intelectualista, expresada en el silencio de la tipografía. En un mundo contaminado de industria y mecanización se recuperó a la literatura de su obsolescencia estilística con la espontaneidad de Kerouac o la percepción alucinada de Ginsberg. La poesía se hizo oral y pública. Intensa, gráfica, agresiva. Renació el rito del recital, apareció el happening [la semilla de los performances], todavía sin rock ni guitarras eléctricas. Hubo una rejuglarización de la cultura que salió del ghetto a la calle. Provocó el encuentro del autor y el auditorio, y excitó la participación. Cambió el rol de los poetas. El trovador doliente y críptico se convirtió en un motivador, en un agitador de la conciencia pública”.

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Norman Mailer apuntó un sugerente cuadro para ejemplificar el novedoso enfrentamiento de los beats contra la cultura establecida: el impetuoso contra el práctico, romántico-clásico, instinto-lógica, negro-blanco, inductivo-programático, espontáneo-metódico,  medianoche-mediodía, preguntas-respuestas, Yo-sociedad, nihilista-autoritario, truhanes-policías, libre arbitrario-determinismo, sexo-religión, rebelde-legalista, call girls-psicoanalista, presente-pasado o futuro planeado, ilegitimidad-aborto, sexo por el orgasmo-sexo por el ego, pecado-salvación, modales-moral, duda-fe, crimen y homosexualidad-cáncer, mariguana-alcohol.

William Burroughs.

Sin embargo con las siguientes convulsiones de los sesenta, y el surgimiento de una música más feroz (¿qué hay de los Ermitaños de Herman a un Jimi Hendrix o a un Joe McDonald y sus Peces, que más bien parecen discípulos descarriados de los beats?), los poetas se fueron quedando solos con sus perfectas palabras. La espectacularidad de los hippies los hizo aparecer, a los beats, inmóviles y previsibles. “El movimiento beat —dicen Corazón y Sampere— se transformó en una estética estudiada, semantizada, lo que en cierto modo lo politizó convirtiéndolo en folclor del nuevo radicalismo”, un radicalismo que ya no compartían con el mismo ímpetu ni los propios roqueros, que buscaban (acaso contagiados de la inocencia espectacular de los hippies —unos Gandhis estrafalarios e ingenuos—) otras sensaciones, cercanas a los éxitos dolarizados.

Hay que recordar, en este sentido, cómo el propio Pete Townshend —supuestamente conscientizado y valeroso líder de los Who— descerrajó la cabeza del beat Abbie Hoffman en el Festival de Woodstock, en 1969, para callarlo de una vez por todas de su alharaca política cuando pedía la libertad para el encarcelado John Sinclair, apresado por un par de cigarros de mariguana.

El rock, pese a provenir de algún modo de una instancia poética, no concordaba con los poetas beat. “La fidelidad a su viejo esquema provocó la emigración moral, la dimisión del activismo intelectual de casi todos y la muerte física de algunos. El caso más dramático fue el de Kerouac, retirado amargamente a su ciudad natal, donde lo fulminó la cirrosis [fallecido a los 47 años de edad el 21 de octubre de 1969, dos meses después del suceso de Woodstock]. Otros, como Allen Ginsberg y Norman Mailer, sobrevivieron y aceptaron una necesaria evolución. Su literatura purificada y visceral se socializó, se hizo profesional. El experimento beat demostró a la sociedad que podía asimilar, tolerar, controlar e inmovilizar sin traumas decisivos, determinados anticuerpos. Incluso descubrió que ejercían una función social de sumidero emocional que aseguraba la continuidad de su patogenia moral. Se trató entonces de hacer lo menos molesto posible aquel ejercicio de higiene social. Al feísmo beat se le colgaron flores, a su hosquedad se le pintó una sonrisa. El beat de golpear o beatificar se convirtió en hip, de to hip, estar en el secreto, y de hep, instinto de comprensión instantánea”.

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Con la desaparición, el 2 de agosto de 1997 (a sus 82 años de edad, nacido hace un siglo y una década en Missouri el 5 de febrero de 1914), del último beat: William Burroughs, la faz de aquel movimiento alcanzó, por fin, un casillero definitivo en la historia literaria. Se cerraba el círculo poético. Aunque, en realidad, su fase ya estaba determinada desde su principio, los beats no alcanzaron nunca mayor gloria que la de su despegue. Cada uno de los protagonistas se hizo famoso con su obra inicial. ¿Quién puede recordar otro poema de Ginsberg aparte de su “Aullido” u otra novela memorable de William Burroughs como Almuerzo desnudo? Su obra posterior a su despegue, aunque quizá con búsquedas más metódicas de perfeccionamiento literario, no han conmovido ni conmocionado tanto como sus primeras letras, tal vez porque éstas estrenaran un edificio en la literatura norteamericana, antes deshabitado o, peor, despreciado por la ciudadanía.

William Burroughs.

Burroughs sobrevivió al rock, aunque el rock lo olvidara tan pronto como las industrias refresqueras empezaran a patrocinar esta música. Burroughs siempre fue un beat, y por esto mismo la sociedad lo miró como un extemporáneo, un hombre fuera del siglo, un novelista de una década perturbadora, el asesino de su esposa en México cuando quiso vestirse de un fallido Guillermo Tell errando el disparo no en la manzana sino en la cabeza de su también ebria mujer.

La también escritora beat Joan Vollmer murió a los 27 años el 6 de septiembre de 1951 en la Ciudad de México asesinada por su esposo beat Burroughs en un caso declarado “involuntario” en la corte estadounidense, nación a la que retornó el novelista tras huir de México al saber que su abogado defensor, Bernabé Jurado, había huido también de México, rumbo a Brasil, para evitar ser arrestado por un crimen que cometiera contra un joven que se atreviera a rayar su carro: este abogado, mientras se esperaba la sentencia última contra Burroughs, mantenía inmovilizado al personal de justicia que llevaba el caso mediante corruptelas y sobornos… pero al difuminarse Jurado, sencillamente Burroughs procedió del mismo modo hallando mejor suerte en su país natal al ser liberado de cualquier suposición criminal.

Todo un guión literario, su proceso jurídico, que Burroughs jamás escribió y al cual sobreviviera casi medio siglo.

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