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“Recrear las películas en lenguaje escrito es una manera de impedir que se pierdan en el vacío”

Ya circula «La resiliencia del cine mexicano», decimonoveno título del abecedario filmo-crítico del profesor Jorge Ayala Blanco

Agosto, 2024

Tras una exasperante espera de dos años, al fin vio la luz el nuevo libro de Jorge Ayala Blanco: La resiliencia del cine mexicano —editado en el verano del 2024 por la ENAC de la UNAM, tomo decimonoveno de su fundamental Abecedario fílmico nacional, tras dos años y medio de la presentación pública del tomo anterior, La querencia del cine mexicano. Se trata de 101 ensayos de un número similar de películas estrenadas oficialmente (o vistas por él) en el segundo año de pandemia, el 2021. Titulado con un término que fue muy socorrido durante el confinamiento colectivo, en el libro analiza y estudia lo mismo trabajos primerizos que segundas obras o que frutos de la trayectoria, además del cine dirigido cada vez más abundantemente por mujeres y todo tipo de cortos y documentales. Sergio Raúl López ha conversado con el autor, definitivamente uno de los más importantes, si no el que más, críticos cinematográficos del idioma español, con 61 años ininterrumpidos de ejercicio escritural tan abundante como esplendoroso y particularísimo.

No es un mito genial, pero pareciera serlo. Imaginemos a una trío de especialistas cinematográficos mexicanos recién aterrizados en París, pero no en la época olímpica tan de moda sino tres décadas atrás, para ser precisos a finales de octubre o inicios noviembre del año 1996, a invitación del gobierno galo como participantes de una serie de encuentros fílmicos previos a la primera edición del Festival de Cine Francés, que se realizaría el 27 y 28 de noviembre en el Teatro Silvia Pinal de la capital así como en el Centro de Convenciones de Acapulco del 29 de noviembre al 1 de diciembre de aquel sexenio zedillista.

La delegada general adjunta y jefa de prensa del festival, Véronique Bouffard, les invitó a un par de encuentros con realizadores franceses y personal de la institución de cinematografía gala, primero en un café-restaurante y, posteriormente, en un cine en el que conocieron a la directora Claire Denis.

Sin mayor agenda programada y prácticamente desde su llegada al aeropuerto, el más veterano de ellos les comparte su agenda personal: un muy particular cuanto acucioso itinerario cinéfilo en la capital francesa, ciudad cineclubera por excelencia y de cartelera diversa como pocas. Tiene marcada ya la dirección de la sala de exhibición en la que hallarán un título que, indudablemente, jamás llegará a la cartelera mexicana.

Así, los críticos fílmicos se adentrarán en las calles, barrios y plazas de la Ciudad Luz para arrellanarse en las butacas de una incógnita sala oscura para nutrir las pupilas con una rareza cinematográfica de esas que solían cazarse en las inserciones de las compañías distribuidoras en los diarios: rollos de 35 milímetros anunciados en papel periódico de una época ya casi extinta para ambos soportes físicos y para el público que los consumía.

El periplo no finalizaría de manera tan sencilla ni casual como era de esperarse. Al finalizar la proyección, el avezado cuanto experimentado y autonombrado guía les propone, casi enseguida, dirigirse a una nueva dirección, la de otra sala en la que hallarán un título asaz imperdible. Los tres críticos mexicanos se dirigirán al sitio indicado para continuar así el safari cinéfilo…

La duda, empero, comenzó al rondar la tercera función del día. Si bien Rafael Aviña y Carlos Bonfil eran —y lo son y lo serán— indudables devoradores profesionales de filmes, comenzaron a mirarse de reojo. Y no pasaría mucho tiempo para que uno de ellos se excusara con el primer motivo que le cruzó la mente. El segundo, un poco más paciente, aguantaría un par de películas más en el segundo día del viaje para acabar confesando que también le gustaría conocer otros sitios como el Museo del Louvre o la catedral de Notre Dame —aún intacta del fuego. Un poco de turismo cultural no menoscaba, en manera alguna, el amor por el séptimo arte.

Nada de ello obstó para que el profesor Jorge Ayala Blanco (Ciudad de México, 1942) continuara su periplo devorador de las rarezas de la cartelera parisina con la única excepción de aquel par de actividades por las que habían viajado al continente europeo. Así de fuerte ha sido el llamado de la cinefilia desde sus primeros años, en los que llenaba páginas de sus cuadernos con los nombres de las cintas que no podía mirar o su precoz inicio en la crítica de cine ejercida profesionalmente desde sus tiernos 23 años. Y esa pulsión devoradora no ha menguado un ápice.

Jorge Ayala Blanco. / Fotos: Sergio Raúl López.

No existe todavía, en la cultura mexicana, ningún estudio sobre qué pasó con nosotros durante la pandemia

Imaginemos, entonces, el radical y absoluto cambio de rutinas que sufrió la mimada e irrefrenable costumbre de su cinefilia en aquel marzo del 2020, cuando se decretó el cierre de los complejos cinematográficos a causa de la pandemia provocada por la aparición del virus SARS-Cov-2 y el consiguiente confinamiento general sufrido por la sociedad mundial, hace no tanto tiempo, aunque nos empeñemos en olvidar, es más, en borrar dicho pasaje traumático.

Gradual y tímidamente, los festivales cinematográficos comenzaron a presentar ediciones en línea para el público que no podía trasladarse y ni siquiera salir de casa en la misma ciudad; las plataformas audiovisuales campearon a sus anchas y aumentaron exponencialmente sus abonados y, en general, la cultura digital desarrolló y avanzó en unos pocos meses los pasos que estaban planificados para ocurrir en el siguiente lustro. El crítico, investigador y docente, entonces con 78 años a cuestas, maleable y aventurado, como siempre ha sido, logró adaptarse sin problemas a la crisis sanitaria global, y a la ocurrida con la industria fílmica en particular, así que acudió presto a dichas fuentes en línea, lo mismo que a su “pirata culto” de cabecera, igual que a sus amigos y, claro está, a los propios autores y productores de los filmes que le llamaban la atención.

—Era tener una pantalla como una salida al mar, sí, porque salías por la mañana, luego por la noche y quizá durante el día, y te jugabas la vida —explica el profesor Ayala Blanco, tan fuerte, lúcido y mordaz como de costumbre, es más, me atrevería a decir que totalmente recuperado del golpe pandémico ya en este verano de 2024, en que se le mira entero, de una pieza.

La urgencia por mirar cine —mexicano, en este caso— se impuso desde aquella emergencia y como trofeo de sus batallas personales en la butaca hogareña es que escribió La querencia del cine mexicano (ENAC-UNAM, 2022), un libro con 111 películas mexicanas vistas justo durante ese año de 2020 en que las circunstancias dictaban que era impensable pensar en los estrenos cinematográficos, cuantimenos en los nacionales.

Pero el milagro ocurrió y finalmente cinco tomos de su ya archiconocido Abecedario del cine nacional estarán ligados con el trauma sanitario global, lo que él mismo llama cual rey-profeta bíblico su “pentateuco pandémico”.

—A mí lo que me sorprende —continúa el profesor decano de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC) de la Universidad Nacional, que es también su actual casa editorial—, es que he podido hacer cinco libros con películas vistas en la pandemia. Como cada uno contiene un centenar de ellas, quiere decir que son 500 películas vistas durante este periodo. Imagínate, son cinco años desde la prepandemia en 2019, luego la pandemia que nos alcanza finalmente en el 2020 y ahora la letra R, que es el 2021.

“Así que, sí, la verdad es que me sorprendió poder seguir con mi mismo ritmo de entregar un libro por año. El tomo se corresponde a 2021, que yo llamo el año atroz, y que, sin embargo, hubo posibilidad de ver películas incluso en confinamiento. Entonces, lo enfoqué precisamente en el término que se puso en boga y que además era un término médico, un término psicológico importante, esta resiliencia, basada además en el gran libro de Boris Cyrulnik, Los patitos feos / La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida (Gedisa, 2008), que me encanta. Entonces, puedo hacer la traslación perfectamente: un confinamiento infeliz no determina una mala vida o una mala cinefilia, pudimos incluso expandirla gracias a los festivales que se hacían en línea o a las plataformas, a un ritmo muy sorprendente. Pero claro, lo que importa para mí es el enfoque y éste se daba en función de los elementos de resiliencia que tenían estas obras, su capacidad de resistencia, de restañamiento espiritual, de recuperación emocional que ofrecía, porque a final de cuentas yo me estaba aferrando a ellas para mi propia resiliencia”.

Es así que ha salido de imprenta el décimo noveno volumen de su serie ensayística sobre la producción nacional, esta vez titulado La resiliencia del cine mexicano (ENAC-UNAM, 2024), en el que reúne 101 ensayos en torno a igual cantidad de títulos que pudo recuperar de aquel 2021 —redactados entre enero y diciembre—, año de la vacunación y de las salas de nuevo abiertas pero en el que el temor a la enfermedad producida por varias nuevas variantes del coronavirus mantuvieron casi paralizada la cartelera comercial.

Un verdadero prodigio, tomando en cuenta no sólo que la reapertura de salas había ocurrido alrededor de agosto de 2020, pero con aforos reducidos —primero al 30 % y más tarde al 50 %—, además de que los estrenos mexicanos se vieron muy limitados por la escasez de público y la lenta recuperación del negocio de la exhibición. Un pequeño ejemplo: la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine), reporta en sus Resultados definitivos 2021 que de los 285 filmes estrenados en ese año, apenas 66 fueron mexicanos, es decir, el 23.15 % del total —mientras que 101 eran estadounidenses—, y que de los 113.6 millones de espectadores sólo 4.6 fueron para una producción nacional, lo que implica una participación —o market share— de apenas el 3.7 %.

¿Si sólo 66 cintas de producción mexicana arribaron a la cartelera comercial y menos de cada cuatro espectadores de cada 100 acudieron a verlas, cómo es que don Jorge logró escribir sobre 101 filmes?

—Lo interesante de 2021 —aquí sigue su voz— es que es el año de la vacunación y del regreso a las salas, claro, al 30 % de su aforo en una cartelera que todavía no se recuperaba ni se recuperará, ya que las condiciones cambiaron totalmente: ya estamos viviendo en otra época. Ahora, lo que realmente a mí me interesa no es hacer un diagnóstico sobre el rumbo de la industria y todo esto, sino los efectos que se van provocando, entre ellos, qué películas estamos recibiendo en esta época. Curiosamente, hay muy pocas que se refieran a la propia pandemia; si ves el índice, hay dos o tres que hablan directamente de esto, cuando mucho, y son cortometrajes, como el de Valeria Annemick —Sol y Tud (2020)—, otro de Hari Sama —Junction (2020), estudiado en La querencia…— o Fragmentos (2020), de Daniela Alatorre Bernard y Alexandra Délano Alonso, pero incluso las películas que no hablan directamente de esto, en nuestra forma de recibirlas, resultaba casi obligatorio leerlas desde el punto de vista de la resiliencia.

“Finalmente así se convierten las películas en fenómenos en los dos sentidos del término, o a veces sólo en uno: simplemente son freaks y ya, sin que se conviertan de verdad en un fenómeno de público ni uno de cultura. Además, algo que me parece muy importante es rescatar esas películas, casi, diría yo, darles una existencia cultural significativa, socio-psicológicamente válida, a través del lenguaje; entonces, recrear las películas en lenguaje escrito es una manera de impedir que las películas se pierdan en el vacío. ¿Qué pasó realmente en ese año? No existe todavía, en la cultura mexicana, ningún estudio sobre qué pasó con nosotros durante la pandemia. Y para ya ponerlo en el mero exceso: el Ayala Blanco que vio estas películas ya no existe. Eso me lo hizo consciente la pandemia, ésa ya es otra persona y, finalmente, es lo que ocurre con todos mis libros, me invento en cada uno de ellos”.

“Me encanta que dentro del mismo libro se puedan analizar dos películas, y que dialoguen en su interior”

Paradoja de paradojas que fuera en ese año 2021, el mismo de la reapertura gradual y del arribo de las vacunas contra el virus SARS-CoV-2 para la población general, también el de la extinción del par de fideicomisos que apoyaban entonces la producción del cine nacional: el Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine), creado en 1997 y cancelado por decreto presidencial el 2 de abril de 2020, y, más tarde, el Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (Fidecine), al ser derogados los artículos de la Ley Federal de Cinematografía —que preveían su creación desde 1999— mediante una votación mayoritaria en el Senado de la República en octubre siguiente de 2020.

Es decir que para el referido año de la resiliencia, el manido 2021, apareció un nuevo programa de subsidios: el Programa de Fomento al Cine Mexicano (Focine), que no sólo otorga apoyos para la producción, sino para la exhibición y la preservación de acervos, en un total de 12 convocatorias anuales.

Todo había cambiado, y dramáticamente. Lo curioso es que la tan alertada muerte del cine mexicano jamás llegó. Al contrario, el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) —responsable de la creación del Focine— reportaría el mayor número de filmes producidos en la historia de nuestra cinematografía, 259, si bien sólo se estrenaron 70 de los mismos, y fueron vistos por 4.9 millones de espectadores —de los 110 millones de asistentes totales, el 4 % según estas cifras oficiales—, a través de los datos contenidos en su Anuario estadístico de cine mexicano 2021 —y, hay que decirlo, con cifras distintas de las ofrecidas por la Canacine pese a provenir de los reportes de la misma empresa, Comscore.

Lo interesante del fenómeno Ayala Blanco —incluyendo, por supuesto, la acepción misma de freak— es que los 101 ensayos incluidos en este libro dan un promedio de dos redactados por semana, lo que, añadido al menos a uno más para su colaboración en el suplemento cultural ‘Confabulario’ de El Universal, suben a tres el promedio semanal. Un rigor y disciplina tan poco común como alarmante, si pensamos que comenzó a escribir en diarios y revistas en enero de 1963, pues significan 61 años y medio de escritura continua, con al menos un texto semanal entregado. Un acervo que rebasa, sin mayor problema, los cinco mil escritos, pero que seguramente es mucho más abundante.

—Así es, rigurosamente dos textos por semana, no hay mayor problema, aparte de los que escribo sobre películas extranjeras, que publico, por lo general, en el ‘Confabulario’ —dice Ayala Blanco—. Siempre son versiones reducidas de lo que está en extenso en el libro, lo que significa retrabajarlas. Es decir, tienes hecho el texto, digamos 12 mil caracteres, y eso lo reduces a seis mil, que es lo que cabe en el periódico, en tu página. Es casi una forma de reescritura al revés, una mayor síntesis. Lo que publico en el periódico nunca es idéntico a lo que sale en un libro y en este volumen, 96 ó 97 por ciento es rigurosamente inédito. Lo pongo así: lo que ya habías leído en una versión periodística, ahora la puedes ver en una versión literaria. Y con toda la libertad de extensión.

“Es cierto: a veces no son las mejores películas ni las que más me gustan, aunque por supuesto tengo mis favoritas. La portada misma de libro es la película que me parece la más valiosa de todas, incluso para hacer un homenaje, como lo fue ahora para Arcelia (Ramírez): nunca me imaginé que hubiera una actriz a ese nivel en México. Punto. [El profesor Ayala Blanco habla de la coproducción méxico-rumano-belga La civil (2020), de Teodora Mihai]. Además con larguísima trayectoria que continúa y continúa, y me permite romper con mi ego trip, pues aunque disfruto las presentaciones de mis libros por el cariño que me demuestran, también es verdad que se convierten en una especie de sepulcro, de ‘qué bueno era’, cosa que no me interesa sino realmente abrirlo hacia los demás. De unos años para acá, la portada misma de mis libros es un homenaje a algo muy particular; en La querencia… fue para la dupla Astrid Rondero-Fernanda Valadés —Sin señas particulares (2020)—, es un equipo como los hermanos Wachowski o los Taviani, de esos autores bicéfalos.

“Lo veo [la llegada de cineastas extranjeros a filmar a México, como Mihai, Jacques Audiard o Heidi Ewing, cuyo Te llevo conmigo también aparece reseñado en el libro] como una forma o el afán de universalidad y la capacidad de entender problemas tan locales como puede ser el de las buscadoras. En este volumen están analizadas dos de las películas que más me importan sobre las buscadoras, La civil y la de (José María) Espinosa de los Monteros —Te nombré en el silencio (2020)—, que es un documental desgarrador. Ninguna de las dos películas niega la realidad en función del espectáculo, sino exactamente lo contrario, niegan el espectáculo en función de la realidad, lo que me parece fascinante y me encanta que dentro del mismo libro se puedan analizar estos dos películas y que dialoguen en su interior, porque no se anulan sino que se complementan; que coincidan en estas páginas para mí es muy deliberado. No resulta accidental poner a las películas a dialogar entre ellas.

“Como si cada película no tuviera historia, como si no tuviera nexos, como si no hubiera esa maravilla que es, finalmente, la cultura, que siempre es arborescente, va creciendo como un árbol, es la idea ramificada. Eso se logra precisamente a través de este tipo de enfoques”.

Lo único que yo pido es que mis libros realmente se lean; al lector le ofrezco cien análisis

Lo literario abunda, por lo demás, en estas páginas, más allá de sus análisis complejos, de las citas eruditas o de las traspolaciones aventuradas pero precisas; imperan las frases, la construcción verbal. Listas de frases contundentes, que golpean primero el ojo lector, enseguida la conciencia y finalmente van nutriendo el ser cultural de quien se adentra en sus páginas. Porque, aunque el antiguo becario —entre 1965 y 1966— del Centro Mexicano de Escritores insista en que lo que entrega son análisis puntuales, desmontajes de películas, reflexiones ensayísticas, al final su labor es literaria y vaya que cada uno de sus textos está repleto de metáforas y metonimias, de aforismos y de construcciones de una fraseología pulcra, brillante, cautivadora.

Baste citar unos cuantos ejemplos: “las hamacas grises colgando de los frondosos árboles como enjambre informe, el exiguo fogón calentando la tetera de peltre a la intemperie…” (Laberinto Yo’eme, de Sergi Pedro Ros); “…en la postrera hora de otro día de nervios erizados, reconociendo el temple de mujeres que no se dan por vencidas y revelando su verdadera naturaleza femenina en la adversidad y en la ignominia.” (Te nombré en el silencio, 2021, de José María Espinosa de los Monteros); “…incansable e inadmisible pero pudorosa y reticente mirada de machista perverso (sostenida por cierto macho sofisticado tan acomplejadazo cuan moralmente castradísimo)…” (Danyka / Mar de fondo, 2018, de Michael Rowe); “…se mueve seductora y hermosamente… en los espacios intermedios y en los intersticios entre el sueño y una vigilia magnética (¿o magmática?) que contagiosa o apabullantemente conserva los tintes de ese mismo sueño o de algún otro, colindante o análogo…” (Pobo Tzu/ Noche Blanca, 2021, de Tania Ximena); “…la archisimbólica ceremonia de un levantamiento dirigido por Liz de turbante, paso a paso, la presunta sombra pesada del recién fallecido …” (El compromiso de las sombras, 2021, de Sandra Luz López Barroso); “el onirismo de pacotilla, por añadidura intermitente en exceso, la caricatura guiñolesca, la parodia de una comedia musical vergonzante e inexistente en el cine nacional…” (Cosas imposibles, 2021, de Ernesto Contreras); “practica, prodiga y fatiga el difícil arte fílmico de la insinuación y la sugerencia, por corte o por tensión con los espacios en off, sin sospechosa emoción directa ni suspenso” (Selva trágica, 2020, de Yulene Olaizola); “se ha mimetizado previa y debidamente con la violencia provincial mexicana que empezó a salirse de cualquier posibilidad de control desde hace un par de fatales décadas atrás, en homenaje al empecinamiento de las pacíficas amas de casa dolorosamente convertidas en indoblegables militantes…” (La civil, 2021, de Teodora Mihai).

Eso sí: si aquel jovencito a la mitad de sus veintes hubiera mantenido el título original del volumen —tentativamente jugaba con el escarnio y la pasión—, nos habría privado de la invención del fantástico abecedario del que ya se han escrito 22 letras-conceptos —tres aún en proceso de imprenta/revisión/escritura—. Sin embargo, acabaría por titularlo La aventura del cine mexicano (Era, 1968) y su continuación-segunda parte, La búsqueda del cine mexicano (Era, 1974), fue la que provocó la broma recurrente de amigos y de rivales con animosidad evidente: ¿y cuándo sigue la c? Así, el tercer volumen acabaría por titularse La condición del cine mexicano (Posada, 1986) y el encarrilamiento del modo alfabético de la serie estaba entonces marcado definitivamente.

A una distancia de 56 años, los términos que han correspondido a cada una de esas colecciones de ensayos causa una extraña fascinación tanto por su particularidad como por su originalidad: disolvencia del (Grijalbo, 1991), eficacia (Grijalbo, 1994), fugacidad (Océano, 2001), grandeza (Océano, 2004), herética (Océano, 2006 ), ilusión (Océano, 2012). Y, a partir de aquí, todos publicados por CUEC-UNAM: justeza (2011), khátarsis (2016), lucidez (2017), madurez (2017), novedad (2018), ñerez (2019), orgánica (2020), potencia (2021), querencia (2022) y la resiliencia que ahora nos ocupa, pero con unas incógnitas letras S y T, ya entregadas a imprenta y revisión, respectivamente, así como la U, a la que le restan una veintena de ensayos para ser concluida.

Los años, claro está, han ido modificando este método crítico analítico con una clave fundamental, si bien al inicio fue fruto del azar e incluso de la sorna (ya reunido el conjunto de textos se establecía una palabra relativa y justificante de la letra correspondiente para titular cada ensayo), en años recientes el concepto ligado a cada progresión abecedaria se fija antes de escribir el volumen, lo que obliga a interpretar cada filme en términos del mismo, lo que dota de coherencia y le da centro de gravedad al conjunto.

—Eliges un término que sea un concepto muy rico, potente, para encontrar las variantes de este libro específico —explica don Jorge—. Entonces, cada uno de mis libros sobre cine mexicano es como una especie de estudio conceptual-filosófico, o como quieras llamarle, de un término. El presente es un ensayo sobre la resiliencia porque la estoy viendo en todas sus variantes, cien variantes distintas de ese término, de ese vocablo que es mucho más que eso, es un concepto. Y cada párrafo es una posibilidad de lectura de ese enfoque. La mecánica del libro me abre una cantidad enorme de posibilidades de lectura y, sobre todo, de no repetición, porque estás muy claramente en la nueva variante, y ese enfoque varía.

“Antes yo utilizaba el concepto cuando terminaba el libro pero ahora es al contrario. Me di cuenta de que la idea es, más bien, programática. Vamos, como un poema sinfónico, como una novela de ideas, quieres hacer eso y para mí es muy disfrutable, nunca he escrito algo que me haga sufrir y eso me distinguía y me enfrentó con otros autores en épocas en que ellos sufrían y con sangre llegaban a la cuartilla y enfrentaban la tortuosa página en blanco. Pues si no lo disfrutas dedícate a otra cosa, ¿no? En las revistas de literatura toda mi generación se azotaba. ¡Oh, qué barbaridad, cómo sufro! Pues deja de sufrir y escribe algo que realmente te motive. A mí me motiva y me divierte lo que estoy escribiendo”.

La actriz Arcelia Ramírez, Jorge Ayala Blanco y Armando Casas, presidente de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, durante la presentación del libro en la Cineteca Nacional.

En resumen, nos encontramos al otro lado del acantilado de un hombre que ha construido un reservorio único, un santuario especializado en la pantalla de plata, un mirador erigido desde la butaca para mirar en lontananza y con los ojos cultos, cultísimos, profundos y penetrantes, personalísimos pero tan compartidos de su prisma para desarmar el fenómeno cinematográfico sí mexicano —con un abecedario—, aunque también mundial —con claves del cine internacional, al mismo tiempo que rastrear la cartelera nacional —abarcadora de 1912 a 1999—, en un estilo inimitable e imposible, tan literario como puntual, que con temible precisión estudia y también remite a mil otras obras, sean literarias, pictóricas, compositivas, interpretativas, históricas, de reflexión y de estudio, humanistas y científicas. Todo con un solo propósito final, puntual e indiscutible: comunicarse con el otro, con los otros, con el resto.

—Lo único que yo pido es que mis libros realmente se lean; mi objetivo es ése y al lector le ofrezco cien análisis, cien textos que deben sostenerse cada uno por su propio peso, como una construcción del lenguaje. Como lo propuso Borges, Cervantes no inventó al Quijote sino que el Quijote fue el que inventó a Cervantes. Mis libros me inventan a mí y cada uno es un invento distinto, el abecedario me va inventando de una manera distinta. Vamos, yo no existo; los que existen son mis libros.

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