ConvergenciasEl Espíritu Inútil

Perdón y gracias

Mayo, 2024

El perdón y las gracias son dos zonas del pensamiento colectivo que se parecen mucho, porque es ahí donde las sociedades remiendan sus roturas. De hecho, como apunta Pablo Fernández Christlieb en esta nueva entrega, pedir perdón y dar las gracias son dos actos simétricos: en uno hubo algo malo que se arregla, y en el otro algo bueno que también se arregla, porque en ambos casos había un pendiente en la memoria que si se deja así va haciendo una fisura entre la gente y rasgando la sociedad. No tiene mucho caso intentar componer la sociedad por otras vías como el castigo, las leyes, las órdenes o la justicia: si no se pasa por el perdón y las gracias seguiremos viendo cómo la sociedad se va haciendo cachitos.

El perdón y las gracias son dos zonas del pensamiento colectivo que se parecen mucho, porque es ahí donde las sociedades remiendan sus roturas, toda vez que aquí no es posible que exista la fuerza, ese golpe que todo lo rompe, sino la debilidad, ese gesto que nos junta. Media España no se ha cansado de dar las gracias desde la Guerra Civil; media Alemania no se ha cansado de pedir perdón desde el Holocausto; medio Israel, el pueblo elegido del dios de los castigos, no se ha cansado de no hacer ni lo uno ni lo otro. Los sitios de memoria, como los antimonumentos, son puntos que recuerdan que no se pidió perdón: también debería haber sitios de memoria de gracias que no se dieron.

Pedir perdón y dar las gracias son dos actos simétricos: en uno hubo algo malo que se arregla, y en el otro algo bueno que también se arregla, porque en ambos casos había un pendiente en la memoria que si se deja así va haciendo una fisura entre la gente y rasgando la sociedad; y se puede notar que es un acto débil, es decir, propio de los que sí necesitan a los demás para sentir que tienen un lugar en el mundo; lo débil es justo lo que impide que irrumpa la fuerza: los fuertes no piden perdón ni dan las gracias. Precisamente por su debilidad sin pretexto, el acto de pedir perdón o dar las gracias es uno de los más refinados que hay en la vida de la sociedad.

El agradecimiento, la gratitud, dar las gracias, es, dicho en serio, la capacidad de merecerse el beneficio que recibió, y con eso ponerse a la altura de la gracia, levantarse a la altura de el que se lo otorgó, quien, curiosamente, se siente agradecido de que le dieron las gracias. En cambio, el que no da las gracias, ni en la tienda, ni en la calle, ni en el restaurante, ni en la vida, significa que no se las merecía, y se convierte ipso facto en alguien que se aprovecha o que engañó.

Y pedir perdón, ese acto valiente de los débiles, es la capacidad de formar parte de la ofensa que infligió, algo así como de también recibirla, de sufrirla también; de no salir ileso tampoco: que el daño que uno hizo también lo dañe a uno. El que no da el perdón que le piden hace una ofensa de la que también tendrá que arrepentirse. El perdón que se pide hay que darlo.

No tiene mucho caso intentar componer la sociedad por otras vías como el castigo, las leyes, las órdenes o la justicia: si no se pasa por el perdón y las gracias seguiremos viendo cómo la sociedad se va haciendo cachitos, puesto que hoy por hoy, tal vez por su fineza o su valentía o su misma debilidad, estas zonas son de las más devastadas y abandonadas del pensamiento colectivo, yermas, baldías, diría Eliot.

Los partidos políticos, clases sociales, grupos económicos y demás jaurías son una serie de bandos esperando su turno en un juego donde no se vale reconocer algo bien en el contrario ni de reconocerse algo mal en ellos mismos, y donde negociar se entiende como un intercambio de pérdidas y ganancias, cuando debería ser la mesa donde se dan las gracias y se piden los perdones. Quizás el narco debería dar las gracias para regresar a formar parte de la sociedad; quizás el gobierno debería pedir perdón por las causas que lo produjeron, pero parece que eso no se vale en los juegos de los empoderados.

Las familias son el espacio de las desigualdades innatas y adquiridas donde siempre quedan cosas a deber que no se pueden mencionar: parece que es una desigualdad por orden de estaturas de grandes a chicos en la que por lo mismo está prohibido que algunos pidan perdón ni den las gracias; y los demás nomás se acuerdan: en las casas hay muchos sitios de memoria que no se miran ni se tocan pero que ahí están, como la cama donde alguien quedó humillado o la cocina donde nunca le reconocieron nada —y falta buscar en los cajones. Probablemente es entre los amigos donde las zonas del perdón y las gracias están más intactas, porque la amistad es por cierto el talento para dar las gracias y el tacto para pedir perdón. Exactamente lo contrario del amor, que revienta a cada rato, porque ahí las agresiones se hacen sesgaditas, como al pasar, para no tener que pedir perdón, y las amabilidades se finge que no se ven para no tener que dar las gracias.

Pero pedir perdón y dar las gracias no puede ser nada más una intención, sino que tiene que ser un acto público, una declaración de debilidad, explícitamente; casi como una rendición, ya que alguien se pone en las manos del otro que también tendrá que rendirse al aceptarlos: hasta que no se dicen no existen, nada de que yo se lo agradecí pero no se lo dije, de que yo estaba arrepentido pero no hice nada. Muy tiernamente, Marx (en los Grundrisse) dice, citando al evangelio, que para que los pecados sean perdonados hay que confesarlos.

Y parece que pedirse perdón a sí mismo significa ponerse al nivel de su falta, esto es, no querer convencerse de que lo hizo sin querer o por error, sino a su mismo nivel: haber sido capaz de cometerla. Y darse las gracias a sí mismo es saber que sí lo hizo sin querer o por pura suerte, y que le toca corresponder a tanta casualidad.

Infligir daños o recibir favores sin consecuencias produce poder —incluso contra uno mismo—, que es ir metiendo fuerzas donde había debilidades. En efecto, el hecho de no dar las gracias ni pedir perdón va secretando poder en el pensamiento colectivo, que es lo que hace que las grietas, las fisuras, las roturas de la sociedad terminen por romperla, como parece estar sucediendo ya.

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2 Comments

  1. Muy interesante. Un texto que permite pensar las bondades y potencias del perdón y el agradecimiento. Queda también una línea muy potente para seguir explorando y es cómo el no pedir perdón ni dar las gracias adjudica poder. Que sea un motivo para darle gracias por este ensayo, querido Pablo.

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