Abril, 2024
Casas de cambio sigue habiendo, cómo no. Pero no de divisas porque como para qué, si tampoco circula el dinero y también dejó de haber empleos.
Casi iguales a las cabinas de fotos instantáneas de aquellos tiempos. Aunque las de afuera del domo no tienen sonido, son de teclado y necesitan que el usuario lleve su aguja, su espátula, hisopos y un desinfectante.
En las cabinas del interior a las escotillas que se obturan con la puntualidad estricta del horario global, basta que toques el cancel. Una vez acomodado, metes tu tarjeta celular única en la ranura y oyes unas instrucciones como de robot de avión antiguo.
Eso sí, llega a pasar que por fluctuaciones del mercado, intereses estadísticos, inspecciones aleatorias, alerta general o lo que sea, el sistema rechace la transacción en el primer intento y formule preguntas de verificación de identidad, estado de salud o determinados antecedentes.
Aprobado eso, un suspiro de fuelle avisa que brotarán de los flancos dos ventosas para las sienes y dos pinzas caimán para los pulgares. Del plafón baja la diadema, una liga de vinil sin estrenar, te la ciñes, parpadeas y listo. La tarjeta celular cascabelea libre, recargada. Vuelve la luz. El cancel se cierra con el hermetismo de las escotillas que resguardan todas las actividades públicas y privadas del domo.
Sales sin ganas de nada, muy débil, puede que hasta enfermo. Pero es cuestión de acostumbrarse. Y como yo hacía mucho ejercicio antes de que todo esto pasara, casi ni sufrí los cambios. Lo que no ha cambiado es que las recargas cada vez rinden menos. No sé allá cómo anden las cosas, cuéntame.