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Alberto Cortez, un lustro después

Fantasía y pies en la tierra

Marzo, 2024

Nació en la localidad pampeña de Rancul, Argentina, en 1940. Tras dejar su estudios de Derecho, comenzó su carrera musical a inicios de los años sesenta. Grabó casi medio centenar de discos, publicó libros de poemas e incluso participó en dos películas. Con el tiempo, Alberto Cortez se convirtió además en uno de los intérpretes más populares de Iberoamérica, por la capacidad de convertir en arte los temas más cotidianos. Era el cantautor de las cosas simples. Nunca abandonó su pasión por la música y el canto. De hecho, al momento de su muerte, en 2019, a los 79 años, todavía seguía en activo. Ahora que se cumple un lustro de la partida del cantautor argentino-español, Víctor Roura aquí lo recuerda.

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Antes de fallecer, a los 79 años de edad el 4 de abril de 2019 hace justo un lustro, platiqué con Alberto Cortez (11 de marzo de 1940) cuando el compositor argentino —radicado en España— contaba con un poco más de cuatro décadas de vida. Sólo transcribo sus respuestas, porque las preguntas se adivinan.

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—Yo creo que sí hay una razón de continuidad para todo esto. Fundamentalmente, la perseverancia. Es decir, a mí me ha gustado siempre esto. Desde el principio me lo he tomado muy en serio. En mí no ha sido un paso la música para alcanzar otros objetivos. Me dediqué a la música absolutamente en toda su dimensión e intensidad. Respecto a la palabra comercialidad que usted utiliza, no me parece que esté usada en su forma correcta. Yo le diría que el músico más comercial ha sido Beethoven, porque no creo que nadie haya vendido más discos que él en la historia de la humanidad. Y no por ello es malo.

“Es cierto, sí, algunos compositores se han comercializado en el sentido peyorativo de la palabra. Pero yo creo que no son tantos. Simplemente, cada uno ha ido evolucionando dentro de su propia problemática. Frente a su propia realidad, también. Es el caso, por ejemplo, de Joan Manuel Serrat [catalán octogenario a partir del pasado 27 de diciembre]. Es un hombre que ha progresado, es decir no progresado sino que ha evolucionado (no sé lo que es progreso en el mundo del arte) y ha ido en busca de nuevas formas de expresión y las ha logrado y además con una altura absolutamente maravillosa. Al menos para mí.

“En el caso de Facundo Cabral [compositor argentino asesinado a los 74 años de edad en Guatemala, el 9 de julio de 2011, supuestamente por una confusión de sicarios que lo mal identificaron con un poderoso empresario vinculado al narco, no importaron en absoluto que la Unesco lo había declarado ya en 1996 Mensajero Mundial de la Paz ni que había sido nominado al Nobel de la Paz en 2008] es un hombre que se ha estacionado un poco en un misticismo que no termina de entender y dentro del cual no termina de ubicarse. En este momento está en Argentina. Él ha padecido una serie de problemas personales que lo han llevado a ser un poco escéptico en un montón de cosas, como puede ser de pronto la sospecha de que tiene una enfermedad incurable. O cosas por el estilo.

“Luis Eduardo Aute [fallecido a los 76 años de edad el 4 de abril de 2020 en Madrid, nacido en Filipinas el 13 de septiembre de 1943] está en la brecha, constantemente, afortunadamente. Bienvenidos sean la palabra y el genio y el magnífico talento de Luis Eduardo en todos los aspectos artísticos que ha desarrollado, desde la pintura, la escultura y la música popular y la poesía”.

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“En un rincón del alma —escribió Alberto Cortez—, donde tengo la pena que me dejó tu adiós. En un rincón del alma aún aburre aquel poema que nuestro amor creó. En un rincón del alma me falta tu presencia que el tiempo me robó. Tu cara, tus cabellos, que tantas noches nuestras mi mano acarició. En un rincón del alma me duelen los te quiero que tu pasión me dio… En un rincón del alma también guardo el fracaso que el tiempo me brindó. Lo condenó en silencio a buscar un consuelo para mi corazón. Me parece mentira, después de haber querido como he querido yo. Me parece mentira encontrarme tan solo como me encuentro hoy. De qué sirve la vida si a un poco de alegría le sigue un gran dolor. Me parece mentira que tampoco esta noche escucharé tu voz… Con las cosas más bellas guardaré tu recuerdo que el tiempo no logró sacarlo de mi alma. Lo guardaré hasta el día en que me vaya yo”.

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—El giro repentino que ha tenido la música española con incursiones de compositores como Manuel Alejandro [compositor español que diera vida, literalmente, a tantos cantantes iberoamericanos por encargo de las compañías discográficas aún con vida: el pasado 21 de febrero cumplió 92 años] es sencillo de explicar: porque se murió Franco [dictador de España fallecido en Madrid a los 82 años de edad el 20 de noviembre de 1975]. Por eso. Es decir, cuando vivía Franco muchos artistas o compositores y seudocompositores tenían un motivo de protesta constante. Todo era justificado con tal de estar en contra de la realidad política que vivía España en aquel momento. Pero se murió Franco y se destapó la olla. Y en esa carrera quedaron nada más los talentosos. Es decir, la gente que tenía talento con Franco y sin Franco. Y lo seguirá teniendo, como el caso de Víctor Manuel [compositor y cantante español que el próximo 7 de julio cumplirá 77 años de edad], por ejemplo. Sus canciones son bellísimas, pese a tener una militancia y un color políticos en su música, lo cual condiciona mucho a su público porque hay personas que no aceptan ese tipo de ideología y, naturalmente, no están de acuerdo y no compran sus discos y tampoco se convierten en sus, digamos, fans.

“Siempre. Siempre. Todas las dictaduras ayudan a la creatividad. Prohíbeme algo, que voy a tratar, por todos los medios, de estar en contra tuya. Esa es una ley natural. Es decir, todas las dictaduras son las que provocan el desarrollo absoluto del ingenio. Porque cuando no hay dictadura, cuando se vive una democracia como se vive en España actualmente [principios de la década de los ochenta], el ingenio tiene que trasladarse a otro sitio. Tiene que dar paso estrictamente al talento puro. ¿Cómo hacíamos para hablar de la libertad sin herir susceptibilidades y, sin embargo, poder decir sotto voce que no estábamos de acuerdo y que había otro camino, otra luz, detrás de todo aquello? Entonces se tuvo que usar un enorme ingenio para poder hacerlo. Como lo hacen los chilenos en la actualidad. O como los argentinos. En Argentina [de donde era originario Alberto Cortez, mas radicado en Madrid desde 1964] hay todo un movimiento subterráneo, underground, realmente asombroso. Como la gente joven, los compositores están tratando de comunicarse por medio de la música con las personas que pensamos libremente. O que somos liberales en nuestra forma de pensar. Todo esto por estar en contra de las actitudes que tienen las dictaduras.

“Pero, ¿cómo?, ¿cómo que no es una dictadura la de Cuba? Es decir, cualquier forma de opresión o de disciplina impuesta o que atente cualquier forma de libertad, es una dictadura, sea de izquierda o de derecha. Da lo mismo. Esto es un problema de liberalismo total. Esto es, donde exista una ley militar o un régimen que imponga determinadas condiciones para la convivencia se vive, indudablemente, una dictadura. Y eso provoca, naturalmente, ingenio. De todas formas, en lo de Cuba (en lo cual yo no soy un gran experto, puedo jurarlo, además, y lo reconozco, sé muy poco de la nueva trova cubana, no he tenido oportunidad de interiorizarme a fondo) he escuchado cosas bellísimas de Pablo Milanés [fallecido a los 79 años de edad en España el 22 de noviembre de 2022], de Silvio Rodríguez [de 77 años, cumplidos el pasado 29 de noviembre] y, por supuesto, del señor Carlos Puebla [fallecido a los 71 años de edad el 12 de julio de 1989], que hace cosas absolutamente fuera de cualquier juicio [aún vivían Puebla, Granda, Romero, Milanés, Yupanqui cuando conversamos Alberto Cortez y yo], como las cosas de Yupanqui [1908-1992] en Argentina o las cosas de Chabuca Granda [1920-1983] en Perú o, no sé, de Aldemaro Romero en Venezuela [1928-2007]. Son cosas fuera de todo juicio, ¿no?”

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“Es bella, más bella, muy bella —escribió Alberto Cortez—. Es hoy, es mañana, es ayer. Es roca y es mirlo. Es estrella. Es agua que calma la sed. Es hierba y es rama, da sombra. Es agua que calma la sed. Lejana, es mía. Me nombra. Me espera, me sabe, me ve. Estalla, se esconde, se aleja. De ser o no ser… Ella es. Y es tanto que siempre regresa. Y el antes se vuelve después. Me conoció cuando tuvo sospechas de que vendría. Y ella sabía que llegaría, ¡ah, si sabía! Y luego, tiempo. Corrieron los años. Y me fui un día. Y ella sabía que volvería, ¡ah, si sabía! ¡Mi madre! Es bella, más bella, muy bella… Es siempre y es más: ¡es mujer!”

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—No. No. Además, el tiempo deforma normalmente las formas de apreciar las cosas. Yo jamás tuve palabras de alabanza hacia Franco. Jamás. Nunca. Lo que hubo fue un malentendido. Además, salió una aclaración muy grande en Excélsior, a su debido tiempo. Fue cuando ocurrió la famosa muerte de los cinco vascos condenados a muerte y ejecutados en España. A mí me solicitaron mi opinión. Y yo la di. Pero en la charla que tuvimos dije que Franco era uno de los últimos grandes líderes que quedaban junto a Mao [1893-1976], junto a Tito [1892-1980], quienes aún vivían en aquel tiempo. Me refería a esos líderes que produjo la humanidad entre las dos guerras, entre la de 1914 y la de 1939. El periodista interpretó muy bien mis palabras, pero el cabeceador puso un título que no era correcto, diciendo que yo justificaba las acciones de Franco. Naturalmente, mandé una carta a Julio Scherer, quien era el director en ese entonces, aclarando perfectamente bien los conceptos. Yo jamás estuve de acuerdo con Franco. Menos aún en lo que estaba pasando en ese momento. Yo no estoy de acuerdo con ninguna forma de violencia.

“Yo creo que mucho antes de Juan Salvador Gaviota, Almafuerte dijo, un poeta de mi tierra que murió en 1917, que comer bien, dormir bien, es lo de menos, pero soñar lo menos es afrenta. No es digno del dolor romper los frenos tan sólo por la vianda suculenta; delante de un redil de vientres llenos, prefiero yo la humanidad hambrienta. Eso lo digo yo antes de comenzar a cantar ‘Castillos en el aire’. Entiendo que la gente en la actualidad está perdiendo fantasía, está perdiendo la capacidad de soñar, cada vez nos acelerarnos más debido a la hostilidad cada vez mayor de la sociedad, por eso el hombre se acelera cada vez más, para poder sobrevivir, para que sobreviva su familia, para poder conseguir el sustento cotidiano, en fin. No sé si conseguir el televisor, el coche y la casita en la tierra sea posible. Frente a toda esa situación, a ese panorama que pinta la sociedad de consumo, nos estamos olvidando de la fantasía, de la creatividad, de la posibilidad real de redescubrir un montón de cosas que vamos perdiendo. Esa es la idea de la canción del loco que compuse. Lo que pasa es que la sociedad de consumo no lo deja. Por eso digo en la segunda parte de la canción: ‘Y los demás, al verlo tan dichoso, cundió la alarma, se dictaron normas, no vaya a ser que fuera contagioso tratar de ser feliz de aquella forma’. ¿Por qué no dejar ser feliz al tipo que anda de pronto buscando una utopía? Pues allá él con sus propias cosas. Que cada uno asuma su propia responsabilidad de vivir. Porque hasta el día en que uno se muera ahora sí estará absoluta, total, definitiva y radicalmente solo”.

El músico argentino posa en los camerinos en el Auditorio Nacional de la CDMX (2009). / Foto: Isaac Esquivel (Cuartoscuro).

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“Mas extendió las alas hacia el cielo y poco a poco fue ganando altura. Y los demás quedaron en el suelo guardando la cordura. Y construyó castillos en aire a pleno Sol, con nubes de algodón en un lugar, adonde nunca nadie pudo llegar usando la razón. Y construyó ventanas fabulosas llenas de luz, de magia y de color. Y convocó al duende de las cosas, que tiene mucho que ver con el amor. Y los demás, al verlo tan dichoso, cundió la alarma, se dictaron normas, no vaya a ser que fuera contagioso tratar de ser feliz de aquella forma. La conclusión es clara y contundente: lo condenaron por su chifladura a convivir de nuevo con la gente, vestido de cordura, por construir castillos en el aire a pleno Sol, con nubes de algodón en un lugar, adonde nunca nadie pudo llegar usando la razón… Acaba aquí la historia del idiota que por el aire, como el aire libre, quiso volar igual que las gaviotas. Pero eso es imposible, ¿o no?”

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—¡Ah, quién lo sabe! —finalizaba Alberto Cortez—. Porque he terminado mi contrato con mi casa discográfica, la Hispavox. Después de 20 años ha habido un divorcio. Es duro saberlo, pero es así. La nueva directiva de la compañía en España es completamente disidente con mis formas de ver las cosas y, naturalmente, yo soy disidente con las formas que ellos tienen de ver las cosas. Y eso ha provocado que nos separemos amigablemente, por ahora; digo por ahora, porque uno nunca sabe. A partir de ahora voy a comenzar a trabajar en mi propio material, hacer mis propias producciones. No sé quién las sacará luego a la venta. No sé si saldrán bajo un sello mexicano o un sello multinacional. O no sé. Eso todavía no lo tengo claro. Pero sí estoy preparando muchas cosas. Tengo muchas ganas de crear cosas nuevas. Y siento como que de pronto me están empezando a crecer plumas en las alas. A ver si esas plumas se animan a sostenerme en vuelo o no.

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