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Centenario natal de Alberto Beltrán

Caricaturista, ilustrador, grabador y pintor, fue uno de los grandes artistas gráficos mexicanos, también uno de los más prolíficos del siglo XX

Noviembre, 2023

Nació el 22 de marzo de 1923 en la Ciudad de México, y murió el 19 de abril de 2002 en esta misma ciudad. Gracias a sus grandes habilidades en los trazos, desarrolló una carrera de caricaturista, ilustrador, grabador y pintor. Artista comprometido tanto política como socialmente—, es hoy considerado el sucesor de José Guadalupe Posada y Leopoldo Méndez. En este 2023 se cumple el centenario natal de Alberto Beltrán: uno de los grandes artistas gráficos mexicanos, también uno de los más prolíficos del siglo XX. El narrador e investigador de la UAM, Vicente Francisco Torres, aquí lo recuerda.

En diversos momentos de mi época de estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM encontré libros ilustrados —particularmente los pertenecientes al indigenismo— por la mano del dibujante y grabador Alberto Beltrán (1923-2002), quien, en el año que está por expirar, cumple cien años de nacimiento.

El recuerdo más nítido está en Juan Pérez Jolote, libro de Ricardo Pozas; después aparecieron las imágenes de Alberto en las obras de Gonzalo Aguirre Beltrán, aunque a lo largo de los años me fui topando con sus ilustraciones en libros, revistas y periódicos. Sus temas y sus trazos eran inconfundibles porque acompañaban sátiras políticas, retratos de próceres, temas históricos, personajes populares (campesinos, vendedores, obreros) y asuntos educativos, o la constante preocupación por el mundo indígena. Recuerdo algo más: cuando en 1982 Emmanuel Carballo llevó a “El Gallo Ilustrado”, suplemento del periódico El Día, el número monográfico de El cuento policial mexicano, mismo que yo preparé y luego se convertiría en un libro de la Editorial Diógenes, Beltrán trabajaba atrincherado en su oficina de ese diario, ubicado en la Avenida Insurgentes Norte.

Alberto Beltrán.

Como parte del homenaje por su centenario, que tuvo lugar a principio de 2023 en el museo de las Culturas Populares, hubo una exposición de su obra, pobre si pensamos en la abundantísima producción plástica que desarrolló a lo largo de más de seis décadas. Acudí a ver esa exposición, misma que coincidió con una feria de libros que estaba enfrente de la alcaldía Coyoacán y, como busqué algo más que los libros que conozco sobre él, un vendedor me dijo sin que yo preguntara: “¿Sabe que unos abogados fueron a molestar al maestro por una demanda de pensión alimentaria que tenía otro Alberto Beltrán, el “Negrito del batey” (quien también celebra su centenario pues nació en 1923), el cantante de la Sonora Matancera? Y siguió con la cuenta de las amantes del gran dibujante cuyos nombres prefiero olvidar.

Algo que observé fue un paralelismo entre dos ilustraciones que estaban en la exposición mencionada y lo que vemos en nuestros días: el desprecio de los ministros de la Suprema Corte de Justicia por la gente y el afecto multitudinario de los ciudadanos por dos presidentes, Benito Juárez y el presidente actual.

Tal como recuerda Elena Poniatowska, una de las personas que mejor conoce la trayectoria de Beltrán, su interés por el pueblo, dicho sea sin demagogia, deriva de su experiencia infantil en las vecindades del centro de nuestra ciudad porque él había nacido en Tepito, en la calle José Joaquín Herrera.

Obras de Alberto Beltrán.

Hubo otros elementos, además de su lugar de nacimiento, que fueron moldeando su destino. En su infancia se respiraba la atmósfera que había dejado la revolución mexicana y el muralismo fue toda una escuela que dictaba sus lecciones desde los muros de la Secretaría de Educación Pública y del Colegio de San Ildefonso. El estridentismo, con su invitación a la modernidad, también formó parte de aquel ambiente intelectual. El Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores, Escultores y Grabadores de México (SOTPEGRM), creado en 1923, según Iván López Galicia, es el antecedente directo del Taller de la Gráfica Popular, por su organización, estructura e ideología: “Es el de mayor importancia dentro de la historia política del grupo de grabadores”[1]. Ellos crearon el periódico El Machete, que contó entre sus miembros a David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Fernando Leal y Xavier Guerrero.

En la década del veinte estuvo la Escuela de Pintura al Aire Libre y en el mismo tiempo se creó el grupo de 30 artistas que dieron en llamarse el grupo 30-30.

El temprano ingreso (1938) de Alberto Beltrán a la Academia de San Carlos, primero, y al Taller de la Gráfica Popular, después (1944), junto con su experiencia barrial, hicieron que tuviera una fuerte conciencia social, manifiesta en todo lo que dibujó, grabó, pintó o fotografió. De aquí su admiración por Ángel de Campo, Micrós, y por Gabriel Vargas, el creador de la familia Burrón. Escribió Poniatowska:

Sin lugar a dudas, el Taller de la Gráfica Popular fue definitivo en su formación no sólo por las técnicas que aprendió sino porque allí encontró a otros hombres y mujeres que compartían sus ideales. A partir de 1944, Alberto Beltrán trató a seres humanos excepcionales: Leopoldo Méndez y Pablo O’Higgins, los dos puntales del Taller, dos artistas alejados del mundo de la vanidad y la autopromoción, dos hombres que vivían muy modestamente, rehuían toda publicidad y abominaban de las canonjías. Los miembros del Taller recorrían la ciudad a pie, en camión o en tranvía y cuando comían lo hacían en fondas populares o en el mercado. No conocieron sino las comidas corridas…[2]

Los mismos artistas de la cita anterior le fomentaron el gusto por los paseos y caminatas que le permitieron conocer a los tipos populares que vemos en su trabajo artístico. Ernesto de la Torre Villar contribuye al trazo de la personalidad de Beltrán: “El cuerpo mediano, de lento pero incansable caminar, chamarra o suéter para cubrirse y acompañado eternamente por un morral en el que llevaba cuadernos, dibujos, periódicos, crayones, lápices y piezas de arte popular, conforma la silueta de Alberto Beltrán…”[3]

De su conciencia social nació su interés por la educación, que lo llevó a desempeñarse en tareas de la Secretaría de Educación Pública haciendo cartillas de alfabetización y cuadernillos en lenguas indígenas. Estudió e ilustró libros sobre historia de México (Revolución, Reforma, luchas obreras…) y uno en especial: Visión de los vencidos, de Miguel León Portilla.

No solía vender sus obras y muy a menudo no las recogía de donde habían sido publicadas; llevó una vida franciscana y terminó sus días en la residencia para ancianos del Club de Periodistas, tal como consigna Silvia González Marín[4]. Fue declarado Creador Emérito en 1993.

Es difícil enlistar las ilustraciones célebres que salieron de su mano, pero el catálogo citado arriba recuerda libros como La tierra del chicle, de Ramón Beteta. Son entrañables las que hizo para los libros de Víctor von Hagen y Óscar Lewis. Un timbre de orgullo para su persona es que B. Traven lo nombró su albacea y hoy en día es considerado el sucesor de José Guadalupe Posada y Leopoldo Méndez.

En su libro Alberto Beltrán y el libro ilustrado, Fabiola Martha Villegas Torres ofrece material enriquecedor no sólo porque entrevistó al artista sino porque recoge palabras que Beltrán pronunció en conferencias, mismas que, hasta donde sé, no han sido consignadas en libros. Ella recordó que los años de formación de Beltrán estuvieron marcados por el influjo de la Revolución, la revaloración de José Guadalupe Posada como artista, el estridentismo y el 30-30. Provenientes de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins y Luis Arenal, junto con Alfredo Zalce y José Chávez Morado fundaron, en 1937, el Taller de la Gráfica Popular, lugar al que lo llevó Alfredo Zalce y que tan fecundo habría de ser para Beltrán. Algunos de sus miembros habían formado parte de las Misiones Culturales vasconcelistas para apoyar a las escuelas rurales. En esas misiones, formadas por una enfermera, un agrónomo, un pintor y un profesor, este último tenía un papel protagónico porque debía asesorar a los campesinos para que defendieran sus derechos. Por eso el maestro rural fue atacado por curas y terratenientes.

Alberto Beltrán ingresó al TGP en 1944, cuando las baterías de la agrupación ya no estaban dirigidas contra el fascismo, sino favorecían a obreros y campesinos. Sus miembros se consideraban obreros del arte, gente de trabajo y por eso le dieron la espalda a la bohemia: “La obra del Taller de la gráfica Popular era para fines prácticos, principalmente propagandísticos y de muy alta calidad. La clientela se conformaba principalmente de las demandas obreras, campesinas y magisteriales (…) Siqueiros llamó a los grabados del TGP murales portátiles”[5]. A esto obedece que los primeros grabados no estuvieran numerados ni ostentaran el nombre de su autor. Por ello todavía se encuentran en algún tianguis grabados que por su logo reconocemos del Taller, pero no podemos saber de qué mano salieron.

Casi niño, Beltrán había empezado a dibujar en la revista Pepín que le pagaba con lápices y cuadernos. Luego se fue con Regino Hernández Llergo a la revista Mañana, en donde ilustró la historia de los nombres y apellidos que escribía Gutierre Tibón, quien se convertiría en su amigo.

Al mismo tiempo que laboraba en el Taller de la Gráfica Popular fundó, en la década de los cincuenta, los periódicos satíricos El Coyote Emplumado y Ahí va el golpe. En esta misma década ilustró Engrane, un periódico obrero en el que realizaba la historieta El licenciado Movidillas.

Con el paso de los años y la llegada de nuevos miembros al TGP vinieron las confrontaciones políticas entre lombardistas —seguidores de Vicente Lombardo Toledano, Beltrán entre ellos— y los comunistas. Ya no se discutía en el Taller sobre la calidad de las obras, sino sobre política. Y Beltrán se fue en 1962.

Nuestro artista fue un prolífico ilustrador de libros (se calcula que fueron más de 330 volúmenes). Por afinidad con el mundo proletario de Ángel de Campo, Micrós, ilustró sus libros nacidos del periodismo. Luego vendría una larga lista en la que encontramos a Mariano Azuela, Guadalupe Dueñas, Alfonso Reyes, Luis Spota, Agustín Yáñez, Rómulo Gallegos, Juan Rulfo, Rosario Castellanos, Artemio de Valle Arizpe, Elena Garro, Pablo Neruda, Efraín Huerta y la célebre Picardía mexicana de Armando Jiménez.

Villegas Torres recuerda la manera en que nacieron sus ilustraciones de libros: agregaba interpretaciones enriquecedoras a la materia de los textos y, para ello, viajaba a los escenarios que necesitaba ver. Para ilustrar el libro de Von Hagen sobre los incas fue a Perú; para ilustrar un libro de Óscar Lewis visitó Tepoztlán; para el libro de Beteta sobre los chicleros, fue a la selva chiapaneca; los dibujos de Visión de los vencidos y Los antiguos mexicanos, de Miguel León Portilla, fueron copiados de los códices.

[Vicente Francisco Torres: ensayista y narrador. Profesor-investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.]

Notas al pie

[1] Iván López Galicia, El Taller de la Gráfica Popular…, tesis inédita de licenciatura, México, Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, 2019, p. 36.

[2] Elena Poniatowska, en el catálogo Alberto Beltrán (1923-2002). Cronista e ilustrador de México, UNAM / Seminario de Cultura Mexicana, 2003, p. 10.

[3] Ibídem, p.20.

[4] Silvia González Marín, “Alberto Beltrán, un artista del pueblo”, en Alberto Beltrán (1923-2002)… p.32.

[5] Fabiola Martha Villegas Torres, Alberto Beltrán y el libro ilustrado, México, CONACULTA, 2007, pp. 43 y 44.

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