Noviembre, 2023
Juan Antonio Rosado Zacarías, ensayista y narrador nacido en la Ciudad de México, ha echado a andar un nuevo canal cultural: Grandezas de Liliput, nombre en homenaje al escritor irlandés Jonathan Swift. Alojado en YouTube, en el canal —que inicia oficialmente el 11 de noviembre en el siguiente enlace: aquí— se desarrollarán distintos temas artísticos, lingüísticos y literarios, así como conversaciones con escritores y particípes del arte y la cultura en general. Para hablar más sobre él, Víctor Roura ha conversado con Juan Antonio Rosado.
Se nos aparece de nuevo el narrador y ensayista Juan Antonio Rosado Zacarías ahora con una propuesta de canal cultural en las redes intitulado Grandezas de Liliput, cuya introducción (comienzo de transmisiones) se efectuará el 11 de noviembre: “Las entregas propiamente dichas, ya sea conmigo solo o con otras personas, irán apareciendo en un principio cada semana a partir del 18 de noviembre”, precisa Rosado Zacarías, doctor en Literatura Mexicana, maestro en Literatura Iberoamericana y licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Escribió la novela El cerco, el libro de cuentos El miedo lejano y otras fobias y los ensayos El presidente y el caudillo, El engaño colorido, Palabra y poder, Erotismo y misticismo, Juego y revolución, Avatares literarios en México, Los placeres de la lengua, Trinches, tribunas y trincheras y Juan Miguel de Mora: un polígrafo mexicano, entre otros títulos. Asimismo, es autor del poemario Entre ruinas, así como el manual Cómo argumentar. Colaboró en la realización del Diccionario de literatura mexicana, siglo XX. Ha participado en distintos suplementos periodísticos como “La Cultura en México” y “Sábado” donde, en este último, escribiera hacia mediados de los años noventa su columna literaria denominada ‘Grandezas de Liliput’, justo ahora el nombre del canal cultural a estrenarse en una semana.
“En la antigüedad todo pasaba por los oídos y era raro leer en silencio”
—Juan Antonio, ahora viene en camino un canal cultural luego de tu absoluta inmersión en la academia literaria, ¿cómo surge la idea, por qué, para qué, para quién?
—Al nuevo canal lo llamaré Grandezas de Liliput, como un humilde homenaje al escritor irlandés Jonathan Swift. En realidad, yo nunca estuve inmerso absolutamente en la academia literaria. Empecé escribiendo narraciones, y más precisamente cuentos. Decidí después cursar la carrera de letras y me seguí hasta el doctorado, pasando por la maestría, porque la carrera me pareció muy adecuada para sistematizar mis lecturas y agudizar el criterio; sin embargo, nunca abandoné la creación ni la he abandonado. A lo largo de la vida, he combinado ambas actividades (la académica y la creativa) porque en el fondo no se excluyen, sino se complementan. Con el surgimiento de las nuevas tecnologías y con la ampliación de las instancias mediadoras del arte y de la literatura, se le ocurrió a mi amigo Ángel Castro, compositor y guitarrista clásico, que podríamos lanzar un canal de YouTube para aprovechar el caudal de ideas, opiniones y apreciaciones en torno a la literatura que he desarrollado a lo largo de más de cuarenta años. Esta idea surgió en 2020 o 2021. No lo recuerdo con exactitud. Acepté y empezamos a grabar algunos programas. Creo que llegamos a 11 o 12. Luego se empezó a suceder una serie de tragedias y situaciones desagradables que impidieron seguir con el proyecto. Entre otras cosas, estuve a punto de morir de covid (la versión Delta y sin vacuna). Recientemente, decidimos retomar la idea, pero se me ocurrió agregar charlas con amigos del medio artístico y literario, ya sea por Zoom o con la cámara de Ángel Castro. La idea es constituirse en un espacio-tiempo dedicado a las artes, a la lengua y a la literatura como una modesta contribución a la cultura y un medio para difundirla. He tenido hasta ahora, en términos generales, muy buena respuesta por parte de algunos artistas que han revelado sus ideas en torno a su disciplina, o han profundizado en temas de interés cultural de un modo que trasciende la cultura escrita para volver a los orígenes de la literatura y del conocimiento en general: me refiero a la oralidad. He insistido en que, en la antigüedad, todo pasaba por los oídos y era raro leer en silencio. Jorge Luis Borges, por ejemplo, llegó a decir que en la antigüedad no había escritores, sino oradores. Partiendo de esta bella idea, decidimos incluir, además de los programas en los que yo aparezco solo, un programa llamado Charlas con la Cultura, como parte del canal Grandezas de Liliput, nombre que además tomé de una columna que yo tuve en el suplemento “Sábado” en 1995 y 1996.
“No se han tomado en serio las cuestiones culturales ni el arte de alto nivel técnico”
—Es ya común visualizar en los miles de canales de YouTube demasiado entretenimiento e inundación de banalidades, incluyendo a los programas “serios” de periodismo que ahora se han convertido en afamadas deturpaciones contra el actual gobierno tomando de aquí y de allá fake news que vaya uno a saber de dónde recogen, pero efectivamente no es usual mirar series elaborados con inteligencia pluralizada. ¿A qué crees que se deba esta carencia televisiva?
—Creo que en gran medida se debe a que en países como el nuestro no se han tomado en serio las cuestiones culturales ni el arte de alto nivel técnico. Se ha solido privilegiar lo popular, lo artesanal, lo esquemático y lo industrial, fenómenos todos ellos que no son nada desdeñables; al contrario. Sin embargo, lo popular y lo artesanal pueden combinarse y llevarse bien con lo artístico de alto nivel. No se excluyen y más bien siempre he creído que se complementan. Una de las artistas con quien he platicado y grabado su charla para el nuevo canal, la compositora Lucía Álvarez, argumenta que en México no hemos pasado de lo político, que todo es política, y que cuando nos estancamos únicamente en la política, no hay manera de dedicarse al arte y a la cultura. Yo agregaría que a esa política solamente le ha interesado aquello a lo que se le puede sacar jugo de alguna manera. Un ejemplo muy claro es que le pagan millones a un artista extranjero que viene aquí a tocar algo, pero prácticamente se mata de hambre a los compositores mexicanos (a no ser que hayan triunfado en el extranjero), para no hablar de los profesores de asignatura de instituciones como la UNAM, a quienes no les alcanza ni para lo básico. No hay casi estímulos para el arte ni para la educación ni para el desarrollo de la sensibilidad. Se trata de una tarea pendiente. Es verdad que México, en general, está mejor que antes, pero sigue habiendo un inmenso rezago en materia de educación y en la difusión cultural, y el país sigue acarreando vicios del pasado. Creo que esa es una de las razones por las que no hay tanto interés en estas cuestiones y se prefiere el entretenimiento vacío y frívolo. No digo que no pueda tenerse. No todo es ni tiene que ser “alta cultura”, pero en países más lectores y más educados, la gente suele combinar ese entretenimiento vacío con la alta cultura: el buen teatro, el cine de arte, los libros clásicos (no sólo los premiados) y los canales dedicados al debate cultural inteligente. En parte por lo menos, justo por esta carencia, también me animé a arriesgarme con una serie de programas dirigidos a personas sensibles, inteligentes e interesadas por los fenómenos artísticos y literarios. Esperemos que Grandezas de Liliput tenga cierta resonancia en los círculos cultos y populares. Es mucho pedir, pero nada cuesta soñar.
“A los seres humanos les gusta incrementar el fuego y restarle importancia a lo que no se enciende”
—Hablas de la oralidad como punto de partida hacia la cultura práctica ya en otras modalidades, porque en efecto la televisión es palabra. Como espectador entonces he de suponer que las intervenciones de un Juan José Arreola, Álvaro Gálvez y Fuentes o Ricardo Garibay sin referirnos, en ningún momento, a sus mezcladurías corrompidas, son, serán, un hito en la cultura nacional. Quizá por eso se prefiera presentar en el Zócalo capitalino a una agrupación como Firme y no a un excelso pianista como Héctor Infanzón.
—Antes de Arreola, Gálvez, Garibay u Octavio Paz, quien también usó la televisión como vehículo cultural, ya don José Vasconcelos tuvo un programa de TV. Estoy hablando de finales de los años cincuenta, cuando la televisión en México estaba en pañales y no existía el video: eran transmisiones en vivo. Alguien, algún espectador, tuvo la idea de grabar con su cámara de cine seis de esos programas. Gracias a esta genial idea, ahora conservamos dichos programas (con todo y anuncios) y los podemos ver una y otra vez; podemos, por ejemplo, apreciar en uno de ellos a José Vasconcelos platicar con un lúcido Andrés Henestrosa, el autor de Los hombres que dispersó la danza. Estos programas son referentes de la historia cultural mexicana del siglo XX y los considero verdaderas joyas. La idea de mi canal Grandezas de Liliput, además de difundir el arte y la literatura y de considerar a estas actividades, no como fenómenos importantes sino esenciales para la vida, es sostener charlas con artistas y escritores (preferentemente no “autoencumbrados”) para que de viva voz dejen un testimonio de lo que consideran arte o literatura. A don Alfonso Reyes, uno de mis escritores más admirados, le gustaba repetir la frase popular: “Todo lo sabemos entre todos”, y Borges decía: “Que otros se jacten de lo que han escrito; a mí me enorgullece lo que he leído”. Esta humildad, esta modestia de saberse una pieza más de la cultura es lo que busco en Grandezas de Liliput. Y con esto llego a la última parte de tu pregunta. Si en el Zócalo (un área popular) se prefiere presentar a quienes han tenido un éxito desmedido y no dar a conocer nuevos valores, es porque a los seres humanos les gusta incrementar el fuego y restarle importancia a lo que no se enciende, por más calidad que esto último tenga, y por más trabajo intelectual y artístico que esto último conlleve. Por eso se le da el Nobel a un autor ya millonario y famoso, que ha vendido bien, y no a un gran talento poco conocido, aunque posea mayor calidad que algún Nobel, si bien esto último es muy subjetivo. Pero volviendo al tema del Zócalo, un gran artista como Horacio Franco, estoy seguro, podría tener un impacto cultural si se educara mucho más al pueblo, sobre todo porque se trata de uno de esos artistas que no divorcian lo popular de lo que suele llamarse “música culta”. Yo creo, sinceramente, en la autenticidad y en la honestidad, y no en perseguir el dinero, puesto que el dinero no debería ser nunca un fin, sino un medio: un medio para hacer que la gente se eduque y alcance sus metas en salud y en cultura.
“Grandezas de Liliput está diseñado, en principio, sin fines de lucro”
—Grandezas de Liliput lleva consigo, entonces, un ideal oculto apenas percibido por la masa educadora: la difusión cultural sin fines lucrativos, aspiración generosa cuasi desconocida en México por sus grandes creadores, porque desde Paz hasta Benítez y Sabines y Monsiváis y Diego Rivera y numerosos intelectuales de reconocida trayectoria han combinado el arte con la finalidad financiera, ¿no hay en ello, Juan Antonio, una especie o un signo de contradicción?, ¿qué busca o buscará Grandezas de Liliput en este sentido?
—Efectivamente, el canal Grandezas de Liliput está diseñado, en principio, sin fines de lucro. No hay tal. Como ya lo expresé, el dinero nunca debe (o nunca debería) ser un fin en sí mismo. Perseguirlo me parece una mezquindad digna de gente hueca, gente vacía, gente que quizá tenga una neurona drogada dentro de la cavidad craneana, y solamente obedezca a sus impulsos más animalescos o bestiales. El dinero es para mí un medio porque en el fondo es casi el único medio que te permite tener calidad en todo: en salud, en educación, en transporte… En nuestro canal Grandezas de Liliput y en el programa Charlas con la Cultura estamos invirtiendo mucho; estamos invirtiendo tiempo y dinero. Lo hacemos por amor y por eso seguiremos invirtiendo. Sin embargo, y aquí viene la gran adversativa, yo no soy de los que romantizan la pobreza ni tampoco de los que desprecian el dinero. Esa mentalidad (algo religiosa) es a mi juicio muy peligrosa y en muchas ocasiones ha generado mucha mediocridad y ausencia de calidad. Hay que insistir en que el dinero es un medio para seguir haciendo lo que te gusta en pro de la cultura y del humanismo. Considera también que ni el arte ni la literatura han estado jamás divorciados del dinero. Una cosa no excluye a la otra. Al contrario. En la medida en que se trata de un medio y de que, lo queramos o no, vivimos en una sociedad de consumo, porque el ser humano es esencialmente un ser vivo, y todo ser vivo consume (hasta las plantas consumen), nosotros no despreciaremos ningún donativo, si es que lo llega a haber, y si no lo hay, nosotros continuaremos con nuestro trabajo. Recuerda que artistas como Mozart o Beethoven cobraban por lo que hacían, y para ellos ese dinero era también una motivación. Cuando estamos acostumbrados a hacer las cosas bien, las haremos bien con o sin dinero. Gente como Mozart deseaba la libertad y ya no quería someterse a ningún poder, llámese político o eclesiástico (en el fondo es lo mismo). Así como no creo en la romántica pobreza del artista o del escritor, tampoco creo en los artistas cortesanos. Cuando por fortuna gané un par de veces la beca del Fonca, no me sometí a ningún poder. Los libros que produje gracias a esos estímulos, gracias a esas motivaciones económicas, fueron enteros productos de mi libertad creativa. Nadie me marcó una línea, como nunca nadie me la marcó cuando gané la beca de Conacyt para realizar mi doctorado en Letras. Lo que quiero decirte es que en Grandezas de Liliput no buscamos ni perseguimos el dinero. Si llega, bienvenido; si no, por lo menos hacemos lo que nos gusta. Yo llevo más de 23 años impartiendo clases en la UNAM como profesor de asignatura interino A. Eso se traduce en un sueldo miserable. Al igual que yo, hay miles de profesores en esa casa de estudios a quienes se nos ha impedido acceder a una mejor calidad de vida, sea por una razón o por otra. No importa que tengas reconocimientos ni una larga trayectoria; no importa que hayas publicado artículos en revistas arbitradas o libros enteros con investigaciones útiles para la academia; no importa que hayas organizado un congreso internacional en España por invitación de intelectuales que creen en ti; no importa que hayas servido en proyectos que podrían llamarse altruistas, como uno de los proyectos Papime en el que yo estuve involucrado sin cobrar un quinto. Todo eso no importa. Lo que importa en esas universidades públicas es darles plazas a la gente elegida por las mafias poderosas. No existe en este país la “meritocracia”. Esa es una utopía. Vivimos, de verdad, en una distopía, y nadie se da cuenta de que “de algo tienen que vivir los creadores, y también los creadores de contenido en las redes sociales”. En conclusión, lo que más nos interesa es servir al arte y a la literatura, pero tampoco somos ingenuos románticos que vamos a despreciar a quien nos quiera ofrecer algún apoyo. Dejemos esa actitud para la gente manipulada por la Iglesia o por la política.
“La oralidad es el origen de la literatura”
—Por supuesto no me refería al apretujamiento económico sino al modo insidioso de hacerse dinero, como las cobranzas millonarias en Televisa por las entrevistas o la búsqueda desesperada por la información económicamente retribuida. Por eso me referí a ciertas personalidades que, aprovechándose de sus prestigios, generaban dinero de donde pudieran, como en el caso de Fernando Benítez, que has de conocer, que llegaba a las regiones indígenas en helicópteros del gobierno federal para terminar el encargo literario de los tomos sobre el indigenismo en México. El trabajo de crear un canal cultural debiera por lo menos tener un estímulo monetario, pero hablaba de la intención cultural, como la de Vasconcelos o como la del bachiller Gálvez y Fuentes…
—Es verdad. La intención cuenta y, por supuesto, se nota, a menudo se percibe con claridad. En el canal que planteamos nos interesa simplemente difundir, en la medida de lo posible, el arte y la literatura sin fines de lucro. Ya los mismos temas que se tratarán (algunos desde puntos de vista teóricos) no son “rentables” o retribuibles monetariamente, por su mismo carácter, sino más bien desinteresados. Es el desinterés innato al mismo impulso de crear, de escribir. Uno siente un impulso por hacer cosas cuando esas cosas faltan o cuando uno cree o siente que faltan en una cultura. Sé que hay quien afirma que no existe nada desinteresado, que todo guarda un interés, secreto o abierto, aunque sea el de generar placer o el de caerle bien a alguien o el de estar satisfecho. En todo caso, los únicos intereses al producir los contenidos que planteamos son dos: 1) captar la atención de cierto público, un público, claro, que posea una afinidad o una cercanía con las artes en general y, en particular, con la literatura, sea o no especialista en esas áreas, o un público que desee, por curiosidad o simple pasatiempo, acercarse a estos fenómenos, y 2) mediante las charlas, dejar o coleccionar testimonios o constancias de artistas y escritores; testimonios valiosos, experiencias personales o anecdóticas que, de otra manera, quedarían relegadas tal vez a espacios más especializados o de plano no existirían. Digo esto último porque las charlas que he tenido con personas como José Antonio Lugo, Miguel Ángel Asturias (hijo), Lucía Álvarez, Agustín Cadena, Cecilia Urbina, Carmen Armijo, Claudia Albarrán, Armando Pereira, Carlos López, Jorge Luján, Patricia Camacho Quintos, Claudia Hernández de Valle-Arizpe, Rafael Sámano Roo, Adolfo Castañón, Sergio Cárdenas y otros tantos que irán apareciendo poco a poco son charlas informales, entre amigos o colegas, testimonios de viva voz sin ningún tipo de mirada académica, y sin intenciones periodísticas. Admiro a muchos periodistas, pero confieso que yo no lo soy. Entonces, más que entrevistas, se trata de pláticas entre personas con las mismas afinidades. Esa es mi intención profunda al sacar al aire estas charlas. La intención es inicialmente cultural. Ignoro si podremos seguir con este proyecto y por cuánto tiempo. Si en un momento dado se interrumpe por falta de recursos o de tiempo, o porque ya nos dejó de interesar, por lo menos quedarán estos programas en la red, y a ellos podrá recurrir quien quiera que sea para hurgar en algún autor o en algún tema artístico o literario gracias a la oralidad porque (y aquí vuelvo a la idea inicial) la oralidad es el origen de la literatura. Tal como ocurre con la música, siempre las letras pasaron por los oídos, más que por la vista. Y, por cierto, en casos como el de Benítez, que tú mencionas, pero también en muchos otros, hay intereses siniestros, algo turbios y muy personalistas; también hay mucho de hipocresía e inautenticidad. No me consta, pero se dice que la llamada Madre Teresa de Calcuta hacía lo mismo: alimentaba a niños casi muertos de hambre para tomarse la foto con ellos e incrementar así su poder simbólico ante una sociedad ávida de héroes. Tú debes saber más al respecto. Yo no sabía lo de Benítez, pero no me extraña…
“Lo único que ha ocurrido en nuestros países es que se ha socializado la pobreza a costa de un puñado de multimillonarios”
—Así como Televisa con Teletón que anda en busca de niños incapacitados para recoger millones de pesos a nombre del altruismo, que deja buena fortuna en las arcas de la filantropía: el presidente de la República acaba de donarle a Teletón una mansión de noventa millones de pesos. Dices con insólita sinceridad que no sabes hasta cuándo el interés suyo continuará en la realización de Grandezas de Liliput. Con desprendimiento de esa naturaleza es que la cultura en México ha crecido, y crece, a diario.
—Me parece interesante que menciones lo de Teletón porque hace ya mucho tiempo publiqué en el suplemento “La Cultura en México”, donde colaboré durante muchos años, un breve ensayo titulado La pobreza como negocio, que luego recogí en el libro El engaño colorido, y, recientemente, en mi libro Trinches, tribunas y trincheras. En este texto establezco la diferencia entre “caridad” y “derechos humanos”, sostengo que para hacerse ricos muchos individuos hablan en nombre de los pobres, y concluyo con las siguientes palabras, que cito porque, con lo que has expresado, noto que todo sigue igual: “Nuestros grandes empresarios aprendieron la lección. Hay que predicar el ‘amor’ a los pobres y desvalidos en lugar de otorgarles derechos y trabajo. […] nuestro país está cada vez más lejos de Tomás Moro, quien afirmaba que la dignidad de un gobernante no consiste en regir a pobres o pordioseros, sino a ricos y felices. Con los programas e instituciones para abatir la pobreza (en vez de engrandecer la educación, las universidades, becas, estímulos, pensiones y salarios) lo único que se logra es engordar la miseria”. Hay, en efecto, una gran diferencia entre caridad y solidaridad. La caridad es vertical y te mira de arriba a abajo para hacer que dependas de ella; la solidaridad es hacerse sólido con el otro: es algo horizontal que te mira como a un igual y quiere colaborar con tu proyecto sin volverte dependiente. Solidaridad es dar trabajo y oportunidades, no donar mansiones de millones de pesos. Sé que mucha gente necesitada se ha beneficiado gracias a Teletón y otros programas. No lo dudo, pero ese no es el punto y en la realidad no hay ni blanco ni negro: hay matices. El punto es que la obligación de un Estado es otorgarles derechos a toda la población, a todos los contribuyentes, pues para eso contribuimos con nuestros impuestos. La obligación de un Estado no es enriquecerse ni enriquecer a un puñado de empresarios voraces, sino otorgarles a todos por igual el derecho a una educación de gran calidad, a un sistema de salud de gran calidad, becas y pensiones de calidad, y el acceso a una cultura de calidad. Donan una mansión de millones de pesos mientras en la UNAM matan de hambre a sus profesores de asignatura. Eso es incongruente y algo no funciona bien en el país. La riqueza no está bien distribuida. Los particulares podemos y podremos hacer lo que queramos en los rubros de salud, educación y cultura, así como enriquecer o complementar la labor del Estado en esas materias, pero no se trata de caer en lo que mencionas. Eso ya me suena totalmente desproporcionado. En fin… No se trata de arreglar el país, sino de hacer lo que está en nuestras manos sin caer en el romanticismo trasnochado de que la austeridad y la pobreza son buenas. No. Lo único bueno es la riqueza bien distribuida. Marx, en el fondo, propuso socializar las riquezas y no la pobreza. Lo único que ha ocurrido en nuestros países es que se ha socializado la pobreza a costa de un puñado de multimillonarios. Pedimos apoyo para seguir trabajando; pedimos becas y estímulos, no mansiones ni dinero gratis. Como decía Voltaire: hay que cultivar nuestro jardín.