Agosto, 2023
Nació hace 100 años, el 2 de julio de 1923, en Kórnik, Polonia. No sólo escribió poesía, también incursionó en el cuento, el ensayo y la traducción. Sin embargo, serían sus versos los que le dieron mayor visibilidad y al final la encumbrarían: con 73 años de edad, fue galardonada con el Nobel de Literatura en 1996. La Academia Sueca, al anunciar el nombre de Wisława Szymborska, destacó “su irónica precisión” y su capacidad para sacar a la luz “fragmentos de verdad humana”. Desde luego, los elogios no se quedarían ahí: Szymborska “ha sido calificada de Mozart de la poesía por la riqueza de su inspiración y sobre todo por la leve gracia con que ordena las palabras, pero también hay algo de la furia de un Beethoven en su actividad creadora”, añadiría entonces la institución. La crítica literaria, por otro lado, siempre calificó a la poesía de Szymborska como melancólica, pero al mismo tiempo vivaz y llena de desinteresada valentía al cuestionar las cosas. Y sí: sus poemas son nítidos, la mayoría cortos, casi aforísticos; la propia Szymborska, preguntada acerca de su obra y de la poesía, afirmó en una ocasión: “Tal vez haya poetas que sepan lo que es la poesía; yo no lo sé. Y me parece mejor no saber ciertas cosas”. Wisława Szymborska estudió filología y sociología después de la Segunda Guerra Mundial en la Universidad Jagellónica, tras lo cual inició su andadura literaria, consagrada esencialmente a la poesía, aunque también a la crítica y al ensayo en diversas publicaciones periódicas. Su primer poema publicado, “Busco la palabra”, apareció en 1945 en el suplemento cultural del Dziennik Polski, y fue a partir del poemario Por eso vivimos (1952) cuando obtuvo reconocimiento público. Será con Llamada al Yeti (1957) cuando romperá definitivamente con los preceptos del régimen, en un ajuste de cuentas con su actitud anterior y también con la de la sociedad oficial. Szymborska optó entonces por la reflexión filosófica y ética, siempre tiñendo de su peculiar humor e ironía sus indagaciones poéticas sobre el espíritu humano. Sucesivamente fueron apareciendo sus obras de madurez: La sal (1962), Cien alegrías (1967), Todo caso (1972), Gran número (1976) y Gente en el puente (1986), hasta llegar a Fin y principio (1993). Tras el Nobel de Literatura, llegarían otras obras: De la muerte sin exagerar (1996), Instante (2002), Dos puntos (2004) y Aquí (2009). El último libro de Wisława Szymborska, Hasta aquí, aparecería en 2014, dos años después de la desaparición física de la poeta (murió el 1 de febrero de 2012). Como un homenaje —y a manera de celebración— por su centenario natal, preparamos esta breve selección de la obra de Wisława Szymborska. Los poemas han sido tomados de Poesía no completa, libro publicado por el Fondo de Cultura Económica; son aquí reproducidos con autorización.
Antes nos sabíamos el mundo al azar
Antes nos sabíamos el mundo al azar:
era tan pequeño que cabía en un apretón de manos,
tan fácil que se podía describir con una sonrisa,
tan común como en una plegaria el eco de las viejas verdades.
La historia nos saludaba con fanfarrias victoriosas:
en nuestros ojos entraba arena sucia.
Teníamos por delante caminos lejanos y ciegos,
pozos contaminados, pan amargo.
Nuestro botín de guerra es el conocimiento del mundo:
es tan grande que cabe en un apretón de manos,
tan difícil que se puede describir con una sonrisa,
tan extraño como en una plegaria el eco de las viejas verdades.
Llave
Había una llave y de pronto no hay llave.
¿Cómo entraremos en casa?
Quizá alguien la encuentre tirada,
la vea ¿y luego qué?
Camine, juguetee, la eche al aire
como si fuera chatarra.
Si al amor que yo te tengo
le sucediera lo mismo,
no sólo a nosotros, sino a todo el mundo
se le perdería ese amor.
En unas manos extrañas
no abrirá ninguna casa
y sólo será una forma,
¡y que la corroa la herrumbre!
Este horóscopo no surge
de las cartas, de los astros, ni del grito de la lumbre.
Hania
¿Lo ven?, ésta es Hania, una buena sirvienta.
Y esto no son sartenes sino aureolas.
Y este caballero con dragón es una imagen santa.
Y este dragón es algo inútil en este valle de lágrimas.
Y esto no son corales, es el rosario de Hania.
Y esto unos zapatos con la punta gastada de tanto arrodillarse.
Y esto su mantón negro como una noche en vela,
cuando en la torre de la iglesia suena la primera campana.
Ella vio al diablo mientras sacudía el espejo:
era azul, señor cura, con rayas amarillas,
y miraba tan feo y torcía la boca,
¿y qué va a pasar si me anotó en su cuaderno?
Así es que da a la congregación y da en la santa misa
y compra un corazoncito con una llama de plata.
Desde que empezaron a construir la nueva casa del cura
todos los diablos saltaron a la sombra.
Grande es el esfuerzo de alejar de la tentación el alma,
y ya la vejez se acerca y los huesos golpean uno con otro.
Hania está tan flaca y tanto nada tiene
que se pierde en lo inmenso del Ojo de la Aguja.
Mayo, devuelve los colores, sé como un sermón de diciembre.
Rama llena de hojas, tendrías que avergonzarte.
Sol, arrepiéntete de brillar. Flagélense nubes.
Primavera, envuélvete de nieve y florecerás en el cielo.
Nunca oí su risa, nunca oí su canto.
Educada en la humildad, nada quiere de la vida.
La acompaña en su camino una sombra —luto del cuerpo—,
y su mantón raído le ladra al viento.
Nada dos veces
Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.
En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.
No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.
Ayer mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.
Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?
Dime por qué, mala hora,
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.
Medio abrazados, sonrientes,
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.
De una expedición no efectuada al himalaya
Ajá, así que esto es el Himalaya.
Montañas corriendo hacia la Luna.
El momento del despegue eternizado
en un cielo de pronto descosido.
Un desierto de nubes perforado.
Golpe en la nada.
Eco: blanca mudez.
Silencio.
Yeti, abajo es miércoles:
hay pan, abecedario,
dos y dos son cuatro
y la nieve se derrite.
Hay una manzana roja
partida en cruz.
Yeti, no sólo el crimen
es posible.
Yeti, no todas las palabras
condenan a muerte.
Heredamos la esperanza,
don del olvido.
Verás cómo parimos
en las ruinas.
Yeti, tenemos a Shakespeare.
Yeti, tocamos el violín.
Yeti, en la penumbra
encendemos la luz.
Aquí, ni Luna ni Tierra,
y se congelan las lágrimas.
¡Yeti, cuasiconejo lunar,
piénsalo bien y vuelve!
Así, entre cuatro paredes de avalanchas,
llamaba al Yeti y pataleaba,
para entrar en calor,
sobre las nieves
perpetuas.
Sueño de una noche de verano
El bosque de las Ardenas está brillando ya.
No te acerques a mí.
Tonta, tonta,
me codeaba con el mundo.
Comía pan, bebía agua,
el viento me azotó, la lluvia me mojó.
Por eso, aléjate de mí, ten cuidado.
Y por eso, tápate los ojos.
Vete, vete, pero no por tierra.
Zarpa, zarpa, pero no por mar.
Vuela, vuela, mi bien,
pero sin tocar el aire.
Mirémonos con los ojos cerrados.
Hablemos con las bocas cerradas.
Tomémonos a través de un grueso muro.
Una pareja más bien poco ridícula, la nuestra:
en vez de la luna brilla el bosque
y una ráfaga de viento le arranca a tu dama,
Píramo, su abrigo radiactivo.
Museo
Hay platos, pero no hay apetito.
Hay alianzas, pero no amor correspondido
desde hace al menos trescientos años.
Hay un abanico, ¿dónde está el rubor?
Hay espadas, ¿dónde está la ira?
Y el laúd ni siquiera suena al alba.
A falta de eternidad, han reunido
diez mil cosas viejas.
El mohoso portero dormita apaciblemente,
sus bigotes cuelgan por encima del escaparate.
Los metales, la arcilla, una pequeña pluma de pájaro,
triunfan, callados, en el tiempo.
Sólo se ríe la aguja de la risueña de Egipto.
La corona sobrevivió a la cabeza.
La mano perdió contra el guante.
El zapato derecho venció al pie.
En cuanto a mí, créanme, vivo.
Mi carrera contra el vestido aún continúa.
Y ¡qué terquedad la suya!
Y ¡qué deseos de sobrevivir!
El resto
Ofelia cantó sus desquiciadas canciones
y salió corriendo de la escena, inquieta:
que si se le quema el vestido, que si sobre los hombros
le cae el cabello de la forma adecuada.
Para verdadero colmo, se lava las cejas
de esa negra desesperación y —como auténtica hija de
⠀⠀Polonio—
cuenta las hojas que ha arrancado a su cabello, para mayor
⠀⠀seguridad.
Ofelia, que a ti y a mí nos perdone Dinamarca:
moriré con alas, sobreviviré con prácticas garras.
Non omnis moriar de amor.
Epitafio
Aquí yace, como la coma anticuada,
la autora de algunos versos. Descanso eterno
tuvo a bien darle la tierra, a pesar de que la muerta
con los grupos literarios no se hablaba.
Aunque tampoco en su tumba encontró nada
mejor que una lechuza, jacintos y este treno.
Transeúnte, quita a tu electrónico cerebro la cubierta
y piensa un poco en el destino de Wisława.
Las tres palabras más extrañas
Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.
Los poemas han sido tomados de Poesía no completa, de Wisława Szymborska, libro publicado por el Fondo de Cultura Económica; son reproducidos con autorización.