Mayo, 2023
Nació en la Ciudad de México en 1953. Doctor en Lengua y Literatura Hispánicas por la FFyL de la UNAM, Vicente Francisco Torres ha ejercido, desde hace casi medio siglo, diversos oficios y facetas: es narrador, ensayista, crítico literario, periodista, así como profesor e investigador (en la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco). Pero, sobre todo, hoy Vicente Francisco Torres es uno de los más importantes estudiosos del genero policial y de la novela negra en México. En este 2023, el narrador y académico —colaborador además en Salida de Emergencia— ha llegado a las siete década de vida. El periodista Víctor Roura ha conversado con él, a manera de homenaje.
Vicente Francisco Torres, a diferencia de la mayoría de los escritores, no escribe para las amistades o para coronarse invicto entre la intelectualidad mexicana. Lector empedernido, y aquí la palabra se ajusta con entera delicadeza, el autor de La otra literatura mexicana está de plácemes: el 5 de abril de 2023 cumplió siete décadas de vida y no cede en su escritura, acaso hoy escribe más que ayer, que es un decir para un docto artesano de las letras. Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Azcapotzalco, el académico ha escrito poco más de una docena de libros sin ninguna concesión para conseguir fines estratégicos literarios. En el mismo año de sus catorce lustros conmemora, asimismo, casi medio siglo de ejercer imparcialmente, que ya es bastante decir, el periodismo cultural, sin una fecha precisa, porque, según su memoria, comenzó a practicarlo a fines de los setenta, a sus veintitantos años de edad. Por esta doble jubilosa festividad conversamos con el amigo Vicente Francisco Torres.
“Fui leyendo muy poco a poco”
—¿De dónde sale esta ansia de la lectura, Vicente Francisco?, ¿fue a una edad temprana este abrir de ojos? ¿Quién o qué propició el futuro del reconocido ensayista literario?
—En mi casa nunca hubo libros; yo compraba los cuentos que vendían en los puestos de periódico llamados Vidas Ilustres. Al llegar a la secundaria tuve un maestro de literatura cuyas clases no eran de gramática. Entraba al salón y nos leía un cuento de un libro que llevaba (Los más bellos cuentos rusos, una antología de Populibros La Prensa que muy pronto pude comprar para releer esas historias); al terminar cerraba su libro y se marchaba. Yo estaba hechizado también por el personaje que se expresaba de una manera seductora y era respetado por los demás maestros y los prefectos, que en aquel momento eran jóvenes engreídos. Supe de Gógol, de Arkady Averchenko y de otros grandes autores gracias a la voz de ese profesor que leía hermosamente, sin tropiezos y adecuadas modulaciones. Al mismo tiempo pedía lecturas mensuales que, aunque eran de la incómoda colección “Sepan Cuantos”, cuyas páginas eran de dos columnas, me pudieron acercar a Calderón de la Barca, Ignacio Manuel Altamirano (La Navidad en las montañas) y la encantadora María, de Jorge Isaacs. Fui leyendo muy poco a poco; cumplía con mis lecturas de la preparatoria (estudié en la antigua prepa Uno, que era conocida como Colegio de San Ildefonso), por la que pasaron nuestros grandes escritores. Cuando entré a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM mis lecturas tomaron orden y empecé desde la historia de España, el mester de Clerecía y el mester de Juglaría, los Siglos de Oro, la literatura medieval, etcétera. Ni qué decir del estudio de la literatura latinoamericana; era el auge del boom y Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Gabriel García Márquez y tantos otros brillaban como estrellas en el firmamento. Por estos años cayó en mis manos Dios en la Tierra, de José Revueltas, y empecé a comprar y leer todos sus libros. Gracias a Huberto Batis pude entrevistar a ese gran novelista (sin yo saberlo, fue mi ingreso al periodismo) y desde aquel año, 1973, combiné la docencia con el periodismo cultural. Hoy tengo la fortuna de vivir de la lectura y de la escritura, porque en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Azcapotzalco soy profesor de literatura mexicana y de lo que antes fue Taller de Lectura y Redacción.
Guardián de Cementerios
—Entonces en este 2023 se conmemora medio siglo de tu incursión en la prensa cultural, tan estremecedoramente diluida en la actualidad. Sin embargo, tu independencia de estos papeles sectarios de la cultura ha conseguido que tu labor crítica sea solvente y señera, sin ataduras a ciertos cánones literarios. Empero, me surge una inquietud: te has convertido en el especialista de la corriente negra, ¿por qué elegiste esta materia del estudio policiaco, sin dejar a un lado el rigor de la novela en general?
—Los creadores sostienen que ellos no escogen sus temas, sino que los temas los escogen a ellos. Yo me agarro de ese clavo ardiendo y digo lo mismo: nunca me propuse escribir sobre esa narrativa; fue ella la que me eligió, como contaré en esta pequeña historia personal.
“En 1979 me vi precisado a completar mis magros ingresos de profesor de primaria. Entré a trabajar en la revista Tiempo, que fundara Martín Luis Guzmán y que por aquel entonces dirigía uno de sus nietos, quien cargaba con provecho el mismo nombre.
“Antes de ser corrector, me dieron trabajo de reseñista y, como nadie me conocía como crítico literario, las editoriales no me enviaban novedades y yo iba a las librerías, hojeaba los volúmenes y los compraba para escribir sobre ellos. En aquel tiempo, la editorial Bruguera enviaba a México saldos de sus novelas de la serie negra que, incomprensiblemente, se apilaban en grandes mesas de una cadena de tiendas de ropa llamada Almacenes García, misma que hoy ostenta el folclórico nombre de Cuidado con el Perro. Así fui leyendo a Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Horace McCoy, Jim Thompson, Leonardo Sciascia y otros de esa altura. Sin proponérmelo, hice la lectura de los clásicos, los que hacen pensar que la novela negra es literatura artística.
“En esos días también llegaban a México las novelas que Ricardo Piglia difundía desde Buenos Aires en la Editorial Tiempo Contemporáneo. Eran libros que tenían amenidad, garra expresiva, diálogos como latigazos y recreación de la vida en las grandes ciudades, atributos que hacen adictos a sus lectores. Y había un elemento adicional para un joven educado en la obra de José Revueltas, como era yo: el señalamiento social. Después de reseñar muchas de esas novelas, que incluían también los saldos de El Séptimo Círculo, que la Editorial Emecé nos enviaba en traducciones de Victoria Ocampo, José Bianco, Bioy Casares, Borges y su señora madre, quien también era traductora, surgió la pregunta que tarde o temprano tenía que hacerse un egresado de la carrera de letras hispánicas: ¿qué ha dado América Latina en este terreno?
“La pregunta quedó en el aire, pero no por muchos meses. La revista Tiempo estaba en la calle de Barcelona, en la colonia Juárez, y los sábados caminaba hasta cruzar la calle de Bucareli para comer en un bar llamado Las Américas, que se encuentra en la calle de Humboldt, muy cerca del cine Palacio Chino.
“En esa calle había una enorme librería de viejo, un largo túnel que desembocaba en un conjunto de mesas y anaqueles. Allí me sumergí con los ojos nuevos de un muchacho de veintitantos años de edad y el destino me tenía reservado un libro que jamás he vuelto a ver en mi vida: El cuento policial latinoamericano (Ediciones de Andrea, 1964), del profesor norteamericano Donald Alfred Yates, que me reveló los nombres de Alberto Edwards, Leonardo Castellani, Manuel Peyrou, Alfonso Ferraris, L. A. Isla, W. I. Eisen, Adolfo Pérez Zelaschi y, naturalmente, Jorge Luis Borges y Honorio Bustos Domecq, seudónimo de Borges y Bioy Casares. Las fichas del volumen me dieron noticia de dos autores mexicanos: Antonio Helú y María Elvira Bermúdez.
“Un día en que esperaba, en la revista Tiempo, la salida de mi amigo Alejandro Pescador, me devanaba los sesos pensando cómo encontrar a Antonio Helú o a María Elvira Bermúdez, tuve la ocurrencia, simple y sencilla, de tomar el directorio telefónico y me fui a la letra B. Allí decía, llanamente, Bermúdez, María Elvira. Calle de Flora, número 14, Colonia Roma. Marqué y me respondió una voz ronca de tanto fumar. Pregunté si allí vivía María Elvira Bermúdez, la escritora, y la misma voz dijo que ella era. Hicimos una cita para una entrevista y el destino me seguía empujando: para llegar a la casa de María Elvira sólo tenía que cruzar avenida Chapultepec y encontrarme en una vieja casona, digno escenario de una novela inglesa de enigma. Tenía una pequeña puerta de madera, vieja y garigoleada que conducía, por una escalera de madera, al estudio de la escritora, quien como un gnomo travieso estaba sentada en un sillón lleno de cojines, frente a un escritorio colmado de libros y originales.
“Me recibió calurosamente y la entrevista que le hice me integró a un grupo de jóvenes en el que ella oficiaba como maestra. Allí estaban José María Espinasa, Agustín Ramos, Ignacio Trejo Fuentes, Arturo Trejo Villafuerte, Juan José Reyes, quien además era su nieto, y un largo etcétera. Todos llegábamos a su casa no sólo en busca de su conversación sabia y chispeante, sino también de los sándwiches y tragos de ron que María Elvira prodigaba generosamente a sus jóvenes amigos.
“Su antología Los mejores cuentos policiacos mexicanos (Ediciones Libro Mex, 1955) amplió el horizonte a nombres como los de Rubén Salazar Mallén, Rafael Bernal, Salvador Reyes Nevares y Antonio Castro Leal. Con el tiempo, y siguiendo la divisa de que todos tenemos que aportar algo a nuestras letras, incorporé mis propios hallazgos con textos de Rafael Solana, Raymundo Quiroz Mendoza, Vicente Fe Álvarez, Juan E. Closas (quien resultó ser el papá de Chema Espinasa) y Luis Arturo Ramos.
“En 1982, siendo un oscuro profesor del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel Azcapotzalco, recibí una inusual llamada en la dirección del plantel. Llegué corriendo desde el salón en donde me encontraba, tomé el auricular y una voz siempre segura de ella misma me dijo: “Soy Emmanuel Carballo, no sé si usted me conozca”. Quedé impresionado porque en aquellos años Carballo era el crítico por antonomasia que sólo se hombreaba con Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama y había entrevistado, entre otros, a José Vasconcelos, Alejo Carpentier, José Gorostiza y era el editor de Ezequiel Martínez Estrada. “Voy a dirigir el suplemento ‘El Gallo Ilustrado’, del periódico El Día, y quiero preguntarle si desea colaborar conmigo”. Inmediatamente dije que sí y me convocó a su casa de Contadero, en Cuajimalpa, en donde tuve mi primer coctel con periodistas y escritores reconocidos.
“He invocado la anécdota de Carballo porque el suplemento era antológico y monográfico y a cada invitado lo encaró para preguntarle qué tema de la literatura nacional dominaba cabalmente. Así nacieron suplementos sobre el indigenismo y la ficción científica. Yo hice el dedicado al cuento policial mexicano y, meses después, al entrar a la librería del Palacio de Bellas Artes, llamó mi atención un libro blanco que en su portada tenía una pistola con forma de encendedor en cuya flama se consumía una abeja. Era el suplemento periodístico que yo había preparado y que Carballo, sin tomarse la molestia de preguntar nada, lo convirtió en una de las antologías temáticas que publicaba en su Editorial Diógenes. Era mi primer libro, compré varios ejemplares y le llamé a Emmanuel para preguntarle por qué no me había avisado. Él no le dio importancia al asunto, me citó en su casa de Cuajimalpa y me pagó con un cheque que nunca he cambiado, como recuerdo del pago por mi primer libro. Está en mi cubículo de la UAM.
“Como consecuencia de esta antología, y por mediación de Huberto Batis, Enrique Loubet me invitó a colaborar en su revista Comunidad Conacyt y, cuando dirigía Revista de Revistas, de Excélsior, me pidió que hiciera una plana semanal sobre literatura policiaca, que con el tiempo sirvió para preparar mi libro Muertos de papel . Un paseo por la narrativa mexicana.
“Cuando había algún congreso de literatura mexicana, siempre me pedían una ponencia sobre literatura policiaca, hecho que me permitió asistir, en 1986, a la fundación de la Asociación que catapultó, desde La Habana, a Paco Ignacio Taibo II.
“Siendo egresado de la carrera de letras y periodista que ya había ganado varios espacios en medios como El Nacional, o ‘Sábado’, de unomásuno, empecé a sentirme encasillado y una tarde en que leía el prólogo del guión de El proceso, que Orson Wells hizo basado en la novela de Kafka, me sentí como un personaje del que allí se habla: un abogado que se había propuesto elegir una rama en la que él reinara solo, en la que no tuviera competencia, y eligió el ámbito de la legislación de cementerios. Yo me sentía como ese personaje porque siempre me pedían que hablara de lo mismo, a pesar de que yo no me lo había fijado como un ámbito exclusivo. Y en el año 1988, al participar en el Premio Nacional de Periodismo Cultural, que convocaban el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y el Gobierno del Distrito Federal, para exorcizar mi situación, me presenté con el seudónimo de Guardián de Cementerios; y Dios me castigó, porque gané el concurso.
“Mientras preparaba Muertos de papel aconteció en mi vida otro episodio que tiene que ver con las librerías de viejo. Esta vez con una de la calle Donceles. Lo cuento porque tiene que ver con los orígenes de la narración policiaca en nuestro país.
“Yo sabía, por la Breve historia del cuento mexicano, de don Luis Leal, que la primera obra del género parecía ser un libro titulado Vida y milagros de Pancho Reyes. Sin embargo, don Luis no daba mayor información sobre el volumen de marras. Pues bien, al pasar junto a un montón de cancioneros y revistas de cocina, un folleto en tintas rojas y azules llamó mi atención porque su portada parecía una carta de la lotería mexicana; la de El Valiente, para ser exactos. Me tallé los ojos porque tanta coincidencia no podía ser posible. Allí estaba, encima de un montón de basura impresa, como un niño abandonado que le tiende los brazos al primer borracho que pasa (y conste que yo iba sobrio) un cuadernillo de 71 páginas, titulado Vida y milagros de Pancho Reyes, detective mexicano. No tenía fecha pero en la última página aparece un recuadro que dice: ‘Lea usted el tercer episodio de la Vida y Milagros de Pancho Reyes titulado El secreto del calendario azteca o El misterioso tesoro del rey Moctezuma. Vale 25 centavos oro americano. Pídalo a la Librería de Quiroga. 714 Dolorosa Street. San Antonio, Texas’.
“El pequeño volumen, que me regaló el genio protector de los investigadores literarios, está constituido por un par de aventuras adscritas al relato de enigma y reproducen un esquema semejante al que creó Conan Doyle: Pancho Reyes, hombre hosco, observador y deductivo ostenta el mexicanísimo apodo del Tejón. Sus aventuras las narra Carlos Montero, confidente, compañero preparatoriano y ayudante pero, ante todo, rico hacendado veracruzano que fuma puros Flores de Balsa.
“Pancho Reyes, con su sombrero de ala ancha, es asiduo de los teatros de arrabal y de los bailes de rompe y rasga. Fuma Chorritos y Mascota (arqueología que revelo por si alguien puede fechar las aventuras) y, excéntricamente, cita de memoria a Huysmans y a Schopenhauer. Es también un hijo de Vidocq: ‘Admirador de la bohemia trashumante, frecuentador empedernido de sitios sospechosos de donde había salido más de una vez ileso gracias a su agilidad y a su buena estrella’.
“Las dos aventuras que reúne el volumen transcurren en la primera década del siglo xx porque encontramos frases como: ‘Una mañana del mes de noviembre de 190…’ El primer episodio, protagonizado por el detective flacucho, lacio e imberbe que utiliza corbatas de mariposa a lo Montmartre, llamado ‘La suicida invisible’, tiene lugar en una Ciudad de México idílica, cuando los números telefónicos tenían cuatro cifras y Tlalpan era un pueblo al que se llegaba en tren. ‘El tres de espadas’, la segunda aventura, comienza en Torín, en el estado de Sonora, en donde amanece muerto el coronel Federico Núñez, quien había ido a combatir a los yaquis en las sierras del Bacatete. Luego el caso se traslada a la Ciudad de México. Observaremos aquí un dato curioso para este par de narraciones ágiles: el anónimo autor, en un gesto que indica que los términos de la literatura policiaca todavía no eran moneda corriente, entrecomillada la palabra detective. Paradojas de la historia literaria: cuando acababa de leer las aventuras de Pancho Reyes, encontré el número cuatro de la revista Aventura y Misterio (Originales en Castellano), correspondiente a 1957, en donde aparecía ‘El tres de espadas’, firmado por Santiago Méndez Armendáriz. Como si el genio de los baratillos me tuviera otra sorpresa, en la página inmediatamente anterior encontré un aviso que decía: ‘Editorial Novaro México S. A. se permite advertir a los autores que nos han enviado colaboración, así como a los que lo hagan para los siguientes volúmenes de Aventura y Misterio (Originales en Español), que toda similitud con cuentos, novelas, relatos, etc., de otros escritores, recaerá sobre su exclusiva responsabilidad. No es que supongamos que puede haber deliberada posibilidad de plagio, especialmente de obras publicadas en los países donde tanto se ha desarrollado la literatura policiaca, pero no es raro que, sin intentarlo, la impresión que deja la lectura haga incurrir a un autor en más de una coincidencia en tema o forma. En tales casos, ante la imposibilidad de un examen que no dejara lugar a dudas, no nos hacemos responsables ni legal ni moralmente. Aún más, publicaremos toda denuncia de plagio que se considere justificada’.
“Aventura y Misterio tenía un tiraje de 20 000 ejemplares.
“La aparición de Muertos de papel agregó un eslabón más a la cadena de casualidades que el género me ha regalado.
“La Editorial Cidcli, que tiene un convenio con la UNESCO para publicar libros juveniles en Latinoamérica, buscaba desde hacía tiempo una persona lo suficientemente enterada sobre cuento policiaco para preparar la antología correspondiente. Una persona que trabajaba en el Conaculta y revisó la edición de Muertos de papel llamó a las directivas para decirles que ya había encontrado quién les hiciera el volumen que estaba pendiente. Fue así como preparé El que la hace… ¿la paga?, una antología que apareció simultáneamente en doce países. La enumeración de empujones que me ha dado el destino con el género incluye invitaciones a dar clases y participación en jurados de concursos que han convocado las mismísimas instituciones de policía, pero ninguno tan excepcional como éste: la Secretaría de Educación Pública eligió, en 2008, El que la hace la paga para incorporarlo a una serie de libros que reparte a todas las bibliotecas de las secundarias del país. Imprimió 244,500 ejemplares del mismo pero como la Editorial Cidcli no me dio un peso del dineral que obtuvo, no me avisó ni tuvo la cortesía de enseñarme un ejemplar, acudí a Derechos de Autor y lo único que conseguí fueron 10 ejemplares del libro que aparece en la serie ‘Los Libros del Rincón’. La editorial alegó que no estaba obligada a pagarme por ese trabajo, pues había sido un encargo. Y la ley le dio la razón.
“Concluyo este apartado con un recuerdo.
“Durante mucho tiempo, María Elvira Bermúdez me regaló su saber sobre el género policiaco. Me recibía en su casa a mí solo y me pedía que le llevara las novelas negras que yo reseñaba entusiastamente. A ella, como a Borges, no le agradaban las páginas de violencia, malas palabras o sexo. Por aquellos días apareció Paco Ignacio Taibo II y yo hablé con admiración de sus primeras novelas, que a María Elvira le chocaron por su vulgaridad.
“En 1987 hubo un congreso sobre literatura policial en Querétaro, hecho fundamental porque allí un joven empleado recordó que Revueltas había escrito Sinfonía pastoral, que meses después María Elvira Bermúdez incorporó en su libro Cuento policiaco mexicano / Breve antología (1987), que publicó la UNAM. En ese congreso, Taibo pronunció palabras ofensivas sobre la escritora, que María Elvira escuchó. Ese fue el principio de la ruptura, porque yo seguí escribiendo sobre las novelas de Taibo II y María Elvira tomó el asunto como una traición.
“Cuando María Elvira Bermúdez agonizaba en un hospital, Ignacio Trejo Fuentes le preguntó si quería que me avisaran que estaba allí; ella, imposibilitada para hablar por la mascarilla de oxígeno que tenía, movió su dedo índice derecho para decir que no”.
“Soy un profesor que anda a pie”
—Es muy frecuente la felonía entre autores. Pese a ello casi puedo asegurar que Taibo II no te ha llamado para editar algún libro tuyo en el Fondo de Cultura Económica. Pero hablemos ahora de tu ruta periodística. ¿Cómo llegaste a Huberto Batis y qué medio era, cómo fuiste recibido, tuviste alguna dificultad en las entregas? Tu especialidad en letras negras, si bien se dio sobre todo por un desmesurado interés personal, también habla de un rigor y un desprendimiento casi heroicos. ¿Qué significa para ti el periodismo cultural y cómo lo hallas en la actualidad?
—Cuando terminé mis estudios de letras en la UNAM, aunque ya trabajaba como profesor de educación primaria (también había estudiado en la Escuela Nacional de Maestros), necesitaba completar mis ingresos y, además, ejercer mi profesión universitaria. Fui consiguiendo trabajo en el Colegio de Ciencias y Humanidades, de la UNAM, en Azcapotzalco y se me ocurrió llevarle una reseña a Huberto Batis, que era el jefe de redacción de “Sábado”, suplemento de unomásuno. Llegué frente a su escritorio y le dije que llevaba un texto para ver si encontraba un espacio en “Sábado”. Él estiró la mano, sin levantar la cabeza ni ofrecer que me sentara, y empezó a leer lo que le había llevado. Al concluir la lectura, aventó mis cuartillas sobre su escritorio y dijo:
“—Esto es una mierda.
“Le dije que me disculpara y estiré la mano para recoger mi escrito. Entonces ordenó:
“—Ahí déjalo.
“Con la cola entre las patas abandoné la oficina en uno de cuyos rincones estaba Fernando Benítez.
“En el siguiente número de ‘Sábado’ apareció mi artículo, que era sobre Roger Caillois y la literatura policial. Quedé desconcertado, pero sin ánimo de volver a la redacción de unomásuno.
“A la siguiente semana fui a la Facultad de Filosofía y Letras a hacer un trámite y en las bancas que se conocían como El Aeropuerto me topé con Batis, que había sido mi maestro en dos ocasiones. Él, que era alto, barbón y grueso, enfundado en un abrigo, me dijo:
“—¿Por qué no has ido al periódico?
“Para librar mi desconcierto, inventé algún pretexto y él dejó sobre una banca el montón de libros que llevaba y metió la mano en una de las bolsas interiores del abrigo. Sacó un rollo de billetes y pagó mi colaboración. Después metió la mano en la otra bolsa del abrigo, sacó la nómina del suplemento que llevaba enrollada y me dijo:
“—Fírmale.
“De ahí en adelante me quedé colaborando en ‘Sábado’ por más de diez años.
“A pesar de la anécdota inicial, de Batis siempre recibí cosas buenas. Cuando le dije que si conocía quién pudiera publicar un libro que había escrito sobre José Revueltas, me dijo que lo llevara. Él se lo mandó a Juan García Ponce quien lo publicó, después de una serie de peripecias editoriales, en la colección ‘Ensayos y Poemas’, de la UNAM.
“En otra ocasión llevé para ‘Sábado’ una entrevista con María Elvira Bermúdez y, como tardaba en aparecer, le pregunté por ella.
“—¡Ah! —me contestó—, se la di a Enrique Loubet para un número de la revista Comunidad Conacyt que está preparando sobre literatura policiaca. Ve a verlo a su oficina de Insurgentes Sur.
“Loubet resultó un tipo extraordinario, amabilísimo, que no sólo me dio la bienvenida a su revista, que era muy importante en el ámbito académico, sino preguntó si quería colaborar con él, porque iba a dirigir Revista de Revistas, de Excélsior. Allí estuve también algunos años y, de esas colaboraciones, salió mi libro Muertos de papel / Un paseo por la literatura policial mexicana.
“El periodismo cultural ha sido mi pasión. Hoy lo practico menos, porque tengo que cumplir escribiendo para una revista académica de la UAM Azcapotzalco (Tema y Variaciones de Literatura); son artículos muy absorbentes que, como a veces se alejan de los temas que conozco, significan más esfuerzo y preparación. Pero no me quejo, soy consecuente con los tiempos y ahora colaboro en dos revistas digitales: Salida de Emergencia y Cambiavías, que hace desde Arabia un amigo diplomático, Guillermo Gutiérrez.
“Mi salario en la UAM Azcapotzalco es digno y me completo con el SNI; por eso no recibo un solo peso de mis publicaciones digitales. Lo hago por el amor a las letras y para estar informado.
“Sobre el periodismo cultural de hoy puedo decir muy poco: admiro lo que hace Guadalupe Nettel en la Revista de la UNAM, me informo en La Jornada y sobre las dos revistas hegemónicas pienso que les ha sucedido lo mismo que a los fideicomisos que desarticuló el presidente López Obrador. Les cortaron sus privilegios, que no son sólo económicos sino muy diversos, con todas sus relaciones de poder que tenían, como asignarles contratos con ayudantes para hacer librotes que nadie cree… ¡cuántas horas se invierten en leer un mundo de libros para publicar después varios librotes! ¡Ni que tuvieran un scaner en las manos!
“Soy un profesor que anda a pie, en el Metro y en el metrobús: ¡libre!, como frutas y verduras y a veces como en algún bar con mis amigos”.
“Sólo sé decir que fue a fines de los setenta”
—Lo que mantiene a Vicente Francisco Torres en el periodismo cultural es, sobre todo, su buena e imparcial escritura cotidiana porque, discúlpame, lo que hizo Batis con tus ensayos, aunque me digas que el trato siempre fue asequible, sólo muestra que sus intereses, aprovechándose de colaboraciones ajenas, estaban en distintas rutas que le convenía surcar. La grosería que te hizo era típica de él, por ejemplo. ¡Una tarde le aventó la máquina de escribir a Federico Arana sólo porque su texto no le pareció bueno! Pero Batis, junto con Benítez, estuvieron en el unomásuno a partir de fines de 1977, sin embargo me hablas de tu comienzo periodístico en 1973, ¿dónde fue entonces tu inicio en la prensa cultural?
—Sobre la conducta de Batis te diré que hasta llegamos a acostumbrarnos. En la primera clase que mi grupo tuvo con él, dijo: “Levanten la mano los que hayan leído el Quijote”. Yo la levanté, porque un amigo de aventuras por librerías de viejo me había regalado un antiguo ejemplar que mandó a encuadernar en piel. Era tan bello ese libro ilustrado que de tanto acariciarlo acabé por leerlo y amarlo. “Los que no levantaron la mano váyanse porque no puede estudiar literatura quien no haya leído el Quijote”, concluyó el terrible maestro. Grande fue mi sorpresa porque se empezó a vaciar el salón y quedamos unos cuantos alumnos.
“Después nos enteraríamos de sus hazañas: le rompió de un golpe la quijada a un trabajador de CU que no le permitía estacionarse; una hija de papá poderoso le exigió una disculpa pública por haberla insultado, y así por el estilo.
“En una segunda clase que tomé con Batis, Taller de Revistas Literarias, dijo que haríamos una revista y nos mandó a entrevistar escritores reconocidos. Caminó por un pasillo que dividía las dos partes del salón y nos fue preguntando el nombre de un escritor cuya obra conociéramos bien. Uno dijo Juan Rulfo, otro Juan García Ponce y yo, sin que me temblara la voz, pronuncié el nombre venerado: José Revueltas. Regresó al frente del grupo y repitió la operación mientras nos daba los números telefónicos de los autores mencionados. Fue así como entrevisté a José Revueltas y empecé a frecuentarlo en su departamento que estaba frente al cine Las Américas.
“La entrevista la guardé y, en 1976, cuando murió el autor de El apando, se la llevé a Gustavo Sainz, quien dirigía La semana de Bellas Artes, un ejemplar literario que encartaban en los principales diarios del país. Cuando apareció ‘La última entrevista con José Revueltas’, firmada por Sainz, comprendí que ya no saldría mi texto. Lo guardé un año más y, en 1978, se lo llevé a Vicente Leñero quien la publicó en el Proceso de aquel tiempo, no en el actual que maneja la familia del expresidente Felipe Calderón y que se la pasa poniéndole piedritas en el camino a nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador. ¿Quién se había atrevido a hacer tantas cosas buenas para los mexicanos? Que ha habido errores, ¡claro, es un ser humano! No sé cómo ha mantenido a Luisa María Alcalde tanto tiempo, con el conflicto de interés que tiene con su padre. ¡Tantas oportunidades que hubo para resolver el conflicto de Notimex y ella se empeñó en el pleito que tiene, no sé por qué, con Sanjuana Martínez! Por eso se me enchinó el pellejo cuando parecía que una hermana de Luisa María iba a quedar al frente del INE. ¡Otra Monreal, me dije! Pero gracias a la tómbola, no llegó…
“Sobre la fecha en que entré en firme al periodismo cultural sólo sé decir que fue a fines de los setenta. Hice tantas cosas en mi vida laboral que no guardo memoria exacta. Una tarde, entre palabras y cubas, mi amigo de muchos años, Alejandro Pescador, me dijo entre risas:
“—Cuando quieras saber algo de tu vida, pregúntame a mí”.
“No teníamos el pedigrí que tanto se necesita para entrar a los grupos de poder”
—Quizás en efecto la data pierda relevancia ante la escritura. Tal vez medio siglo, acaso cuatro décadas y media, probablemente cinco lustros. Lo importante es que Vicente Francisco Torres no se ha plegado a grupo cultural alguno, como suele hacerse en el ámbito literario. Pero supongo que has sido tentado a embaucarte en los sigilosos círculos del compadrazgo. Cuéntanos una anécdota sobre estos casos.
—Pues como siempre andaba corriendo, dando clases aquí y allá, asesorando tesis, escribiendo en uno o dos medios, entré a una bohemia que nos reunía por el trago y el salivero (así le llamaban a la cháchara festiva mis amigos de la época de “Sábado”). Había una cantina llamada pomposamente el Mont Martre, en la calle de López, a la salida de un callejón que venía de la calle de Dolores, es decir, del Barrio Chino del Centro Histórico de la Ciudad de México. Allí llegaban cada lunes Ignacio Trejo Fuentes, Raúl Rodríguez Cetina, Francisco Cervantes, Arturo Trejo Villafuerte, Severino Salazar, Jorge López Medel, Francisco Conde Ortega, Víctor Navarro y algunos visitantes ocasionales como Vicente Quirarte, Jorge Esquinca y un francés llamado Frederic Ives Yanet, quien cuando entró en aquella cantina tan pequeña y singular dijo: “Esto es un baño público con servicio de bar”. Pero nos reuníamos para hablar de literatura y bromear a costa nuestra, no para conjurar y conseguir puestos de poder.
“Una vez Rafael Luviano, el periodista estrella de Excélsior, manejaba cuete en la Glorieta de la Raza. Lo detuvieron unos patrulleros y se puso necio con su credencial de periodista y con que era karateca. Pero quién iba a poder con dos energúmenos en su juicio; lo golpearon y como consecuencia perdió un ojo. A raíz de esto algunos personajes como Elena Poniatowska crearon una fundación para proteger a los periodistas. Luviano resultó el director, con su parche de pirata, y nombró a Nacho Trejo como su segundo. En esa época Nacho andaba de traje y usaba plumas Mont Blanc, de las gordas, que le hacían perdedizas en la mesa del equipo; así se pedía siempre:
“—¡Denos un equipo!, gritábamos al mesero, un equipo para emborrachar…
“(Una botella de ron, cocas, aguas minerales, limones). Alfredo Giles, otro contertulio de entonces, escribió un poema que decía: “Tenemos ron, y unas cocas inmensas…”
“Cuando cerraron el Mont Martre hubo otras sedes (La Mariscala, La Cucaracha, El Lobo Estepario, el Salón Palacio). Allí se fueron agregando contertulios como Gonzalo Martré, Javier García Galiano, Marcial Fernández, Rolando Rosas, Héctor de Mauleón, Guillermo Scully (un pintor del mundo caribeño, lleno de sensualidad), José de la Colina, Jorge López Páez, Pepe Buil y muchos otros que no recuerdo. Salvo contadas excepciones, los concurrentes íbamos a reír, a beber unos tragos, a burlarnos de todos y de todo y a escuchar a los más viejos.
“La opción por esa vida fue buena porque quienes se vendieron al becerro de oro hoy languidecen en la trinchera contra AMLO, escribiendo artículos bajo consigna, con mucho dinero pero con una obra que se fue secando como pierna con poliomielitis.
“Como ves, querido Víctor, ¿quién iba a querer cooptar a un grupo de periodistas y profesores bohemios que sólo querían leer honradamente, escribir algunos libros, beber unos tragos y disfrutar el amor con que nos bendecían las mujeres de entonces? Además, no teníamos el pedigrí que tanto se necesita para entrar a los grupos de poder”.
“Hace falta en el medio cultural institucional una limpieza como la que ha emprendido el presidente en organismos como el INE”
—Recuerdo a Luviano en sus pláticas amigables periodísticas, pero ahí estaba un De Mauleón, por ejemplo, agazapado para luego dar el brinco sorpresivo retirando la palabra a los que consideraba, él, ajenos a su potencial intelectual. Sobrada razón tienes, Vicente Francisco, sobre el penoso caso de Notimex, agencia informativa del Estado abandonada incluso por la supuesta clase periodística progresiva. ¿Por qué crees que por fin la prensa ha develado su rostro gruñón, mercantil, intolerante, parcial, interesado, voluntarioso, sordo, maquiavélico? Me consta que siempre había sido así, mas su disfraz crítico aparentaba cordura y mordacidad, si bien ambiguo. Yo sé que no es posible hablar por los que ya se han ido, pero estoy cierto de que la hermética mafia intelectual estaría obsesionada por no perder ni uno solo de sus desmesurados privilegios, de los que gozaron, ufanos e impertérritos, hasta el fin de sus vidas, a diferencia de “un grupo de periodistas y profesores bohemios que sólo querían leer honradamente, escribir algunos libros, beber unos tragos y disfrutar el amor con que nos bendecían las mujeres de entonces”, como bien afirmas. ¿Cómo mirabas tú, desde tu templanza ensayística, estas arrolladoras componendas a partir de las lucideces y saberes culturales de un grupo que sólo deseaba encaramarse en el poder económico?
—Sobre Notimex: aunque nuestro gran presidente haya minimizado el asunto diciendo que la conferencia matutina corrige las infamias que se inventan a diario, es indudable que Notimex hubiera sido otro bloque de contención en el que, sin duda, se hubieran alistado periodistas valiosos. Me imagino a Francisco Cruz Jiménez escribiendo columnas llenas de información y sabiduría. ¡A cuántos “periodistas” como Carlos Marín y Sergio Sarmiento hubiera desenmascarado! Sin contar a políticos como Peña Nieto y gobernadores del Estado de México. A Luisa María Alcalde no le importó que sus rencores afectaran tanto al gobierno del presidente López Obrador. Lo ha dejado sin agencia informativa oficial durante prácticamente todo su gobierno, ¡cuando más lo necesitaba!.
“Sobre las élites de la cultura: siempre supe que eran una casta, desde sus cunas. Se veía en sus actos y en sus alianzas. Te pongo un ejemplo: cuando descubrí Caribal, una novela prácticamente inédita de Rafael Bernal, se la propuse a Adolfo Castañón para el Fondo de Cultura Económica. No porque fuera un libro mío, sino porque era Bernal, un autor de la casa. Volví a buscarlo para preguntar qué había pasado. Me dijo que no la había recibido, que se la llevara nuevamente. La volví a entregar y nunca recibí respuesta.
“Cuando Alfonso de María y Campos (por cierto, familiar del autor de El complot mongol y director editorial del Conaculta) me la pidió, se la llevé e inmediatamente apareció en ‘Lecturas Mexicanas’. Los grupos son cerrados: unos tienen la Academia de la Lengua, otros El Colegio Nacional (a veces las dos cosas), los de más allá tenían las becas del Conaculta, éstos son dueños de colecciones institucionales, y así… Hace falta en el medio cultural institucional una limpieza como la que ha emprendido el presidente en organismos como el INE”.
“Siempre quise descubrir filones, no ser barretero”
—¿Qué papel entonces fungen los escritores en México? ¿Para qué escribe, por qué, para quién? ¿Por qué sigue ejerciendo la escritura Vicente Francisco Torres?
—Yo sólo puedo responder por mi trabajo y por los libros que he hecho. Nunca he buscado la erudición por ella misma. Escribí un libro sobre José Revueltas cuando no era valorado y deseaba llamar la atención sobre la importancia de su obra; lo mismo me sucedió con Rafael Bernal, Francisco Tario y Ramón Rubín. Mi acercamiento al género policial quiso aportar información que no existía y en Esta narrativa mexicana busqué ordenar, para mí, en primer lugar, el magma narrativo que se dio durante las dos últimas décadas del siglo XX. La novela bolero latinoamericana y Del infierno verde al paraíso perdido / La novela de la selva en América Latina, un libro que aparecerá en unas semanas, buscaron tender puentes entre obras de varios países de nuestro continente. Hoy me ocupo de la narrativa que atiende la violencia generada por el narcotráfico. Parafraseando a Julio Torri puedo decir que siempre quise descubrir filones, no ser barretero.
“Me gustaría haber escrito otras cosas, pero no a cambio de vivir, no a cambio de cultivar la pasión”
—Los libros ciertamente hablan, las más de las veces, de quienes los escriben. Porque muchos lo único que buscan es dinero o fama. Por ejemplo yo no entiendo, Vicente Francisco (a lo mejor tú me darás las razones de mi inestable punto de vista), cómo un hombre como Sergio Pitol obtuvo el Premio Cervantes con libros como Domar a la divina garza tan halagado por los miembros de la propia mafia cultural pero que se cae de las manos después de leer sus primeras páginas. Los libros hablan de tus conocimientos, digamos, de las letras en castellano, porque uno imagina que no acabas de leer nunca. Vienen dos libros nuevos de las imprentas, nos dices: ¿cuánto tardaste en reflexionarlos?
—Las mafias no son sólo nacionales; las redes de amigos y de intereses se tejen a todos los niveles. Ve el reciente caso de la ministra Norma Piña, que se la ha pasado actuando contra el pueblo de México, contra la justicia, y le dan un premio internacional por trabajar a favor de la democracia. En una lejanísima entrevista, el gran escritor ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta me hablaba de una sociedad internacional de socorro que teje esas relaciones. Y me lo decía él porque, a pesar de su vasta obra, no tenía gran reconocimiento. Si tienes amigos poderosos recibes premios por todas partes, invitaciones a muchas universidades y varios doctorados Honoris Causa. De lo contrario eres un escritor cualquiera, o un profesor cualquiera. Nunca tendrás emeritazgos ni reconocimientos.
“Sobre la segunda parte de tu pregunta: he tardado mucho en hacer mis libros porque sigo dando clases en licenciatura y en posgrado, asesoro tesis, escribo artículos para cubrir la difusión cultural, convivo con mis amigos, salgo con mis hijos y nietos, viajo y, por increíble que parezca, a mis años disfruto el amor, y eso también consume tiempo. Me gustaría haber escrito otras cosas, pero no a cambio de vivir, no a cambio de cultivar la pasión”.
“Lo mejor es tener una versión equilibrada de los hechos”
—De acuerdo completamente (¡yo también estoy ofuscado por ese premio internacional a la ministra Norma Piña sólo por haber ocupado el cargo que tiene!)… Y sé que estas cosas amafiadas no ocurren solamente en México. ¿Qué hace un escritor ante tanta desmesura convencional que busca únicamente privilegios y enriquecimientos ilegítimos?
—Unos escritores se burlan de nuestro querido presidente y también de quienes estamos de acuerdo con él. Otros toman posturas claramente golpistas. Lo que yo hago es informarme: diario veo la mañanera, después leo La Jornada y posteriormente reviso a algunos periodistas digitales como Francisco Cruz, Jesús Lemus, Álvaro Delgado, etcétera. Seguir el curso de lo que sucede en nuestro país es como leer una novela llena de peripecias.
“Es asombroso el poder corruptor de la radio y la televisión. Fíjate que yo voy a mi trabajo en taxi y siempre me topo con algún conductor que empieza a echar pestes de ‘López Hablador’, que si la Casa Gris, que vamos a acabar como Cuba o con un tirano como el presidente venezolano, que la economía está muy mal, etcétera. Desconocen que, sin la conferencia matutina, todo mundo pensaría según los dichos de Ciro Gómez Leyva y Loret de Mola. No ven que el peso es la moneda mejor posicionada frente al dólar, que la inflación va en picada, etcétera. Al principio trataba de hacerles ver lo manipulado de su información, pero resulta que están fanatizados. Opté por decir: no se preocupe, ya va a regresar el PRI, usted siga manejando y a mí déjeme leer. Y de Proceso y los periódicos que ladran porque les quitaron el chayote, ni hablar. Van a la conferencia no para obtener información, sino para defender las mentiras que acaban de publicar.
“En síntesis, yo me informo para dar mi versión a quien quiera escuchar porque, tarde o temprano, la realidad del país sale a colación en las aulas y lo mejor es tener una versión equilibrada de los hechos”.