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Los premios

El periodista y crítico teatral Fernando de Ita reflexiona sobre las artes escénicas en México. “Es dura y ruda la tarea pendiente”, destaca en este texto.

Mayo, 2023

En el siguiente texto, el periodista y crítico teatral Fernando de Ita hace una revisión del sistema y aparato cultural mexicanos —en los que resaltan sus paradojas, sus contradicciones, su burocracia, su sindicalismo, el raquítico presupuesto, entre otras cosas—, y, a su vez, reflexiona sobre la situación cultural que impera en el actual sexenio —en particular, en las artes escénicas. De Ita es contundente: “Es muy poco lo que se puede esperar del gobierno más allá del partido político que esté en el poder, porque la estructura es la que no funciona”.

En su novela Los premios, publicada en 1960, Julio Cortázar embarca a un grupo de personas en un crucero hacia lo desconocido, generando en ellos una zozobra parecida a la que hoy padecen cientos, acaso miles de artistas que se postularon para algunos de los apoyos que la Secretaría de Cultura federal ofrece a través de sus ramificaciones institucionales.

Pasada la Pascua se dieron a conocer, en grupo, los beneficiarios de los diversos programas del «aparato», y la dicha de los ganadores más el pasmo de los perdedores ocultó el hecho de que, en conjunto, todos los apoyos otorgados no alcanza ni cubre a la minoría de las minorías que compone nuestro heterodoxo conglomerado de «creadores de arte», como pomposamente nos llamamos. Quiero pensar que los premiados representan algunos de los hallazgos, las propuestas y las experiencias de los adultos nacidos en los ochenta y los jóvenes del nuevo milenio; también la obstinación, pues por cada colectivo de las artes escénicas que perdura cinco años, hubo cien, literalmente, que desaparecieron.

Esa es la cuestión, no los premios: entender que la miseria que reparte el gobierno federal es irreversible, y, por lo tanto, hay que pensar en una alternativa a esa realidad.

Es tedioso para la gente que va a la velocidad del TikTok visitar el pasado, pero sin éste no se entiende que exista un «aparato» de alrededor de 42 mil personas dedicado a propiciar y difundir la cultura artística del país y que sean los productores de arte, la razón de ser de esa conglomeración física y humana, los únicos que están fuera de sus beneficios (*).

El hecho es que los padres fundadores de este «aparato» estaban tan emocionados al tener por fin un Instituto Nacional de Bellas Artes, que se entregaron de lleno a su función de funcionarios y olvidaron que el primer necesitado del apoyo institucional era el artista. Como en la primera mitad del siglo XX sólo algunos actores y tramoyistas vivían del teatro, Novo, Villaurrutia y Gorostiza se hallaron viviendo por primera vez de su trabajo, como funcionarios. Desde ahí hicieron grandes cosas por algunos autores, algunos elencos, algunos decoradores, pero también comenzó ahí la discrecionalidad del funcionario que decide por cuenta propia a quién cobija y a quién no.

En el organigrama original del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) hay escuelas de danza, música y teatro y una oficina para cada una de estas especialidades; asimismo, hay un departamento de producción, diversas oficinas administrativas y una dirección general que ocupó por primera vez en 1947 el director de la Orquesta Sinfónica Nacional, Carlos Chávez. Todos los empleados y funcionarios del pequeño Frankenstein estaban en la nómina; de igual forma, todos los trabajadores que hacían falta para que funcionara la función de los funcionarios estaban en la nómina; empero, sólo faltaban los sujetos cuyo trabajo alimentaría a ese lindo bebé hasta convertirlo en la ballena blanca encallada en sí misma que hoy rompe el mármol. Sin advertirlo, Kafka ya estaba en México.

En descargo hay que considerar que hasta la creación del INBAL la producción teatral del país era de carácter privado. Fue hasta los cincuenta que el Centro Mexicano de Escritores comenzó a darle un apoyo económico a un restringido número de “intrigantes de las letras”, como los llamó Andrés Henestrosa. No había costumbre de apoyar el onanismo que por fuerza requiere el acto de condensar el mundo en una obra artística. Poetas, pintores, bailarines y dramaturgos vivían de prestado porque pagaban con su tiempo de burócratas, periodistas, bohemios el ocio que se requiere para trabajar a fondo en su obra. En efecto, así se decía: su obra. Aún había espacio social para las individualidades que fueron saliendo de sus nichos pueblerinos a la globalización de los ochenta, aunque aquí el tema es otro: subrayar que los propios artistas estuvieron conformes con quedar fuera del «aparato» que levantaron sus próceres para ellos, porque nadie protestó por la kafkiana distribución de un presupuesto destinado a apoyar la obra artística que apoyaba a todos, menos a los artistas.

Porque desde entonces, de acuerdo con las Memorias del INBAL, sólo había una partida menor para el apoyo directo a la producción artística, como menores eran, hay que decirlo, los sueldos de los altos, bajos y mínimos funcionarios. Aunque tenían una ventaja: eran constantes (**).

Fue hasta 1972, cuando el maestro Héctor Azar fundó la Compañía Nacional de Teatro (CNT), que el estado —por usar un eufemismo— tuvo un elenco fijo para sus producciones. Como ahora, esa protección laboral sólo era simbólica porque beneficiaba literalmente a sólo un puñado de gente de teatro. Y de aquí viene la genética de los premios, porque en lugar de protestar por lo ridículo del apoyo, los actores, las actrices —ése era entonces el orden de los géneros—, lo que hicieron fue anhelar estar en el elenco de la CNT, lo que sólo era posible si se moría un miembro de esa élite o si se salía del huacal del maestro (quien al final, por cierto, con sólo cambiar el orden de las tres primeras letras en su apellido, se convirtió en el Zar del teatro oficial y universitario).

Detalle de un anuncio institucional de las diversas convocatorias para apoyo artístico.

Todo pasado es porvenir

En los setenta ya era imposible deconstruir el «aparato» por una razón tremenda: Luis Echeverría era presidente de México y se apoyaba en la estructura del corporativismo sindical que le heredó Lázaro Cárdenas a los futuros mandatarios del país, con una gran diferencia: en tiempos del general, la agrupación de obreros, campesinos, trabajadores y burócratas era vital para el control del gobierno que había terminado con la hegemonía de Plutarco Elías Calles. En tiempos de Echeverría, el control de esos sectores le permitió destituir gobernadores, amenazar empresarios, cambiar el rumbo liberal del Excélsior, entre sus menores daños. (Aunque para tener el control de la Confederación de Trabajadores de México, la CTM, el presidente tenía que darle empleo al hijo, a la nuera, el compadre, la tía, la suegra y demás parientes naturales y ficticios de la raza de bronce).

El resultado está a la vista: más de cuarenta mil asalariados agrupados en docenas de sindicatos defendiendo su inoperancia porque, paradójicamente, sin ellos, no funciona el «aparato». Y tienen toda la razón. Ellos no diseñaron el sistema. Defienden sus derechos porque los tienen. Los artistas no. Y en términos jurídicos, institucionales, políticos, y los que usted quiera agregar, tal estado de cosas es irreversible. Por ello, Carlos Salinas de Gortari tuvo la intención de darle la vuelta a la inmovilidad del sistema creando el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA o Conaculta), aunque ese tiro le salió por la culata.

Recuerdo la viva voz de don Víctor Flores Olea diciéndome que, gracias al CNCA, la ayuda del estado a los artistas llegaría directamente a ellos vía los programas nacionales de apoyo a las artes escénicas que puso en marcha en cuanto llegó a la presidencia del Consejo. Como yo fui coordinador del Programa Nacional de Apoyo al Teatro, gracias a que Flores Olea me permitió serlo sin tener que ser parte del «aparato» burocrático, puedo decir que aquel presupuesto tampoco llegó directamente a los artistas del teatro, pero sí provocó la visualización nacional de un teatro regional que había pasado del costumbrismo a la formulación de un teatro actual, con raíces locales tan profundas como las formas del habla, que son las configuraciones verbales del pensamiento con las que cada habitante de la tierra manifiesta su origen, y permitió realizar además un evento histórico en Querétaro ya que logramos reunir por seis meses a gente de teatro de diversas regiones del país para hacer una obra de teatro cada semana, con más imaginación que recursos materiales, y la respuesta fue tan satisfactoria que el respetable señor Luis Fernando de Tavira —a quien Rodolfo Obregón y el que esto escribe invitamos a participar en la experiencia— se quiso quedar con el proyecto diciéndole a Rafael Tovar y de Teresa, entonces director del INBAL, que yo jineteaba el presupuesto del programa, así, por sus huevos, cuando yo no podía tocar un peso, puesto que Bellas Artes puso una contadora con ese fin (***).

No se cumplió la desburocratización de la cultura que intentó don Víctor Flores Olea por dos razones, que en realidad fue una: el Coloquio de Invierno que provocó la batalla campal entre los dos grupos de mandarines culturales: Vuelta y Nexos. Octavio Paz vs. Héctor Aguilar Camín, y que le costó el puesto al presidente el CNCA. En un país sin políticas públicas para la cultura, todo son ocurrencias, ensayos, enmiendas, así que ya sin Flores Olea se canceló su intento de hacer cultura oficial fuera del «aparato», y el CNCA, que fue ideado para darle la vuelta a la burocracia establecida, solamente hizo más grande y pesado el sistema porque en lugar de cambiar los cimientos sólo le pusieron un piso encima.

Alejandra Frausto. / Foto: Cuartoscuro.

Meritocracia vs. populismo

El mérito artístico fue el motivo de la fundación del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). El poeta le dijo al príncipe que en México el talento artístico no tenía ninguna recompensa y se creó el primer estímulo directo para la invención de cosas que no son cosas, de objetos que no son objetos, y de obras que en el caso de las artes escénicas sólo existen en el viento. Se dice que Octavio Paz ideó el Fonca únicamente para sus cofrades, y que el presidente Salinas le compró la idea sólo para cooptar a los notables. En sus 34 años de operación, este fideicomiso sufrió el abuso del patriarcado cultural en sus inicios, el imperio de los funcionarios en su primer periodo, pero también la voluntad de algunos de ellos para que fueran los mismos creadores quienes determinaran sus políticas, entre ellas la de seleccionar a los ganadores de los diversos estímulos del fondo.

Como el mérito artístico fue la piedra angular de ese fideicomiso, los individuos y los grupos que tenían dicho letrero en la frente recibieron el estímulo del Sistema Nacional de Creadores de Arte, dejando fuera muchas veces a los suplentes que mentaban madres contra la meritocracia, hasta el momento en que era reconocida la suya.

Sólo agregaré que el Fonca fue disuelto cuando era la única estructura administrativa del gobierno federal que invertía el 60 por ciento de su presupuesto anual en el apoyo directo a la creación artística. Se borró por la suspicacia presidencial de que todos los fideicomisos eran nidos de corrupción. Al Fonca no se le comprobó ninguna.

Si el cambio de estrategia cultural que implicó la llegada de la 4T al poder presidencial hubiera sido pensado como una política pública, Alejandra Frausto habría tenido la oportunidad de transformar la meritocracia en democracia, no en populismo, aunque en esto sólo podemos culparla de imitar mal a su tlatoani. Ya Gerardo Ochoa Sandy, María Minera y Cristina Rivera Garza se han encargado de mostrar las incongruencias, inconsistencias y disparates de la Secretaría de Cultura, y sólo queda agregar que lo único que ha producido Frausto y su equipo es una retórica de tono democrático que en la práctica es el peor de los populismos, ya que en nombre de los desposeídos han desconocido la precariedad y la autoexplotación laboral del gremio artístico.

Queda esperar. Como decía el recordado fotógrafo Héctor García, ellos se van, quedamos nosotros. Aunque como traté de explicar, es muy poco lo que se puede esperar del gobierno más allá del partido político que esté en el poder, porque la estructura es la que no funciona. Paradójicamente, países como Chile, Colombia y Argentina que no desarrollaron ni el diez por ciento de la estructura cultural que levantó México en el siglo XX, tienen una burocracia más reducida y es la misma gente de teatro la que se agrupa para atender la tramoya y otras tareas de los teatros, evitando así el sindicalismo que rara vez resulta un aliado de la tarea artística. Considerando que ni siquiera en países como Alemania, que es la nación con el más alto presupuesto cultural de Europa, las artes escénicas pueden subsistir plenamente sin subsidios públicos, es dura y ruda la tarea pendiente.

Por lo pronto debo reconocer que, gracias a la tenacidad del dramaturgo y actor del Paso del Norte, Antonio Zúñiga, el Teatro Helénico emprendió desde el sistema un programa de apoyo al teatro independiente que el primer año fue como maná caído del cielo para docenas de grupos y espacios que yo prefiero llamar marginales, pues mostró que el compromiso, la voluntad y la imaginación de un funcionario puede hacer la diferencia entre comer y pasar hambre. Así de drástico (****). Infortunadamente, el sistema no tiene palabra y el segundo año se retrasaron los pagos y se puso en duda la continuidad de este apoyo. Podemos iniciar la larga marcha de un proyecto alternativo de apoyo a la invención artística que no pase por el «aparato». O irnos a bailar a Chalma. Usted escoja.

(*) Es difícil tener la cifra exacta del número de empleados, funcionarios y trabajadores del sector cultural. El CNCA primero y luego la SC han publicado algunas cifras que yo he completado con datos del INEGI y los datos disponibles de estados como Jalisco, Nuevo León y San Luis Potosí, que no están actualizadas.

(**) “Aunque tenían una ventaja: eran constantes”. Me disculpo: esta frase me llevó a la vez que entrevisté al poeta Hugo Gutiérrez Vega como embajador de México en Grecia. Le dije: Hugo, perdón, pero qué fea es Atenas actualmente. Tienes razón, respondió el poeta, “pero tiene una ventaja, está muy cerca de Grecia.

(***) Se ha documentado que Luis de Tavira es la gente de teatro que más apoyos y reconocimientos ha recibido en México. La Casa del Teatro, San Cayetano, Pátzcuaro, ocho años como director de la CNT en la que brilló el nepotismo. Y nadie lo ha pedido cuentas. Nadie.

(****) Es usual que la gente de a pie pregunte: ¿a qué te dedicas? Si el sujeto responde: hago teatro; le reviran: sí, pero en qué trabajas. Así las cosas.

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One Comment

  1. Una crónica y relatoría que da cuenta minuciosa de la manera insólita en que la Tragedia y la Comedia aparecen como protagonistas de una realidad amarga e indeseable que exhibe vicios y limitaciones en una larga serie de nombres envueltos en la disfunción de un aparato de acción centrífuga ideal que, en la práctica, funciona kafkianamente en sentido inverso.

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