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«Hilando sones»: el arte que cultiva (e hilvana) a una comunidad

Conversamos con el cineasta mexicano Ismael Vásquez Bernabé sobre su ópera prima, ya disponible en plataformas de ‘streaming’

Octubre, 2025

Tres historias se entrelazan en Hilando sones, ópera prima de Ismael Vásquez Bernabé: la de Zoila Bernabé, maestra tejedora de telar de cintura; la de Donato Núñez, músico legendario; y la de Lorenzo Núñez, aprendiz de los sones y del arte de su padre. Hay una cuarta historia, la del propio cineasta, quien desde el telar de su madre se hace preguntas sobre la trascendencia de la vida. Especialmente una: ¿cuáles son nuestros dones y cómo los usamos para tejer la comunidad? Desde San Pedro Amuzgos, Oaxaca, las reflexiones, preguntas y respuestas del director, nos llevan a conocer a su propia comunidad. El documental, ya estrenado en cartelera comercial, está disponible ahora en plataformas de streaming. Estefania Ibañez ha conversado con el cineasta mexicano.

Ismael Vásquez Bernabé nació en San Pedro Amuzgos, Oaxaca, considerado “el pueblo de los hiladores”. En ese territorio colmado de tradiciones, la naturaleza y el arte heredado de su linaje influyeron en su crecimiento.

Bajo el telar de su madre Zoila Bernabé Merino, maestra tejedora de telar de cintura, y acompañado de centenares de hilos y herramientas como “vara de lizo”, “vara de paso” y “templero”, el ahora cineasta sentía miedos y experimentaba curiosidad respecto al significado de la vida y de la muerte.

Con el paso del tiempo ha logrado aclarar algunas de sus inquietudes, otras siguen en espera. Pero eso no interviene con el deseo creativo, el de compartir con el mundo sus interrogantes y también la visión de un pueblo artesano y musical. Lo hace a través de su ópera prima Hilando sones (2023), narrada en lengua amuzga, que es parte de la familia lingüística otomangue y se habla en esencia en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca.

El documental, estrenado en julio en cines mexicanos y disponible ya en plataformas de streaming, entrelaza historias. Ellas son la de Zoila, la del mítico músico Donato Núñez, la de su heredero y aprendiz de sones, Lorenzo Núñez, y, por su puesto, la del propio Ismael.

En la cinta, financiada por National Geographic y Sundance, el director muestra que en su comunidad es determinante la transferencia de conocimiento para preservar su cultura; además, rinde homenaje a las costumbres de su pueblo originario y enaltece los artes del telar de cintura y la música.

Conversamos con él sobre su filme que recibió Mención Honorífica en el Hot Docs Canadian International Documentary Festival —en la competencia Emerging International Filmmaker—, así como del apoyo impostergable que requieren las producciones nacionales.

Ismael Vásquez Bernabé. / Artegios (captura de pantalla).

Dialogar a través del telar

La complicidad que Ismael ha creado y cultiva con su madre es especial, única. El arte de ella es un bálsamo para sus días más inquietantes, para que no desaparezca en él el sentido de la curiosidad y para analizar todo lo que conforma al enigmático universo.

—Fue el primer lugar donde exploré el mundo y donde empecé a torturar a mi madre —me cuenta Ismael—, preguntándole cosas de las cuales muchas veces no tenía respuesta, otras sí, y unas más no tenía idea de cómo resolverlas; entonces, juntos respondíamos. Creo que lo más interesante es que mis primeros momentos de vida fueron bajo el arte de mi mamá.

“Muchos de nosotros en el pueblo, seas mujer o seas hombre, crecimos ahí debajo, rodeados de todo esto. Por ser lo primero que veo en el mundo, a parte de ser un ícono superfuerte dentro de nuestra cultura, en lo personal es un arte lleno de recuerdos, de sueños, de imaginaciones, incluso de imaginar y soñar posibles futuros: es el lugar donde puedo ser libre y, especialemente, hacer todo lo que quiera, porque es hasta donde llega la imaginación”.

Para todos los habitantes de la comunidad, el arte del telar es venerado y es una manera artística de hablar, de contar sus historias, de exponer a otras mentes cómo es su folclore. Así pues, por medio de cada tejido y bordado refuerzan su identidad y destacan que cada persona que integra San Pedro Amuzgos es indispensable para su evolución.

—Es como si fuera una raíz o el piso de un bosque, donde todo está entrelazado —puntualiza Ismael—. Las hierbas importan mucho para un árbol superalto, el pasto mismo que sostiene la tierra. Cada uno en estos trabajos es importante para que el tejido comunitario pueda fluir, sostener y mantenerse, y, sobre todo, la resistencia de la identidad indígena en nuestros territorios.

Fotogramas de Hilando sones, película documental de Ismael Vásquez.

Herencia musical

En el poblado no conciben a la lengua y a la música en solitario, éstas deben estar unidas siempre. Y es preciso que las melodías tradicionales sean heredadas no sólo a los originarios de la comunidad, sino al mundo, pues a través de ellas se cuentan momentos del pasado.

Ismael asegura que el arte de Donato Núñez, violinista y personaje central de Hilando sones, le provocaba diferentes emociones, normalmente satisfactorias, aunque lo que más defiende es que su ritmo y sus acordes lo invitaban a soñar.

—Cuando estaba cerca de él y empezaba a escuchar su bella música, me permitía preguntarme cosas que me dolían. Una de las preguntas que siempre me hacía era cómo va a envejecer la persona que más amo en la vida y que me ha acompañado todo el tiempo, que es mi madre; y hasta cuándo ella podrá acompañarme en el recorrido y en la vida.

Cuando era menor, a Ismael lo abrazaban varios miedos, entre ellos, el de morir; es decir, pensar en el instante en que trascenderá a otro plano y todo lo que desea realizar antes de ello.

Razonamientos secundados por el propósito de cómo le gustaría seguir expresándole amor a su madre, durante el tiempo en que estén juntos.

—Siempre ha sido así: pensar entre qué puedo y no puedo hacer en la vida —me dice Ismael—. Pero la música de Donato me ayudaba principalmente a acompañar mis miedos. Sentí, en lo personal, que eso fue maravilloso, ya que gracias a ella, a su música, nunca me sentí solo. Es decir, cuando recordaba mis miedos, nunca me sentía solo pues me acompañaba el violín.

“Si yo tuve la fortuna de estar acompañado en esos momentos, por qué no poder compartírselo a niños y jóvenes que no lograron conocer a Donato, y mucho menos escuchar su música”.

Transmisor de emociones (y conocimiento)

El cine documental es un transmisor de emociones, me dice Ismael muy convencido. Y, enfocado a Hilando sones, a él le ha servido como un sistema de comunicación para diferentes actores del filme. Ese aspecto para él es significativo, ya que quienes participaron en la película sintieron comodidad al expresarse mediante su lengua materna y no con la segunda, que es el español.

—El cine documental —explica— reúne varios elementos que son superimportantes como el sonido, el audio, los diálogos, las imágenes, el color y los encuadres. Muchos elementos más que, creo, ayudan para fortalecer el conocimiento de las comunidades, porque muchos sabemos que en nuestros pueblos indígenas en México (no sé cómo sea en otros países) el conocimiento siempre es transmitido de generación en generación, oralmente.

Ismael enfatiza en que es una buena idea aliarse con el cine y verlo como un instrumento para resguardar memorias, espacios o momentos trascendentes de las personas, principalmente porque puede ser una joya para el futuro, para las personas que deseen conocer y promover las tradiciones mexicanas.

—Un gran ejemplo del documental es cuando Donato muere, desaparece su música, también desaparecen varias danzas, pero después de un par de años, don Lorenzo, que es su hijo, consigue unos audios en una radio de la región.

“Fue increíble haber grabado los sones de su papá, porque él había intentado tocar esos sones con sólo sus recuerdos, pero no eran tan claros y precisos para usarlos como punto de partida, para revivir otra vez esa música.

“Entonces, la tecnología juega un papel superfuerte e importante, y el cine ni se diga, especialmente porque mantiene elementos que son más claros para poder proteger nuestra cultura”.

Visión cultural

Antes de que Hilando sones saliera a la luz, Ismael, con el apoyo de su equipo, le dedicó cinco años de planeación y producción, aunque le costó soltar la cinta, pues no sólo había invertido tiempo sino anhelos, sentimientos y remembranzas.

—Trabajé varios temas, varios miedos, varios recuerdos, varias melancolías. Fue muy lindo porque incluso hice las pases con algunas preguntas existenciales —me confiesa—. Ahorita estoy muy contento y sentí que pasó una etapa superimportante de mi vida que jamás olvidaré. Esta obra, para mí, es un trabajo psicológico o de proceso espiritual. Cuando terminé Hilando sones, era otro Ismael. Soy otro. Estoy muy contento y amo esta obra.

Aunque Ismael siente satisfacción gracias a su primera pieza cinematográfica, es necesario para él esclarecer los temas que duelen y que se experimentan en todo el mundo; asimismo, le interesa crear un discurso entre los espectadores, el cineasta y la película.

—Es cierto: Hilando sones está hablado en lengua amuzga, también está enfocado en una cultura indígena, sin embargo, tocamos temas universales como la muerte, la identidad, la religión y otros temas más; lo que prácticamente intenta es tener una interacción con el público, como decir “aquí es así, en la cultura amuzga, pero en la tuya o en tu vida, cómo es”.

Más apoyo al talento de los pueblos originarios

Para realizar el documental, Ismael pasó por muchos procesos, uno de los más complicados fue el de solicitar y obtener los recursos económicos y solventar los gastos que implica una producción de cine.

—Muchas veces, el financiamiento que está destinado a los pueblos indígenas está muy por debajo del que es para pueblos no indígenas. Entonces —enfatiza el cineasta—, las preguntas que me hago son: ¿nuestras historias no importan?, ¿nuestro trabajo no importa?, ¿lo que tengamos que compartir con el mundo no importa?, ¿por qué el presupuesto es discriminatorio, clasista?

Otro aspecto que para el director es urgente erradicar es el de las etiquetas; es decir, al ser una producción indígena, Ismael asegura que algunos creen que no tendrá un público amplio, con el pretexto de que no mueve el corazón de otras personas. Por ejemplo, los que viven en las grandes ciudades.

—Por eso —dice—, hay que resistir e insistir. Es cierto, es una historia indígena que se habla en lengua amuzga, pero son temas universales que a todos nos atraviesan en algún momento. Insistir tanto en eso ha sido muy difícil en el financiamiento para el desarrollo del cine documental.

“El trayecto de nosotros, como cineastas indígenas, es casi tres o cuatro veces más difícil que cualquier otro cineasta no indígena. Sobre todo, si eres indígena y quieres hablar de los temas indígenas, es aún más complicado. Pero si eres indígena y quieres hablar de tema no indígena, quizá sea menos complicado”.

El cineasta confía en que su arte aporta riqueza a la cultura del presente y del futuro, por lo que hace un llamado para que exista mayor apertura y se apoye la creatividad de los talentos que nacieron y conforman los pueblos originarios.

—Principalmente que apuesten más por nuestras historias, por nuestras habilidades, por nuestro trabajo, porque somos muy capaces de armar algo igual de bello y completo. No nos abren las puertas justo por todo este estereotipo que se ha desarrollado alrededor del cine mexicano.

Hilando sones deja en evidencia el amor que Ismael Vásquez Bernabé siente por las herencias artísticas de su comunidad; y, también, muestra su profundo respeto por la lengua amuzga, su lengua, que, por desgracia, está en peligro de desaparecer, de acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

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