Marzo, 2023
Al festejo por los sesenta años en los que el maestro Jorge Ayala Blanco ha ejercido la crítica cinematográfica con su personalísimo estilo, feroz y puntilloso, de quirúrgica precisión y abundante multirreferencialidad de otras disciplinas artísticas y de pensamiento, más allá de lo cinematográfico, ha de añadir en este 2023 otra conmemoración gozosa por otro aniversario sexagenario que le resulta particularmente cercano, el de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). De esta institución, lugar donde ha ejercido su labor de enseñanza cinematográfica de toda la vida, nos habla en las siguientes líneas…
Al festejo por los sesenta años en los que el maestro Jorge Ayala Blanco ha ejercido la crítica cinematográfica con su personalísimo estilo, feroz y puntilloso, de quirúrgica precisión y abundante multirreferencialidad de otras disciplinas artísticas y de pensamiento, más allá de lo cinematográfico, ha de añadir en este 2023 otra conmemoración gozosa por otro aniversario sexagenario que le resulta particularmente cercano, el de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pues no sólo es el decano entre los profesores de dicha institución educativa en la que ha impartido materias de historia, apreciación y análisis cinematográfico durante la friolera de 58 años —en unos meses alcanzará los 59, de los que se le escatiman ocho y sólo se le reconocen 50, pues apenas el 18 de noviembre pasado se realizó la ceremonia de recepción de la Medalla de Reconocimiento por este cincuentenario en la sala Manuel González Casanova— sino que realmente es el integrante que ha atestiguado los múltiples cambios que ha enfrentado a lo largo de su historia. Así que recurrimos a su memoria para construir el siguiente anecdotario enaquero —aunque podríamos llamarlo cuequero, ya que ese fue su nombre original: Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), desde su creación y hasta el 27 de marzo de 2019, en que se transformó en la ENAC al modificarse el Estatuto General de la UNAM por mandato del pleno del Consejo Universitario, además de que se modificó su Plan de Estudios.
La voz es de Jorge Ayala Blanco:
Me propusieron ser maestro
Mi llegada al Centro Universitario se debió, realmente, a una coincidencia muy extraña. Ya escribía crítica de cine desde principios de 1963 y a mediados del año 1964 quise acercarme a ese lugar que recién acababa de inaugurarse, el año anterior, donde se estudiaba cine a nivel universitario, lo que me pareció interesantísimo. Fui con un amigo y, para mi sorpresa, creyeron que iba a pedir trabajo y me propusieron dentro de un consejo técnico y como maestro. Lo acepté perfectamente, tomé el reto y empecé a dar una clase muy rara que se llamaba Corrientes estéticas del cine y pues de ahí ya me seguí. Nunca he dado clase de cine mexicano y tardé como tres años en dar clase de historia del cine, que era más como de apreciación, que todavía nadie se atrevería a llamarla de análisis cinematográfico o de estética del cine. Era una combinación entre llenar lagunas históricas, plantear algunos problemas teóricos de aquella época y clase de cinefilia.
De conferencistas a profesores
En esa época aún no éramos maestros. No fue sino hasta la época como rector de Pablo González Casanova —1970-1972—, que las clases en el CUEC se regularizaron y entonces ya fuimos profesores de carrera, dictaminados por una comisión rectoral, ya teníamos el estatus. Antes, desde 1964 y hasta 1971, cobré como conferencista. Entonces, esos siete años fueron los de mi formación como maestro, pero como no cuentan dentro de la antigüedad universitaria también fue tiempo tirado por la borda. Es decir, de cara a la Universidad Nacional, se cuenta mi antigüedad en el CUEC a partir de 1971, porque el resto fue como simple conferencista. Claro que, de cara al CUEC, ya me tocaron esas siete generaciones anteriores, e incluso tuve que dar clase a algunas anteriores porque uno de los maestros, José de la Colina, pidió un permiso y me cedió sus clases. Yo empecé a partir de la tercera generación del CUEC, que es la de Alberto Bojórquez, Martha Acevedo, Jaime Humberto Hermosillo, Josefina Morales, en fin, una serie de gente que posteriormente ya no hizo demasiado cine.
Cineastas y no cinéfilos
Era un CUEC muy bohemio, muy poco productivo desde el punto de vista cinematográfico porque tardó en producir películas. Aunque la primera que se hace ahí es Pulquería “La rosita” (1964), de Esther Morales Gálvez, con Jorge Fons de asistente. Para mí fue realmente una revelación ver que se podía hacer cine en el CUEC. Pero no fue sino hasta 1971 cuando empezaron a hacerse ejercicios cinematográficos gracias a la llegada de los rusos, que eran, sobre todo, Gonzalo Martínez y después su asistente, que era Sergio Olhovich Greene, cuando ya empezó a regularizarse la situación y los alumnos hacían ejercicios fílmicos desde que empezaban. También contribuyeron los avances tecnológicos, pues llegaron formatos como el Super-8, que permite una mayor ductibilidad y es mucho más barato que trabajar todo en 16 mm., y los micrófonos de solapa, los lavalier. Yo diría que no es sino hasta que empiezan a hacerse películas como parte de la currícula de estudio de los alumnos, cuando el CUEC agarra realmente fuerza como escuela para cineastas y ya no para cinéfilos.
Tradición anticultural
Siempre afirmo que el CUEC es el modelo de todas las escuelas de cine que hay en México, pues mientras que en el mundo existen muchos más modelos en los que se estudia investigación, teoría, crítica, análisis, cuestiones de economía, publicidad, todo tipo de disciplinas, en el CUEC están vetadas pues se tiene un verdadero desprecio por todo aquello que es el verdadero conocimiento cinematográfico. Como si lo único válido fuera el conocimiento aplicado. Hay toda una tradición antiteórica, anticultural en las escuelas de cine mexicanas, a partir del CUEC, que todavía se respira en el medio cinematográfico, porque lo que importa es hacer cine. Esta idea de que entre menos sepa el creador cinematográfico, mejor. Hubo maestros que casi les prohibían a los alumnos ir al cine porque les iba a dar muy malas ideas. Por eso tenemos escuelas de cine que lo primero que excluyen es el conocimiento cinematográfico y para las que sólo existe la aplicación de determinados principios.
Las lecciones de cine
Manuel González Casanova concibió una especie de transición entre el cine-debate y los cineclubes universitarios y una cosa que llamó las Cincuenta lecciones de cine, mediante las que probó a todos los técnicos y estrellas de la industria cinematográfica para ver si eran capaces o no dar clase de cine. Y se encuentra con algo terrible: que hay gente que domina su oficio pero que es incapaz de sistematizar su conocimiento, porque todo lo aprendió sobre la marcha. No podías sentar a dar clase a Roberto Gavaldón o a Gabriel Figueroa, era imposible. Sentabas a José Revueltas y lo único que hacía era rollar a la gente con sus preocupaciones como el proletariado sin cabeza y le valía madres el cine, eran lecciones ideológicas. Gabriel Figueroa es un caso porque sí llegó a dar clase, pero lo enseñaba todo menos lo que él llamaba sus secretos, que era lo realmente importante, para decirlo rápido, su colección de filtros, y no entraba al meollo que era su estilo cinematográfico.
Un modelo único
Un despegue muy importante fue el Movimiento Estudiantil de 1968. Por un lado hubo un cambio porque la mayoría de los profesores del CUEC eran extranjeros y apenas vieron que venía la cosa en serio dejaron la escuela, porque los podían correr del país. Y por otra parte la toma del CUEC por los alumnos para filmar el movimiento estudiantil. Ese es un parteaguas muy importante, para mí hay un CUEC antes de 1968 y otro después, cuando los estudiantes ya llegan a hacer cine y esto se refuerza con la llegada de los rusos, que le dan otra dimensión al CUEC.
Ya después viene toda la época deliciosa de la Asamblea General en la que son los alumnos los que mandan y el director de la escuela se convierte en el representante del rector ante el CUEC y tiene que aceptar todo lo que digan los alumnos, lo que es la cosa más folclórica de la tierra, de un pintoresquismo total, porque es la caricatura de una caricatura de un autogobierno, gracias al grupo Octubre, encabezado por José Woldenberg, que se enfrenta no sólo con Manuel González Casanova, sino con su testaferro, que era el Secretario Académico, Alfredo Joskowicz, que tenían que hacer planes de actualización y seguimientos cada mes, porque en cada reunión había que corregirlo todo.
Tras esa época, digamos heroica, del CUEC, poco a poco va convirtiéndose en una escuela. No lo que se conoce al principio, que era una especie de club de cinéfilos bohemios, como en 1963 cuando Walter Reuter les enseñaba su cámara pero no les permitía tocarla porque era muy valiosa. Imagínate una escuela de cine donde no puedes tocar la cámara del maestro. Claro, después ya empieza a haber cámaras y todo va creciendo, porque el CUEC realmente viene de la nada y eso es lo interesante: cómo pudo estructurarse, poco a poco, una escuela de cine, al grado de que se convierte en el modelo de las quince o veinte escuelas de cine que existen en México, porque todas son CUEC en versiones de segunda, de tercera o de quinta. Incluso las clases de cinematografía online son también imitaciones del CUEC, repiten los mismos lugares comunes que se manejan en el CUEC desde hace cuarenta años. La clonación del CUEC es, para mí, un misterio. Creo que fue el modelo a superar, no se buscó crear otro modelo, sino superar ese.
La casa de Adolfo Prieto
El CUEC comenzó a funcionar en salones prestados por la Facultad de Filosofía y Letras, cuando terminaban las clases, es decir que era una escuela nocturna. Luego se vuelve vespertina cuando se pasa a la casa de avenida Insurgentes, que es donde se vive el Movimiento Estudiantil de 1968 y, más tarde, se va a la casa de California, en la glorieta de la Ciudad de los Deportes, donde se establece unos ocho años, quizá un poco más. Después, en 1974, se busca una casa más amplia porque el hermano del rector, Pablo González Casanova, es el director del CUEC. Entonces se busca, desesperadamente, un recinto universitario, pero no existe y no se puede construir, pero sí se puede comprar. Le llamé a Manuel González Casanova que había una opción muy interesante enfrente de mi departamento, una casa gigantesca que tenía como dos años y medio con el letrero “Se vende”. Fuimos a verla y le encantó la casa. Sólo había que hacer era algunas modificaciones. Había un gigantesco frontón profesional y los baños de los frontonistas, lo que era un edificio en sí mismo. Los baños se convirtieron, por obra y gracia de los arquitectos universitarios, en las salas de edición con moviolas. Se hicieron añadidos a la estructura para que fuera más grande. Cinco o seis años después se empezó a añadir lo que ahora es la biblioteca, las oficinas de publicaciones, y uno de los grandes salones se adaptó como foro. O sea, estuvimos 38 años en una casa improvisada y que, sin embargo se convirtió en una escuela de cine por obra y gracia del escudo universitario. Lo que actualmente es el foro era el frontón, así como el edificio administrativo que está al fondo.
Mudanza y crecimiento
Por principio, me parece que la mudanza al nuevo edificio, y el convertirse en Escuela Nacional de Cinematografía con estudios de licenciatura, es el más grande apoyo que ha recibido el CUEC en su historia. Por citar un par de ejemplos, cuando el doctor Guillermo Soberón llegó de visita a la torre de preparatorias en Adolfo Prieto, con sus ayudantes, se enteró que enfrente estaba una instalación universitaria, el CUEC, y al entrar, preguntó: “¿A poco el cine se estudia?”. Para mí es el ejemplo perfecto: el rector no tenía ni la menor idea de que existía ese recinto y que el cine se estudiaba. O el apoyo que el rector Juan Ramón de la Fuente quiso darle, mandándonos con todos los equipos y toda la maravilla que pudiéramos pedir, pero a Morelia, porque su idea era descentralizar la universidad, hacerla verdaderamente nacional y enfrentó una resistencia terrible de toda la escuela, lo mínimo que le dijeron fue que se fuera a hacer su CUEC a Morelia que nosotros nos quedábamos con este y, por consiguiente, estuvimos castigados cuatro años.
El nuevo rector, José Narro, en cambio, propuso construir las instalaciones en el circuito Mario de la Cueva de Ciudad Universitaria, junto a donde se encuentra la Filmoteca y TV UNAM. Y ahí está el edificio terminado. Si mides las nuevas instalaciones del CUEC, en terreno y edificación, son en espacio y posibilidades, veinte veces más grandes. Si teníamos una salita de trabajo tecnológico de 3 por 3 metros, ahora hay ocho salas como esa pero mucho más grandes y más equipadas. Además hablamos de comodidad, por ejemplo, yo doy clase los lunes y siempre peleo con el resto de maestros por la sala de proyección; ahora, con la comodidad de las nuevas instalaciones, creo que va a cambiar no solamente el espacio sino el espíritu del CUEC y sus posibilidades. Es una de las cosas más bellas que me ha tocado vivir en mi vida. Tengo 49 años dando clase en el CUEC y 38 en esa casa. Esto es la expansión total, es una granada explosiva, yo no sé qué va a pasar ahí.
El primer libro de la ENAC
El primer acto de cultura cinematográfica de la naciente Escuela Nacional de Arte Cinematográfica (ENAC) fue tener un libro publicado y presentado públicamente el 29 de mayo en la Casa Universitaria del Libro, La ñerez del cine mexicano (ENAC-UNAM, 2019), antes que un director —Manuel López Monroy, elegido por unanimidad el 10 de junio— o que se definiera a su consejo técnico, o lo que ya sabemos, la posibilidad de crecer como adultos sin la tutela de un departamento de Difusión Cultural al que nunca debimos haber pertenecido porque siempre se le concibió como una escuela académica, de docencia. Ahí, durante 55 años, se enseñó y se enseña a ver cine . Por fin, tenemos la mayoría de edad, el señor es lo suficientemente grandecito como para gobernarse por sí mismo.
Para mí es sensacional, haber vivido todo ese proceso, tener 54 años dando clase en una escuela que ya no existe y ser de los que vamos a inaugurar la docencia, la investigación y, por supuesto, en mi caso, las publicaciones con esto que se considera como parte de la investigación. El apoyo que he recibido en los últimos años es totalmente inesperado para mí y motivo de agradecimiento, porque no sólo se editaron diez libros nuevos míos sino que se está recuperando en versiones digitales (eBook) todo el Abecedario del cine mexicano e incluso la serie del cine extranjero, sólo faltaría la cartelera del cine mexicano para tener las tres que he hecho, pero ya están en proceso. Incluso ya apareció en libro electrónico La condición del cine mexicano, que estaba totalmente agotada y que era imposible de conseguir pero ahora ya cualquiera puede comprarla en línea. Entonces son cerca de 12 libros electrónicos y 10 en versión impresa que se han producido, para mí es total y absolutamente insólito, inimaginable. Actualmente ya puedo hacer hasta uno o dos libros al año.
Claro, esto porque la Universidad me permite dedicar 20 horas a la docencia y 20 a la investigación lo cual para mí es magnífico. Nunca me hubiera imaginado que no solamente pudiera publicar libros sino que además, dentro de mi nombramiento universitario, formara parte la posibilidad de elaborar estos libros, ahora que salen tal cantidad de películas que debo hacer dos capítulos por semana y aparte lo internacional que hago para el suplemento cultural “Confabulario” de El Universal.