Marzo, 2023
La ira de los murciélagos la componen dos historias: en la primera, tras un fraude electoral, Ponciano Pukuj anhela ser el narcotraficante más recordado en un pueblo al sur de Mexico y, en la segunda, Ignacio Tsunun es un joven escritor que busca curar sus traumas personales en la literatura. Un guión cinematográfico será el punto de cruce, en la búsqueda de convertir los sueños de ambos personajes en realidad, que las hará cruzarse en el camino con resultados inesperados. Vicente Francisco Torres —ensayista, narrador y profesor-investigador en la UAM-Azcapotzalco— analiza en el siguiente texto la segunda novela del escritor chiapaneco Mikel Ruiz, con la cual ha puesto el indigenismo de cabeza.
Con La ira de los murciélagos (2021), su segunda novela, el escritor chiapaneco Mikel Ruiz (1985) puso el indigenismo de cabeza. Los protagonistas de esta obra son tzotziles (Ruiz escribe el término con s), pero muy distintos de los que aparecieron en novelas indigenistas, indianistas y textos llamados historias de vida y de recreación antropológica[1]. Ahora vemos a los indígenas de antaño y sus folklóricos parajes totalmente cambiados. Las chozas antiguas han sido desplazadas por mansiones de varios pisos, con elevador, jardines y zoológicos particulares. En el interior hay salas forradas con piel de jaguar y altares en donde departen las vírgenes cristianas con Malverde, el santo patrón de los traficantes. Los tzotziles de antaño tienen hoy autos y camionetas lujosas, usan relojes Rolex, llevan dientes de oro y portan armas de todo tipo. Los cacles de ayer fueron sustituidos por botas de piel de víbora. Se plantan, en suma, como cualquier narcote de nuestro país. Las antiguas víctimas de las novelas indigenistas, hoy someten a los mestizos, a los caxlanes, a los finqueros y a los políticos. Han cambiado las antiguas bebidas fermentadas por el whisky Buchanan’s.
La religión siempre fue un problema latente, como en su momento mostró Ramón Rubín en su conmovedora novela El callado dolor de los tzotziles (1949). Allí los mestizos sumieron en una trágica crisis a un tzotzil porque, al hacerlo carnicero, lo obligaron a matar borregos, terrible holocausto porque, entre ellos, sentían que cometían sacrilegio al sacrificar al cordero de Dios. El derrumbe del personaje central de esa novela se aderezó con su caída en el alcoholismo, el crimen y la promiscuidad.
El problema religioso en San Juan Chamula y en Jovel —antiguo nombre de San Cristóbal de las Casas— se acrecentó hasta niveles catastróficos cuando llegaron los evangélicos. Empezaron los enfrentamientos en nombre del nuevo credo y éstos se agudizaron con despojos de tierra, la defensa de las tradiciones y las contiendas políticas. Este hecho está consignado en películas como Chamula, tierra de sangre (1999), cinta que yo conocí gracias a un artículo que Luis Hernández publicó en La Jornada; allí también tuve noticia de la novela que aquí comento. Mis agradecimientos a Hernández.
Como la violencia siempre puede aumentar a niveles demenciales, el narcotráfico hizo saltar por los aires el bucolismo indigenista, la miseria generalizada y los parajes tachonados de ganado bovino. Los habitantes de San Juan Chamula descubrieron que ellos podían controlar las rutas del narco y entraron a la espiral de violencia con sus camionetas blindadas, sus metralletas, sus autos provistos de potentes aparatos de sonido que vomitan narcocorridos y el apadrinamiento del Chapo Guzmán. Y como el trato con la droga no es impune, ellos se hicieron adictos y empezaron a enviciar a los suyos. Llegó el narcomenudeo.
La ira de los murciélagos es magistral por lo que muestra pero, ante todo, por la manera en que está construida y contada.
Su personaje principal es Ponciano Pukuj (su apellido significa demonio), un tzotzil torvo que tiene una pintura de la iglesia de Chamula enmarcada en oro. Se adhirió al credo evangélico y fue secuestrador de caciques y presidentes de San Juan Chamula porque los evangélicos, al mismo tiempo que se defendían de los caciques, fueron desarrollando odio y una tremenda crueldad. Se hicieron llamar, como grupo, El Guardián de Murciélagos, y se armaron hasta los dientes. Ponciano mató a una persona, se fue a Estados Unidos y regresó con dinero para invertir en política. En este momento aparece en la novela, rodeado de sicarios, con un jardín por el que pasean pavorreales y venados y ordenando el descuartizamiento de un traidor antes de ponerlo en un tambo con ácido. Todo en medio de pases de cocaína, tragos de whisky y tacos de carne de res asada. El grupo llamado Los Cárteles de San Juan Chamula ya le ha compuesto su corrido.
Dije arriba que la manera en que está escrita esta obra es sumamente notable. Mikel Ruiz leyó provechosamente a William Faulkner y esto se observa en los saltos argumentales y temporales. La novela empieza con una de las escenas finales del libro: el alter ego del autor, un escritor llamado Ignacio, aparece escondido de unos sicarios que, sin saber lo que ha pasado con su jefe, Ponciano Pukuj, van a presionar a Nacho para que entregue el guión de una película que le ordenó Pukuj, misma que se titula La ira de los murciélagos. El egresado de una carrera en literatura, aspirante a escritor, herido por arma de fuego, monologa: “Los murciélagos son hombres que disparan con AK-47, AR-15, Beretta y Five Seven. No viven de sangre sino de cocaína, del olor a pólvora. Los murciélagos matan de día, escuchan narcocorridos, se acuestan con putas por las noches. Protegen su territorio, usan máscaras y otro idioma para engañar al enemigo”[2].
Junto a la vida del traficante que arrebatara las rutas a los zetas, viene el relato de la vida del escritor tzotzil, que bien puede ser el mismo Mikel Ruiz, quien narra su proceso de aculturación desde su infancia, cuando tenía que aprender a leer y escribir, no en tzotzil, sino en castellano. Mientras va escribiendo sobre los asesinatos y las intentonas del traficante para hacerse del poder político, habla de sus esfuerzos para ser escritor, de sus lecturas, de sus filias y fobias literarias mientras suelta algunas referencias de la narrativa indigenista, de los indígenas en general y de los tzotziles en particular:
Juan Pérez Jolote, un libro aburrido como pocos (…) Ya decía Rosario Castellanos que los chamulas no tenemos nada de misteriosos, ni de poéticos. Ahora no sólo los blancos nos chingan, hoy el hermano murciélago también es nuestro amo. ¿Cuántos caxlanes estarán hoy sirviéndole a un chamula? ¿Cuántos tsotsiles tienen el pie sobre el cuello de otro tsotsil? Yo soñaba con ser escritor y todo se lo llevó la chingada. Mientras que en los parajes los jóvenes sueñan con ser mulas, sicarios, dealers. Tienen la cabeza llena de narcocorridos, la nariz irritada de tanto esnifar cocaína en lugar de masticar pilico[3].
La presencia de las creencias indígenas que vemos en libros indigenistas como Benzulul (1959), de Eraclio Zepeda, son una constante en la mente del escritor Ignacio quien, en momentos de aflicción, lamenta no saber cuál es su nahual, o chulel, y dice que le gustaría fuera el ratón para poder escapar por las rendijas. Leyó las obras de B. Traven y no entendió a Onetti ni le gustó Frankenstein, conoce algunas narconovelas y admira a Luigi Pirandello. Por cierto, cuando le presentan a Pukuj y éste le pide que le escriba un guión de película que lo engrandezca y en donde él actúe junto a antiguas ficheras, se burlará de Ignacio, por un libro de Pirandello que el muchacho llevaba en su morral de cuero: “Nuestro Piranteyo chamula”[4]. En otra ocasión, cuando el escritor le lleve el guión a Pukuj, se equivocará y le entregará el manuscrito de una novela de la autoría de Mikel Ruiz: Los hijos errantes (2014).
La ira de los murciélagos es demoledora para un lector mexicano, como yo, que la leí teniendo en mente la narrativa indigenista en donde los tzotziles eran vejados brutalmente. La conclusión es descorazonadora: el indígena puede ser tan cruel como sus verdugos, lo cual nos habla de la pobre condición humana. Por otro lado, la novela muestra que el problema de los estupefacientes, de larga data en nuestro país, pero que alcanzó su clímax en el terrible sexenio del usurpador Felipe Calderón, se extendió como un cáncer por todas las regiones de México.
Saludo las dotes de este joven narrador que, no obstante las tareas que exige la carrera académica (es doctor en letras), ha sabido darse tiempo para atender sus imperativos creadores.
[Vicente Francisco Torres: ensayista y narrador. Profesor-investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco]
FUENTES DE CONSULTA
Del Toro, Paco, director, Chamula tierra de sangre, 1999.
Rubín, Ramón, El callado dolor de los tzotziles, México, Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 1990.
Ruiz, Mikel, La ira de los murciélagos, México, Ediciones Camelot América, 2021.
Torres, Vicente Francisco, “Un acercamiento a la narrativa indigenista mexicana”, en revista Fuentes Humanísticas, México, Universidad Autónoma Metropolitana, número 8, primer semestre de 1994.
NOTAS AL PIE
[1] Véase Vicente Francisco Torres, “Un acercamiento a la narrativa indigenista mexicana”, en revista Fuentes Humanísticas, México, Universidad Autónoma Metropolitana, número 8, primer semestre de 1994.
[2] Mikel Ruiz, La ira de los murciélagos, México, Ediciones Camelot América, 2021, p.9.
[3] Ibídem, pp. 40 y 29.
[4] Ibídem, p. 133.