Diciembre, 2022
Françoise Vergès es una feminista francesa, profesora en el Goldsmiths College de Londres y presidenta del Comité para la memoria y la historia de la esclavitud (www.cpmhe.fr), así como de la asociación Décoloniser les arts. Su niñez en la isla de Reunión estuvo marcada por la militancia política de sus padres en la clandestinidad y su propia experiencia juvenil contra la dominación poscolonial francesa. En castellano se pueden leer sus obras Negro soy, negro me quedo / Conversaciones con Aimé Césaire y No todas las feministas son blancas. A ellos se suman ahora Una teoría feminista de la violencia (Akal, 2022) y Un feminismo descolonial. La periodista y escritora Josefina L. Martínez ha conversado con ella.
Josefina L. Martínez
Françoise Vergès es una politóloga y reconocida activista feminista y antirracista que reside en Francia. Nacida en isla de Reunión, territorio francés colonial de ultramar, forma parte del Comité por la memoria y la historia de la esclavitud. Ha publicado varios libros sobre estos temas. Una teoría feminista de la violencia (Akal, 2022) y Un feminismo descolonial (Traficantes de sueños, 2022) han sido traducidos al castellano este año.
Nos interesa especialmente su visión sobre lo que denomina feminismo punitivo y feminismo civilizador. Su crítica a las corrientes feministas que llevan el Código Penal bajo el brazo, mientras desactivan la potencia del movimiento de mujeres en las calles, tiene enorme actualidad. También la idea de que, al poner el eje en el castigo individual, se ocultan las violencias estructurales del capitalismo patriarcal, la precariedad, el racismo y el imperialismo. Los libros de Vergès son parte de una tradición de feminismo abolicionista que se opone al feminismo carcelario. Son muchos los debates que se abren con esta propuesta, en especial acerca de cuáles son las vías para avanzar hacia una sociedad emancipada libre de mecanismos de represión estatal. Aun así, sin duda son aportes para cuestionar la naturalización de los mecanismos represivos.
“¿Cómo explicar la multiplicación de medidas y leyes de protección para las mujeres mientras aumenta la precarización de las mujeres de las clases populares y de las comunidades racializadas? ¿Por qué las feministas, en un contexto de militarización acelerada del espacio público, desean otorgar aún más poder a la policía (racista)?” Estas son algunas de las preguntas con las que Vergès abre su libro.
Porque, ¿desde cuándo el feminismo tiene que competir con la derecha para aumentar las penas carcelarias y darle más poder a la policía? ¿Acaso no deberíamos apostar por la autoorganización y luchar por medidas que transformen verdaderamente la vida de las mujeres trabajadoras, pobres y migrantes? Tiramos de ese hilo en esta entrevista, esperando que sea una invitación para leer sus libros.
—Se ha publicado este mes al castellano su libro Una teoría feminista de la violencia. Es un debate que sigue muy vigente. ¿Qué es el feminismo punitivo?
—El feminismo punitivo es un feminismo que cree que el castigo en forma de penas de prisión resolverá la violencia de género. Es un feminismo que piensa que la represión detendrá la violencia, que los que ejercen la violencia se verán obstaculizados por la amenaza del castigo. Confía en la policía, el ejército y el tribunal para detener la violencia. Es un feminismo que no establece un vínculo entre la violencia de género y la violencia sistémica que el capitalismo, el racismo y el patriarcado desatan sobre las mujeres y las personas no blancas.
—En sus libros, también polemiza con la idea de un feminismo civilizador, ¿a qué se refiere?
—Lo expliqué en mi anterior libro, Un feminismo descolonial. Argumenté que a finales de los años 90 y principios de los 2000, las feministas blancas europeas tomaron prestado un vocabulario y una ideología de la misión civilizadora colonial/racial. Según esa ideología, Europa tenía el deber de civilizar a los pueblos colonizados, vistos como atrasados, faltos de razón y de comprensión de los principios liberales. Para estas feministas, esto significaba que las mujeres, especialmente las musulmanas, debían ser educadas y se les debía enseñar acerca de los derechos de las mujeres y sobre la igualdad entre mujeres y hombres. Su cultura y su religión no podían darles una comprensión de estos derechos naturales. Ese feminismo esencializó la cultura y la religión y evitó analizar el papel del colonialismo y el imperialismo en la opresión de las mujeres en el sur global, así como su complicidad en estas opresiones. Recordemos cómo la intervención militar de Estados Unidos en Afganistán se justificó con el argumento de “salvar a las mujeres afganas” sin tener en cuenta la responsabilidad de los imperialismos en el desgarro de la sociedad afgana.
—La lógica punitivista que aísla la violencia, como si se tratara de una cuestión individual, termina ocultando las raíces estructurales de las múltiples violencias del capitalismo, el imperialismo, el racismo… Esto se ha extendido muchísimo con el neoliberalismo.
—El neoliberalismo ha perfeccionado el individualismo con su economía de la autorrealización. Nos hace creer que sólo necesitamos realizar nuestro “ser interior” para tener éxito y sentirnos bien. El yo se convierte en un capital que debo hacer fructificar y si no tengo éxito, es mi culpa. Me separa de la comunidad y del mundo. Así, si soy el objetivo de la violencia, pienso que sólo soy yo, como persona, el objetivo. Entonces no es posible entender que el capitalismo racial ejerce una violencia sistémica para gobernar. Esa violencia no siempre es visible y física, también se trata del estrés diario, el cansancio, el agotamiento, el racismo estructural y el machismo que me corroen. El neoliberalismo teme la organización colectiva.
—También ha señalado, siguiendo a otras autoras, que exigir al Estado capitalista que sea la principal institución que “proteja a las mujeres” no solo es contradictorio, sino contraproducente. De hecho, el Estado es un generador de violencias múltiples contra las mujeres trabajadoras, pobres, racializadas…
—Cuando el Estado genera violencia (económica, cultural, de género, racial) su papel de protector no se cumple. Las leyes de protección contra la violencia se han ganado gracias a las luchas. No suelen ser perfectas, pero pueden contrarrestar los peores abusos. Sin embargo, el Estado se ha convertido cada vez más en un “anti-Estado”, es decir, un Estado al servicio de los intereses del neoliberalismo, que ataca las leyes sociales y restringe el ámbito de las leyes liberales. Es el propio Estado el que ya no cumple ese papel de protección imperfecta, pero que sin embargo actuaría como freno. A esto me refería, sin que ello suponga exigir al Estado que actúe. Lo que quiero decir es que no debemos ser ciegos al hecho de que el Estado está cada vez más al servicio del neoliberalismo, como se muestra con la brutal política contra los refugiados, la criminalización de la disidencia política, o las acusaciones de terrorismo contra las protestas.
—Ese mismo discurso de la protección de las mujeres se ha utilizado para justificar intervenciones imperialistas, racismo y represión interna. En el caso de Francia, ¿cómo se expresa esto?
—En Francia, la islamofobia se ha convertido en la prueba de adhesión a los “valores republicanos”. Parece que es el largo de una falda o el ancho de un pañuelo alrededor de la cabeza lo que determina la libertad de una joven. Es absurdo. Sara Farris ha llamado a la complicidad entre el feminismo blanco burgués, las empresas y la extrema derecha, “feminacionalismo”. Definitivamente hay algo de eso en Francia. Añadiré esta confusión deliberada entre el derecho de las mujeres y una civilización “superior”.
—Has planteado que este tipo de feminismo punitivo tiene mucha influencia dentro del Partido Socialista Francés. ¿Cómo se combina la idea de la “protección” para algunas mujeres con la represión sobre muchas otras?
—Creo que esa izquierda europea no ha hecho su propia descolonización, no ha reflexionado sobre la forma en que el racismo ha impregnado sus ideologías y prácticas. Sigue creyendo en la superioridad de su pensamiento y su comprensión de lo que es la liberación. Y sigue ignorando profundamente otras teorías de liberación, considera que las teorías feministas negras, morenas e indígenas son menores comparadas con lo que se hizo en Europa. De ahí la convicción de que las formas de protección de las mujeres elaboradas por la izquierda institucional, son las mejores. Las mujeres de estos partidos tampoco han sentido la necesidad de descolonizar sus prácticas e ideologías. Las mujeres no blancas son vistas como “testigos”, sus voces “atestiguan” su opresión, pero no son teóricas. Es un feminismo paternalista.
—Para terminar, si el feminismo punitivo promueve una lógica del castigo y la venganza. ¿Qué otras alternativas se han planteado en los debates sobre este tema?
—Hay muchas estrategias. Por un lado, está la idea de la justicia restaurativa que se centra en la rehabilitación de los delincuentes a través de la reconciliación con las víctimas y la comunidad en general. Este es un enfoque de la justicia que busca reparar el daño proporcionando una oportunidad para que los perjudicados y los que asumen la responsabilidad del daño se comuniquen y aborden sus necesidades tras un delito. Existe también una idea de justicia reparadora que busca reparar, de alguna manera, el daño causado a las víctimas como resultado de las violaciones de derechos humanos cometidas contra ellas. Esto significa que, por su propia naturaleza, tales medidas deben responder tanto al contexto en cuestión como a la realidad vivida por las víctimas. Y existe una corriente abolicionista, que se atreve a pensar en la abolición de la prisión y en el fin de la vigilancia policial. Estoy más cerca de esa escuela teórica. Sostiene que la inversión masiva en aquellas comunidades más perjudicadas por la violencia policial es más importante que el endurecimiento de las penas o pedir más cárceles.
“Las reformas que se están haciendo en muchos países están afianzando el castigo para los próximos años y no han detenido el encarcelamiento masivo de personas negras y morenas que son el objetivo de la represión policial. La creación de ‘seguridad’, como sostienen Angela Davis o Ruth Wilson Gilmore (las teóricas más conocidas de esta corriente), exige mucho más que reformas probadas y fallidas: exige la abolición”.