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Lord Byron, 200 años después

Su muerte, hace dos siglos, fue la conclusión lógica de una vida relativamente breve, a lo largo de la cual el poeta no dejó de insistir en la superioridad de los actos sobre las palabras

Abril, 2024

Nació el 22 de enero de 1788 y partió de este mundo el 19 de abril de 1824. En ese lapso, George Gordon Byron —es decir, lord Byron— se convirtió en uno de los máximos exponentes del Romanticismo literario del siglo XIX. Talento, fama, personalidad y belleza. También excesos, escándalos y rebelión. Estos pocos términos podrían resumir la vida de uno de los poetas ingleses más celebrados del siglo XIX. Como lo describió otro grande de la literatura, Goethe: «Lord Byron debe ser considerado un hombre, un inglés y un gran genio. Su talento es inconmensurable. Nadie puede ser representante de la era poética moderna excepto él, que sin duda debe ser considerado el mayor genio de nuestro siglo. No es ni antiguo ni romántico, sino como la actualidad misma». Antecedente de la figura del poeta maldito, Byron fue una verdadera celebridad, una auténtica superestrella de la literatura que se convirtió automáticamente en leyenda tras su muerte en 1824, durante la guerra de la Independencia de Grecia. Ahora que se cumplen 200 años de su muerte, recuperamos este texto del profesor Mark Storey para recordarlo.

El poeta inglés Lord Byron (1788- 1824) decía de sí mismo que “había nacido para la oposición”. Aunque propenso a la dramatización y el extremismo, poseía una extraordinaria lucidez, de modo que esa afirmación nos brinda la clave de su vida y de su obra. En rebeldía contra las normas sociales y literarias de su época, rechazaba, según sus propias palabras, “el fariseísmo político, el fariseísmo poético y el fariseísmo moral”, entre los que se negaba a establecer cualquier forma de distinción.

Para Byron, la política, la moral y la poesía estaban indisolublemente entrelazadas, lo que hace que exista una gran coherencia entre su vida y su obra. El hecho de que él mismo así lo reconociera dio a su rebeldía un carácter mucho más auténtico y perentorio.

Después de su muerte, acaecida en Mesolongi (Grecia) en el año 1824, antes de que pudiera participar en ninguna batalla de la Guerra de Independencia griega en la cual había ido a combatir, fue en seguida considerado como un mártir de la causa, como una figura eminente en torno a la cual podían converger cuantos luchaban por la libertad y sus aliados europeos, para acabar liberándose del yugo otomano. Su muerte fue la conclusión lógica de una vida relativamente breve, a lo largo de la cual el poeta no dejó de insistir en la superioridad de los actos sobre las palabras. Habiendo “nacido para la oposición”, murió también por ella.

Byron llevó una vida turbulenta que hizo de él el prototipo del escritor romántico. Son muchos los que hoy sostienen que lo realmente importante fue su vida, gracias a la cual se convirtió en una especie de ídolo, pero es preciso comprender hasta qué punto la vida y la obra son, en este caso, inseparables. Si Byron se consideró maldito desde siempre, esta apreciación se justifica, desde un punto de vista físico, por el pie deforme con el que vino al mundo y, psicológicamente, por su infancia desdichada en Aberdeen, en compañía de una madre calvinista.

Cuando en 1978 heredó las tierras de su tío en Newstead Abbey, en las cercanías de Nottingham, empezó Byron a creer que, gracias a su condición de miembro de la aristocracia de la Regencia, podría tomarse la revancha de todas las penalidades que había sufrido desde su nacimiento. En su afán de autoafirmarse contra el infortunio, llegó a sentir obsesión por el dominio de su cuerpo y el entrenamiento físico y, tras cruzar a nado el estrecho de los Dardanelos en 1810, afirmaba con gran satisfacción que era la única hazaña auténtica de su vida. Una vez liberado de todas las trabas que entraña la pobreza, emprendió una carrera amorosa que en cada nueva fase suponía un escarnio de todas la convenciones, lanzándose a idilios que equivalían a desafíos y abordando con riesgo creciente a las damas de la alta sociedad, que no parecían desear otra cosa sino aceptarlos.

El precio que tuvo que pagar Byron por su desenfrenada rebelión sexual fue el exilio. En abril de 1816 se trasladó a Italia para no regresar nunca a Inglaterra, pero pronto descubrió que los encantos amorosos de Venecia compensaban ampliamente el destierro. Sólo pareció dispuesto a sentar cabeza cuando se convirtió en el amante oficial (‘cavaliere servente”) de la condesa Teresa Guccioli, pero incluso entonces quebrantó todas las normas establecidas y, enardecido por la vehemencia de su pasión, arruinó el matrimonio de la condesa.

Sería erróneo imputar tanta agitación a mera autocomplacencia. La fogosidad emocional de Byron se debía a su predisposición a la libertad personal y a su convicción de que nada permanecía ni podía permanecer estático. En 1810 participó en la Gran Vuelta a Europa, durante la cual empezó a escribir el poema Las peregrinaciones de Childe Harold gracias al cual obtendría la celebridad dos años después. Se trata de una obra en buena medida autobiográfica, en la que el desasosiego, la depravación y el exilio voluntario del protagonista reflejan la propia psicología del autor, pero es también una sagaz y airada respuesta a la situación imperante en Europa a principios del siglo XIX.

Byron no podía compartir la actitud general de sus compatriotas contraria a todos los primitivos ideales de la Revolución Francesa. A sus ojos, Napoleón seguía siendo un héroe. El escándalo de los mármoles de Elgin, cuyos ecos todavía no se han amortiguado (Lord Elgin se llevó a Inglaterra estatuas y frisos del Partenón ateniense), fue para él una prueba de la perfidia de su país. Reconocía la importancia del ideal griego presente en las ruinas de la era clásica y en la lucha de Grecia por su independencia, que obtendría doce años más tarde. Al escribir de modo ostensible sobre sí mismo, lo que en realidad estaba escribiendo Byron era un poema provocador, de alto contenido político, en el que abogaba por la causa de la libertad en toda Europa.

Lógicamente, su primer discurso en la Cámara de los Lores, pronunciado en 1812, fue una diatriba contra la tiranía de un gobierno que pretendía castigar con la pena de muerte a los tejedores que destruían los nuevos telares mecánicos, una filípica contra un proyecto de ley cuya injusticia era, a su juicio, “palpable”. Pero pronto comprendió que su rebeldía le servía de poco ante el Parlamento y que él mismo no se integraba en el sistema. Sin embargo, su combate contra la hipocresía política lo llevó a participar activamente en las luchas de los Carbonari para liberar Italia de los austriacos en los años veinte del siglo XIX y, evidentemente, al acto final, que fue mucho más que un simple gesto, en aras de la libertad de los griegos.

Mientras tanto, escribía poesía, caracterizada por una extraordinaria diversidad, pero ni siquiera las obras que le granjearon el favor del público, los Cuentos turcos, se ajustaban plenamente a ninguna tradición literaria. Byron concretaba toda su atención y todas sus energías en personajes con los que podía identificarse, aventureros misteriosos que ocultan secretas culpas o marginados de la sociedad impulsados por alguna fuerza avasalladora que los eleva al rango de héroes de tragedia. Estos personajes solitarios son comparables al rebelde Prometeo, al que el poeta inglés dedicó bastantes paginas. La figura del dios rebelde que entregó el fuego a los hombres y fue castigado por ello presentaba un claro paralelismo con el poeta rebelde.

Con escasas excepciones, Byron fue poco apreciado por sus coetáneos. Su primera sátira, Bardos ingleses y críticos escoceses, era una invectiva contra la mayor parte de los autores vivos. La visión del Juicio Final constituía una brillante e insolente diatriba contra el laureado poeta Robert Southey, que había compuesto un poema homónimo en el que celebraba la supuesta llegada al paraíso del rey Jorge III. Esta combinación de indignación poética y política inspira la obra mas extensa y ambiciosa de Byron, Don Juan, en la que arremete contra las figuras literarias consagradas de su tiempo, la decadencia de la integridad moral y la glorificación de la guerra de la que dependía el concepto de Imperio. Ante todo, es notable por su comicidad. Así, el último acto de rebelión literaria de Byron, rebelde en todo, fue escribir un poema intensamente humano, crítica radical de la sociedad, dándole una forma que suponía un rechazo total de las premisas de las que partían los escritores de su época. Por su tenaz oposición a la mogigatería, la hipocresía y la impostura, el gran poeta inglés consiguió que su nombre sobreviviera, junto con su obra, como sinónimo de verdad y de libertad.

[Mark Storey: británico, profesor emérito de literatura inglesa de la Universidad de Birmingham, Inglaterra. Entre sus libros figura Byron and the Eye of Appetite (Byron y el ojo del apetito) y Poetry and iceland since 1800 (La poesía e Irlanda desde 1800). // Texto publicado originalmente en El Correo de la Unesco, reproducido con autorización.]

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