Poema: medley
Junio, 2022
“No olvidaré ya jamás el día de Dios aquel que bajó y que alzó el Abbey Road, de los Beatles”, escribe, aquí, José de Jesús Sampedro. “Me recuerdo oyéndolo y contemplando cómo la oscuridad llenaba de muy castizos gnomos mi habitación y mi profunda y pétrea y alta casa paterna”.
No olvidaré ya jamás el día de Dios aquel que bajó y que alzó el Abbey Road, de los Beatles. No. Me recuerdo oyéndolo y contemplando cómo la oscuridad llenaba de muy castizos gnomos mi habitación y mi profunda y pétrea y alta casa paterna y contemplando cómo en sus contiguas luces vaciaba apenas la luz el disperso y fijo grupo de los faroles. A semejanza entonces (me intimo esto ahora: hoy) de una indemne imagen gnóstica de Magritte, el Zacatecas de finales de la maravillosa década de los sesenta (y utilizo aquí un adjetivo que ineludiblemente alude al acto místico de intuir y de descubrir lo intuido y de volverlo verosimilitud mágica, ordinaria) descendía al feliz comienzo de una momentánea curva del claroscuro. De primigenia manera el Abbey Road, el (desde mayo o junio) mitificado y esperado elepé de los Beatles, sonaba y resonaba, repeliéndose y asimilándose a sí mismo entre los muros como una célula y yendo (infinito: continuo, nimio) de mi puerta y de mi ventana hasta las puertas y las ventanas de mis innumerables clones, según mi futura vida karmática. Especifico: creo. Porque quizá el ambiguo (o aleve o puro: o tenue o firme) circuito atónito atmosférico aproximó y llevó la orilla otra lógica a la ontológica y propició un nivel de escucha a extremo acaso físico del obvio o hermético (aunque verdaderos ambos, acoto) aflujo fáustico de la música. Un ejemplo sólo y basta y sobra para ilustrarlo. Cuando la canción “Because” anticipa el minimalista medley que (no ajustándose al inequívoco predominio de ninguna especie de tema) emergerá y desbordará las normales márgenes de nuestra conmutativa dupla de infiel espacio y de fiel tiempo y viceversa, alternativamente (conforme va invirtiéndose, disolviéndose) el minimalista medley anticipa que transmutará nuestro sordo y mudo entorno auditivo en un modelo nuevo y viejo de euritmia. Sí. Un proceso que conjunta una amplia escala de ecos que constituyen luego fragmentos de ecos que constituyen y que conjuntan luego una amplia escala repleta y toda de pautas rítmicas que insinúan o que compactan y que reafirman luego la melodía. En suma. Justo. El Abbey Road terminó de introducirme de cabeza entonces al sincrético y al diacrónico orbe estricto del pop y me gratifica darme cuenta que desde el ultra raudo o cauto confín efímero de aquella época ni el Abbey Road ni yo ostentamos todavía la postmoderna visa de anacrónicos. Menos todavía de fallidos, de fracasados. Bueno. Un contemporáneo crítico aseguraba en un periódico naïf a los lectores que el Abbey Road era un elepé sujeto a un lamentable cariz artificioso y retórico (para expresarlo en otras palabras: que su fecunda rima sónica era un defecto). En contraposición: gracias a la unitaria multiplicidad que habitualmente define el estilo de insignia beatle, me fue posible entender incluso ciertas tramas que derivan de una línea a un poema. “Y el amor que ofreces es igual después al amor que recibes”. Pienso.