Junio, 2022
No están todas, pero casi. Ahora que dos de las plataformas de paga de películas tienen en su catálogo casi toda la filmografía de Everardo González —al menos es así por el momento—, Juan José Flores Nava aprovecha la ocasión para hacer un close up sobre la figura y la obra de este documentalista y productor mexicano. Egresado de la carrera de Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana y de la carrera de Cinematografía por el Centro de Capacitación Cinematográfica, los intereses fílmicos de Everardo son amplios y se mueven de una temática a otra…
El contador de historias Everardo González tiene muy claro que hacer documentales es algo muy valioso no solamente para compartir con otros lo que observa, sino también —y quizá sobre todo— por la vivencia que, en sí misma, le deja a él cada experiencia. Se involucra. Participa. No es un observador neutral. Es por eso que cuando rodó La libertad del diablo (2017) —un fuerte documental con testimonios de las víctimas de la guerra contra el crimen organizado en México desde 2006— quedó con un dolor, con una locura que sólo pudo sanar cuando filmó Yermo (2020) y recorrió algunos de los desiertos más emblemáticos del mundo: desde los territorios navajos de Estados Unidos hasta los asentamientos bereberes en el Sahara marroquí, pasando, por supuesto, por los desiertos mexicanos; un recorrido que le permitió registrar y adentrarse en las costumbres, tradiciones, rituales y cosmogonías de los habitantes del desierto.
Porque lo normal, para él, es que cuando decide arrancar un proyecto fílmico lo hace a sabiendas de que estará metido en eso unos tres o cuatro años. En cada propuesta acabada, en cada cinta que concluye se puede ver esa tenacidad, ese empeño, esa conciencia suya que se integra de forma natural al resultado. Elige una historia y no la suelta. Ya sea en La canción del pulque (2003), en Los ladrones viejos (2007), en El cielo abierto (2011), en Cuates de Australia (2013), en El Paso (2016), En Un abrazo de tres minutos (2018) o en cualesquiera de sus documentales, Everardo González no deja duda de que su oficio es el de presentar, con imágenes, con voces, con el sonido del ambiente y desde la mirada de los protagonistas, un universo muy peculiar.
Por eso, a cada historia que cuenta le pide siempre que tenga tres cosas: la primera, que permita el desarrollo de un escenario complejo (político, social, ecológico, económico, patológico, etcétera); la segunda, que contenga un tema relevante, una historia que contar; y, por último, que posea un personaje que le ayude a que el espectador se identifique con la historia, con la trama, con el escenario. Incluso en documentales como La libertad del diablo, donde presenta un concierto de voces en el que caben víctimas y victimarios, al final nos damos cuenta de que la narración ha sido guiada por una voz principal.
Otro caso ejemplar es el del documental El Paso. Los tres requisitos están ahí: el complejo escenario de los ataques a periodistas en México por parte del crimen organizado con la participación (por omisión o colusión) del Estado; el tema del exilio forzado en Estados Unidos, específicamente en El Paso, Texas, junto con las formas de subsistencia al otro lado de la frontera; y los testimonios de violencia, miedo y horror, pero también de solidaridad, valentía y lucha por parte de los protagonistas y sus familias. Los periodistas mexicanos Alejandro Hernández Pacheco (secuestrado por el cártel de Sinaloa en Coahuila) y Ricardo Chávez Aldana (amenazado por el crimen organizado en Ciudad Juárez) buscan refugio en Estados Unidos para tratar de evadir las amenazas que sobre ellos y sus familias habían sentenciado grupos de delincuentes. No obstante, deciden participar en el documental, dar la cara, no esconderse. Al final, esto hace posible de alguna manera que ambos sean acogidos en el país del norte.
Pero no nos equivoquemos: en el trabajo como documentalista de Everardo González (egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana y luego del Centro de Capacitación Cinematográfica) no hay nunca estridencias ni una violencia atroz al estilo de la primera escena de Amores perros. Su apuesta es, en cambio, por una intensidad psicológica, una postura política que no es simple ni evidente y una compasión que lo hace y nos hace sentir lo vivido (al menos por un momento) junto con sus personajes.
Y no podría ser de otro modo porque en México, como me dijo hace algunos años el propio Everardo, tenemos un umbral muy alto de indignación: “Necesita haber estridencias para conmocionarnos”, me dijo. Y luego, al hablar de El Paso, me explicó: “Busco que regresemos a ese umbral más abajo al mostrar lo mucho que significa perder libertades tan simples como criar a los hijos, elegir dónde vivir o ir al supermercado. Decisiones que no debieran estar condicionadas por el miedo”.
Otra característica presente en todos sus documentales es que sus protagonistas dan la impresión de haberse olvidado por completo de que están siendo filmados. Bueno, hasta en La libertad del diablo, donde los personajes aparecen con el rostro cubierto, es posible descubrir el miedo y el dolor (o la indiferencia y el desprecio por la vida) en la mirada, en las respiraciones y en los labios de quienes salen a cuadro. Un acierto que sólo ha podido lograr, por un lado, con mucha paciencia, tiempo y la elección correcta del equipo de trabajo, y, por el otro, con respeto a la historia de los personajes, con entender que el director finalmente está entrometiéndose en vidas ajenas. Sólo de esta manera es posible que Everardo y su equipo se vuelvan parte de la cotidianidad de los protagonistas, como se ve tan claramente en La canción del pulque.
Sin duda, en las últimas dos décadas al menos, el cine documental ha ido adquiriendo una fuerza que no se detiene, sobre todo en Latinoamérica. Se ha vuelto una forma de expresión cinematográfica cada vez más acabada. Y Everardo González continúa empleando el documental porque lo considera el gran espacio de narración de este tiempo. En una época como la que vivimos, de la digitalización del cine, se vuelva una oportunidad de narrar sin tanto presupuesto y sin que necesariamente se tengan los vínculos con el poder que se necesitan para hacer cine de ficción. Para este realizador, el documental permite también una forma muy libre de escritura cinematográfica y le ha dado la posibilidad de vincular los temas sociales con los temas artísticos.
Por último, es de llamar la atención que a pesar de que Everardo González no proviene de la realeza cinematográfica, esa que desciende de padres con poder económico o político (Luis Estrada, José Cuarón o Gary Alazraki por ejemplo), ha logrado vivir del cine (incluso es socio de la casa productora y distribuidora Artegios) y, más aún, es considerado ya uno de los directores cinematográficos más importantes del país. ¿Cómo lo ha conseguido?
—Bueno —me dijo en aquella charla—, de un modo muy sencillo: volviéndome parte de la realeza. Pertenezco un poco a los dos mundos. Estudié comunicación social en la UAM, pero también estudié cine en el CCC. Ahí conocí a los grupos de poder de los que hablo. El cine continúa siendo un medio muy pequeño. Y he podido vivir de esto porque he asumido que el éxito de una película se establece en la medida en que me empuja a hacer la siguiente. Así ha sucedido hasta hoy. Cuando uno asume que esto es de lo que uno quiere vivir, cambian mucho las cosas. Ya no es un ensayo, es una decisión de vida.
En catálogo
Actualmente, Netflix tiene en su catálogo tres películas de Everardo González:
Los ladrones viejos (2007). Cinco ladrones que cumplen su sentencia en Ciudad de México hablan de sus principios, sus estrategias y su respeto por los valores que rigen en el arte del robo.
La libertad del diablo (2017). Documental sobre los efectos psicológicos de la violencia en México, narrada por víctimas y victimarios cuyos nombres y caras permanecen ocultos.
Un abrazo de tres minutos (2019). Documental que muestra en primera persona la angustia de las familias separadas en la frontera entre Estados Unidos y México, y su reencuentro breve pero agridulce en 2018.
Por otra parte, las películas de Everardo González que FilminLatino —la plataforma del Instituto Mexicano de Cinematografía— tiene en su catálogo son:
El cielo abierto (2011). Documental que aborda la vida radical del sacerdote Óscar Arnulfo Romero.
Cuates de Australia (2012). El éxodo y la resistencia de la gente frente a las adversidades climáticas y condiciones sociales que los aquejan; aquí hay esperanza, después de todo, la vida continúa.
El Paso (2015). Documental que retrata la violencia contra periodistas mexicanos y su exilio en Estados Unidos.
Yermo (2020). “Yermo” explora la vida desconocida en diez desiertos alrededor del mundo.
Textazo.