Marzo, 2022
Con la idea de apoyar a las personas que están sufriendo secuelas causadas por la pandemia de SARS-CoV-2, la obra El canto de mi vida aborda el proceso de recuperación de Eduviges, una mujer que sufre tras haber perdido a un ser amado durante la pandemia. Es una propuesta escénica dirigida por Hilda Valencia y escrita por Carlos Sánchez que nos habla de la desolación y la esperanza, de la vida que aún queda y de la calma que se puede obtener al reconciliarse con el dolor. Heriberto Duarte, autor de este texto, asistió a una representación de El canto de mi vida y nos cuenta su experiencia en el siguiente texto.
HERMOSILLO, Son.
Cantar y poner la voz en el aire.
El hombre primitivo ya cantaba para arrullar. Los indígenas cantaban (y le cantan) a los animales, a las flores, al sol, al viento.
Se cantaba también para llevar noticias de pueblo en pueblo. Se cantan canciones porque hay algo que no se quiere o no se debe olvidar. Se canta al amor en pareja, al amor de los amigos, de la madre, de un hijo. Al desamor. Y son las canciones banderas que elegimos cargar y las hacemos nuestras.
Las canciones las coleccionamos en pequeños anaqueles imaginarios. Unas para bailar sueltos, otras para hacerlo en compañía. Unas para recordar a alguien o algo. Las que nos emocionan, las que no entendemos, las de otros tiempos, las que hacemos bolita en el corazón.
Cantar y poner la voz en el pecho.
Eduviges canta con el dolor en los huesos. Y es su voz una máquina poderosa y humana. Eduviges, con su pelo descuidado y la mirada tan cansada de llorar, canta. Canta y recuerda. Canta y sufre. Canta y dice.
En el montaje escénico y musical El canto de mi vida, Eduviges, interpretada por la soprano Elena Rivera, canta el dolor y la ausencia. Ella busca ser una mano en el hombro de las personas que han perdido a seres queridos a causa de la pandemia. Es un claro abrazo de fortaleza ante la muerte, que en estos tiempos ronda más cerca.
Los asistentes a El canto de mi vida, un concierto monólogo escrito por Carlos Sánchez, recibimos, antes de iniciar la puesta en escena, un dispositivo llamado Levar. Es un potenciador del sonido con forma de concha acústica y que se coloca en la oreja derecha. Esto hace a El canto de mi vida una obra interactiva. Y esta interacción es provocada también por Eduviges, el personaje que desde el monólogo y su canto invita a todos a cantar juntos, a acompañarnos. Como un rezo, como un coro improvisado por la propuesta de El canto de mi vida.
La soprano Elena Rivera intercala una lista de canciones clásicas, al ritmo del texto escrito por Carlos Sánchez y al ritmo del piano que tocan las manos de Felizardo Andrade.
Las piezas que aparecen oportunas en la combinación con la dramaturgia son “Definición” (Salvador Moreno); “Ave María” (Giulio Caccini); “Tardes grises” (Sindo Garay); “Todo Cambia” (Julio Numhauser); “Je te veuz” (Erik Satie); “Yo vengo a ofrecer mi corazón” (Fito Páez); “Una voce poco fa” (Gioachino Rossini).
En esta obra el luto se canta. Es una invitación a vivir el duelo y a tener la conciencia del dolor, de aceptarlo, de saberlo parte de la vida y afrontarlo.
La dirección escénica está a cargo de Hilda Valencia. En su dimensión interactiva el proyecto cuenta con la musicóloga Leticia Varela, inventora y productora de la oreja inteligente (o concha acústica) Levar. Una vez finalizada la puesta, se da una dinámica que potencia el contenido de la obra. Y los asistentes pueden hacer preguntas a la tanatóloga Ana Luisa Llanez por medio de la página web de esta propuesta: elcantodemivida.com. Ahí también se pueden consultar las próximas funciones y mucha información relacionada con esta obra.