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Osvaldo Bayer al cine: una conversación sobre «La Humanidad»

El 24 de diciembre se cumplieron tres años del fallecimiento del historiador, intelectual y periodista Osvaldo Bayer, autor argentino de imprescindibles libros como Severino Di Giovanni: idealista de la violencia, La Patagonia rebelde, así como Los anarquistas expropiadores y otros ensayos, entre diversos títulos más. A propósito del aniversario luctuoso, el periodista Mario Bravo ha conversado con el director de cine y guionista Gustavo Gzain, quien ha realizado una trilogía acerca del prolífico escritor nacido en Santa Fe, Argentina. Sobre la película más reciente de dicha trilogía, La Humanidad, es la siguiente entrevista…


Vino tinto y una charla

Conocí a Osvaldo Bayer (1927-2018) al final del mes de septiembre de 2016, cuando acudí a entrevistarlo a su casita en el porteño barrio de Belgrano, ubicado en la nostálgica e infatigable ciudad de Buenos Aires. Un discípulo y amigo de Bayer, me refiero al querido Marcelo Valko, me aconsejó no llegar con las manos vacías al encuentro con quien durante muchos años fue articulista del diario argentino Página/12. Pero, eso sí —me precisó—, no recomendaba obsequiarle algún libro u otro objeto acorde a un reconocido intelectual… sino que lo más fraterno e idóneo sería presentarme con una botella de vino tinto.

Y así lo hice.

Tras llamar a su puerta, apareció un sabio de 89 años de edad, quien me invitó a entrar a su guarida. Caminé junto a él hacia el patio pequeño de su hogar; ahí, el propio Bayer me preguntó si yo estaba de acuerdo en descorchar la botella y servirnos un poco de vino mientras charlábamos. De mis máximas que arengo en la vida, una de ellas es que un beso sincero, un abrazo cálido o una buena copa de vino tinto nunca deben rechazarse, así que, entre pregunta y respuesta, entre anécdota y anécdota, el vino fue el detonante de una plática que acuñaré hasta que llegue el día en que mi corazón deje de latir.

Así fue que conocí más sobre la humanidad de Osvaldo Bayer.

Una trilogía de miradas

No hay duda de que Bayer fue, es y será un imprescindible.

Su coherencia entre decir, hacer y sentir ─eso que Eduardo Galeano tanto valoraba en un intelectual y que tan complicado es de hallar─; sus palabras; su incansable lucha; su modo de encarar al miedo tras hallarse en la lista de futuros asesinados por una dictadura militar que, entre 1976 a 1983, sembró el odio y la muerte en la Argentina… su bondad, generosidad, sencillez y austeridad… ¡su humanidad!, son rasgos que deben seguirse recordando para que las nuevas generaciones encuentren ese faro que Bayer ha sido para muchos de nosotros en América Latina.

Un mecanismo importante para no olvidar el ejemplo de Osvaldo Bayer es el trabajo cinematográfico del director Gustavo Gzain, quien se ha dado a la enorme tarea de filmar tres películas —La Livertá (2014), La Humanidad (2021) y queda por entrar a la sala de edición Osvaldo Bayer / Ética y Utopía— en donde el destacado documentalista acompaña al intelectual argentino desde sus momentos más cotidianos y caseros hasta aquellos actos de lucha, militancia, perseverancia y compromiso que realizaba aun con más de 80 años de vida a cuesta.

Precisamente acerca del filme La Humanidad es que hemos charlado con Gzain, quien amablemente respondió al llamado de Salida de Emergencia.

“¡Nunca pedía siquiera un asiento o un vaso de agua!”

Marcelo Valko en el libro intitulado Viajes hacia Osvaldo Bayer (2015) relata que, una vez durante pleno invierno en Buenos Aires y ya cayendo la noche sobre aquella ciudad, a la distancia miró a un anciano abrigado hasta la cabeza quien caminaba rumbo a la boca de la estación de subte —Metro— Congreso de Tucumán. Reconoció que se trataba de Bayer y le preguntó a dónde iba con semejante clima y a esa hora; el autor de Severino Di Giovanni: idealista de la violencia le respondió que había sido invitado a dar una charla en un secundario nocturno, pero los organizadores se olvidaron de enviarle un taxi o algún medio de transporte para llegar hasta el sitio de la actividad.

Así era él: su compromiso y su humildad valían más que las comodidades o esos los lujos que muchos intelectuales exigen para acudir a dar conferencias —pagadas todas— a lugares y eventos rimbombantes.

Es por esta línea, por este rasgo de sencillez de Osvaldo Bayer, que inicia nuestra conversación con Gustavo Gzain…

—¿Qué anécdota o recuerdo atesora del tiempo que estuvo junto a Bayer mientras transcurrió el rodaje de La Humanidad?

—Son demasiadas, no sé si puedo marcar una como preponderante. Tengo gran cantidad de anécdotas de tantos viajes y momentos de andar junto a él: ¡compartimos instantes de mucha felicidad y, a la vez, de muchas tristezas! Momentos en los cuales me contaba cosas muy íntimas del ser humano y cosas que le habían sucedido… detalles profundos que se vuelven reveladores.

“Recordar, por ejemplo, un día que nos sentamos los tres juntos (Bayer, Raúl “El Indio” Fernández, y yo) en el cordón de una vereda esperando que una movilización llegara para incorporarnos a ella; Osvaldo con 88 años… los tres hablando distendidos como si el tiempo no transcurriera… la gente cuando pasaba y lo reconocía no lo podía creer; o hasta caer la noche en cualquier lugar y dormir en unos catres porque no alcanzaban las camas, esperando poder llegar al otro día a un pueblo donde él tenía que hablar o cambiar la placa de alguna calle que llevaba el nombre de algún dictador y ponerle el rótulo de Pueblos Originarios. ¡Era genial!

“Él tenía toda esa profundidad en sus palabras y reflexiones; pero a la vez poseía también esa condición de niñez y juventud que no había perdido nunca, eso que lo hacía tan humano. A él no le incidían las situaciones en cuanto a comodidades o necesidades que pudiera solicitar… ¡nunca pedía siquiera un asiento o un vaso de agua!, si no se lo daban, él seguía ahí tranquilo por más que un acto durara cuatro horas”.

Osvaldo Bayer. / Fotogramas de la película La Humanidad.

Conversar con el dictador Roca

Bayer sabía de sobra la importancia e incidencia del pasado en el presente. Para él era esencial desactivar los efectos que la Historial oficial y hegemónica causa sobre las vidas de los ciudadanos de una nación latinoamericana. Peleó entre sus páginas escritas, así como durante los miles de charlas que brindó e incluso estando enfrente de la estatua del represor y asesino general Roca, de quien aún se conserva su monumento a caballo en la avenida Diagonal Sur en plena capital argentina.

Así, Gzain nos recrea un recuerdo acerca del entrañable intelectual argentino y su batalla contra el terrorífico legado del general que perpetró la Conquista del Desierto (1876-1879) contra los pueblos originarios en aquel país:

—Puedo contar una anécdota de la realización de la película Osvaldo Bayer/La Livertá: yo notaba, desde que comencé a compartir momentos y charlas con él, que casi siempre cuando hablaba de Julio Argentino Roca lo hacía en tiempo presente; no hablaba de él como un pasado histórico, sino que por todo esto de las continuidades, se refería de manera presente. Entonces como director pensé que, de alguna manera, debía hacerlo conversar con Roca: necesitaba acercarlo a la estatua de Roca, el monumento más grande de Capital Federal en Buenos Aires, y que Osvaldo quedara a una cercanía y a una altura desde donde se pudiera establecer esa especie de diálogo. Requería ubicar la cámara de manera que los enfrentara en un mismo plano y, de tal manera, la puesta en escena se pudiera dar desde una caminata que resultara natural.

“Encontré varios edificios alrededor de la estatua de Roca que está, al menos, a unos 15 o 20 metros de altura; pero en todos ellos, desde donde podía ubicar a Osvaldo para realizar los planos, siempre Osvaldo quedaba más arriba que Roca, y eso era algo importante para mí… era importante que no quedará Osvaldo más arriba, sino que estuviera a una misma altura o ángulo de toma o un poquito más abajo. Habíamos pedido ingresar a un lugar que se llama Las Manzanas de las Luces, una construcción muy antigua; sin embargo, nos decían que no estaba habilitada ninguna escalera pues estaba por derruirse. Insistimos y nos dejaron entrar. Subí yo primero y pude abrir una ventana: ¡era increíble!, el monumento estaba tan cercano, casi a metros de la ventana. Le comenté esto a Osvaldo y quiso subir… subimos por una escalera chica, casi derruida, que se bamboleaba para todos lados.

“El lugar de la época de los jesuitas daba un contexto casi perfecto; planteo la escena: le pido a Osvaldo que venga caminando desde un determinado lugar, pero no lo dejo ver con anticipación el monumento por la ventana… ni bien doy la acción, comenzó inesperadamente a sonar, desde algún lugar cercano, una música clásica que siguió creando el ambiente de manera increíble como si estuviera premeditado… ¡Todo coincidía! Osvaldo comenzó a caminar y llegó hasta la ventana, se apoyó en el dintel, vio el monumento cercano y un poquito más arriba que él… ahí se produjo algo mágico: todo lo que Osvaldo le dijo a Roca y que quedó en la película. ¡Al terminar nos miramos entre quienes estábamos! Fue algo especial, algo que producía una energía que abarcaba todo… Se trató de un momento mágico: la música fue menguando sola, quedamos un poco estupefactos… nadie hablaba, no se necesitaba decir nada más, todo lo necesario ya había sucedido”.

“No me interesaba retratar a un Osvaldo como alguien impoluto…”

—Tras mirar su documental, noto que la cámara casi nunca resulta ser invasiva o entrometida en los distintos momentos cotidianos de la vida de Bayer. Su abordaje de la cámara pareciera que nos permite, a los espectadores, ser uno más en dichos sucesos: no hay posturas ni actos premeditados, sino que tanto los encuentros que él sostiene, así como el ir y venir dentro de su casa o su caminar en la calle, resultan naturales para el público al otro lado de la pantalla. ¿Qué reflexión tiene al respecto de este punto?

—La mayor parte del tiempo traté de hacer una cámara que entrara en simbiosis con el mismo personaje, que casi llegara a formar parte de él y se amalgamara a cada acción que realizara; esto no significa seguirlo a cada momento, sino en algunos casos estar mirando el momento que iba a transcurrir desde el punto de vista adecuado. Pero si bien no es una cámara que se vea o se note, siempre está tomando partido y formando parte… Es decir: lejos se halla de ser una cámara meramente descriptiva de las acciones de Bayer; muy por el contrario: ¡para mí la cámara era necesaria que fuera como una extensión del mismo personaje y de ahí su postura!

“Era fundamental la necesidad de que el espectador se sintiera inmerso en la situación y pudiera formar parte de ella. A mí no me interesaba retratar a un Osvaldo como alguien impoluto situado en un pedestal e intocable, casi inaccesible para los seres comunes como nosotros, sino que me interesaba mostrar a un personaje muy especial, tan grande porque construyó lo que hizo desde una cotidianidad parecida a la nuestra, a cualquiera de nosotros, por eso lo muestro haciéndose un té, barriendo una escalera, cortando el pasto de su casa… en eso que, de alguna manera, juega como algo emocional o emotivo.

“Las acciones simples acercan a ese gran personaje y nos invitan a todos a pensar que podemos ser un Osvaldo en nuestros espacios, en los microcontextos que transitamos… Me refiero a pensar en el bien común, transitar lo comunitario, ¡luchar contra las injusticias! Podemos pensar y hacer un cambio social, al igual que Bayer. La cámara hace una apuesta a que nos sintamos íntimamente involucrados con ese personaje y, a la vez, nos sintamos naturalmente cercanos a su accionar”.

“Poniendo el cuerpo y la mente al servicio de los de abajo”

—Usted estuvo en encuentros entre Osvaldo Bayer y personajes tan gigantescos como Fernando Birri, Nora Cortiñas, Adolfo Pérez Esquivel o Vicente Zito Lema… Parecieran seres humanos de otro tiempo, pero con ejemplos de vida tan vigentes hoy en día.

—Me siento un privilegiado, alguien que pudo compartir esos momentos únicos que estos grandes han mantenido y que, en parte, están vivenciados en Osvaldo Bayer / La Humanidad. Digo “en parte” porque, como sabemos, en una película existe un recorte; además de una mirada del director sobre lo sucedido en esos encuentros, los cuales fueron más extensos. Más de una vez, luego de la filmación, continuamos largas horas hablando.

“El sentido del humor también estaba presente en estos personajes, quizá para mitigar la tristeza de todo lo vivido, la represión, el exilio, la quema de sus libros, la indiferencia y la negación de muchos. Todo lo que se decía era de una dimensión que me llevó tiempo procesar. Habían leído, estudiado y procesado a todos los grandes autores y pensadores; pero también estuvieron en cada lugar: en las villas, escuelas rurales, movilizaciones, centros comunitarios, gremios, en el Senado… donde sea, poniendo el cuerpo y la mente al servicio de los de abajo.

“He sentido grandes emociones en muchos momentos, incluso mediante unas simples anécdotas que, a veces, contaban cuando almorzábamos o cenábamos juntos: ¡algunas eran tremendamente profundas, vividas y enriquecedoras! Llegaba a la cama y, más que dormir, me quedaba pensando en todo eso que había sucedido, en cada detalle. Hoy en mi vida se vuelve trascendental haber vivido todas esas experiencias junto a ellos. Trato de aplicar, de reflexionar y de trasladar, en cada paso y desde donde puedo, todas esas profundas enseñanzas que dejaron”.

El exilio permanente

—¿Notó algún cambio importante en él al cambiar de residencia, cuando estaba en Buenos Aires o cuando estaba Alemania? Me da la impresión, tras mirar el filme, que el maestro en la capital argentina asumía una posición política de mayor combate, como si la injusticia estuviera a diario en algún rincón de la ciudad y él tuviera que narrarla; en cambio, lo que se aprecia en las locaciones dentro de Alemania o en su encuentro con Birri en Roma, es a un Osvaldo más distendido, a quien incluso le alcanza el tiempo para sentarse en una banca de un parque y leer poesía o entrar en una librería. ¿Fue así o usted creó una narrativa (espacial-temporal) con dichos rasgos que menciono?

—Son dos mundos, dos realidades que a Osvaldo le quedaron luego del exilio y posterior a que la Triple A lo condenara a muerte y saliera publicado en los diarios: él se fue exiliado a Alemania con su mujer Marlies y sus cuatro hijos. Yo sabía que, su vida en Alemania, ha sido la menos conocida incluso para quienes más lo seguían desde la militancia.

“Es cierto que en Alemania tenía más tiempo libre, junto a Marlies Joos, que lo ayudó en todo y con quien transitaron todo lo hecho; también Osvaldo en Berlín contaba con más tiempo para la reflexión pausada, incluso para hacer tareas cotidianas de la casa… eso sobre todo queda representado en La Livertá [2014]… cosa que, en Buenos Aires, no podía hacerlo del todo pues mantenía una agenda demasiado completa.

“En Alemania encontraba momentos de espacios más reflexivos, momentos de disfrute familiar junto a Marlies, hijos, nietos y bisnietos; pero no por ello fueron momentos menos combativos. No vivía la demanda de lo social constante como en Argentina, aunque el teléfono de la casa no paraba de sonar incluso a pesar de la diferencia horaria.

“Esto me sirvió para crear una estructura y una narrativa que se ven reflejadas sobre todo en la primera película de la trilogía: las salidas y entradas a esos dos países, a esos dos mundos, eran constantes y fue todo un desafío narrativo poder ir y venir. Al mismo tiempo, me interesaba mostrar como subtrama la idea del exilio, que, en Bayer como en tantos otros, se convirtió en un exilio permanente pues no terminó con la vuelta a la Argentina en el año de 1983. Sus hijos ya habían formado pareja, otros ya tenían hijos, por lo cual gran parte de su familia se quedó viviendo en Alemania, generando que Osvaldo viajara dos veces al año durante toda su vida: en Alemania disfrutaba de su familia y trabajaba para juntar dinero y así lograr estar seis meses en Argentina, su país querido, para seguir esa militancia profunda del andar y caminar cada lugar donde lo llamaran”.

Dar vuelta al espejo de la historia

—¿A cuál Osvaldo nos pretende mostrar La Humanidad? ¿Cuál es, hoy en día, su opinión acerca del periodista e historiador Osvaldo Bayer?

—Entre otras cosas, me interesa mostrar al historiador que miró la historia desde otro lugar: no desde la mirada hegemónica, sino que dio vuelta al espejo, como dice Fernando Birri. Osvaldo mostró la historia desde la mirada del pueblo, desde las entrañas y los cauces profundos del pueblo, como dice Alfredo Pérez Esquivel.

“Para mí, Bayer fue un hombre ético y verdadero, un gran soñador; pero un soñador que iba concretando continuamente. Un luchador por la dignidad de los más necesitados; alguien que deja un ejemplo de cómo se debe transitar la vida, de cómo ser más humanos. Él nos enseñó que la felicidad se encuentra en el transitar junto a los demás y, asimismo, nos mostró que los sueños individuales o personales son más profundos y verdaderos cuando se proyectan en función de un bienestar común.

“Bayer fue alguien que nos dijo y nos dice: ‘por acá es el camino; pero con plena libertad para que lo reinventes’. ¡Fue un luchador que buscaba la igualdad en Libertad!”

“Mi cine es una mirada esperanzadora”

—En la tercera y final entrega de su documental, ¿qué podrá hallar el espectador en su obra?

—En la tercera película, Osvaldo Bayer / Ética y Utopía, se mirará un derrotero por lugares y contextos donde él transitó, donde dejó sus sueños y creó otros en la gente; vaya, donde se gestaron pequeñas grandes utopías y muchas de ellas se realizaron.

La Humanidad se ha estrenado en un año y en un tiempo complejo, donde la desolación y la incertidumbre han ido en aumento durante la pandemia… ¿Cuál es la apuesta del cine que usted realiza dentro de los tiempos actuales?

—Mi cine es una apuesta por entender las continuidades en la historia, como decía Bayer; no ver los hechos históricos como hechos estancos, algo que sucedió en una época y contexto determinado y queda solo allí, sino más bien buscar sus continuidades y sus relaciones con el devenir de la historia. Durante el año de 2021 lancé Osvaldo Bayer / La Humanidad porque se cumplen 100 años de las luchas obreras patagónicas de principio del siglo XX, entonces es un homenaje a todos esos obreros que lucharon por una vida llena de dignidad.

“No creo que la pandemia sea un hecho aislado o se la pueda tomar como una casualidad del destino, sino más bien por todas estas continuidades que se vienen dando desde hace décadas de una humanidad cada vez más individualista, que no repara en las desigualdades existentes a nivel mundial ni le interesa no destruir parte de las reservas naturales; una humanidad sin una mirada ética sobre qué le deja a las nuevas generaciones: en definitiva, le interesa más el consumo y el placer inmediato que transitar la vida con un respeto y responsabilidad hacia lo que le rodea.

“La apuesta es, nuevamente, descubrir y reflexionar sobre cómo venimos caminando, qué estamos haciendo en la actualidad por cambiar lo que no funciona y nos destruye. La pandemia es un gran llamado de atención y el arte debe ayudar a reflexionar, pero también a producir praxis sobre lo que nos corresponde como humanidad. Mi cine es una mirada esperanzadora, la misma que tenía Osvaldo acerca de que esto se puede revertir y podemos revelarnos ante las injusticias. Asimismo, debemos mejorar la vida como sociedad: hacer un mundo más humano y comunitario”.

Aún queda un último obsequio navideño por abrir…

El cineasta Gustavo Gzain enarbola fervientemente la generosidad que durante años halló en la praxis del memorable Osvaldo Bayer; por ello y como un gesto de grandísima valía, amablemente nos ha compartido un enlace web para que los lectores de Salida de Emergencia puedan mirar la película La Humanidad, misma que estará disponible de manera libre y gratuita durante los días 25 y 26 de diciembre de 2021.

Enlace web:

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