Las siete décadas de don Charly
Es una de las figuras más importantes en la historia de la música popular argentina y latinoaméricana. Cantante, compositor, multinstrumentista y productor discográfico, el argentino Carlos Alberto García —acá: Charly García— está festejando sus siete décadas de vida (nació en Buenos Aires el 23 de octubre de 1951). El escritor y psicoanalista Pablo Melicchio homenajea aquí al artista: “Cuando no pude salir de la melancolía, cuando fui hijo de las lágrimas, cuando estuve mal, cuando estuve solo, su música me estimuló y me elevó por sobre la grasa de las capitales”. Por otra parte, el filósofo (y fan) Dani Mundo nos presenta una faceta aún no reconocida del músico: “Sus dibujos y pinturas son rayones trash que ponen en jaque tanto la figuración (que mantienen) como la significación, que en algunas imágenes falta”.
Charly García: 70 años y mil vidas
Pablo Melicchio
Hay tantos Charly García como fans. Entonces, sólo daré mi versión de los hechos por ser un simple testigo de sus milagros artísticos. Charly, hijo digno de Apolo —Dios de las artes— nació un 23 de octubre de 1951, pero renació una y mil veces. Estuvo perdido, para que lo encontremos. Desarmó sus bandas, en sus mejores momentos, para no darnos decadencia sino renovación. Se tiró de un noveno piso, para desafiar al destino, a los dioses y al azar; quizá maneras distintas de nombrar al mismo fenómeno. Resucitó, para que creamos en la posibilidad de la reencarnación en el curso de la única vida que conocemos. Se bajó los pantalones, para provocar a los puritanos.
Charly, profeta de los sonidos, sembró nuestra castigada tierra con arte. Sus canciones se multiplicaron, como los panes y peces del milagro de aquel otro hijo divino que anduvo por Nazaret, para que las dolencias humanas se trasmuten en la fiesta espiritual. Sus canciones, medicina contra el desánimo y la desesperanza, se infiltraron en los tiempos más oscuros, burlando a los censores del horror, para que sepamos que este país no estuvo hecho porque sí y que la alegría no es sólo brasilera.
Cuando no pude salir de la melancolía, cuando fui hijo de las lágrimas, cuando estuve mal, cuando estuve solo, su música me estimuló y me elevó por sobre la grasa de las capitales, para darme un destino mejor que la depresión o el caño en la sien. De su filosofía aprendí, entre otras cuestiones, que sé que no quiero volverme tan loco, sólo un poco, no más, suficiente para escapar de la quieta cordura del ser que se conforma y no despega, que pierde el vuelo en la rutina y el gusto por la belleza de la creación.
Estuve entre la multitud, canté sus himnos, fui parte de la religión, en estadios, teatros y una vez en la avenida 9 de Julio. Lo he visto hacer proezas con el piano y con la guitarra. Siempre el mismo y a la vez distinto. Charly, uno y mil. Se transfiguró, para desbloquearnos. Se reinventó, para invitarnos a que nuestra existencia sea una aventura, una revolución, un ir más allá de lo impuesto. Una noche —juro que yo estaba en ese concierto en el estadio Obras— salió al escenario una hora después de la anunciada, y luego, en un reportaje que vi por televisión, cuando la ingenua periodista le preguntó por qué era tan impuntual, Charly le respondió que él era puntual, que salía cuando quería. Así me enseñó lo que tanto había leído y estudiado en libros lacanianos, que no hay mayor traición que no seguir a nuestro deseo.
Todavía no he hallado la máquina de ser feliz ni la de hacer pájaros, pero me siento menos solo, mucho mejor y no tan extraño, cuando mi antena se orienta en la frecuencia García. Charly, rezo por vos, para que tus canciones me emparchen un poco, limpien mi cabeza y sigan siendo la banda de sonido de la película de mi vida.
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Charly García, pintor: el artista integral
Dani Mundo
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Para festejar su septuagésimo cumpleaños quizá habría que reconocer otra faceta más de nuestro genio Charly García: hay que considerarlo pintor. Mal que les pese a los puristas de la música, el arte de tapa, las fotos y los dibujos que vemos en los libritos de los LPs o los cds forman parte de la obra. Más aún si esas pinturas son del autor del disco.
Como pintor, García representa un movimiento artístico que en nuestro país casi no tuvo repercusión, el art brut. Las imágenes salvajes que atentan contra los contornos y los significados claros que pinta Charly recuerdan imágenes de sujetos esquizofrénicos, que desde hace unas décadas vienen considerándose obras de arte como cualquier otra, básicamente desde que a mediados del siglo pasado Jean Dubuffet dictaminara que toda esa producción creada por los sujetos marginales encerrados en hospitales psiquiátricos también era arte.
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Para mí, que no soy psicólogo ni psiquiatra ni nada, es clarísimo que Charly García es un ser “esquizo”, como cualquier otro que viva más o menos conectado con la realidad contemporánea. Poca gente está “tan” conectada con nuestra realidad hipermediatizada como nuestro ídolo. Sus dibujos y pinturas son rayones trash que ponen en jaque tanto la figuración (que mantienen) como la significación, que en algunas imágenes falta. Falta, ¡¿y?! Ojalá seamos capaces de soportar esa falta.
Es muy importante esta indiferencia por la significación que caracteriza la obra pictórica de Charly, porque nuestra sociedad está obsesionada por encontrar significación en todos lados. Vivimos en la sociedad de la sobre-significación. Siento que la figuración que Charly no pudo terminar de abandonar es un pequeño lastre que nos sigue tentando con el señuelo de la significación, es decir de la historia, de lo que la pintura cuenta o narra. Pero la pintura de Charly, como también su obra musical desde los años noventa, es una pintura para la que el color, el rayón y la macha bastan.
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La única manera para que un plan no fracase, es no teniendo ningún plan. Donde algunas personas ven desorden y caos, otras tal vez perciban otros órdenes incomprensibles.
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Las imágenes del “arte bruto” son como traducciones del inconsciente a una lengua que sólo existe en esas imágenes. En lo personal, trato de no interpretarlas intelectualmente. Encarnan el inconsciente más que traducirlo. Son totalmente diferentes de las que produjo, por ejemplo, el surrealismo (que García citó copiosamente en sus shows), que también coqueteó con el inconsciente, la locura y los sueños. Pero mientras éste entablaba una distancia simbólica con la patología, el arte en bruto la pintaba y dibujaba en carne viva. Las pinturas de Charly están en carne viva. En el rayón trash es como si la mano misma (si el inconsciente se hallara en la mano) pintarrajeara y coloreara sin ningún simbolismo ni mediación.
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Hay, aún hoy, un sentido común musical y social que machaca que lo mejor de Charly García se concentra en la década de 1980. No podemos dejarnos dominar por ese espíritu conservador. Sin desconocer ese momento clásico de su producción, quiero enfatizar que la época de Say No More y todo lo que sucedió después (y un poco antes), que para muchos encarna su decadencia, su fracaso, cuando se lo dejó de escuchar (cuando supuestamente él perdió la inspiración), ése es el momento en el que Charly empieza a jugar con las imágenes y provoca una mutación en su ser artista. No era la primera mutación en su biografía, obviamente. Todos recordamos cuando apareció Clics Modernos lo resistido y rechazado que fue al comienzo, pero tuvo la suerte de que al poco tiempo la sociedad evolucionara hacia ese espíritu moderno y pop que se escuchaba en él. Era una sociedad esperanzada. Una década más tarde, cuando Charly empieza repetir que está cansado de ser Charly García y se va metamorfoseando en un personaje (Casandra Lange, SNM, etc.), sus encarnaciones son actores que van en el sentido contrario que el que tomó el imaginario social. En broma o no, varias veces Charly amenazó con abandonar el país. Mientras la sociedad se instituía e imponía un modelo híper normalizado de buena conducta, incluso en la cultura rockera, Charly atentaba contra cualquier modelo, vivía en una especie de caos, con horarios caprichosos y sin ninguna rutina. Esto sucedió por diferentes motivos que no puedo desarrollar acá, pero no hace falta ser un especialista en nada para descubrir este choque frontal de horizontes entre el devenir “artista total” de Charly, y lo que la sociedad deseaba y perseguía. Y no lo digo sólo por el menemismo, tan fácil de criticar.
Antes que nada, Charly García renuncia a congelarse en una identidad y perpetuarse repitiendo los hits de siempre —que todos queríamos cantar a voz en cuello en los recitales, todo hay que decirlo. Abandona —o dice abandonar— un yo, para pasar a ser, como ya todos sabemos, Say No More (no digas nada). Sobre esto hay muchísimo escrito, también. De ahí en más y durante más de una década toda su vida y no solo su música formó parte de su obra artística —siempre fue así en realidad, desde Sui Generis hasta ahora, sólo que en esa etapa puso en cuestión como nunca (y como ningún otro), el statu quo cultural, al precio de su sacrificio. Se convirtió en un mal ejemplo para los jóvenes, digamos (un vicio), que empiezan a seguirlo y se convierten en sus nuevos “aliados”. Charly, como estrella de rock, está muy atento a este cambio en su público, y lo reivindica.
En esa atmósfera social y subjetiva, entonces, su vida se volvió un happening, y él un pintor. De hecho, en el álbum de SNM las ilustraciones ya están atribuidas a Charly García. En ese cd ya despunta el rayón. Oscuridad y rayón, una buena manera de representar a esa sociedad menemista que en ese momento disfrutaba a pleno de la fiesta modernizadora, aunque lo hiciera sobre las ruinas y la miseria de la mitad de la población.
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La clase media, que es la clase dominante en el campo de la cultura, parecería no entender que lo desafinado, los ruidos, lo desprolijo, la mancha y el rayón son instrumentos artísticos tan válidos como la armonía y los contornos recortados, más en un artista que está tan —“tan extrañamente”— conectado con la realidad como Charly García. Nos extasiamos frente al mingitorio invertido de Duchamp y le exigimos a nuestra vanguardia que respete la lógica del espectáculo.
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Es cierto que cualquier gesto que atente contra esta sociedad espectacular que supimos deconstruir me entusiasma, pero no es sólo por eso que respaldo a Charly García en ese momento de su carrera, tan lejano hoy, ese momento en el que se esfuerza por dejar atrás a Charly García y metamorfosearse en SNM. Me parece que esa rebeldía incontrolada que atentaba contra sí mismo es un diagnóstico contundente de la sociedad que contemplaba (para no decir festejaba) esa inmolación. También había, es cierto, un discurso y unos fans incondicionales que lo seguían reivindicando. Hasta la coda existencial que se inauguró después de que la mujer de “Palito” lo esperara con las milanesas durante horas, postcrisis terminal 2008, Charly García siempre se ubicó en una relación social tensa, que la sociedad quería enfrentar (tal vez), pero para lo cual no tenía solución: el enfrentamiento del rock contra el tango y el folklore en los setenta, el pop moderno en los ochenta, y en los noventa su metamorfosis existencial, en donde ya no produciría hits musicales sino eslóganes repetitivos como “la vanguardia es así” o “la entrada es gratis, la salida vemos”, etc. Siempre se enfrentó a una voz potente que lo criticaba, hasta ahora, que hay un consenso general sobre su genialidad única. En este clima masivo de reivindicación (y también de desconocimiento), lo que falta indagar todavía en este artista inigualable es su faceta de pintor.
En un momento a mediado de los noventa Charly se hizo pintor. ¿Cómo fue? Ni idea ni me interesa. Si él mismo lo confesara, tampoco me parecería fundamental. En alguna entrevista le preguntan, y él responde eruditamente citando a Leonardo da Vinci. No me interesa. Sí me interesa cuando en el programita distribuido en los cuestionados recitales del teatro Ópera en diciembre de 1996 leemos: “Yo envidio a los pintores porque lo ponen todo en un cuadro y la gente no los mira a ellos. Mira el cuadro. Los músicos hacemos discos, pero nos han convertido en cuadros. Yo también soy un cuadro”. Los 4 puntos que se detallan en ese programa son para un trabajo profundo de interrogación, pero éste, que es el primero, es sintomático: la pintura lo va invadiendo. Ya sabe que donó toda su vida al espectáculo, ahora le va a hacer pagar al espectáculo, a la vida normalizada, a la hipocresía social (que exhiben sus medios de comunicación), el mismo precio que tuvo que pagar él: su vida. El mundo del espectáculo, es decir: la normalidad mediática, que iba a empezar a girar alrededor de sus caprichos autodestructivos, sus excentricidades y sus actos dadaístas. Y el espectáculo siempre estuvo atento a esos devenires, fogoneando-deseando el fin del genio, y por otro lado construyendo la añoranza de un mundo que ya no existía: el Charly García clásico o la primavera alfonsinista. Una vez más, el proyecto: Destruyamos a Charly, le servía al espectáculo, que siempre se regodea en la decadencia de los ídolos, y por otro lado le “servía” a Charly García para metamorfosearse en SNM, dilapidando su capital material y simbólico. Charly García salió victorioso de ese combate. Uno de los índices de esa victoria es su obra pictórica.
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Me lo imagino así: en un momento determinado y por motivos que desconocemos surgió este impulso pictórico (tal vez en forma de “envidia”, como vimos en la cita). Fue por necesidad, sin ninguna pretensión, más por error y derivas descontroladas de su ser que por búsquedas conscientes de su yo. ¿Y? Acá ya hay un mensaje evidente para mí: sus pinturas no son los dibujitos inocentes que tienen garantizado el aplauso social, a las que sólo falta ponerle un marco. No, más bien son rayones casi incomprensibles e indigeribles para la sociedad instituida. De hecho, aún hoy no las reconocemos como obras de arte.
Es lógico que no consideremos su obra pictórica, si todavía estamos tratando de entender sus letras que nos sabemos de memoria y su música compleja.
Primero fueron los grafitis en el departamento que se despliega alrededor de su cama en Coronel Díaz y Santa Fe (el origen puede estar en la famosa pintarrajada que realizó en las oficinas de Daniel Grinbank, allá por 1982). Pero luego la pintura fue ocupando otro lugar en la cabeza de Charly García, y éste aparecía por la calle, en la tele o en los recitales con la ropa y las manos todas machadas de pintura (ya no eran sólo las uñas y los ojos pintados). Charly repetía por ahí que le gustaría que los sonidos tuvieran colores, o poder percibir los colores como escuchaba la música. Quizás esto fuera una deformación profesional de su mítico oído absoluto. Como sea, sus cuadros están ahí para que los vea el que quiera.
Me gustaría interpretarlos como líneas de fuga (odio este concepto pero no se me ocurre otro) para un ser desbordante que llegó a hacer de su propia vida una parte fundamental de su obra. Agregaría: como ningún otro artista lo hizo en nuestro país (salvo uno, el único, el viejo Jorge Luis Borges). Porque esa obra implicaba su sacrificio a la espectacularización, al registro continuo, a su mediatización permanente. Hay que tener en cuenta que los ídolos como Charly García canalizan o subliman una energía psíquica y social que los seres normales no tenemos otro modo de consumar. Por eso también son nuestros chivos expiatorios. Charly García es, o mejor: FUE nuestro suicidado por la sociedad (hace años que quiero escribir un librito con ese título emblemático del loco Artaud).
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Obvio que no estoy diciendo ni ahí que la obra pictórica de Charly García pueda competir con su producción musical. Ni siquiera me interesa la famosa muestra que junto a Gustavo Masó hicieron en el Recoleta en el 2009, después de la internación en la quinta de Palito. Lo que me interesa asentar es que Charly como pintor complementa su faceta de artista integral que está a la altura de los más grandes de cualquier parte del mundo o de la historia. Un artista integral tiene varias características, me gustaría indicar las que se me ocurren ahora: 1) vida y obra no van por caminos separados, están integrados una en otra como la carne en la piel, y sintonizan a su vez con el clima social; 2) el artista integral le dedica su vida a una idea (¿qué es una idea? Ni idea, pero diría que es como un deseo, una búsqueda insaciable de lo que sobra); 3) esa idea cambia con el tiempo, obviamente, y puede ser cualquier cosa, menos una: nunca llega a ser el dinero por el dinero en sí: la obra no se vende y se nota cuando eso pasa; 4) desde mi formación literaria agregaría que su mensaje no puede ser obvio ni explícito, por un lado porque ni siquiera él mismo sabe cuál es su mensaje, y por otro lado, porque aunque lo supiera, no podría hacer nada ni para detenerlo ni para fomentarlo (Heidegger decía que el pensamiento fundamental de un pensador era su pensamiento sin pensar, qsy, era Heidegger); 5) el artista integral no se debe a su público, más bien enfrenta al público, lo obliga a cambiar, cosa que al público, conservador nato, no le gusta nada —a mediados de los noventa Charly renunció a las dos generaciones de argentinos que él había formado con su música, y extrañamente reconectó con los nuevos adolescentes y jóvenes de ese momento histórico.
¡Morir sí, envejecer jamás!
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¿Qué significan las pinturas de Charly? Sobre esto tampoco tengo muchas ideas. Voy a dar un sentido que se me ocurre ahora. Yo creo que las pinturas de Charly García exhiben desde otra perspectiva las… ¿cómo llamarlo?… las contradicciones o las tensiones que ni la música ni las drogas pudieron resolver. Acá ya estoy diciendo otra cosa, además: estoy diciendo que en Charly el whisky y las drogas no son el acabose del genio ni una evasión de la realidad, son o suponen búsquedas… búsquedas tan logradas como sus años de conservatorio, sus excentricidades mediatizas y sus noches en vela… búsquedas que van más allá del yo y la voluntad —la sociedad instituida puede leer acá una especie de apología de la droga y el alcohol, pero es una mala lectura, es una lectura limitada. En sus pinturas, esas búsquedas y contradicciones están “resueltas”. Pongo entre comillas “resueltas” porque son cuestiones que, por supuesto, nunca se terminan de resolver. Charly García encontró en la pintura una manera propia y singular de consumar esas ideas que no podía canalizar por la música o evitar convertirse en un cuadro. No estoy diciendo que dejó de ser músico para volverse pintor, obviamente. Digo nada más que su pintura exhibe tanto como su música el estado anímico de Charly García en un momento determinado de su vida, y que no sólo falta analizar, falta también considerarla parte de su obra.
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En mi modesta opinión, su carrera de pintor alcanza su momento más alto en el recital que da en el Teatro Colón en el año 2013, la coda domesticada de una vida en ebullición. En verdad no es en el recital ni en el programa que repartían ese día en el teatro (un cuadernito negro muy prolijo), sino en el libro que publicó la editorial Planeta. Como el concierto, el libro también se llama Líneas paralelas (artificio imposible). Allí declara dos influencias, Dadá y Merz. En sus páginas vemos desplegado todo el arte del rayón, la mancha, la fotografía intervenida, el collage con fotos de películas, la escritura de comentarios y canciones mezclándose con la figuración y los colores salvajes que ponen en peligro la inteligibilidad de la imagen y del texto verbal —algo parecido sucede en el cd Random, por ejemplo, donde también las pinturas están atribuidas a Charly García. De hecho, el editor se excusa diciendo que así son los artistas, imprevisibles, incontrolables… y que para Charly García, si algo no se entiende, bueno, que no se entienda. He aquí la idea pop articulando toda la obra. Hay que entender que no todo puede entenderse. Para colmo, el cuaderno original se quemó con la estufa mientras estaban tratando que la pintura se secara. Lo salvaron de casualidad, aunque algunas hojas están chamuscadas.
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Cuando Charly García decide llamar a su presentación en el Colón Líneas Paralelas es muy posible que esté pensando en las dos líneas que en ese momento marcaban su vida: la música y la pintura, los sonidos y los colores, la vida y la obra. ¿No decía acaso Deleuze que la vida son flujos de líneas que se cruzan, se ensanchan, se adelgazan o no se tocan hasta que estallan? Si el 80 % de nuestra naturaleza es agua, el 99 % de nuestros perfiles son líneas. De hecho, hay toda una elucubración en el libro sobre las dos líneas de luces rojas y azules que atravesaban la sala del Colón como si fuera la pista de despegue de una nave espacial, y que afectarían e influirían en los ánimos de los concurrentes: “Estas líneas son notas: Sol y Re. Dos notas (número insuficiente para formar un acorde base inamovible para la música que fue, es… ¿y será?)”, leemos en el libro. No está de más recordar acá una de las premisas de la filosofía SNM: “El disco (SNM) es como que no tiene acordes … El acorde que siempre uso yo, que no es un acorde, son dos notas. Y para hacer un acorde hacen falta tres notas”. Sabemos que desde SNM Charly García venía abandonando el acorde para privilegiar otra música fundada en la cuarta y la quinta, el ruido y “la pared de sonido”. Si bien Charly no provoca en la pintura la misma revolución que trató de desencadenar en la música, es posible pensar que su obra pictórica acompaña esta búsqueda destituyente de la tradición musical. Dan cuenta del mismo yo. Ojalá haya una exhibición de esa obra pictórica que, por ahora, conocemos de modo fragmentado y subalterno.
Fuente: Agencia Paco Urondo, bajo licencia Creative Commons.