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“No hemos hecho lo suficiente para investigar y perseguir el fraude científico”

Elisabeth Bik es una consultora independiente que se especializa en la detección de imágenes científicas manipuladas. En el último año, Bik se ha visto envuelta en uno de los mayores escándalos de la pandemia: el relacionado con la hidroxicloroquina, el medicamento que Donald Trump ensalzó como una solución para la covid. Hoy, aunque este fármaco ha sido descartado por los ensayos clínicos, la historia aún no ha terminado.


La hidroxicloroquina es un fármaco contra la malaria del que la mayoría de gente no había escuchado hablar antes de que llegara el SARS-CoV-2. Hoy es sinónimo de culebrón pandémico. Todo empezó con un polémico estudio publicado en marzo de 2020, primero en forma de prepublicación y luego en una revista en la que el propio autor era editor jefe. El proceso de revisión llevó menos de 24 horas. Su conclusión: que el medicamento curaba la covid-19.

Pocos días después, Donald Trump tuiteó el estudio y empezó a cantar las alabanzas del fármaco. Esto convirtió a la hidroxicloroquina —como otros tantos temas relacionados con la covid-19— en un asunto político con bandos extremos e irreconciliables. Su principal defensor, el investigador y coautor de la prepublicación que lo inició todo, Didier Raoult, se convirtió en una estrella científica en Francia y Estados Unidos.

Para complicar todavía más esta telenovela, un estudio publicado en The Lancet en mayo hizo pausar los ensayos clínicos con este fármaco al concluir que su uso se asociaba con una mayor mortalidad hospitalaria. Pero días después el trabajo era retractado al convertirse en el mayor escándalo científico de la pandemia. Nada de esto quería decir que la hidroxicloroquina sí funcionara: numerosos ensayos han descartado desde entonces su eficacia, el más importante de ellos el Recovery llevado a cabo en Reino Unido.

La consultora independiente Elisabeth Bik (Países Bajos, 1966), experta en perseguir fraudes científicos, ha formado parte de esta historia desde el comienzo. Como muchos otros, sospechó inmediatamente del estudio de Raoult y comenzó a indagar. Hoy es insultada en redes sociales por parte de los seguidores del científico francés y del fármaco, que atacan hasta su aspecto físico. Incluso, han llegado a publicar su domicilio en internet. Hemos conversado con ella sobre su trabajo…

—Usted es microbióloga de formación, ¿por qué empezó a perseguir el fraude científico?

—En 2013 encontré por accidente unas duplicaciones mientras hojeaba una tesis doctoral plagiada. Habían rotado una imagen para reutilizarla. Decidí ver si podía encontrar estos fallos en otros papers, porque pensé que igual tenía un talento que no conocía. Esa noche empecé a escanear un par de artículos de PLOS ONE y hallé más ejemplos. A veces nuestras vidas cambian por una coincidencia: si no hubiera encontrado nada ese día no me habría dedicado a esto. En 2014 cambié de carrera para dedicarme a buscar imágenes duplicadas.

—¿Es el fraude en ciencia más común de lo que creemos?

—Sí, yo sólo encuentro la punta del iceberg. Puedo ver si alguien usa el mismo Western blot [una una técnica analítica] para representar dos experimentos distintos en el mismo estudio, pero no si lo usa otra persona en otro paper. Eso sería imposible, no puedo recordarlos todos. Sólo detecto las duplicaciones que son muy obvias y, además, no puedo ver fraude en las tablas: si alguien se inventa los números y son realistas, no lo notaría.

“La mayoría de científicos son muy listos y hay muchas formas de cometer fraude que no serían detectables sólo mirando el paper. Por eso creo que el porcentaje real de mala conducta científica es mayor del 4 % que encontramos entre 20 000 trabajos que analizamos en un estudio. La mayoría de investigadores son honestos, pero no son inmunes y probablemente hay entre un 5 y un 10 % de fraude”.

—Pero, ¿es más común hoy o sólo lo buscamos más?

—Probablemente siempre ha estado ahí, pero ahora hay más presión sobre los científicos para publicar y eso aumenta las expectativas e incentiva estos comportamientos. Si Anton van Leeuwenhoek [precursor de la microbiología en el siglo XVII] hubiera tenido que publicar un paper cada semana, habría investigado de forma muy diferente. La ciencia es un proceso muy lento y, si aprietas para publicar un número de estudios al año, algunas personas recurrirán al fraude.

—¿Cómo empezó su relación con la hidroxicloroquina?

—En marzo de 2020 Trump tuiteó un paper científico por primera y última vez. Me pareció notable, así que le eché un vistazo. Me di cuenta de que había varios errores de diseño: la metodología no parecía correcta y los grupos eran diferentes. Quienes habían recibido hidroxicloroquina eran más jóvenes y habían sido tratados en otro hospital, por lo que no estaba claro si estaban tan enfermos como los que no habían recibido el fármaco. Tampoco si los grupos se habían aleatorizado: si eliges a gente más sana para recibir el tratamiento eso aumenta sus posibilidades de supervivencia.

—El estudio era pequeño pero, además, faltaban pacientes.

—Habían dejado fuera del estudio a seis pacientes que habían recibido hidroxicloroquina: tres empeoraron tanto que acabaron en la UCI, uno murió, otro tuvo efectos secundarios por la medicación y tuvo que dejarla; y el último abandonó el hospital, no sé por qué. Eso quería decir que al menos a cinco personas no les había ido bien con el tratamiento. ¡No puedes sacarlos del estudio sólo porque los resultados no son los que quieres! Eso es cherry-picking. Era un estudio muy pequeño y si hubiera incluido a esa gente los resultados habrían sido mucho menos favorables para la hidroxicloroquina.

“Había todo tipo de problemas con este paper, grandes y pequeños. Las fechas de aprobación de la revisión ética eran posteriores al comienzo del estudio. También decía que no se habían incluido niños, pero había dos o tres personas de doce años. Escribí un comentario con todo esto en PubPeer y me dijeron que había otros artículos problemáticos escritos por el mismo autor, Didier Raoult”.

—¿Sabía entonces que Raoult era un investigador controvertido?

—Lo conocía y sabía que es un autor muy prolífico, porque fui microbióloga antes. Me pareció que valía la pena investigar sus estudios. Empecé a mirar algunos de los 3 500 que ha publicado. Encontré varios ejemplos de erratas que probablemente eran honestas, pero también casos en los que parecía que había habido manipulación fotográfica.

“También encontré problemas con aprobaciones éticas. Pregunté sobre estos y otros problemas que localicé, y otras personas añadieron los suyos en PubPeer”.

—Hoy la hidroxicloroquina todavía es defendida en algunos círculos. ¿Cómo pudo haber llegado tan lejos un estudio tan pequeño y problemático?

—Los tuits de Trump marcaron la diferencia. Tiene una enorme influencia y la mayoría de gente no sabe leer ciencia de forma crítica, por lo que sigue a su líder. Muchos empezaron a usar la hidroxicloroquina como medida preventiva porque Trump dijo que estaba usándola, aunque el estudio decía que se usaba para mejorar pacientes, no para evitar infecciones. Eso fue extraño y causó problemas porque hay personas que sí deben tomarla y se quedaron sin el fármaco porque había mucha gente sana comprándolo. También hay muchísima desinformación en redes sociales y en algunos medios poco fiables, tanto en Estados Unidos como en Francia. Es increíble lo rápido que se extienden estas cosas.

—Irónicamente, la hidroxicloroquina también ha estado implicada en otros estudios fraudulentos que aseguraban lo contrario, como el publicado y retractado por The Lancet.

—Desde entonces, muchos estudios han mostrado que no funciona y un par que sí, incluyendo los del laboratorio de Raoult. Tiendo a no tomar muy en serio esos artículos hasta que han sido revisados porque podrían estar llenos de errores, aunque la revisión por pares no sea garantía como vimos con el paper de The Lancet. Todo esto es muy complicado para la audiencia general: la gente tiende a creer lo que quiere creer y no aquello que no encaja en su narrativa. Sin embargo, hay muchos estudios que prueban que la hidroxicloroquina no tiene efecto alguno.

—Se han realizado más ensayos con la hidroxicloroquina que con ningún otro fármaco. ¿Se ha perdido tiempo y recursos por culpa de este culebrón?

—Todos estábamos dispuestos a creer que era la revolución. Yo era algo escéptica sobre el pequeño estudio de Raoult, pero parecía que merecía ser investigado. Aunque hagas un estudio con cuarenta personas con errores, si parece prometedor vale la pena continuar si estás en una situación como la de marzo de 2020, con gente muriendo en hospitales llenos, sin idea de cómo tratarla. Fueron tiempos de grandes incertidumbres y pánico y había que investigar cualquier pista.

—¿La han demandado?

—Todavía no. Han cumplimentado una queja al fiscal de Francia, que tiene que decidir si es válida y si hay evidencias. Esto puede llevar meses. Sé todo esto por periodistas que me lo han confirmado, porque todavía no se me ha informado oficialmente. [Según informó Cathleen O’Grady en Science, habrían presentado una denuncia contra Bik ante la fiscalía francesa].

Captura de pantalla de la controvertida prepublicación sobre la hidroxicloroquina de Didier Raoult. En verde, comentarios en la plataforma PubPeer sobre el estudio.

—¿Es la primera vez que le pasa algo así?

—He recibido otra queja. Es un maestro qigong de China que asegura que puede irradiar células cancerígenas con energía y matarlas a siete kilómetros de distancia. No es muy científico, si yo tuviera esos poderes los usaría desde el aparcamiento de los hospitales. Planteé algunas cuestiones y no voy a retirarlas, así que veremos cómo acaba eso. Es inquietante, estresante y da miedo, pero de momento no me están denunciando.

—Últimamente ha sufrido mucho acoso en redes sociales, donde la insultan incluso a nivel personal. ¿Cree que la han atacado más por ser mujer?

—Sólo puedo especular, pero creo que a algunos hombres poderosos no les gusta ser criticados por mujeres.

—¿Se ha sentido sola al no tener una universidad o empresa detrás que la respalde?

—Me sentí muy sola desde septiembre, cuando empezó el acoso por Twitter, hasta que peticiones independientes comenzaron a apoyarme. Ha marcado la diferencia saber que hay otras personas que están de acuerdo conmigo y mi trabajo y que han firmado porque creen que lo que hago debería discutirse entre científicos.

—¿Hacemos suficiente para investigar y perseguir el fraude científico?

—No. Yo intento mejorar la ciencia y su integridad y me frustra la falta de respuesta. Cuando encuentro algo que puede ser fraude alerto a la revista o a la institución y ellos deciden, pero muchos ignoran esos correos o responden tarde. Hace unos días me informaron de que un paper que reporté en octubre de 2015 acaba de ser retractado. Ha llevado cinco años y yo lo vi en cinco minutos. ¿Por qué tiene que tardar tanto tiempo? Es frustrante.

—¿Debería haber más organismos que vigilaran estos comportamientos?

—Por un lado, estoy de acuerdo, pero yo puedo hablar porque soy independiente. No debo preocuparme por arruinar mi reputación. Si trabajara como científica y llamara la atención a una revista de alto impacto, arruinaría mis posibilidades de publicar ahí. Como no tengo que dar cuentas a nadie, ser amigable ni perdonar a mis compañeros, puedo decir mucho. Los académicos están conectados en su campo, se conocen todos, quedan en los congresos, trabajan juntos. Cuando alguien es acusado de mala conducta, pero es colega del editor jefe y del decano de la universidad, es muy difícil hacer algo. Por eso no sé si organizaciones grandes lo harían mejor, tal vez haya que dar un paso atrás.

“De hecho, ya hay organismos que lo podrían hacer mejor, como la Oficina de Integridad de la Investigación de Estados Unidos. El año pasado sólo reportaron un caso, cuando yo les envío unos veinte al año y nunca me contestan. Sospecho que recibirán cientos de otras personas, pero solo investigan uno. Creo que podrían hacer mucho más y castigar a la gente que de verdad comete fraude”.

—¿Favorecen las jerarquías científicas estos comportamientos?

—He escuchado demasiadas historias en las que científicos jóvenes y ambiciosos, pero también honestos, ven cosas que están mal. Si dicen algo, como las jerarquías son tan fuertes en ciencia, son ellos los que tienen que abandonar la academia mientras que los más mayores, que cometen el fraude o empujan a otros para que lo hagan, permanecen. Por desgracia lo vemos también en otras profesiones.

—¿Han ayudado plataformas como PubPeer y las redes sociales a combatir estos comportamientos?

—Sí, porque permiten a la gente compartir preocupaciones de forma anónima. Hay similitudes con el movimiento #MeToo en el que las redes sociales están empezando a marcar la diferencia a la hora de exponer estas historias y, esperemos, cambiar las cosas. Su influencia es positiva porque estamos perdiendo a mucha gente buena y con talento porque no pueden combatir al sistema.

—¿Ignoran medios y gobiernos estas historias?

—De nuevo trazo pararelismos con el movimiento #MeToo, en el que alguien poderoso y respetado que ha hecho mucho bien en su comunidad de repente es un acosador sexual. ¿Qué haces cuando alguien a quien admirabas resulta que no es tan admirable? No podemos ignorar lo que ha hecho, pero psicológicamente es difícil tenerlo en cuenta. En ciencia pasa algo similar con gente que trae mucho dinero o ha hecho grandes descubrimientos y se descubre que ha acosado o cometido fraudes.

—¿Cómo lidiar con todo eso?

—La mejor respuesta sería que las sociedades científicas les retiraran premios o dijeran que ya no pueden ser miembros. Hay un caso reciente de un astrónomo que ha sido expulsado de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos por acoso sexual. Ser miembro es un gran logro y ser expulsado hace mucho daño. Es bueno que estas organizaciones decidan que, pese a tus contribuciones pasadas, algo así es suficiente para retirarte la membresía.

—¿Qué es lo peor que ha visto en su carrera?

—He visto 4 000 casos y al menos un centenar fueron muy memorables porque el Photoshop era muy obvio. Por ejemplo, ver una célula clonada diez veces. Ves la foto y piensas: “¿Cómo puede ser que nadie se diera cuenta durante la revisión? ¡Es tan evidente!”. Y aun así los reportamos y ahí siguen. No sé si lo peor que he visto es un paper con Photoshop o la falta de respuesta de las revistas. Hay un estudio en Science que me enfada mucho porque es muy obvio y ni lo retractan ni me contestan.

—Los investigadores ‘pillados’ suelen decir que la imagen ha sido modificada por cuestiones prácticas, pero que los datos y la ciencia que hay detrás son correctos.

—[Ríe] Es cierto. Me desconcierta cuántos autores dicen eso. “Sí, usamos Photoshop o reusamos cinco imágenes, pero las conclusiones no se ven afectadas”. Cada imagen de un paper son datos representados. Son la prueba de que hiciste algo que describes en el texto, de que el experimento salió como dices. Si enredas con las imágenes los resultados sí se ven afectados.

—¿Cree que la ciencia realizada durante la pandemia ha sido peor?

—En la pandemia los científicos lo hicieron lo mejor que pudieron. Sí, ha habido papers flojos y apresurados, pero es lo esperable en una situación de pánico en la que todos esperan una respuesta y puede que no tomes las mejores decisiones. La buena ciencia necesita hacerse despacio y no era un buen momento. Sin embargo, no diría que ha sido lo peor que ha pasado, porque he visto estudios realmente malos que no tenían nada que ver con la pandemia.

Fuente: agencia SINC.

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