A Cíane
El verano habrá llegado a Atenas cuando tus ojos puedan deslizarse por estas palabras, tú, quien me criaste.
Pericles lucha en la trampa que se tendió a sí mismo. Él proclamó la ley en contra de que los atenienses desposen extranjeras… y yo nací en Samos, en Mileto. Por lo tanto él se ha granjeado enemigos, no sólo porque ha transgredido leyes atenienses sino porque repudió a una mujer de Atenas por vivir junto a una extranjera.
Hetaira, perra de Mileto, erina instigadora de guerras, sus detractores me nombran así para atacarlo a él. Intentan disminuir sus logros políticos, minimizar su poder a pesar de que les ha demostrado su sapiencia al gobernar. ¡Si esos infelices supieran que, cuando Pericles los deja sin palabras en el ágora, soy yo quien los deja mudos! Esos necios que serían capaces de argüir hasta con el divino Caronte me difaman porque estoy al lado de él, no detrás, no a su sombra como ellos acostumbran tener a sus mujeres de hermosos peplos.
A mi padre Axionos debo la fortuna de haber cultivado el talento y el ingenio, él dice que a mi madre debo mi belleza.
¿Debo desperdiciar esos dones porque los hombres sin seso están atrapados en su propia inopia? ¡No lo haré! Y aún menos dejaré de beber el conocimiento que destilan las palabras de Sócrates y Jenofonte, los saberes de Fidias y Alcibíades.
Ha llegado hasta oídos de Pericles que intentan acusarme de impiedad, de pecar contra los dioses y contra los hombres. Los dioses nada tienen que ver, pues ellos me han dotado de estos preciados talentos, son los últimos que no desean ser cuestionados, que bizquean de furia porque incluso las atenienses de brillante cuna acuden a mí para que las instruya en la oratoria, y las artes amatorias. ¡Qué las moiras se los lleven!
Así, pues, Cíane, mi madre de leche ruega por mí ante los dioses y que ellos desciendan sobre su sueño.
Que el divino Hermes pueda hacer llegar este mensaje, harto extenso, a tus manos.
Salud.
Aspasia
Atenas V aC