La destrucción de los ecosistemas no es solamente una mala noticia para el planeta, también lo es para la salud humana. La aparición de la epidemia de covid-19 en 2020, supone otra manifestación de la proliferación de zoonosis, las enfermedades de los animales que se transmiten al hombre.
En 1997 estuve investigando en Borneo los incendios incontrolados que devoraban desde hacía meses grandes extensiones de bosques tropicales vírgenes. Un intenso episodio del fenómeno climático El Niño había provocado una espantosa sequía y una espesa niebla amarillenta cubría gran parte de Indonesia, Malasia y de regiones vecinas.
Parte de los bosques mejor preservados y de mayor diversidad biológica del planeta estaban en llamas, poniendo en peligro la vida de miles de especies de plantas, aves y animales tan singulares como el orangután. El cielo se había oscurecido, la temperatura había bajado bruscamente, los árboles ya no florecían, los cultivos se marchitaban y millones de personas se encontraban perjudicadas por graves afecciones respiratorias.
Cuando meses más tarde las lluvias del monzón apagaron los incendios, una inexplicable enfermedad mortal se declaró a centenares de kilómetros de los bosques carbonizados en Malasia, cerca de la ciudad de Sungai Nipah, al oeste de Kuala Lumpur. En esa región se criaban decenas de miles de cerdos cerca de plantaciones de mangos y durianes. Los cerdos, primero, y muchos habitantes del lugar, después, empezaron a sufrir por un motivo desconocido convulsiones y fuertes jaquecas. Para impedir la propagación de esa nueva enfermedad sumamente contagiosa fue necesario sacrificar centenares de miles de cerdos, antes de lo cual hubo que lamentar la muerte de 105 personas.
Tuvieron que pasar seis años para que especialistas en ecología de enfermedades emergentes encontraran el vínculo entre el incendio de los bosques de Borneo y la epidemia de las granjas porcinas de Malasia. En 2004 se supo, por fin, que algunas especies de murciélagos frugívoros que viven normalmente en los árboles con flores y frutos de Borneo se vieron obligados a emigrar en busca de alimento tras los incendios de 1997.
Los murciélagos, portadores de virus
En su huida, esos murciélagos llegaron hasta Sungai Nipah donde se les vio suspendidos de árboles, desde los que dejaban caer restos de la fruta que consumían en los corrales de cerdos situados debajo. Bien es sabido que los murciélagos son portadores de virus, como el del ébola o el de Marburgo, que han dado lugar a la aparición de enfermedades letales en África. En el caso de Malasia, los científicos descubrieron que portaban el virus Nipah, y que lo transmitieron a los cerdos en sus frutos y su orina.
El virus Nipah es sólo una de los cientos de enfermedades animales, o zoonosis, transmitidas a los seres humanos en el último medio siglo. Resulta cada vez más evidente que la transmisión de virus al hombre es en gran parte consecuencia directa de su acción devastadora en la naturaleza, habiéndose cifrado en un millón el número de especies vivas actualmente en peligro de extinción.
“Cuanto más destruyamos la naturaleza, más riesgo habrá de que aparezcan enfermedades temibles como la covid-19”, dice Kate Jones, catedrática de ecología y biodiversidad del University College de Londres. Según ella, hay una gran coincidencia entre las enfermedades infecciosas emergentes y la destrucción de la diversidad biológica por culpa de las actividades humanas.
Algunas de ellas son de las más letales padecidas por la humanidad en su historia: el sida, el ébola, la fiebre hemorrágica de Marburgo, la fiebre de Lassa y la viruela de los monos (originarias de África), la fiebre hemorrágica por virus Machupo, la enfermedad de Chagas y el síndrome pulmonar por hantavirus (originarias de América Latina), la infección por virus Nipah, surgida en Asia del Sudeste; la infestación por virus Hendra, aparecida en Australia; el síndrome respiratorio por coronavirus de Oriente Medio (MERS-CoV), identificado en Arabia Saudita; y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) o la enfermedad provocada por el coronavirus (COVID-19), aparecidos en China. Algunas de estas enfermedades, como el ébola, guardan relación con la deforestación y otras, como la enfermedad de Lyme, se deben a la extensión de los centros urbanos por terrenos recién desbrozados. Un gran número de ellas podría tener su origen en las actividades cinegéticas, la comercialización de animales salvajes y la cría intensiva de animales domésticos.
Deforestación a gran escala
“La pérdida de biodiversidad desempeña una función cada vez más importante en la aparición de algunos de estos virus”, explica Kate Jones. “Entre los factores causantes de la pérdida de la biodiversidad y el surgimiento de nuevas enfermedades, cabe destacar la deforestación masiva, la degradación y fragmentación de hábitats de especies vivas, la agricultura intensiva, el comercio de animales y vegetales, los hábitos alimentarios humanos y el cambio climático antrópico. Hoy en día, dos tercios de las enfermedades infecciosas emergentes provienen de la fauna salvaje”.
Sean O’Brien, director general de NatureServe, una ONG de expertos científicos sin fines de lucro con sede en Estados Unidos cuyos investigadores trabajan con organismos de preservación de la biodiversidad, subraya que “el factor causante de las enfermedades emergentes no es la pérdida o disminución de la diversidad biológica, sino la interacción del ser humano con ésta”.
Y lo explica así: “La frecuencia de los contactos entre la fauna salvaje y el hombre (y por consiguiente el riesgo para éste de contraer enfermedades desconocidas hasta ahora) aumenta con la agricultura intensiva, y más concretamente con el desbroce de terrenos para extender los cultivos y la ganadería. Así, propiciamos el agrupamiento de animales salvajes que normalmente habrían permanecido distanciados entre sí creando eslabones anómalos en una cadena susceptible de transmitir la enfermedad (probablemente incapaz de infectarnos directamente) al ser humano a través de otra especie animal”.
Ecosistemas perturbados
Investigador jefe del Cary Institute of Ecosystem Studies de Millbrook, en Nueva York, y especialista en el estudio de los brotes de patologías como la enfermedad de Lyme en ecosistemas deteriorados, Richard Ostfeld afirma que “los agentes patógenos circulan en sus anfitriones de la fauna salvaje, y algunos pueden infectar en muy raras ocasiones al hombre. Pero si éste deteriora o destruye los hábitats naturales se produce un cambio espectacular en la fauna”.
Ostfeld explica que “algunos de estos organismos anfitriones, como los roedores, y a veces los murciélagos, pueden ver sus poblaciones aumentar correlativamente a medida que sus predadores y competidores son cazados. La pérdida de biodiversidad aumenta la tasa de contacto entre las especies portadoras y los humanos, lo que incrementa los riesgos de transmisión de enfermedades infecciosas”.
Carlos Zambrana Torrelio, vicepresidente asociado para la conservación y la salud de EcoHealth Alliance e investigador del Herbario Nacional de Bolivia, estudia los vínculos entre la biodiversidad y las actividades humanas en el marco del Convenio sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas y señala que “la actual pandemia provocada por el coronavirus no es la primera patología de gran mortandad causada por animales salvajes. Los primates transmitieron al hombre el VIH y los roedores el hantavirus y el virus Machupo causante de la fiebre hemorrágica boliviana”.
Más especies, menos enfermedades
¿La pérdida de biodiversidad incrementa o disminuye el número de virus transmitidos a la especie humana?
Lógicamente una mayor riqueza de biodiversidad debería acarrear mayor circulación de virus y agentes patógenos entre los animales y, por consiguiente, más posibilidades de que se transmitan al hombre. Sin embargo, múltiples estudios demuestran que cuanto mayor es el número de especies vivas menos enfermedades hay, y que una diversidad biológica floreciente tiene un efecto protector en las especies que evolucionan juntas. Solamente cuando se altera un sistema natural se transmiten virus como el coronavirus y el virus del Ébola.
Especialista en ecología de enfermedades infecciosas emergentes del Bard College de Annandale, de Nueva York, Felicia Keesing ha estudiado en ecosistemas de todo el mundo doce enfermedades, entre las que figuran la fiebre del Nilo Occidental y la enfermedad de Lyme, y siempre ha podido comprobar que la prevalencia de las enfermedades aumentaba con la pérdida de biodiversidad.
Los animales domésticos amontonados en hábitats con escasa biodiversidad también pueden propagar nuevas enfermedades, según Eric Fèvre, titular de la cátedra de veterinaria de enfermedades infecciosas de la Universidad de Liverpool. “Los animales criados en régimen de ganadería intensiva son a menudo el producto final de una pérdida de biodiversidad. Al seleccionar las mejores vacas, cerdos o pollos, el hombre crea vastas poblaciones de animales que a menudo viven en condiciones de cría intensiva y que son muy similares en el plano genético. Esto conlleva el riesgo de que surjan enfermedades porque cuando esas poblaciones genéticamente uniformes son vulnerables a una enfermedad, ésta puede propagarse rápidamente”.
Este punto de vista lo apoya un estudio de cuatro años de duración realizado bajo la dirección de Christine Kreuder Johnson, responsable de un centro de investigaciones del One Health Institute, perteneciente a la facultad de veterinaria de la Universidad de California-Davis. Dicho estudio pone de manifiesto que los virus más peligrosos para el hombre son los de los animales que caza y cuyos hábitats destruye.
“La consecuencia de esto es que comparten sus virus con nosotros. Cuando convergen múltiples factores por un azar desafortunado se genera el tipo de desastres que sufrimos actualmente. Al quebrar las barreras naturales entre las especies vivas y al destruir la biodiversidad hemos abierto las puertas a la irrupción del virus causante de la pandemia de covid-19 y, potencialmente, a muchos otros virus y agentes patógenos”, sentencia.
John Vidal.
Escritor, periodista y antiguo cronista de medio ambiente del diario británico The Guardian.
Reportaje publicado originalmente en El Correo de la UNESCO; reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.