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Goya, un artista avanzado a su tiempo

Hablar de Francisco de Goya es hablar de uno de los grandes pintores de la historia del arte; en este 2023, se cumplen 195 años de su fallecimiento

Septiembre, 2023

Dossier. Aunque siempre parece que todo esta dicho, la figura de Francisco de Goya regresa una y otra vez. Ahora que se cumplen 195 años de su deceso, hablemos de él. “Goya, ¿precursor del fotoperiodismo?” Para María Santos-Sainz, una lectura política y periodística de las últimas obras del pintor nos permite comprender su gran modernidad. Por otra parte, Juana María Anguita Acero y Francisco Javier Sánchez-Verdejo nos entregan “Cuando Goya plasmó las angustias del gótico”; en el texto apuntan: más allá de la exaltación de lo fantástico, los fantasmas, lo lúgubre, lo sublime, Goya plasmó la teoría literaria del gótico en El sueño de la razón produce monstruos. Finalmente, en “¿Qué mató a Goya?” Raúl Rivas González escribe: la causa de la muerte del pintor no está clara, pero es posible que varios factores contribuyeran a un deterioro que afectó también a su arte.


Goya, ¿precursor del fotoperiodismo?

María Santos-Sainz


En este 2023, se cumple el 195 aniversario de la muerte del gran pintor Francisco de Goya y Lucientes, nacido en el pequeño pueblo aragonés de Fuendetodos y fallecido en Burdeos el 16 de abril de 1828: una oportunidad para rendir homenaje a este artista que vivió en Francia los últimos cuatro años de su vida.

Exiliado voluntario, Goya abandonó Madrid en 1824 para huir del regreso del absolutismo de Fernando VII. Cuando llegó a Burdeos, con 78 años y completamente sordo, dibujó un autorretrato metafórico titulado “Aún aprendo” en el que revela su estado de ánimo. Los años de Burdeos fueron un periodo fructífero para el pintor, lleno de creatividad y de ganas de experimentar con nuevas técnicas litográficas. Fue una época en la que consolidó su libertad y autonomía creativa, centrada en sus deseos e inquietudes más personales, lejos de las encargos de la corte española.

La mirada de un reportero

Goya fue un gran artista que abordó todos los géneros pictóricos, pero que tuvo la mirada aguda de un fotoperiodista y supo observar y describir la sociedad y los acontecimientos de su tiempo. Sus dibujos pueden considerarse ilustraciones de prensa: con los Desastres de la Guerra, inventó el reportaje gráfico y participó en el nacimiento de un periodismo visual.

Estos dibujos sentaron un precedente en el género de los reportajes fotográficos de guerra a gran escala. Por ejemplo, el dibujo de la serie “Desastres de la guerra” titulado Estragos de la guerra aparece como la primera escena de un bombardeo sobre una población civil. Goya, como precursor del fotoperiodismo, nos ha dejado una colección iconográfica que anticipa toda la barbarie de las guerras venideras.

El artista se inspiró en la realidad que percibía con sus cinco sentidos, cualidad fundamental de todo buen reportero, como decía el periodista polaco Ryszard Kapuściński.

El arte realista que presenta Goya con la realización de los Desastres de la guerra o El 3 de mayo en Madrid requiere una excelente preparación, al igual que un buen reportaje, según Kapuściński: “Lecturas preparatorias, investigación sobre el terreno y reflexión a posteriori”.

El trabajo del reportero —como el del pintor— requiere el arte del discernimiento, como señala el reportero polaco: “Tengo que tener una mirada. Es una verdadera habilidad: saber seleccionar. A tu alrededor ves cientos de imágenes, pero sabes que son inútiles, tienes que concentrarte en lo que pretendes mostrar. La imagen en el lugar correcto”.

Goya lo hace en particular con El 3 de mayo en Madrid, traduciendo un pensamiento fotográfico que resume la larga narración de la guerra en un encuadre magistral. Una imagen que se acerca a la famosa foto de Robert Capa Muerte de un miliciano, publicada en la revista Life en 1937.

El 3 de mayo en Madrid o Los fusilamientos, obra de Francisco Goya. / Museo del Prado.

El reportaje “historiográfico” con el que se asocia a Kapuściński se aproxima a la pintura en su dimensión visual, con la descripción de escenas, imágenes y detalles que construyen la narración. Con su mirada independiente, Goya denuncia las atrocidades de ambos bandos, como lo haría un reportero imparcial. El gusto de Goya por el reportaje gráfico en forma de dibujos sigue siendo evidente en la etapa de Burdeos en su singular “Tratado de la violencia”. Aquí, Goya muestra a hombres encadenados y a personas que son ejecutadas, por ejemplo en su serie sobre la guillotina. En el dibujo 161 del Álbum G de Burdeos, titulado El perro volante, se ve un perro agresivo que sobrevuela una ciudad como una máquina de matar.

El perro asesino lleva en su lomo un libro en blanco con los supuestos nombres de los promotores de esta cacería orquestada. Es una alegoría de la violencia de un Estado represivo. Una visión fantástica, ciertamente, pero hoy menos, con la invención de los robots asesinos. El perro evoca la videovigilancia, pero también los drones que nos acechan las 24 horas del día. Visionario, Goya explora libremente una serie de amenazas que se han convertido en realidades en nuestras sociedades contemporáneas, y anticipa fenómenos omnipresentes en el siglo XXI.

El perro volante, de Francisco de Goya / Museo del Prado.

La obsesión por la actualidad

En Burdeos, se convirtió en el cronista de la ciudad. Al final de su vida, pintó para sí mismo, por placer, para denunciar, sin limitaciones ni autocensura. Se liberó y se alejó de lo políticamente correcto. Este cambio ya había comenzado con la publicación de la serie “Caprichos”. Sus historias se asemejan a los cómics documentales actuales. Yendo más allá, en una transposición temporal anacrónica, uno podría imaginar a Goya publicando sus ilustraciones para Charlie Hebdo. Pone sus dibujos al servicio de una historia contundente, mediante narraciones episódicas y siempre con un breve pie de foto, en un enfoque muy periodístico.

La ironía, la sátira, el sarcasmo, lo grotesco, son los recursos que Goya utiliza para reforzar su relato visual. Sus obsesiones, sus miedos, sus monstruos son también los nuestros. Parecen emanar de nuestro tiempo. Denuncia el oscurantismo de su tiempo, inmortalizado por el famoso dibujo El sueño de la razón produce monstruos.

Sus Álbumes G y H, realizados en Burdeos, nos muestran a un Goya interesado en la vertiente popular de la ciudad. Está atento a lo invisible, a los olvidados. Goya, después de haber estado al servicio de los que hacen la historia como pintor de la corte y de los poderosos, acaba defendiendo la causa de “los que sufren la Historia”, como afirmó Albert Camus en referencia a la misión del arte y al papel del escritor en su famoso discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura.

Dibuja a los marginados, los locos, los pobres, las prostitutas, los precarios, los abandonados de la sociedad. Denuncia la pena de muerte, la desigualdad, los excesos de la religión, la ignorancia y la corrupción.

Más allá de su legado artístico, Goya es autor de una reflexión moral y filosófica sobre el comportamiento humano que sigue siendo muy actual. El pintor es un icono de la modernidad por su defensa de la libertad, la razón, la justicia social y la igualdad. Su personalidad cívica e intelectual merece ser explorada en mayor profundidad. El historiador de arte alemán Fred Licht, especialista en Goya, escribió con razón en 1979: “Cualquiera que haya visto, aunque sea de forma superficial, los periódicos del último medio siglo ha comprobado que Goya ilustró hace más de 150 años las noticias más significativas”.

Si sus imágenes nos conmueven hoy, es porque encontramos en ellas el eco, e incluso la explicación, de acontecimientos recientes, muy posteriores a la muerte del pintor.

Mal marido, obra de Francisco de Goya. / Museo del Prado

Intérprete de la angustia

Con toda su fuerza, Goya trató de comprender el comportamiento, las actitudes y los gestos humanos ante la historia y de representarlos de la manera más veraz y factual, como un verdadero reportero que se ocupa de los hechos. La verdad que busca es la de las pasiones, el amor, la violencia, la guerra, la locura y la injusticia. Uno tiene la impresión de que estos dibujos fueron concebidos para ilustrar los males de nuestro tiempo. André Malraux, en su libro Saturno, ensayo sobre Goya (1950), lo llamó “el mayor intérprete de la angustia que ha conocido Occidente; cuando un genio encuentra la canción profunda del mal…”. Goya nos revela la parte invisible del mundo.

Como dice Susan Sontag: “Las imágenes de Goya acercan al espectador al horror”. A veces, el artista se inspira en los reportajes, otras veces en el testimonio directo, como un verdadero reportero. Pero es siempre la búsqueda de la verdad lo que determina sus fuentes de inspiración: se trata de dar testimonio, de alertar, de denunciar, de advertir.

La obra de Goya contiene las semillas del tormento revolucionario del arte moderno. En su concepción del arte, el pueblo desempeña un papel central: encarna al pueblo en la historia. Representa, como nadie lo ha hecho, la entrada en escena del fanatismo de las ideas, de la multitud, de la masa en acción, es decir, el advenimiento del populismo. Su sesgo es el de un editorialista que escribe con imágenes y señala las disfunciones de la sociedad con sus pies de foto. El cineasta Luis Buñuel dijo de Goya: “El pintor debe leer el mundo para los demás, para los que no pueden leer el mundo…”.

La estancia de Francisco de Goya en Burdeos le permitió recuperar la alegría de vivir. Su testamento, como símbolo de esperanza, se encuentra en su última obra, que muestra una escena de la vida cotidiana: una joven trabajadora modesta, delicada y soñadora. Un cuadro con acentos impresionistas que prefigura una nueva era en el arte pictórico.


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Cuando Goya plasmó las angustias del gótico

Francisco Javier Sánchez-Verdejo Pérez / Juana María Anguita Acero


Hacia 1740 comenzó a desarrollarse un marcado cambio en la sensibilidad literaria occidental, que canalizó su forma de expresión en novelas como El castillo de Otranto (1764), considerado el texto inaugural del terror gótico. Cuando Horace Walpole la escribió, lo hizo con la intención de explorar y revelar temas que siempre habían estado en la mente subconsciente colectiva.

Lo mismo ocurriría, como veremos, con la desbordante maestría de Goya.

La literatura gótica

Portada de la tercera edición de El castillo de Otranto, de Horace Walpole. Google Books/Wikimedia Commons

Los espectros y las espantosas y horripilantes apariciones se habían sucedido en la historia de la literatura: en el poema épico anglosajón Beowulf, en el demonio del folclore alemán Mefistófeles, en las tres brujas en Macbeth, el espectro del padre de Hamlet o la atmósfera de La tempestad —siendo estas tres últimas obras de Shakespeare.

Pero el siglo XIX vio nacer los grandes relatos de terror, tanto por el hambre sensacionalista del lector como por la atracción de los románticos hacia todo lo medieval. Como el arte gótico había sido el estilo artístico que se extendió por Europa occidental desde mediados del siglo XII hasta el siglo XVI, el término gótico se asociaba a esa época y a lo salvaje, lo bárbaro.

Cuando el Diecinueve se alzó contra el neoclasicismo, lo gótico proporcionó a la literatura escenarios en ruinas, manifestaciones sobrenaturales, crímenes misteriosos e incluso el lenguaje de los sueños. Estos elementos ayudaron a que los poetas y novelistas dieran los primeros pasos hacia lo irracional de la mente humana.

Resulta paradójico que la literatura gótica, tan inclinada a lo fantástico, naciera y alcanzara su esplendor durante el Siglo de las Luces, de la razón. No pocos estudiosos han visto en ella un espíritu de rebeldía, de transgresión de los rígidos moldes neoclásicos.

Pero si analizamos el fenómeno con detenimiento veremos que no se trata de su negación, sino muy al contrario, de su consecuencia: la actitud racionalista del hombre ante su entorno es la que permite, precisamente, el nacimiento de la literatura de terror.

Ese exceso de querer racionalizar todo, como apuntaría el filósofo británico Edmund Burke, llevaría a que la obsesión por lo racional deviniera en lo fantástico: ni todo puede ser exclusivamente fantástico, ni exclusivamente racional.

En un género literario estrechamente relacionado con las emociones primitivas, las narraciones terroríficas son tan antiguas como el pensamiento y el lenguaje. Los monstruos y seres sobrenaturales de la literatura gótica tienen su origen en la mente humana: la dualidad entre el bien y el mal, el miedo a lo desconocido, las leyendas clásicas… son versiones modernizadas de la serpiente del Edén o el mito de Prometeo.

Por eso el siglo diecinueve nos ofrece versiones variadas de la atmósfera del escenario gótico, desde Cumbres Borrascosas a Drácula, pasando por Frankenstein y El doctor Jekyll y Mr. Hyde, entre otros.

A la luz del gótico literario, el ser humano conoce un nuevo anonimato y alienación, intenta hallar su identidad, se centra en la permanente búsqueda de su otro. Tal invisibilidad y anonimato son una consecuencia de la expansión y el consiguiente auge y crecimiento desmesurado de las ciudades por la Revolución Industrial.

El 1 de mayo de 1851 tiene lugar la inauguración de la Gran Exposición de Londres, en donde se ejemplifica esa creación de la máquina por parte del hombre; máquina y ciencia se volverán virtualmente contra él. En este contexto, la máquina representa a su doble, un doble que llegará a suplantarle: obras como El hombre invisible de H. G. Wells hablan por sí solas acerca de esta problemática.

Capricho 45, Mucho pan hay que comer, Francisco de Goya. / Museo del Prado.

Características del gótico

En el gótico literario las historias se sitúan en paisajes montañosos o enormes bosques oscuros con alta vegetación que franquean ruinas ocultas de monasterios, castillos medievales con pasadizos secretos, prisiones, edificios llenos de habitaciones terroríficas, escaleras que no se sabe dónde conducen y cámaras de tortura…

Uno de los elementos más importantes del género fueron las sombras. El gótico se convirtió en la sombra que acechaba los valores neoclásicos. Metafóricamente hablando, la oscuridad amenazaba la luz de la razón. Las sombras, por tanto, marcaban los límites necesarios para la constitución de un mundo ilustrado e iluminado. La incertidumbre que proyectaban y generaban provocaba un sentimiento de misterio y unas pasiones y emociones ajenas a la razón.

La noche, consecuentemente, daba rienda suelta al reino de las criaturas maravillosas y alejadas de lo natural. Los atractivos de la oscuridad estaban entre las características más destacables de las obras góticas. Burke enumera la oscuridad como una cualidad y característica necesaria dentro de su estética de lo sublime.

Francisco de Goya

Y al calor de los sueños, la razón, lo sobrenatural, los monstruos… encontramos los Caprichos de Goya. Basta un rápido paseo por esta serie de 80 grabados para deleitarse con los inquietantes monstruos oníricos y fantásticos seres de la noche que en ellos aparecen: lechuzas, búhos, murciélagos, gatos y linces, entre otros.

El sueño de la razón produce monstruos es uno de los más conocidos, el capricho número 43, que también es un autorretrato.

Caprichos 43, El sueño de la razón produce monstruos. / Museo del Prado.

El artista, postrado sobre su mesa de trabajo, atrapado por el sueño y desposeído de la razón, se ve acechado por los monstruos de sus propias pesadillas. La idea de que el personaje es un artista se ve reforzada por la presencia de plumas, lápices y folios de papel, objetos que aluden a su trabajo. Algunos de los seres alados que le rodean, ocupando el centro de la composición, no se centran en el protagonista sino que miran al espectador. Goya nos obliga a convertirnos en participantes activos de la imagen: los monstruos de sus sueños también nos amenazan a nosotros.

El título de la impresión, estampado en la parte frontal del escritorio, posibilita varias lecturas: la imaginación, abandonada por la razón, produce monstruos imposibles. La razón es la luz que nos saca de la oscuridad de nuestro subconsciente y nuestros miedos.

Con este grabado, Goya se revela como una figura de transición entre el fin de la Ilustración y el surgimiento del Romanticismo. El artista sabe jugar magistralmente con la atmósfera del aguatinta para crear el aspecto fantástico de la imagen. Nada es secundario en su obra.

Goya no es solamente un pintor: es un filósofo, un conocedor del alma humana.


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¿Qué mató a Goya?

Raúl Rivas González 


Francisco José de Goya y Lucientes (1746-1828) es uno de los pintores más importantes de la historia. El autor produjo más de 1.800 obras de arte que van desde pinturas decorativas a retratos de nobles españoles y humildes trabajadores, lo que le ha valido la reputación de ser uno de los más grandes artistas de los tiempos modernos. En 1793 desarrolló una misteriosa enfermedad y las secuelas que le ocasionó provocaron que el carácter de la obra del pintor cambiara radicalmente. Así creó obras fabulosas, a veces oscuras y colmadas de dolor, que enriquecieron su legado. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué cambió Goya?

Retrato del pintor Francisco de Goya (1826), por Vicente López. / Museo del Prado.

Goya tenía complexión atlética y de joven siempre gozó de buena salud pero, alcanzada la madurez, su vida estuvo marcada por tres grandes e intensos periodos de enfermedad que horadaron el cuerpo y la mente del pintor con la contundencia con la que un cuchillo caliente corta un bloque de mantequilla.

El primer envite tuvo lugar durante el invierno de 1792-1793 y duró varios meses. En noviembre de 1792, Goya enfermó gravemente en Sevilla, a la edad de 47 años. Según recoge la correspondencia que Goya intercambió con su gran amigo Martín Zapater y Clavería, el pintor permaneció postrado en la cama durante dos meses.

Martín Zapater reprochó a Goya su falta de cuidado y de sentido común, aludiendo a la conocida promiscuidad del pintor, que podía haberle garantizado la ingrata compañía de una enfermedad venérea. En marzo de 1793 Goya mejoró mucho en varios aspectos: recuperó la vista, olvidó los mareos y empezó a moverse sin dificultad. Por desgracia, no todo fueron alharacas bienaventuradas, porque persistieron los ruidos en la cabeza y la malquerida sordera que llegó a la vida del pintor de la mano de la afección. Después de un tiempo, maldita sea la estampa, Goya comprobó que la enfermedad lo había dejado sordo.

A finales de 1819, Goya sufre otra cornada. Algunos autores sostienen que Goya padeció tifus. Por los síntomas es posible, aunque no está del todo claro. En esta ocasión fue atendido por el médico Eugenio García Arrieta, que era un especialista en enfermedades infecciosas.

El buen hacer de Arrieta salvó a Goya, quien agradecido pintó un óleo titulado Goya a su médico Arrieta, donde el pintor aparece autorretratado con aspecto alicaído, vulnerable, sombrío y casi agonizante mientras es sostenido con firmeza por su médico. En la parte baja del cuadro figura un epígrafe que declara el agradecimiento de Goya a su amigo Arrieta, y que versa:

Goya, agradecido a su amigo Arrieta: por el acierto y esmero con que le salvó la vida en su aguda y peligrosa enfermedad, padecida a fines del año 1819, a los setenta y tres de su edad. Lo pintó en 1820”.

Goya a su médico Arrieta, (autorretrato, 1820). / Wikimedia Commons / Minneapolis Institute of Arts.

El tercer y último empitonamiento inició andadura en 1825 cuando Goya desarrolló un tumor en el perineo y manifestó dificultades urológicas. El 20 de diciembre de 1825, Goya confesó a Joaquín Ferrer que todo le fallaba: la vista, la mano, la pluma, y que lo único que tenía en abundancia era fuerza de voluntad. Esta etapa finalizó con la muerte del pintor el 16 de abril de 1828.

En realidad, la causa del fallecimiento es desconocida. Según la información recabada de su correspondencia, en la que se describían los síntomas que sufrió, se apuntan diversas patologías. La parálisis de los nervios auditivos responsable de la sordera de Goya puede tener un origen sifilítico o tóxico. Sin embargo, no existe consenso al respecto, y la lista de potenciales causas de mortalidad incluyen el síndrome de Vogt-Koyanagi-Harada (VKH) —también conocido como síndrome uveomeníngeo—, el síndrome de Cogan, el síndrome de Susac, la sífilis, la malaria, la fiebre amarilla, el envenenamiento por quinina y el envenenamiento por plomo.

Sífilis y plomo

Es posible que la causa de la muerte fuera múltiple. Varios biógrafos recogen que Josefa, la mujer de Goya, tuvo 20 embarazos que concluyeron en mortinatos, término referido a cuando un bebé muere en el útero durante las últimas 20 semanas del embarazo. Esta circunstancia puede ser explicada como evidencia de la posible sífilis que sufría Goya, conseguida en las sesiones libertinas que tantas veces reprochó Martín Zapater y Clavería.

Los síntomas que mostraba Goya y que incluían pérdida de visión, audición, capacidad motora y cambios de comportamiento apuntan al desarrollo de un proceso de neurosífilis meningovascular. El hecho de que Goya sobreviviera muchos años con la enfermedad se explica por los posibles tratamientos mercuriales antisifilíticos que le administraron, y que le provocaron una supuesta encefalopatía mercurial.

El aquelarre o El gran cabrón, Francisco de Goya (1820-1823). / Wikimedia Commons / Museo del Prado.

Al envenenamiento paulatino y accidental con el mercurio hubo que sumar la compañía del plomo. Entre los siglos XVIII y XX era habitual que los pintores fabricaran sus propios pigmentos, algunos de los cuales contenían elementos tóxicos como el cadmio y el plomo. Goya no era una excepción y solía mezclar y moler él mismo los pigmentos que utilizaba, incluido el albayalde, un pigmento muy tóxico compuesto de carbonato básico de plomo que el pintor aplicó con profusión para obtener la famosa apariencia de luminosidad nacarada de algunas de sus obras.

La exposición baja al plomo puede provocar mareos, pero la exposición media y prolongada ocasiona neuropatías periféricas. La exposición alta al plomo es mortal y provoca trastornos hematológicos, intestinales y neurológicos. Parece probable que fuera responsable, o al menos partícipe, de la sordera y de las alteraciones en la conducta de Goya.

Aún aprendo, Francisco de Goya hacia 1826. / Wikimedia Commons / Museo del Prado.

Si no entramos al detalle, Goya fue un artista contradictorio. Junto con lo extraño y lo fantástico, pintó lo cómico y lo mundano; junto a la luz brillante, también apostó por la oscuridad. Los biógrafos han dividido el curso de la pintura de Goya en dos períodos definidos que están delimitados por el antes y el después de su enfermedad. El primero está caracterizado por la alegría y la luz; el segundo, por el horror y los fantasmas.

Es complicado vislumbrar con certeza qué fue lo que mató a Goya o qué patología le hizo perder la audición, pero lo cierto es que el pintor envejecido y sumergido en la enfermedad, cambió su percepción. Esto lo incitó a explorar temas únicos representados por imágenes morbosas y retorcidas, lo que se tradujo en una reforma de su pintura.

Así, en la última etapa de Goya surgieron las famosas pinturas negras, obras sombrías que representan la imperfección humana, los temores mundanales, la crueldad, la desesperación o incluso la demencia. Fueron engendradas por un artista enfermo y sordo y que con probabilidad estuvo atormentado por el sufrimiento psíquico que le ocasionó la combinación diabólica de la sífilis y el plomo.

[María Santos-Sainz: maître de conférences, Institut de Journalisme Bordeaux Aquitaine, Université Bordeaux Montaigne. / Francisco Javier Sánchez-Verdejo Pérez: departamento de Filología Moderna, Universidad de Castilla-La Mancha. /Juana María Anguita Acero: departamento de Didáctica, Organización Escolar y Didácticas Especiales, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia. / Raúl Rivas González: catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca. // Fuente: The Conversation. Textos reproducidos bajo la licencia Creative Commons.]

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