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Simplemente Quino (1932-2020)

El caricaturista argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón, conocido universalmente como Quino, autor de la chica más ácida y puntillosa de las historietas, Mafalda, falleció el pasado miércoles 30 se septiembre a los 88 años de edad. “Se murió Quino. Toda la gente buena en el país y en el mundo, lo llorará”, escribió en Twitter Daniel Divinsky, su editor y director del sello Ediciones de la Flor. Como en un acto reflejo, Internet se llenó de lágrimas y dibujos en honor del dibujante argentino. Y con justa razón: Quino —aunque latinoamericano— se convirtió en una de las personalidades más notables de la historieta universal, con un humor ácido que satirizaba lo mismo la política, el poder, las desigualdades sociales, la burocracia, la actualidad, el mundo moderno, y, claro, la vida misma. Dejamos aquí este homenaje a cuatro manos: con textos escritos por Maricarmen Fernández Chapou y Víctor Roura.


La gente ha perdido interés en la caricatura política: Quino

Maricarmen Fernández Chapou

Madrid, España / Es bien sabido que a Joaquín Salvador Lavado, Quino (1932-2020), no le gustaba hablar. Sus caricaturas sustituyeron sus palabras y, por eso, reunió en 528 paginas “lo mejor” de sus dibujos humorísticos: “Ellos hablan por sí solos”, dijo en su momento sobre Esto no es todo (Lumen), que muestra a un Quino ecléctico y diverso, pero que preserva su faceta crítica que siempre tuvo. Como un homenaje a su obra, se reproduce una de las pocas charlas que mantuvo sobre sí mismo, en 2001.

“La idea —contaba el argentino— era convocar a distintos editores, entre ellos a los españoles, argentinos, mexicanos y yo mismo, para seleccionar lo que se consideraban las páginas más logradas de mis libros ya publicados. Cada uno seleccionó las páginas que más les gustaban: la española Esther Tusquets eligió aquellas que tenían que ver con los animales; Daniel, el editor argentino, y su mujer, eligieron todo lo que fuera política, sociología y también bastante de música; yo elegí paginas que para mí eran imprescindibles y que no las votó casi nadie, algunas me aguanté que no se publicaran y otras dije bueno, pero si yo soy el autor, a mí me gustan, hay que meterlas. Y fue realmente un experimento muy interesante. Luego de la selección quedaron 528 páginas de muy diversos temas y personajes, y creo que ha quedado un libro muy bonito. A mí no me gusta hablar, así que para eso están estas páginas, para expresarme.”

No obstante, Quino recibió en aquel año el Premio Quevedo por parte de la Universidad de Alcalá de Henares, España, en reconocimiento a sus entonces 50 años de “humor y crítica”, y para presentar Esto no es todo, ocasión en la cual conversó con su público:

—Hay una tendencia del público a relacionar a los autores con sus personajes, ¿significa este libro una especie de revancha ante la permanente atención que reclama Mafalda?

—Sí, un poco. A mí me sorprende esta fijación que tiene la gente con Mafalda, mientras con otras tiras de humor que yo considero igualmente buenas y a veces mucho mejores, no le prestan tanta atención. Creo que es por del hecho de que Mafalda la hice durante diez años, es una familia que tiene nombres, es un personaje que se repite, en fin, los recursos del humor, sobre todo del viejo humor, que consiste en repetir los chistes hasta que la gente los conozca mucho. Es indudable que también de algunos compositores se conocen temas que se consideran mejor que su obra. Creo que es una cuestión inevitable.

“Sin embargo —continúa—, es cierto que en la época en que yo hacía Mafalda, yo me llegué a sentir mucho más cercano a la niñez en ese momento; me parece que ahora no podría plasmar tan bien la niñez. Además, lo que yo digo siempre es que si no hubiera dejado de dibujar Mafalda, a estas alturas sería una tira más de esas que uno lee por costumbre y hubiera dejado de sorprender, porque nadie puede mantener 50 años una tira.

“Yo no quería que mi historieta se transformara como estos boxeadores que terminan yendo por pueblecitos a luchar contra unos pobres desgraciados. Además, entonces yo tenía la mitad de años de los que tengo ahora, hoy mi visión del mundo es muy distinta y la Mafalda también sería muy distinta. La gente tiene nostalgia de aquella Mafalda porque creo que tiene nostalgia de aquella época también, en la que creíamos que los jipis iban a revolucionarlo todo, y aquello de la Guerra de Vietnam, el Che Guevara y todo eso. Y mira dónde quedó todo”.

Autorretrato.

—¿Cree que sigue habiendo lugar para la caricatura social y política?

—Creo que sigue habiendo humor gráfico de corte político en los periódicos y las revistas, pero cuando uno va a una librería y ve la parte de humor gráfico y uno pregunta por un libro, se encuentra con que generalmente no lo tienen. Me parece que ha decaído bastante el interés de la gente en esto. Es un fenómeno que se produce en todo el mundo; tan sólo quedan Bélgica y Francia, que son los bastiones de grandes sectores de cómics y de humor, pero en cuanto al resto me parece que ha decaído mucho.

—¿Cuáles son los temas que nunca trataría en una caricatura?

—Hay temas que nunca trataría, en efecto. Por ejemplo, la tortura. Tengo una bronca con Amnistía Internacional porque siempre me piden colaborar y yo me niego y les digo que: un tema tan dramático como la tortura, perdería gravedad. Desastres tan comunes en América Latina como los terremotos, tampoco…

—¿Y el sexo?

—Cuando yo llegué de mi provincia a Buenos Aires a recorrer editoriales me dijeron que religión, sexo, militares y curas, mejor del otro lado, entonces me ha quedado una cosa de autocensura con ciertos temas.

—Si Mafalda fue el reflejo de su tiempo, ¿hoy qué personaje elegiría como el más significativo según los tiempos que corren?

—Es que precisamente la libertad que me da no hacer un personaje fijo es esto, no tener un personaje fijo, sino cada semana hacer lo que se me ocurre y se me da la gana. Eso es lo que he tratado de hacer siempre, desde que empecé en el año de 1945; Mafalda duró sólo diez años. Aunque, pensándolo bien, si antes eran los niños, hoy creo que serían los viejitos despistados como yo…


§§§


Mafalda, su hija que nunca crece

Víctor Roura

1

Nacido el 17 de julio de 1932 en Mendoza, Argentina, Joaquín  Salvador Lavado Tejón publica, por vez primera —después de muchos rechazos e incluso una salida, en vano, de su tierra natal hacia Buenos Aires, en busca de una oportunidad que nunca llegó, pues los editores no le auguraban un camino exitoso en la caricatura—, una  página de humor sin palabras, en 1954 (¡a sus 22 años, ya a una edad muy avanzada, según su propia perspectiva!), en el semanario Esto Es.

Sin embargo, no es sino hasta una década después (el 29 de septiembre de 1964), a la edad de 32 años, cuando publica su tira Mafalda (como resultado de una estrategia publicitaria fallida), que lo llevaría, con prontitud, a la fama. La historieta se editaría por nueve años, pues su autor, mejor conocido como Quino, decide finalizarla el 25 de junio de 1973, y desde entonces la niña Mafalda es un mito, una personalidad difundida en todo el orbe, una niña sin edad, como Peter Pan, que le sobrevive incluso a su padre, fallecido el pasado miércoles 30 de septiembre a los 88 años de edad en su Argentina natal.

2

Umberto Eco dijo que Mafalda era “una heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no  quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres”.

Luego de haber realizado 1,968 tiras de esta impugnadora e impulsiva niña,  según el recuento del voluminoso libro Toda Mafalda  (Ediciones de la Flor, 1998, 658 páginas), Quino la desaparece.

“A diferencia de otros colegas suyos —apunta Sylvina Walger en uno de los prólogos del libro—, como Schulz, creador de Peanuts, que han hecho perdurar las tiras apoyándose en un equipo de guionistas y dibujantes, Quino se resistió siempre a perder el contacto personal con su creación. Jamás quiso adoptar esta modalidad de trabajo por considerarla no adecuada a su estilo, así como tampoco nunca ha utilizado un mecanismo particular de trabajo. Antes que nadie lo pudiera percibir, Quino supo que Mafalda había cumplido su cometido”.

3

Pero el argentino no había agotado su universo humorístico al abandonar a Mafalda.

En lo absoluto.

Quino continuó dibujando de la misma manera, diríamos entusiasta y frenética, como en sus primeros tiempos.

Su humor parecía no tener fin.

Como si fuera algo sencillo construir un “chiste” en un papel en blanco. Además, hay que reconocerle el mérito de la artesanía pictórica en una época en la cual la tecnología ha trastocado el modo de caricaturizar editorialmente, o modificado, o cambiado la atmósfera periodística sembrando, por decirlo de alguna manera, “artistas visuales” que, mediante un impecable dominio de las aplicaciones vertidas en la red, sin tener a veces idea de cómo trazar un cuerpo, un gesto, una expresión, incapaces de hacer un boceto a mano, se van convirtiendo en la maquinaria indispensable de la ilustración contemporánea.

Hoy, un excelente dibujante puede ser fácilmente sustituido por un ocioso, mas correcto, manipulador de la imagen electrónica.

4

Con fortuna, un maestro como Quino —y si a esas vamos, no hay que dejar atrás a ese otro par inigualable del humorismo dibujado: Fontanarrosa (1944-2007) y Mordillo (1932-2019), también casualmente argentinos— no  perdió su empleo, si bien fue desplazado a veces de manera injustificada de ciertos medios.

(Quino y Mordillo desaparecieron de “El País Semanal” sin ninguna advertencia al lector por parte de sus editores y Fontanarrosa se difuminó de Proceso, como si Boogie el Aceitoso hubiera sido la única creación válida de dicho humorista, en realidad con veintenas de facetas.)

Porque, de vez en cuando, las librerías se veían iluminadas con un nuevo volumen de Joaquín Lavado, como el ¡Cuánta bondad! (Tusquets, 1999), que contiene 110 cartones de placentero, y realista, y desmitificador, y amargo, y regocijante humor. Como el desarrollado en el siguiente diálogo:

—Buenos días, vengo por un caso de corrupción —dice un ciudadano en una oficina.

—Eso es muy grave, amigo, ¿cómo está dispuesto a arreglarlo? —contesta el servidor público, cuyo colmillo es visible en un candoroso y vampiresco rostro.

—¿A arreglar qué, disculpe?

—Que demos por cerrado el caso.

—Perdón, yo quiero que el caso se abra, no que se cierre.

—Entiendo, usted recibió menos dinero de lo convenido y quisiera arreglar cuentas.

—¡Yo no recibí nada de nadie! ¡No soy un sucio corrupto!

—Ah, entonces, debió pagar más de lo arreglado, ¿sí?

—¡Tampoco! ¡¡No soy un asqueroso corrupto!!

—¿Pretende entonces denunciar a terceros? ¡Cuidado! ¿Tiene pruebas? Mire que los corruptos saben arreglárselas para dar vuelta todo, ¡usted podría ser denunciado por calumnias! Y eso sería muy grave para usted, amigo. Pero, en fin, siempre podríamos arreglarlo.

—¡¡Esto es repugnante!! ¡¡Al cuerno usted y sus cochinos arreglos!! —grita, fuera de sí, el ciudadano y se retira diciendo una andanada de insultos (“¡¡cm*!!”).

El servidor público lo mira consternado, y dice:

—¡¡Cuánto egoísmo, Dios mio!! Con gente que no quiere arreglar nada, ¡¿¿cuándo se va a arreglar este país??!

5

En la página 65, seis cuadros en seis perturbadoras autocríticas: una mujer desnuda dice, mientras un hombre de corbata se empieza a vestir ya fuera de la cama: “Yo no quería prostituirme, pero en la fábrica ganaba una miseria”.

Un solvente empresario, en el segundo cuadro, indica: “Yo no quería explotar a nadie, pero sólo pagando bajísimos salarios puedo competir en el mercado sin tener que cerrar la fábrica”.

En el siguiente dibujo, un joven sale huyendo con un portafolios de un banco, y dice: “Yo no quería tener que robar, pero hoy la sociedad no me deja otra salida”, sin embargo un policía, de un disparo, lo mata, y dice: “Yo no quería tener que matar gente, pero mi deber es proteger los bienes y la seguridad de la población”.

En el quinto cuadro, en el quirófano, un profesionista comenta: “Yo no quería ser médico, pero mis padres me obligaron a seguir la tradición familiar”.

Y, para finalizar, Dios observa las anteriores escenas y, compungido, dice: “Yo no quería que mis criaturas me salieran así, pero… ¿pero qué?”

6

Un agente de la policía, rodeado de sus elementos cotidianos (pistolas, huellas digitales, sospechosos…), de repente confiesa a sus colegas, que lo miran arrobados: “Jamás imaginé que un día yo, así de golpe, pudiera enamorarme y transformarme en otro hombre. El hecho se produjo hace dos días, durante una reunión de carácter social y desde entonces mi identidad es otra, ya nada tengo que ver con quien fui hasta conocer a la ciudadana Roxana Samantha Pompino, de sexo femenino, nacida el 27-04-69 en la localidad de los Pomitos, con actual domicilio en calle Teniente Canopla 1243 de esta ciudad, estado civil soltera, de profesión manicura, tez clara, ojos  marrones, cabellos castaños, altura 1 m 64, señas particulares destacables y que, indagada al respecto, se declaró interesada en mantener nuevos contactos con quien esto expone. Nunca antes me había ocurrido esto de sentir que también yo soy capaz de poder expresarme, qué sé yo, así, ¡como un poeta!”

7

Se ha marchado Quino de este mundo, pero su hija Mafalda siempre nos lo estará recordando, nos lo traerá al presente, nos dirá que sigue vivo en ella, que siempre estará cuidándola, que allí estará a su lado.

¿Y quién va a negar que todos tenemos en la cabeza algo de Mafalda?

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