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Mujeres en pie de guerra: de heroínas y estereotipos

M8: en el siguiente dossier, echamos una mirada rápida a la mujer en los productos culturales de hoy.

Marzo, 2023

La escritora y filósofa inglesa Mary Wollstonecraft lo dijo en alguna ocasión: “No quiero que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”. Año tras año se conmemoran fechas relevantes como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia (11 de febrero), el Día Internacional contra la Violencia de Género (25 de noviembre) o el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo). Días que nos recuerdan el camino que queda por recorrer. Precisamente en este dossier para conmemorar el M8, Mercedes Ontoria hace un close-up sobre el cine feminista de hoy. ¿Cómo es el cine que cuestiona la mirada masculina imperante en la cultura? ¿Qué tipos de películas dirigidas por mujeres o protagonizadas por personajes femeninos llegan a las pantallas en el siglo XXI? Por otra parte, Zoila Martínez y Elena Torres rememoran aquí a alguna mujeres en la historia de la música. Son muchas las razones que han llevado a las mujeres a ser apartadas de la historia de la música, pero merece la pena rescatarlas, descubrir qué hacían y preguntarse por qué no las conocemos. Finalmente, Débora Zurro y Paula Talero nos hablan sobre cómo los estereotipos femeninos son difíciles de combatir en los productos culturales. Incluso en el caso de heroínas supuestamente empoderadas, que son hipersexualizadas acorde con las fantasías masculinas.


Polifacéticas en la sombra: mujeres en la historia de la música

Zoila Martínez Beltrán / Elena Torres Clemente


“Deseo mostrar al mundo, tanto como pueda en esta profesión musical, la errónea creencia de que sólo los hombres poseen los dones del arte y el intelecto, y de que estos dones nunca son dados a las mujeres”.

Así de contundente se posicionaba la compositora Maddalena Casulana (1544-1583?) en la dedicatoria de Il primo libro di madrigali a Isabella de Médici.

Ciertamente, en el presente estas reivindicaciones siguen aún estando candentes. El olvido de las mujeres en la historia de la música y en otros tantos discursos sobre el pasado es una amnesia que hasta hace relativamente poco se asumía como una construcción natural absolutamente integrada en nuestra memoria colectiva. Sin embargo, en las últimas décadas en el ámbito de la investigación se ha cuestionado críticamente si desterrar a tantas voces femeninas de manera rutinaria se basaba realmente en algún motivo de peso.

Eduardo Zazo afirma en el libro Glosario del fracaso que «un colectivo condensa su propia imagen en el conjunto de nombres, personajes, escenas, relatos etc., que desea recordar y en aquellos que prefiere dejar de lado». Visto de otro modo, la omisión de estas mujeres nos da también la oportunidad de desgranar cómo las sociedades previas a nosotros han configurado su memoria, es decir, en función de qué criterios han construido su relato.

En este sentido, resulta fascinante desvelar la multiplicidad de factores que operan en el caso de la historia de la música y que han conducido a difuminar en el tiempo —o, mejor dicho, a difuminar del canon histórico— a estas mujeres.

Podríamos hablar de la priorización de la figura masculina, por supuesto, pero reducir la problemática a esto sería, quizá, simplista. El ensalzamiento de la creación musical, del acto de componer, ha favorecido, por ejemplo, que muchas mujeres intérpretes fueran dadas de lado. La propia historiografía feminista se ha centrado obsesivamente en encontrar mujeres compositoras cuando había un número desorbitante de cantantes de ópera famosísimas en su época.

En cualquier caso, e independientemente del acierto o desacierto con que la historiografía haya gestionado la información, lo cierto es que si observamos las trayectorias de las mujeres músicos desde la Edad Media en adelante no cabe duda ni de sus capacidades, ni de su productividad, ni de su resiliencia.

Sin duda, el tema es complejo, lleno de aristas y difícil de resumir, pero… ¿y si intentamos, al menos, comprender cómo estas mujeres lograron dedicarse a la música y de qué manera desempeñaron esta disciplina a lo largo de la historia?

De izquierda a derecha, y de arriba a abajo, retratos de Cecile Chaminade, Adelina Patti, Jeannette Thurber, Hildegard von Bingen, Maddalena Casulana, Lucrecia Borgia. (Wikimedia Commons)

Lo que sucede, conviene…

Si hay algo en común a lo largo de la historia de las mujeres en la música es la flexibilidad de actuación y pensamiento de aquellas que buscaron dedicarse, de un modo u otro, al quehacer musical. Esto facilitó que, dentro de las circunstancias particulares de cada caso, estas mujeres lograran sacar el máximo partido a sus destrezas musicales.

Encontramos circunstancias en las que el acceso a la música era ciertamente sencillo puesto que esta se consideraba parte de su educación femenina e incluso religiosa. Dos ejemplos de esto son la abadesa Hildegard von Bingen (1098-1179) y Chiara Margarita Cozzolani (1602-1678?). Aunque eran de épocas distintas, ambas se dedicaron a la música como parte de su oficio religioso pero sabiendo sacar de ello el máximo provecho, convirtiéndose en prolíficas y hábiles compositoras.

La reina Isabel I de Inglaterra es otro buen ejemplo de esto. Se la había instruido en tocar el virginal, el laúd y otros instrumentos de plectro, además de cantar y bailar, ya que eran atributos indispensables para una figura regia como ella. No obstante, supo reconducir la opinión general en torno a estos talentos (que solían considerarse como sensuales y frívolos) para que fueran contemplados como muestras de su inteligencia, racionalidad y armonía mental. En resumen: como elementos afianzadores de su poder y autoridad.

Un caso similar es de la princesa Maria Antonia Walpurgis de Baviera (1724-1780) que, de hecho, desde su posición privilegiada, logró una gran difusión de sus obras gracias a la publicación de sus trabajos con la editorial Breitkopf —que aún hoy es una de las editoriales más prestigiosas en el campo musical.

En otros casos, las circunstancias familiares o del entorno familiar directo fomentaron el desarrollo de estos dones musicales. Pauline Viardot (1821-1910) o Adelina Patti (1843-1919), entre otras, provenían de sagas de cantantes que, por supuesto, apoyaron a sus hijas en el desempeño de su profesión como prima donne.

Además, en el caso de Viardot debemos señalar que su marido contribuyó mucho a que ella pudiera dedicarse a su oficio. Louis Viardot cuidó asiduamente de sus hijos, igual que lo hicieron otros como Enrique Naya, cónyuge de la soprano de coloratura española Ángeles Ottein. Indudablemente, fueron tremendamente avanzados para su época, ya que favorecieron la conciliación familiar y laboral de estas cantantes además de apoyarlas moralmente en su empeño.

Desafortunadamente, esto no era lo habitual sino honrosas excepciones. Por ejemplo, la cantante Lillian Nórdica (1857-1914) tuvo que lidiar con los disparates de su marido, Frederick Gower, que incluso llegó a quemar sus libros de partituras para que no pudiera cantar.

Cécile Chaminade (1857-1944) se topó con la negativa de su padre para estudiar en el Conservatorio de París, pero esto no frenó su iniciativa. Se nutrió de la enseñanza privada para alcanzar su propósito. Y en 1913 se convirtió en la primera mujer compositora a la que se concedió la Legión de Honor en Francia. Ciertamente, estas mujeres eran imparables.

De izquierda a derecha, y de arriba a abajo, retratos de Maria Antonia Walpurgis de Baviera, Isabel I, Pauline Viardot, Louise Farrenc, Isabella d’Este y Lillian Nordica. (Wikimedia Commons)

“Yo soy muy mía, yo me transformo”

Otro aspecto interesante de las mujeres en la historia de la música es el ingenio con el que dieron salida a su inquietud musical. Si no eran intérpretes, eran compositoras, si no, gestoras, y si no, se inventaban alguna otra manera de ocuparse de lo que consideraban prioritario: la música.

Isabella d’Este y Lucrezia Borgia fueron auténticas organizadoras de eventos musicales, además de intérpretes musicales, en el Renacimiento italiano. Sus celebraciones en la corte fueron tremendamente conocidas en la época. Ellas gestionaban el presupuesto destinado a estas ocasiones y se ocupaban de que todo saliera como estaba previsto.

Jeanette Thurber (1850-1946) fue una emprendedora avanzadísima que fundó el National Conservatory of Music en Nueva York. Además, propuso becas para que las minorías de color y otros grupos sociales marginados pudieran acceder a la educación musical superior si poseían talento para hacerlo.

Louise Farrenc (1804-1875), compositora y pianista, se dedicó a estudiar la música del siglo XVII y XVIII para tecla y a recuperarla en conciertos que organizaba bajo el nombre de séances historiques, una empresa muy pionera para la época.

Emma Carelli (1877-1928), además de haber sido una afamada soprano dramática, se convirtió en empresaria operística del Teatro Costanzi de Roma a partir de 1912 y durante quince años gestionó el teatro y sus fianzas, sosteniendo su supervivencia a pesar de las deudas.

Podríamos seguir con una larga lista de nombres, pero ¿de qué serviría?

La integración de estas mujeres en nuestra memoria colectiva no consiste en adherirlas a un inventario sino en seguir divulgando sus trayectorias, en incluir su música en los conciertos (no por cumplir con lo políticamente correcto, sino porque realmente algunas de sus obras son maravillosas) y en evitar justificar que su silencio en la historia ha tenido algo que ver con su calidad intelectual o musical.

[Zoila Martínez Beltrán: musicología, Universidad Complutense de Madrid / Elena Torres Clemente: profesora titular. Departamento de Musicología, Universidad Complutense de Madrid.]

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¿Cómo es el cine feminista de hoy en día?

Mercedes Ontoria Peña


¿Qué tienen en común los estantes de una librería elegida al azar, el resultado de una búsqueda en internet con la frase “las 100 personas más influyentes en la historia”, las plataformas de streaming más populares y un atlas de anatomía humana?

Su característica común se resume en que la historia del pensamiento, el estudio de los fenómenos naturales (junto con su aprovechamiento y modificación), la cultura popular y la forma en que entendemos nuestro cuerpo biológica, social y afectivamente están todos construidos desde la mirada masculina.

Abriendo la mirada

El punto de vista masculino es, ni más ni menos, la historia de la humanidad. Perspectiva que es aún más restringida, pues suele tratarse de un tipo de masculinidad asentada en la raza blanca, mayoritariamente heteronormativa y occidental.

Vivir bajo el prisma de un punto de vista más o menos homogéneo es algo que concierne a todo el mundo, porque las consecuencias de esa influencia nos sitúan en el mundo que habitamos. Cuanto menos, hemos vivido de acuerdo a un sistema de pensamiento que se ha levantado —a veces reformulándose y otras contradiciéndose a sí mismo— siempre sobre el mismo edificio.

¿Qué ha sucedido con esos caminos aledaños que habrían proporcionado un saber y un hacer más diversificado y complejo? Esta es una pregunta que pide el compromiso por revisar aquello que se quedó en los márgenes, y por impulsar las medidas oportunas para una renovación profunda.

En esta transformación adquiere un papel determinante la cultura popular, de la que las películas y las series son hoy importantes manifestaciones. El cine, junto con los medios audiovisuales, moldea una buena parte de nuestro imaginario colectivo. Su valor educativo y su rol como creador de tendencias son prueba del interés que existe por su control, especialmente en estados oprimidos.

Reflexión y provocación

¿Cómo es entonces el cine que cuestiona la edificación que nos gobierna? ¿Qué supone un cine que se desvincula de esa mirada imperante?

Julia Garner en un fotograma de The Assistant, de Kitty Green. FilmAffinity

Como respuesta a estas preguntas podemos revisar las propuestas que, desde diferentes géneros y tonos, han lanzado algunas películas en los últimos años. Así, asistimos al quehacer cotidiano de Jane, la joven becaria de The Assistant (Kitty Green, 2019) que debe navegar en un clima tensionado por las dinámicas de poder de la industria cinematográfica. La reserva y contención de su día a día coinciden con la discreción con que opera la violencia que debe soportarse en un sector altamente masculinizado.

Por otro lado, nos topamos con la electrizante venganza de una mujer de uñas color arcoíris, como es el caso de Cassie en Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020). Esta se enfrenta trágica pero enérgicamente al modus operandi de la pseudoconquista masculina. Cassie combate contra ese tipo de seducción que se ve facilitada por la nocturnidad, la cuadrilla de amigos y la valentía que se adquiere en sentido proporcional a los grados de intoxicación de la mujer.

Fotograma de Una joven prometedora, de Emerald Fennell. Focus Features

Del documental a la ciencia ficción

“No se nace mujer, se llega a serlo” fue la célebre declaración de Simone de Beauvoir en los albores de 1950. Con esta afirmación, y su obra El segundo sexo, la autora puso de relieve cómo la división hembra/varón surge con el objeto de someter y crear una serie de constricciones para la mujer.

En el cine, el documental Una niña (Sébastien Lifshitz, 2020), o el drama de terror y ciencia ficción Titane (Julia Ducournau, 2021) dan visibilidad al problema de las categorías de género desde dos ópticas muy diversas.

Fotograma de Una niña, de Sébastien Lifshitz. FilmAffinity

Una niña relata la historia de Sasha y su familia en el camino para que sea reconocida la niña que sabe que es a pesar de su asignación masculina al nacer. Las identidades binarias siguen encorsetándonos, pero es posible flexibilizarlas, transitar entre ellas para llevar una vida que se ajuste a las demandas sociales a la vez que se permanece fiel al propio sentir.

Titane complica aún más la cuestión. ¿Qué es su protagonista: chico, mujer o máquina? La película disuelve los límites del cuerpo humano en una vertiginosa trama de acción y violencia que se inspira en el cine de transformaciones corporales y alucinaciones de David Cronenberg.

Fotograma de Titane, de Julia Ducournau, película ganadora de la Palma de Oro de Cannes en 2021. FilmAffinity

La comedia Súper empollonas derriba clichés

Desde su título, Booksmart (en Hispanoamérica: La noche de las nerds, y Súper empollonas en España), Olivia Wilde se propone destruir clichés, y lo hace sin manifestar abiertamente denuncias. Esta comedia de 2019 resulta inteligente porque se muestra revolucionaria a la vez que mantiene algunas marcas del cine comercial que le permiten entrar en el circuito del entretenimiento.

Usando el famoso motivo de la fiesta de graduación, tan conocido en las películas estadounidenses, el film se desembaraza de la larga historia de estereotipos que caracteriza a este subgénero cinematográfico. El primero que desmonta es el que define a las personas estudiosas como bichos raros, sin atractivo ni carisma.

Booksmart se ríe del mito de la pérdida de la virginidad como conquista, habla con frescura de la masturbación femenina, muestra que salir de fiesta no está reñido con una inteligencia brillante. Wilde construye una comedia que no ridiculiza el carácter excéntrico, el cuerpo de talla no estándar o las orientaciones sexuales fuera de la norma. Todo esto simplemente existe a través de unos personajes humanizados, agudos y chispeantes, sin burlas que alimenten una perspectiva simplificada o denigrante.

Estos ejemplos son síntoma de que algo se mueve, y de que el feminismo no es sólo cosa de mujeres. No son únicamente las mujeres quienes dirigen este tipo de mirada, aunque sin duda ellas —junto a otros colectivos poco visibles— pueden aportar un impulso renovador importante, porque históricamente su condición les hace partícipes de matices que se reflejan de forma especial en su día a día y en su intimidad.

En conclusión, asistimos hacia un giro de pensamiento menos monolítico, más nutrido de la variedad de seres que somos, y también de aquellos que queremos seguir inventado dentro y fuera de la pantalla.

[Mercedes Ontoria Peña: doctora en Literaturas Hispánicas. Investigadora predoctoral en cine contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid. Miembro de la Asociación Mujeres y Cine, Universidad Nebrija.] 

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De heroínas y estereotipos

Débora Zurro / Paula Talero Álvarez


Nuestros productos culturales no operan de forma ajena a nuestras convenciones sociales; el discurso de ficción y el mundo real se interconectan de formas complejas. El cine, la publicidad, los cómics y otros productos de consumo presentan discursos (explícitos o subyacentes) sobre nuestra concepción de la realidad y constituyen una forma más de transmisión de información.

Así se transmiten también los estereotipos de género, que constituyen variantes o especializaciones dentro de los roles de género. Estos fijan lo femenino y lo masculino y perpetúan una dicotomía basada en supuestas diferencias biológicas que presupone actitudes y comportamientos diferenciados.

Fue en 1798 cuando el impresor francés Didot creó el término estereotipo para denominar al proceso de duplicación de páginas. Posteriormente, se usó en Ciencias Sociales para referirse al conjunto de ideas que se repiten de forma sistemática para hacerse una imagen mental de algo o alguien. Son, por tanto, estructuras cognitivas permanentes que facilitan el procesamiento de información (Naffziger y Naffziger 1974).

En esta línea, todos reconocemos a la mujer ejecutiva o a la activista política como estereotipos diferenciados de mujer occidental. Estas convenciones culturales no necesariamente se suscriben por toda la población, pero sí se constituyen en expectativas y estándares que pululan repetitivamente por los productos audiovisuales que consumimos, nutriendo el imaginario colectivo.

Estereotipos recurrentes de la prehistoria a la distopía

También se han reproducido visiones estereotipadas de diferentes periodos históricos o culturas. Por ejemplo, los vikingos se presentan como extremadamente violentos y sanguinarios; los “locos años veinte”, como un momento de eclosión generalizada de la modernidad y liberación de la mujer.

Del mismo modo, se han reproducido también diferentes modelos de mujeres, muchas veces prácticamente como personajes adscritos a periodos históricos específicos: la princesa medieval, la femme fatale, la sufragista, la dama victoriana… Estas imágenes están relacionadas con el contexto socio-político de la época, remarcan aspectos específicos de la feminidad y se manifiestan a través de figuras concretas.

Incluso cuando presentan un carácter extremadamente reivindicativo, como es el caso de las sufragistas, participan de los roles de género imperantes (es decir, esas mujeres siguen participando de la idea de “feminidad” que tenemos para esa época).

Estereotipos en la cultura

Los descriptores, estereotipos y roles de género cambian (Connell 1995) y eso se ve reflejado en nuestras industrias culturales. Hace unos años, y en el caso del cine, por ejemplo, sólo protagonistas como la Princesa Leia o Ripley en Alien, eran conocidas. Hoy, la lista es significativamente superior y se fomentan narrativas protagonizadas por mujeres empoderadas, tales como Mad Max: Fury Road o Wonder Woman.

Lynda Carter como la Mujer Maravilla (Wonder Woman) en la serie del mismo nombre, 1976. Wikimedia Commons / ABC Television

En cambio, hay aspectos que afectan a la representación de mujeres que se mantienen en diferentes épocas históricas. Podríamos pensar que las representaciones de las mujeres prehistóricas nada tienen que ver con las representaciones de mujeres en mundos distópicos y futuros imaginados. Pero hay aspectos que se repiten en ambas narrativas.

Mientras la mayoría de los periodos históricos refuerzan la norma de comportamiento y una feminidad tradicional, los relatos relativos a la Prehistoria y las distopías parecen configurarse como espacios de mayor libertad y ajenos a nuestras normas sociales. A pesar de ello, su análisis permite identificar ciertos aspectos, como la hipersexualización, que los ponen en conexión con narrativas al uso.

La sexualidad femenina generalmente se ha conceptualizado como una polarización de dos posturas opuestas: una más conservadora, neoliberal y puritana, que se corresponde con la figura de la virgen María; y otra caracterizada por una hipersexualización, asociada al personaje bíblico de Eva.

Heroínas inocentes vs figuras sobreerotizadas

El polo de “María” es común a la mayoría de los estereotipos históricos y aparece también en la ciencia ficción. Si bien es cierto que es positivo que muchas heroínas no estén sexualizadas, detrás de esta representación a menudo encontramos discursos que responden a patrones conservadores. En muchas ocasiones, la protagonista de la historia es aquella que es incompetente o inocente en cuanto a la sexualidad se refiere, ensalzando así los valores de inocencia, virtud y castidad. Es, por ejemplo, el caso de Katniss Everdeen en la exitosa saga de Los juegos del hambre.

Si bien en la ciencia ficción y otros géneros el polo de María es común, en ocasiones también encontramos algunas heroínas hipersexualizadas. La versión de la heroína hipersexualizada, aunque es menos frecuente, es una característica distintiva precisamente tanto de las narrativas distópicas (donde convive con heroínas el polo de “María”) como de aquellas basadas en la prehistoria.

Así, en ambas narrativas encontramos el polo de “Eva”, que se caracteriza por la preponderancia de imágenes de mujeres sexualizadas, objetos sexuales para ser deseados, admirados, y poseídos en última instancia por los hombres.

Las protagonistas de cómics sobre la prehistoria como Sheena, el personaje interpretado por Raquel Welch en Hace un millón de años, o la Viuda Negra, en el universo de los superhéroes, son figuras y superheroínas que ejemplifican esta sobreerotización.

Rachel Welch en la película Hace un millón de años ( Don Chaffey, 1966).

Además, muchas de estas protagonistas cumplen papeles asociados fundamentalmente a la lucha y la guerra; llevan armas y constituyen excepciones en un mundo de hombres (por ejemplo, ver Cavewoman o Sheena).

Un punto a destacar es que, tanto en las narrativas distópicas como en las prehistóricas, generalmente no hay espacio para cuerpos no normativos. Es decir, todas las protagonistas son mujeres blancas que corresponden a un ideal de belleza muy actual, caracterizado por la melena larga, la delgadez, etc. La indumentaria de estas mujeres remarca las curvas y la figura femenina, sea a través de un traje ajustado, sea directamente mostrando el cuerpo.

En el caso de los personajes no reales, como los que aparecen en el cómic, presentan una exageración de los “atributos” femeninos, como unas cinturas de avispa y unos pechos desproporcionados.

¿Se puede evitar el estereotipo?

Cuestionar concepciones normativas sobre género y otras diferencias (clase, raza, sexualidad, etc…) es extremadamente complejo ya que cuando intentamos desmontar ciertos estereotipos, a menudo acabamos reforzando otros.

Hemos visto, por ejemplo, que en ocasiones se trata de empoderar a heroínas asociándolas a papeles masculinos y el uso de armas. Lo que acaba sucediendo, en cambio, es que estas protagonistas acaban hipersexualizadas y enfocadas al consumo masculino. Un caso paradigmático podría ser el de Catwoman.

Halle Berry en la película Catwoman (Pitof, 2004). IMDB

Cabría preguntarnos si son posibles los personajes no estereotipados, dada la necesidad de identificación con los personajes por parte del público.

Además, el mercado proporciona estas narrativas de mujeres empoderadas para generar más consumo, y no para alterar fundamentalmente las estructuras sociales y políticas.

Frente a los estereotipos (especialmente los que perpetúan roles de género obsoletos), ofrecer personajes de mujeres fuertes, con capacidad de decisión (también en el terreno sexual, pero en sus propios términos), es un paso positivo hacia productos culturales más diversos e inclusivos. Y no sólo se debe hacer con las mujeres, también con los hombres, a través de personajes que cuestionan la masculinidad estereotipada o tóxica, y de historias que promuevan escenarios y alternativas diferentes, representativos de la realidad.

Débora Zurro: científica titular en Arqueología Prehistórica, Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades (IMF-CSIC) / Paula Talero Álvarez: unidad de Cultura Científica de la Delegación del CSIC en Cataluña, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
[Fuente: textos publicados originalmente en The Conversation; son reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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