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Zaide Silvia Gutiérrez: puro teatro

La actriz de cine, televisión y teatral habla sobre su formación y aprendizajes en esta entrevista; este año celebra medio siglo de vida profesional

Diciembre, 2023

«A la vocación sólo se renuncia so pena de muerte espiritual», es una frase que Zaide Silvia Gutiérrez lleva diciendo desde hace varios años. Y con mucha razón: ella escuchó el llamado de la actuación desde niña, y, desde entonces, no se ha traicionado. Veamos: es licenciada en Literatura dramática y teatro. Cuenta con estudios de posgrado en Literatura mexicana, en la UNAM, y dirección escénica en Columbia University en NY.  Su extensa trayectoria abarca todos los medios: ha participado en más de una veintena de películas, en una treintena de obras de teatro, más de una docena de telenovelas y varias radionovelas. Además de la actuación, tiene experiencia en docencia, dramaturgia, investigación y dirección escénica. Debutó siendo una niña, casi una adolescente, en 1973, por lo que este año cumple medio siglo de vida profesional. El periodista y crítico teatral Fernando de Ita ha conversado con ella, a manera de celebración.

Se dice que hay personas que nacen con su destino marcado en la frente y la actriz cuyo nombre corona este texto es una de ellas: Zaide Silvia Gutiérrez ha sido un descubrimiento para mí, que me preciaba de conocer vida y obra de las actrices del teatro de ideas o aspiraciones artísticas, formadas en el siglo XX. Pues no. Me faltaba esta mujer que cumplió este año medio siglo de vida profesional y lo celebra presentando hasta el 17 de diciembre La Conversación del diablo, un espectáculo post de Carlos Pascual dirigido por Martín Acosta para la Compañía Nacional de Teatro, de la que Zaide es miembro distinguido.

Lo extraño es que había visto a esa linda muchacha en el teatro desde los años ochenta, cuando ya era una actriz con tablas porque debutó a los 13 noviembres en Los motivos del lobo, de Sergio Magaña, dirigida por Adam Guevara, en 1973, precisamente el año que se publicó mi primera reseña de teatro en “El Gallo Ilustrado”, el suplemento cultural del periódico El Día. Digo extraño porque una actriz joven, guapa y talentosa era tema de entrevista para un joven reportero. Pero la suerte quiso que la conociera personalmente en el momento adecuado, cuando un macho del siglo XX puede conocer una mujer hermosa y considerar que puede ser su amiga. (Sin dejar de fantasear lo contrario).

Durante una de las funciones experimenté un desdoblamiento; me vi actuando sobre el escenario

La entrevista con ella comenzó virtualmente, y culminó con una hora de platica en la calle de Francisco Sosa, en Coyoacán, precisamente la calle en la que en 1973 Margie Bermejo y el de la voz hicieron de La Peña del Nahual: el primer foro del canto urbano de la Ciudad de México. (Gracias a la generosidad de Óscar Menéndez y su mujer Mercedes, actual maestra emérita de la UNAM). Mientras Zaide hacía la niña encerrada por su padre en el castillo de la pureza, yo me preparaba para iniciar mi carrera en el periodismo y el teatro. Curiosas coincidencias.

Habla Zaide:

—Comencé a estudiar actuación a los 10 años, pero ya tenía principios básicos de piano y danza. Me fue muy sencillo entender que mi profesión incluye mi cuerpo físico, mi cuerpo mental y mi cuerpo emocional. Mi canto y mi danza son mi palabra y movimiento, su sustancia, el pensamiento.

“A los 13 años debuté en teatro profesional. Ya había hecho varios teleteatros de obras de realismo americano en Canal Once, con Jevert Darién, quien me enseñó a pedir permiso a los dioses de la escena para habitarla; también había hecho algún comercial de detergente con Luis Gimeno, gran estudioso del teatro y señorón de la escena, director del Instituto Andrés Soler. Y, también, una temporada de una obra de Emilio Carballido por varios meses en distintos teatros del entonces Distrito Federal y algunas ciudades del interior de país. Esas fueron las columnas que me ejemplificaron de que el actor ha de habitar varios escenarios de modo abierto, flexible y versátil.

“En la temporada de Los motivos del lobo, de Sergio Magaña, que dirigió Adam Guevara, tuve varias maestras como bien señalas: Lola Beristáin, Silvia Caos, Marta Aura y María Rojo, y excelente maestro con Salvador Sánchez. Durante una de las funciones experimenté un desdoblamiento. Me vi actuando sobre el escenario, mientras actuaba… singular experiencia que fue como señal de estar en el lugar correcto. Tenía 13 años. Y ya no pude desprenderme de la escena. Discerní siempre entre realidad y ficción. Me llevó madurar conceptos como realismo y naturalismo, verdad y verosimilitud, pero para eso va uno a la escuela. Son conceptos que los teóricos plantean y nosotros practicamos.

“La tarea más ardua ha sido combatir o contrarrestar la incertidumbre y la fraccionada secuencia del devenir de la práctica”.

“Ya no me peleo con los caminos ni los términos, sencillamente procuro encontrarlos y fluir con ellos

Como esta es la parte virtual de la entrevista, la imagino tomando un café late o un té de azares mientras continúa platicando sobre su vida:

—Mi padre estudió con Seki Sano en su juventud. Nunca se dedicó a la actuación, pero digamos que el contacto con el maestro y observando a sus compañeros, María Douglas e Ignacio Retes, refinaron su gusto para el teatro y el cine y le dio bases para su afición a la oratoria. Cuando yo tenía 7 años me enseñó a leer atendiendo a los signos de entonación, de puntuación, sin desatender el sentido del texto. De hecho, con su ayuda, desde niña practiqué la técnica como recurso para la comprensión. Ahora entiendo que forma y fondo son parte del discurso.

“Yo confío en la estructura para dar pie a lo espontáneo. Si comprendo las reglas del juego, me libero y vuelo.

“En cuanto a lo formal y vivencial, en concreto, estoy segura de que uno puede dar pie al otro. Incluso en los avances neurocientíficos ya se ha probado que lo ‘externo o formal’ induce a lo interior o sensible y viceversa.

“Ya no me ‘peleo’ con los caminos ni los términos, sencillamente procuro encontrarlos y fluir con ellos, con la ayuda del uso consciente de mis herramientas. Si encuentro lo sensible procuro reconocer y recorrer puntualmente el camino que me ha llevado a ello, y con eso se conforma mi estructura. Procuro observar mi proceso y poder reconocer el camino transitado para ver si me lleva a lo que busco o se requiere. Me interesa reconocer, interpretar y descubrir signos que me encaminen a la comunicación contundente e inmediata que requiere la escena para ser captada, comprendida, en el instante, de la manera más profunda de la que seamos capaces tanto los de la escena como nuestro interlocutor, el público, a sabiendas de que la reflexión puede darse posterior al evento teatral y que ésta, ‘la comprensión’, no es exclusivamente racional o emotiva, sino sensible; es decir, que se combinan para tener un entendimiento en un amplio sentido.

“Por otro lado, siempre procuro tener presente que Aristóteles no creó o determinó las reglas de la producción dramática de su tiempo, sino que primero observó, analizó y ordenó sus constantes. Esto me dice que primero es la creación de discursos dramáticos y luego se analizan los caminos encontrados para comunicarlos, de ahí nace la crítica.

“En resumen, creo que el creador no tiene obligación de explicar su arte ya que su medio de expresión no siempre se limita a lo verbal-racional”.

Obedecer, romper e integrar

Así da gusto quedarse callado porque de un tirón respondió Zaide a las cuestiones que dividieron a su generación: ¿Teatro de autor o de director? ¿Teatro formal o vivencial? ¿Qué papel ocupa la técnica en la creación artística?

Zaide sigue respondiendo puntualmente a mi interrogatorio virtual sobre su formación:

—Me llama mucho la atención que tantos siglos de dramaturgia nos hayamos empeñado en tomar la regla aristotélica como norma de creación y no como administración de los caminos encontrados por los dramaturgos que él observó para citar eficientes constantes de comunicación en la escena. Pero sus observaciones se volvieron dogma.

“Luego, ya más recientemente se hacen esfuerzos por romper sus leyes, las que denominamos aristotélicas, que, a la distancia y a la fecha, a muchos les parecen un tanto absurdas por no decir rígidas y hasta obtusas: las de tiempo, espacio y lugar. Lo que Friedrich Nietzsche observa como principio de la tragedia —lo parafraseo libremente—: ‘cuando el hombre se separa de la comunidad, sobreviene la tragedia’, lo que refleja puntualmente nuestro tiempo, donde la comunidad y sus valores están cada vez más distantes.

“A lo largo de la historia hemos obedecido también a manifiestos, integrado los ismos, que promueven primero forma para expresar su fondo y los más contemporáneos como los didáctico-brechtianos, con sus rompimientos de ilusión y contacto directo con el público; los posmodernos, como la narraturgia, que hacen tambalear al teatro de acción dramática; o los cinematográficos, como los de Lars Von Trier, que revoluciona la pantalla, llevando el lenguaje escenográfico teatral de ensayo al cine, donde la escenografía es una cinta adherida al piso”.

Ausencia de temor

Ya en vivo Zaide tiene muy claro que ella se formó con las técnicas de un teatro que ha evolucionado hasta convertir al actor en un elemento más del juego escénico, de la representación más que de la interpretación. En la intervención del texto por parte del director la actriz ve la tendencia general de imponer más que construir puntos de vista:

—Desde hace tiempo —acota—, el respeto al discurso ajeno ha disminuido. Incluso escuché a ciertos críticos jóvenes preguntar para qué se presentaba a los clásicos, para qué se les ponía al día. La pregunta es válida pero el caso es que ya no conocemos el pensamiento original del autor. Incluso conozco directores que advierten que si alguien les pide dirigir su obra debe saber que va a modificar el texto y acaso la trama. La cuestión es que para los actores jóvenes formados ya en lo posdramático actuar es formar parte del espectáculo, y nos estamos acercando al teatro oriental en el que no hay una palabra para diferenciar al actor, al bailarín y al músico o cantante, esas son especialidades occidentales que el actor oriental une en una sola. Pero también es un arte participar cuando el actor es un elemento más porque se requiere versatilidad y mucha flexibilidad, y no me refiero sólo a la parte física que uno pone en juego cuando el cuerpo es joven. Yo tomé muchos riesgos físicos en el escenario cuando tuve la edad para hacerlo porque tenía ausencia de temor, y ahora veo maravillas acrobáticas. Espectáculos interdisciplinarios en las que el actor es un elemento más del juego escénico.

Un juego que Zaide ha practicado ya por medio siglo tocando todos los géneros tanto en el teatro como en el cine y la televisión (en donde también ha hecho trabajos memorables). Por lo tanto, la lista de premios y distinciones que ha acumulado son muchas, además de contar con el respeto y la admiración de su gremio. De manera que me despido de ella como lo hace el director de escena Mauricio Jiménez cada vez que la divisa:

—Salve Silvia Zaide, salve…

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